El impacto de la pandemia en la primera potencia mundial

El virus se ceba ahora con EEUU y desvela de golpe todos sus puntos débiles

Una estampa insólita que deja el coronavirus en Nueva York: el puente de Queensboro, normalmente de tráfico denso, sin coches.

El demócrata Ned Lamont, exitoso hombre de negocios y gobernador Connecticut, uno de los Estados más ricos de la primera potencia mundial, llamado "The Constitution State" por su papel crucial en la forja nacional, utiliza estos días su cuenta de Twitter para pedir material de primera necesidad. Así están las cosas.

"Hoy recibimos guantes, máscaras, toallitas, desinfectante para manos, batas, termómetros y más", tuitea el gobernador mientras da las gracias a las clínicas dentales y colegios donantes. This is America! Contraste y paradoja en el ADN. La nación de los más de 25 millones de personas sin seguro médico y el mayor gasto sanitario en relación con el PIB del mundo. La tierra de Silicon Valley y los sinhogar, Harvard y el presidente de los "hechos alternativos". El país del Plan Marshall y el New Deal, pero también de la pena de muerte y los 300 millones de armas. Ahora el sistema y los valores de Estados Unidos, metido desde 2016 en la espiral nacionalista y divisiva del trumpismo, encaran el exahustivo examen del coronavirus, que ya ha contagiado a más personas allí que en ningún otro país del mundo.

El desafío exige una respuesta colectiva, o al menos coordinada, al país individualista por antonomasia. EEUU lo afronta en una posición de objetiva vulnerabilidad. La crisis, con todas las características para exponer las debilidades de un sistema basado en la competencia, pilla al país más aislado que nunca desde 1945 y polarizado políticamente. Además, tiene un líder de conducta zigzagueante que ha rozado el negacionismo sobre el problema y deja a los gobernadores, escasos de medios, tomar sus propias decisiones sin una estrategia federal. La Casa Blanca se resiste a impulsar una línea dura de restricciones, aunque junto a los influyentes sectores partidarios del business as usual, reacios a cualquier medida con fuerte impacto económico, también crece la presión sobre el presidente Donald Trump para ser drástico, sobre todo en Nueva York.

Son momentos críticos. Está por ver el impacto de las medidas extraordinarias adoptadas hasta ahora para salvar la economía, basadas en ayudas directas. De fondo, emergen dudas más que razonables sobre la capacidad del sistema sanitario, que aún no ha alcanzado un diagnóstico fidedigno sobre la dimensión del contagio, para dar una respuesta eficaz que anteponga la salud pública a la lógica mercantilista de su modelo. En noviembre, para complicar la ecuación, hay elecciones presidenciales. Y, mientras tanto, se abre paso otro debate, de alcance planetario: ¿Corre peligro EEUU de entrar en decadencia o de ver perder su condición de primera potencia?

El liderazgo

Acostumbrado a la omnipotencia, Estados Unidos, con 330 millones de habitantes, se ve convertido en el país del mundo con más casos confirmados, 117.975 al editarse esta pieza [ver aquí para actualizar], con 2.000 muertos. A unos 160 millones de habitantes se les ha indicado que se queden en casa. La OMS advierte: EEUU será el próximo epicentro de la pandemia.

La crisis sorprende a la gran potencia "con el paso cambiado", en palabras de Diego López Garrido, vicepresidente de la Fundación Alternativas. "Su posición es muy vulnerable. Va a necesitar ayuda, pero Trump se ha alejado de sus aliados naturales, de lo que llamábamos The West. Es un país desubicado, que ha roto con el multilateralismo justo cuando más falta hacía", señala. Y añade: "Ha quedado en evidencia una falta total de estrategia".

La secuencia de errores supera las clásicas excentricidades de Trump. Esta vez la cantidad de oportunidades perdidas permite hablar de fallo sistémico. La pandemia no fue "tomada en serio" cuando dio la cara en China, la escasez de tests ha dejado al país "ciego a la extensión de la crisis" y ahora hay "una terrible escasez de máscaras, equipos de protección y ventiladores", analiza The New York Times. "Esto podría haberse detenido con pruebas y vigilancia mucho antes, por ejemplo cuando se identificaron los primeros casos importados", declara en el mismo artículo Angela Rasmussen, viróloga de la Universidad de Columbia, que se pregunta: "Si estos son los casos confirmados, ¿cuántos faltan todavía?".

