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Librepensadores

Cálida luz serena

Fernando Pérez Martínez

Doña Pilar y Don Carlos nacieron en Madrid tras la resaca de la rebelión bolchevique, los locos años vividos por los que sobrevivieron a la hecatombe humana que llamamos primera gran guerra. Su infancia feliz fue breve, hubieron de apurarla antes que la demencia adulta sumiera su adolescencia y el continente en una ola de asesinatos resultado del mesianismo político y religioso encendido en las mentes de los visionarios que creyeron poder liquidar mediante una revolución o un genocidio las diferencias de la humanidad. Sus familias, como las de sus contemporáneos, se vieron diezmadas por valentones de retaguardia o triunfantes e integristas criminales con autoridad y olor a agua bendita, de checa o sacristía.

Crecieron, contra pronóstico, sin odio y así preservaron a los suyos. Fueron trabajadores y decentes. De la necesidad hicieron virtud. De dónde sacaron humor y ganas para traer al mundo a la generación que a su amparo lo tuvo todo, sin necesidad de merecerlo.

El mundo bruto y cruel de mediados del siglo XX no los traumatizó, la guerra no pudo con ellos, no erosionó su deseo de construir un nido de amor y cultura. Las carencias de un país en manos de doctrinos ignorantes sin escrúpulos no amargó la afabilidad de sus sentimientos. Jamás pensaron en ellos mismos antes de que el último mono de la familia estuviera bien servido y arropado. Desarrollaron a los suyos contra viento y marea, sin miedo a un futuro desalentador e incierto. Derrocharon valor, inteligencia, amor y buena voluntad sin parar de dar, de ofrecer todo lo bueno que en el mundo encontraron que mereciera la pena, hasta que agotaron sus vidas y así se transformaron en el mejor legado para quienes aprendieron de su ejemplo incorporando a su patrimonio la generosidad, la humildad, la sencillez que caracteriza a los personajes imprescindibles que hacen que la humanidad se salve, tenga futuro.

Su casa siempre estuvo abierta a cuantos vinieron a su entorno, allí el amor era alimento; se comía, servía de cómodo refugio en el que la reciprocidad o el reproche nunca tuvo visos de realidad. Su generosidad y altruismo se defendió con la falta de malicia, y la capacidad de sentir a los otros como iguales en cualidades y sentimientos.

Abandonaron el mundo agotadas las energías largamente derrochadas a su alrededor y entre el aprecio de quienes llegaron a conocerles.

Guapos desde el pañal hasta el sudario, bendición de una rama de la progenie humana, su recuerdo reconforta y su ejemplo alumbra el progreso del amor y la inteligencia en el mundo.

Pasaron haciendo camino, como estelas en el mar…

Requiescats In Pace, gotas de luz en un siglo despiadado. Amén. ___________

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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