Caníbales

40 años de recomendaciones

“Como recomendadora de libros eres excepcional, pero…”. Eso me escribió desde el hospital un hombre fascinado con Oona y Salinger, (Frédéric Beigbeder, AnagramaAnagrama). Cuando me preguntó por qué se lo recomendaba, contesté la verdad: “Porque es una novela sobre la idealización del amor y la soberbia”. O sea, una novela extraordinariamente melancólica, porque la soberbia* es siempre solitaria. Se lo tomó regular, aunque no era personal (me remito al asterisco "*" final).

Yo, en cambio, aprecié muy personalmente su reconocimiento porque mi sueño ha sido siempre que me paguen por leer. Así que procrastiné un rato (más), fantaseando con crear una aplicación (buena) para recomendar libros, pero… No, no puedo. Primero, porque no se lee lo suficiente para generar pasta; segundo, porque tengo que conocer bien al lector para acertar; tercero, porque no sé hablar mal de los libros que no me gustan (como las parejas que dejamos, siempre pueden encontrar otro/a que los adore).

Y, en ese momento, con mi sueño tecnológico inflado y explotado en apenas cinco minutos, me llegó otro Whatsapp.

– Que dice Sara que te pregunte qué ver en teatro.

– ¿Qué Sara?

– Mi amiga. Te la he presentado.

– ¿A mí?

– Sí, hace meses. Os saludasteis en una cafetería.

– No me acuerdo. No puedo. No la conozco.

– ¡Hazlo!

Odio discutir por Whatsapp. Y más si al otro lado hay un ingeniero cabezota. Me rendí.

- ¿Comedia o drama? ¿Teatro inteligente o pagar por carcajadas?

- Que le recomiendes algo, coj****.

- Vale. Dile que yo voy a ir a ver La respiración y The Gagfather, y que me lo pasé bien en El nombre.

Y me callé, claro, lo que no me había gustado.

***

Aún no me he atrevido a preguntar por la tal Sara pero puedo prometer y prometo que hay que ver La respiración, como todo lo que hace Sanzol, siempre inquietante e inteligente; que el microclima del Alfil es mágico, con Gagfather o con cualquiera de sus obras (la gente apaga el móvil y enciende la felicidad); que también he visto a Lolita desnudándose en La plaza del Diamante y me quito el sombrero ante su coraje (gracias por las entradas, M.; gracias por la compañía, R.).

Pero, así, en general y sin conoceros a Sara ni a vosotros, quiero recomendar un tesoro que mi hermano me recomendó a mí: 40 años de paz, escrita y dirigida por Pablo Remón en el Teatro del Barrio; una obra que es extraordinaria en su talento, en su originalidad y en su empatía.

***

Dicho esto, y volviendo a mis amigos, por favor, preguntadme sólo por libros, que lo del teatro me es complicado: a mí el teatro me exige esfuerzo. Por eso yo voy siempre con gente a la que admiro y lo paso mal y me detengo (en los textos, y en las dudas, y en las escenografías, y en lo que no sé si son logros deliberados o errores de cálculo, y…). Y, siempre, cuando me disparan un momento amargo, alguien se ríe.

Big miedos

Quizá es por lo que explicaba Judd Appatow del cine frente a las series en streaming: “En una película tratas de dejar al público en un punto determinado en el que creen que lo han pasado bien; (…) con ganas de decir a otros que vayan a verla”. Quizá hay gente que va al teatro a reír y yo no lo consigo. Pero me alegro: a mí el teatro me cuesta, me duele, me escuece, me estira y me hace crecer, porque cuando el teatro es bueno es sencillamente excepcional.

O sea, otra vez: 40 años de paz.

* La soberbia, en este caso, es la del autor, que se inventa cartas de Salinger y lo justifica con el rollo de que es “faction” (fiction sobre los facts, ficción sobre los hechos). Salinger debía de estar lleno de defectos, no lo dudo; pero nos dejó a Holden Caulfield y eso, la verdad, es suficiente para evitar que nadie hable por él.“faction” (fiction sobre los facts, ficción sobre los hechos)Salinger

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