Desde Connecticut, el Estado del gobernador Lamont, Roger Senserrich observa a una sociedad estadounidense que se resiste a tomar conciencia de la dimensión de la crisis, sobre todo la "tribu" trumpista. "Trump repite que quiere reabrir pronto todo el país. Desde el punto de vista de la salud pública, tener ahí a los republicanos con ese mensaje es un desastre", dice. El politólogo cree que sólo algo de "suerte" está camuflando la "incompetencia" de Trump, porque hay Estados muy poblados con gobernadores demócratas, como California o Nueva York, que están tomando medidas de confinamiento estrictas que permiten al presidente no pagar el coste político de un cierre estricto, con las consecuencias económicas que ello implicaría.

"En Nueva York, California y Washington se ha actuado pronto. Pero hay Estados y ciudades que son una incógnita. En Luisiana no se están cumpliendo las medidas. Michigan, igual. Detroit tiene mala pinta. En Florida hay condados confinados y otros que no... Faltan datos. En Missouri casi no hay pruebas. Es un desbarajuste, porque las medidas las toman los Estados, pero no hay liderazgo federal. El gobierno federal compite con los Estados en las mismas subastas", añade. ¿Es una dejación deliberada de Trump? La respuesta es deprimente: "Trump no piensa a largo plazo. Sólo Twitter, ve lo que dicen la Fox, CNN y la portada de The New York Times y reacciona. Ahora hay comentaristas diciendo que las restricciones llevarán el país al desastre, que lo peor ya ha pasado... Pues él se suma".

Azahara Palomeque, residente en Filadelfia, ve a Trump afrontando el problema "con la misma arrogancia, desprecio e incompetencia de siempre". "Ha eludido la pandemia hasta que alcanzó tales dimensiones que alarmó a los Estados y cayó la bolsa", señala Palomeque, doctora en humanidades por Princeton y autora de Año 9. Crónicas catastróficas en la Era Trump (Ril Editorial, 2020). "Se empieza a notar una alarma social que hasta hace poco no existía, sobre todo en los sectores progresistas. Pero hay Estados republicanos donde no se están tomando medidas. No ayuda que Trump siga repitiendo que todo debería volver a la normalidad para Semana Santa. El presidente aviva un relato negacionista y pro-economía con el que mucha gente comulga".

La geopolítica

Félix Arteaga, investigador principal de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano, observa cómo Estados Unidos adopta una actitud "introspectiva" y es "incapaz de liderar la respuesta global" la crisis, algo "realmente desestabilizador para la percepción del orden mundial". Esto, en paralelo al paso adelante de China, supone una "deslegitimación de EEUU como actor internacional", algo negativo, recalca Arteaga, porque se trata, a diferencia de China, de un Estado democrático. "Ahora se ve con claridad cómo toda su política aislacioinista y de guerra tarifaria y comercial era un suicidio. En el mercado internacional por conseguir mascarillas, el que ejerce de árbitro es China", añade López Garrido.

Fernando Arancón, director de El Orden Mundial , se muestra escéptico sobre la posibilidad de que la crisis del coronavirus precipite "un cambio estructural". Las dinámicas internacionales son "barcos gigantescos" que tardan muchas millas en frenar, dice. No cree, incluso si se ve obligado a disparar su gasto público, que Estados Unidos recorte en Defensa, con lo que el impacto en los conflictos internacionales abiertos será limitado. Lo que sí ve previsible es un giro más proteccionista de la industria local estadounidense, con las urnas en la mente de Trump.

Pero, matiza Arancón, todo dependerá de con qué éxito se libre la batalla sanitaria.

La sanidad

El epidemiólogo Usama Bilal, profesor de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad de Drexel (Filadelfia), describe un panorama sanitario difícil, tanto por el sistema de salud pública –prevención– como por el sanitario –tratamiento–. "Hay que evitar las infecciones y tratarlas. Para ambas cosas, habrá problemas. Para la detección, no hay suficientes tests, ni protección para sanitarios. Sin ese aislamiento, la diseminación será mayor", expone. Y eso es sólo un frente. Hay otro: "Hay millones de personas sin documentación que no pueden permitirse quedarse sin casa por la inseguridad laboral. Y también hay mucha precariedad entre los trabajadores documentados. Aunque el mensaje es que no hace falta seguro para que te hagan un test, la gente sin documentación tiene miedo a ir a un centro sanitario, como es obvio. Toda la relación entre la población y el sistema sanitario está monetarizada y eso es difícil de cambiar. Eso, aparte de que no hay tests suficientes y sólo se están haciendo a sanitarios y mayores de 50".

No suena bien, desde luego. Y la gestión política está fallando. "En Estados Unidos los Estados tienen mucho poder. Algunos están tomando medidas pronto, pero otros no. Eso es un problema, porque aquí es imprescindible una acción coordinada, o lo que haga un Estado puede no valer nada si el de al lado no lo hace", explica. Bilal ve paralizado al gobierno federal. "El director del Centro de Control y Prevención de Enfermedades lleva semanas sin salir. Además, ha habido recortes en los departamentos de salud estatales y locales, a los que ahora se les pide una reacción rápida". Parece que no hay duda: vienen curvas.

