Desde la casa roja

Estos lodos

Cuando paso por delante de la cafetería HD de la calle Guzmán el Bueno de Madrid, barrio de Chamberí, me asalta en la memoria aquella grabación de 2017 en la que Pedro Sánchez, sentado a una de sus mesas vintage, camisa vaquera y mirada de aplomo, gesto de hijo del mismo sistema que nosotros, dijo: “No supe entender la cantidad de gente que quiere renovar la política y que hay detrás de Pablo Iglesias”. También dijo que determinados medios progresistas le habían dicho que si hubiera un acuerdo entre PSOE y Podemos, lo criticarían e irían en contra.

Pero aquel programa de televisión, aquel Salvados donde no se nos dijo nada tan brutalmente nuevo como para revolvernos en el sofá como nos revolvimos, tuvo lugar mucho antes de este decepcionante verano y su aún más decepcionante equinoccio. Antes de que le viésemos las orejas a algún lobo feroz: la ultraderecha eran cosas que solo le pasaban a Europa. Sánchez no tenía entonces nada que perder y parecía que el todo por ganar era solamente un espejismo privado. Aquello fue un par de escasos años antes del “Haz que pase” y del “Con Rivera, no”. Pero, sobre todo, se grabó antes de que Sánchez se inclinara cada día más a formar parte de ese mismo sistema que señalaba ajeno a los intereses de los ciudadanos y del que levantaba los bajos de su velo un domingo de hace dos noviembres.

Termino de escribir esta columna cuando se acaba de saber el resultado de las llamadas, las reuniones, los encuentros, apretones de manos, las mediaciones y hasta las cartas que ayer se enviaron in extremis (ese “Señor Rivera” sustituido por un “Estimado Albert” a bolígrafo) y a la desesperada. Y aunque de aquí hubiera salido una posibilidad de debate de investidura, nadie nos va a quitar a buena parte de los ciudadanos esta sensación de pérdida tras un bloqueo político que ha durado casi todo un trimestre, sometiendo a la inestabilidad a un país que no está para graves agitaciones.

Un periodo baldío que ha resultado del desentendimiento de unos líderes políticos que, uno a uno, han dado la espalda a la gente que representan. Y es esa actitud desmemoriada un síndrome muy común de los gobernantes grandes y pequeños y que no se iba a sanar con unos acuerdos y abstenciones rápidos y a última hora.

Hacía falta un poco mirada. Y ellos no la han tenido. Por qué.

Hace cinco meses, 12 millones de personas vieron la posibilidad de que un Gobierno de izquierdas pudiera darse en un país donde casi siempre son las derechas las que llegan a plácidos acuerdos. Si se tiran los trastos, será en su casa, porque a la hora de firmar, lo hacen en armonía. Qué quieren, tuvimos cierta ilusión porque parecía que esos políticos a los que habíamos votado, a los que muchos votamos contra el miedo, iban a tener ganas de progreso y de futuro y que, sobre todo, no iban a permitir ponernos contra las cuerdas de otras elecciones teniendo como tenemos a una derecha desesperada por reocupar el poder inoculando amnesia. Pensé, pero evidentemente pienso mal, que jamás permitirían nuevos comicios teniendo al fondo del hemiciclo a una extrema derecha gritona y desacomplejada.

No era el momento de dejarnos solos.

Nadie puede hablarnos ya de regeneración mirándonos a los ojos, de renovación de la política: ni el superviviente Sánchez podrá repetir las consignas que soltó aquella noche en Chamberí; ni Iglesias podrá gritar alegre “que no, que no, que no nos representan”. Menos aún el descentrado Rivera, que llegó para señalar la corrupción y acabó sujetándola con músculo.

Sin dudar que hayan intentado forzar posiciones y se hayan cedido espacios, algunos más que otros, lo cierto es que la situación en la que nos encontramos hoy no es más que un traslado de la responsabilidad política a los ciudadanos para que, de nuevo, resolvamos el papel que ellos irresponsablemente no han sabido firmar. Sin contar campañas, debates, más gasto público: hastío. Cuando las cotas de la abstención suban, ¿bajarán ellos la cabeza?

Aquí fuera, señores políticos, ha llovido una semana entera, el fango ha tirado la puerta de algunas casas y sería buena hora de tener unos gobernantes que trabajen para ayudar a quien lo necesita. Si dejan de mirarse para dentro verán que seguimos aquí, calados hasta los huesos de lodo, que hay quien está esperando un techo, una pared que frene a la tempestad, un pedazo de tierra estable que los saque a flote.

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