Estados Unidos

Los medios de comunicación norteamericanos engordan el fenómeno Donald Trump

Un 58 por ciento de los estadounidenses rechaza el veto de Trump a musulmanes

Las cifras no dejan lugar a dudas. Entre enero y noviembre de 2015, las tres cadenas por cable históricas de Estados Unidos (ABC, CBS y NBC) dedicaron 234 minutos de sus informativos nocturnos a Donald Trump, es decir, el candidato a liderar el Partido Republicano apareció más tiempo en antena que todos los candidatos demócratas juntos.

Así lo recoge el informe Tyndall, que analiza periódicamente el contenido de los tres programas televisivos más emblemáticos del panorama mediático norteamericano. Dicho informe recoge también que las tres cadenas han dedicado ya a la campaña de las elecciones presidenciales –que se celebran en noviembre de 2016– un total de 857 minutos en 11 meses, todo un récord. Los republicanos son las que más se han beneficiado de esta amplia cobertura y, sin lugar a dudas, especialmente el candidato Donald J. Trump. Bien es verdad que hay 14 republicanos que optan a dirigir el partido, frente a tres candidatos demócratas. Por tanto, los tiempos dedicados a unos y otros no son del todo ilógicos. Pero semejante respaldo a un único candidato y a sus ideas lleva a interrogarse sobre la responsabilidad de los medios de comunicación al engordar el fenómeno Trump.

Por supuesto, el personaje da magníficos titulares cada vez que hace declaraciones, con esa guasa, ese ego sobredimensionado, en resumen, con ese estilo tan peculiar. Nada nuevo. Lleva siendo así desde los años 80, cuando este hombre de negocios de origen neoyorquino comenzó a amasar una fortuna con sus operaciones inmobiliarias, la construcción de inmuebles que llevan su nombre y las etiquetas de “lujo” o “superlujo”, sus inversiones en hoteles, campos de golf y casinos cuya decoración hace honor a la década que los vio nacer. Todo kitsch y de mal gusto, dicen las malas lenguas.

La prensa del corazón se interesa por sus sucesivos enlaces matrimoniales y divorcios, por su grandeur y su decadencia. En los 90, a punto estuvo de ir a la quiebra, pero Donald Trump se recuperó, infatigable. El magnate del sector inmobiliario diversificó sus negocios, abrió una agencia de modelos, comercializó productos derivados (tiene dos perfumes: Success y Empire), invirtió en la industria del entretenimiento… Su programa de telerrealidad, aparecido en 2004 –The Apprentice (El aprendiz), en el que se siguen las desventuras de los candidatos a un puesto de asistente en el seno de su grupo, ya va por la 15ª temporada. En lo que se refiere a su fortuna, según Forbes, alcanza los 4.500 millones de dólares.

Donald Trump, de 69 años, se ha convertido en toda una celebridad, lo que permite estar un poco en todas partes, sobre todo en política. Admirador de Ronald Reagan, su relación con el Partido Republicano es de amor-odio: en ocasiones se ha alejado de él para luego regresar (en las elecciones de 2000, trató de conseguir la investidura del pequeño partido independiente de Ross Perot, sin mucho éxito).

En 2008, se encontraba entre los que digirieron mal la elección de Barack Obama. Cuatro años después, se vio tentado a presentarse para liderar a los republicanos, partido que finalmente quedó en manos de Mitt Romney. Dio mucho que hablar sobre todo por hacer suya la teoría del complot nativista en torno a la nacionalidad de Barack Obama, lo que le dio un ascenso inesperado. Dicho de otro modo, es de los que dudan de la nacionalidad del presidente y por tanto de su capacidad para resultar elegido. El asunto toma tal cariz que la Casa Blanca terminó por publicar el certificado de nacimiento de Barack Obama.

Donald Trump se salió con la suya, de este modo sedujo a una parte del electorado republicano y ya estaba listo para preparar su próxima salida. En junio de 2015, se declaraba oficialmente candidato a las primarias republicanas y desveló un eslogan que se parece mucho a un programa, Make America great again (Devolver a América su grandeza). Rápidamente se fue abriendo camino: antisistema, en contra del orden establecido, en contra de la élite de Washington a sueldo de los lobbies (a los que dice ser impermeable gracias a su patrimonio personal), en contra de las políticas económicas en vigor (lo que es osado, cuando menos, dada su fortuna) y en contra la inmigración.

“Todo al garete”, parece gritar cada vez que habla. De modo que promete restablecer la situación poniendo en el centro de mira sobre todo a los inmigrantes, los extranjeros, los musulmanes. Desde junio, ha propuesto construir un muro en la frontera con México, prohibir el acceso de los musulmanes a Estados Unidos, cerrar internet para luchar contra el islamismo radical e incluso no ha dudado en recurrir a la tortura contra los supuestos yihadistas, ya que “funciona”.

Y todo mientras se jacta de no hacer nada políticamente correcto: sexismo, bromas contra un periodista discapacitado, mexicanos a los que compara con traficantes y violadores, declaraciones violentas contra un militante afroamericano que interrumpió una de sus reuniones de campaña, injurias al héroe de guerra John McCain cuando este criticó sus propuestas en materia de inmigración… Coincidiendo con cada uno de estos exabruptos, algún editorialista anuncia el final de la campaña de Trump, pero no hace nada. Si creemos lo que dicen los sondeos de opinión, su estilo gusta. Desde julio, sistemáticamente lidera las encuestas sobre intención de voto de los electores republicanos.

Esto se explica, entre otras razones, porque sabe transmitir mejor el enfado y las demandas de una parte del electorado conservador, la ultraconservadora, que ha alumbrado un movimiento populista, el Tea Party, y que hace que el Partido Republicano se incline a la derecha, incluso a la extrema derecha. Pero este análisis nos haría prácticamente olvidar que los sondeos que sitúan a Donald Trump en cabeza no recogen más que la opinión de una parte reducida del electorado.

