Verso libre

Necesitamos un domingo de resurrección

La primavera empieza a apoderarse del jardín. El sol se apoya sobre los muros y abre poco a poco las flores. Se agradece un día así para terminar las vacaciones de Semana Santa. Parece que la luz se cuela por las cerraduras del porvenir y por las grietas del pensamiento para legitimar un nuevo y confiado sentido de la existencia. La piel pide una tregua de esperanza. Que así sea.

Mi manera de ser me ha excluido de las devociones de la Semana Santa. Sé que hay gente que tiene fe en Cristo, en la utilidad de su sacrificio y en su resurrección. Aunque el amor de Cristo me parece mucho más respetable que el oro del César y de los obispos, nunca he dudado de que la muerte es una canallada insalvable y de que no hay muerto que resucite.

Ni siquiera comparto la devoción por la Semana Santa de muchos amigos descreídos. Que si es un acontecimiento popular, que si es una emoción cultural en Andalucía, que si no hace falta creer, que si hay una cara oculta de sensualidad nocturna… Lo siento, también en esto soy de la Sevilla de Antonio Machado y Luis Cernuda. No me gustan los crucificados, la exaltación del dolor, y puestos a pensar en Cristo me identifico más con el ser humano que anduvo sobre el mar y expulsó a los mercaderes del Templo que con el agonizante del madero.

Pero hoy debo admitir que la luz de primavera en el jardín me sugiere que necesito un domingo de resurrección. ¿Es posible la esperanza para los que no tienen fe? ¿Es posible, por lo menos, vivir como si se tuviera esperanza? Vivir, como escribió el poeta Ángel González, sin esperanza, pero con convencimiento. Pensando en él me atrevo a preparar mi equipaje para salir del jardín, o del paréntesis de la Semana Santa, y volver a la realidad. Soy una parte más de la naturaleza que intuye el mes de abril. Rezo mi Credo:

1. Creo que en España se puede configurar un gobierno de izquierdas.

2. Creo que Europa puede cambiar de rumbo y convertirse en una comunidad democrática convencida de que la igualdad y los amparos públicos son la mejor garantía de la convivencia pacífica.

3. Creo en una política internacional no marcada por los fabricantes de armas y dispuesta a generar situaciones de justicia social en el mundo.

4. Creo en el respeto a los derechos dumanos.

Llegados a este punto, me veo obligado a aceptar ante el espejo que mi Credo tiene mucho más que ver con la Razón que con la Fe. La razón indica que si queremos dignificar la vida laboral y salvar la Sanidad y la Educación públicas es necesario cortar la dinámica de degradaciones impulsadas por la derecha. Lo verdaderamente irracional es llamarle recuperación económica a un proceso basado en la desigualdad, la miseria y los trabajos humillantes. Lo irracional, en España y en Europa, es que las élites económicas piensen que pueden aumentar de forma desmedida sus beneficios sin que el malestar de la gente provoque movimientos totalitarios y graves fracturas de convivencia. Lo irracional es pensar que el imperialismo occidental puede jugar con bombas, pobrezas y dictadores sin generar sentimientos de venganza y fundamentalismos religiosos. ¿Por qué no recuperan un poco su razón los poderosos?

En mi Credo razonable el poder debe estar en manos de los políticos, así que empiezo por desear una política con la razón y los sentimientos de fraternidad recuperados. ¿Es posible un gobierno que sea partidario de leyes laborales más justas? Me respondo que sí. ¿Es posible un gobierno que no se someta a los que quieren convertir la Sanidad y la Educación en un negocio, tratando a los seres humanos como mercancías? Me respondo que sí. Junto a Portugal y Grecia, es posible remar en este sentido desde el Sur de Europa. Los cuerpos no resucitan una vez muertos. Los valores y la dignidad humana sí han resucitado en muchas ocasiones. ¿Pueden los socialdemócratas llegar a convencerse de que incluso las élites más inteligentes necesitan ahora que se atrevan a recuperar sus orígenes?

Vargas Llosa y el impudor

España y Europa dan mucho miedo. Después de la Segunda Guerra Mundial, el poder de la Unión Soviética hizo temer a los Estados Unidos y a las democracias burguesas una extensión del comunismo por el viejo continente. Además de las tramas de espionaje y de la carrera armamentística propias de la Guerra Fría, se pensó en la necesidad de un bienestar social que equilibrase la libertad económica con los amparos públicos y una distribución económica más justa. Se empezó por tomarse en serio los salarios, porque no hay factor más justo de distribución económica que un salario decente.

El fantasma del comunismo ya no da miedo, la Unión Soviética no existe. Pero vivimos un mundo que aterra, una Europa y una España que aterran. ¿De verdad queremos esta dinámica de degradación ética, laboral y económica para nuestros hijos y nuestras nietas, o para nuestros nietos y nuestras hijas? Aunque la Conferencia Episcopal sea insensible a la igualdad, García Lorca afirmó que Cristo puede dar agua todavía. Aunque sepamos que los grandes medios de comunicación y los partidos políticos están muy presionados por las élites económicas, muchas personas necesitamos pensar que la política puede dar agua todavía. El deseo, el acto de intentarlo es ahora más significativo y más luminoso que las dificultades posteriores.

Necesitamos un domingo de resurrección no para que los muertos regresen al mundo de los vivos, sino para que los vivos no den por muerto su mundo. Es lo razonable.

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