Redes sociales

“La mayoría de los sondeos se han efectuado a electores republicanos con carné. Sólo un 23% de los electores norteamericanos están afiliados al Partido Republicano, el 32% lo está al Partido Demócrata y casi todos los demás se consideran independientes. A día de hoy, Donald Trump es el favorito para el 38% del electorado con carné del Partido Republicano […] Esto significa que sólo el 6,7% de los norteamericanos apoyan al candidato Trump”, resumía el economista Robert Reich en su página de Facebook el pasado 16 de diciembre, para tratar de ayudar a los lectores a entender el fenómeno Trump.

Un porcentaje ínfimo cuando se analiza el modo en el que el electorado se ve bombardeado de asuntos y de artículos sobre Donald Trump, hasta el punto de que es difícil que se interesen por el resto de candidatos, como ponía de manifiesto en julio el politólogo John Sides en las páginas de The Washington Post. Acompañado de un gran despliegue de estadísticas y de gráficos, el investigador concluía simple y llanamente: “Donald Trump avanza en los sondeos porque los medios de comunicación no han dejado de poner el foco en él desde que presentó su candidatura”. E iba más allá: “Cuando un encuestador irrumpe en la vida de la gente y les pregunta su opinión sobre las elecciones primarias que no van a empezar antes meses más tarde, un número importante de ellos menciona al candidato que se sitúa en cabeza en los sondeos en ese momento. Es un ejemplo de lo que en psicología se llama la heurística de la disponibilidad [el hecho de razonar principalmente a partir de las informaciones disponibles de forma inmediata]”.

Queda por entender las razones que llevan a esta cobertura mediática desproporcionada. En primer lugar, no hay que desdeñar el impacto que tiene Donald Trump en las redes sociales. Trump, obsesionado con Twitter y con Instagram, cuenta con miles de seguidores, tantos que casi no necesita de los medios de comunicación tradicionales para colar sus mensajes. No lo ha conseguido en un día. Desde 2011 cuenta con un especialista en marketing digital, Justin McConney. Este le aconsejó apostar por las redes sociales, en primera persona y con su habitual estilo directo. Entonces contaba con 300.00 seguidores en Twitter, ahora ha superado la barrera de los cinco millones. Orgulloso de su éxito, en julio declaraba: “¡Es genial! Es como tener un periódico sin perder dinero”.

Aprovecha para tomar la palabra continuamente sin miedo a que le contradigan, al contrario. Llega incluso a hacer afirmaciones antes de saber si son ciertas (y que terminan por ser falsas) aparecidas en la Red, difundidas inicialmente por sus seguidores, como cuando dijo que el “81% de los blancos víctimas de homicidio habían sido asesinados por afroamericanos” (según el sitio FactCheck.org, el porcentaje es del 15%). Y, de inmediato, se coló en los medios de comunicación tradicionales, con el objetivo de tratar de comprender lo que había querido decir.

“Seamos claros, ¡este fenómeno es música celestial para numerosos medios de comunicación! Donald Trump se permite hacer entertainment entertainmenty sube la audiencia cuando se aborda un asunto normalmente aburrido. El seguimiento de la campaña de primarias es extremadamente larga y compleja. Trump la hace simple y llanamente más interesante y eso bueno para los negocios”, explica Eric Boehlert, de la ONG dedicada a analizar medios de comunicación Media Matters for America. Recuerda que los dos primeros debates televisivos celebrados con candidatos republicanos fueron seguidos por 25 millones de telespectadores. El martes 15 de diciembre, coincidiendo con el tercer debate, los 18 millones de norteamericanos encendieron su receptor de televisión. Hace cuatro años, este tipo de debate captaba la atención de cuatro millones de espectadores, como mucho”, precisa.

Eric Beohlert advierte de que medios de comunicación serios también “hablan mucho de Trump, por miedo a que les acusen de ser muy de izquierdas”, es decir, por temor a que se diga de ellos que son partidarios de los demócratas. Tratan –sobre todo los grandes diarios– de hacer un trabajo serio de análisis de su mensaje, de subrayar los errores factuales groseros que contienen sus intervenciones, pero por mucho que los fact-checkers analicen a Donald Trump, tienen dificultades para seguir el ritmo desenfrenado de sus discursos y, a fin de cuentas, para dejarse escuchar.

“Hemos llegado a un punto en que podemos incluso preguntarnos si los hechos tienen alguna importancia”, señala Al Tompkins, profesor de periodismo en el Poynter Institute, que añade que “es inquietante”. “Por supuesto, la responsabilidad de la prensa es inmensa a la hora de revelar los errores y mentiras de un Donald Trump. Pero si hay una institución que sufre una crisis de confianza aún más grande que la clase política en Estados Unidos, son los medios de comunicación. Por tanto, el mensaje tiene dificultades para llegar”, prosigue. Esta encuesta anual del instituto Gallup destaca que desde 2007, una mayoría de norteamericanos ya no confía en los medios de información.

Así las cosas, ¿cabe esperarse más dosis de Donald Trump en las próximas semanas? “El debate se reequilibrará a partir del momento en que salgamos de la burbuja de los sondeos para interesarnos por los votos reales”, vaticina Al Tompkins. Se avecina la cita con las urnas. Las elecciones primarias de los partidos Demócrata y Republicano empiezan en Iowa y en New Hampshire, en febrero.

El grupo alemán Axel Springer compra el medio estadounidense Politico

El grupo alemán Axel Springer compra el medio estadounidense Politico

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Más sobre este tema
stats