"Estados Unidos tiene una especie de dualidad a la hora de enfrentarse al virus", expone Arancón. Lo explica: "Por una parte, tiene muchos recursos diplomáticos, militares y científicos. Puede sacar a la Guardia Nacional y desplegar una logística brutal para mover medicamentos. Pero, al mismo tiempo, le falta una sanidad pública que coordine la atención. Mucha gente con síntomas se va a quedar en casa rezando. Eso genera mucha indefensión y agrava los problemas". Arteaga, del Instituto Elcano, también señala que Estados Unidos tiene una "gran base científica" y un sector sanitario público y privado muy poderoso. A pesar de ello, indica, los "primeros síntomas" de su forma de encarar el problema recuerdan a los peores vistos en Europa. "Desbordamiento, falta de stock, falta de previsión", explica.

Palomeque, que ha descrito en su artículo La pesadilla sanitaria estadounidense cómo el sistema subordina allí sin miramientos la salud al beneficio, observa ya cómo se tensionan las costuras. "En Nueva York la sanidad está colapsada y falta de recursos. El Centro de Control y Prevención de Enfermedades ya ha publicado en su web recomendaciones para hacer mascarillas caseras; es decir, existe un reconocimiento oficial de la falta de material", señala. El problema no es sólo –añade– que haya más de 27 millones de no asegurados, más 11 millones de inmigrantes indocumentados y varios millones de personas más con seguro pero sin bolsillo para costearse gastos médicos, es que además "la sanidad está descentralizada y cada hospital y cada clínica es una corporación en sí, o parte de conglomerado". "Hay decenas de compañías de seguros, cada una con sus propias pólizas. Hay diferentes regulaciones sanitarias dependiendo de los Estados. Esto implica una dificultad añadida a la hora de hacer frente a la pandemia: se multiplica la burocracia y predomina la descoordinación. Va a ser una tragedia, y todavía no hemos alcanzado el pico de contagios", pronostica.

Palomeque prevé "una avalancha de enfermos y muertos hasta niveles estratosféricos, porque el grado de desprotección social es muy alto". "El Estado del bienestar, tal como se entiende en Europa, no existe; no hay sanidad universal, ni derechos laborales básicos como bajas por enfermedad, la prestación de desempleo es mínima y no cualquiera la puede pedir... Esto deja a buena parte de la población vulnerable ante el virus, lo que aumentará el número de contagios. Por ponerte un ejemplo: la gente irá a trabajar aunque esté enferma por miedo al despido".

¿Puede mover la crisis a una reflexión de la propia sociedad sobre los fallos de su sistema? "Lo dudo mucho", responde Palomeque. Con excepciones, que la escritora sitúa en la órbita de lo que representa Bernie Sanders, "los americanos tienen muy asumido que cada quien tiene lo que se merece e incluso aquellos que sufren una mayor desprotección social suelen pensar que deberían haberse esforzado más por salir de la miseria y tener acceso a servicios privados, sean escuelas, seguro médico o un plan de pensiones".

No prevé Palomeque una "ruptura social" por la crisis. Pero por una sola razón: dicha "ruptura" ya existe "en forma de segregación racial y económica". "En cuanto a un revuelta social, no creo que se dé". Más bien pronostica una prolongación del escenario actual: "Una serie de luchas internas dentro del gobierno, y de este con los Estados y los municipios, en la implementación de medidas de contención del virus y que, debido a eso, este se siga propagando a la vez que se satura la infraestructura sanitaria. A nivel individual, el compromiso cívico de los americanos pasa por la filantropía: habrá más donaciones para que la gente pueda pagar las facturas médicas, pero no protestas, al menos no masivas".

La economía

El trumpismo, ese fenómeno anclado en la polarización, el individualismo y el nacionalismo, sigue a lo suyo. Y su líder está en modo "electoralismo puro", en palabras de Senserrich. Coincide Fernando Arancón (El Orden Mundial), que vincula la resistencia de Trump a impulsar limitaciones con el rechazo a perder su mayor baza para la reelección: la economía. "Estados Unidos ha crecido a cifras magníficas. El desempleo estaba en mínimos históricos. Eran unas buenas credenciales para presentarse, aunque crece desde 2009, con Obama", señala. "Lo que intenta Trump –añade– es que la economía no se pare. Si el precio es dejar a mucha gente desatendida, bueno, es algo estructural en el sistema que haya gente que no pueda pagarse la asistencia. Es más práctico primar la economía. En cambio, si coordina con los Estados un lockdown, pasa de crecer al 3 al 1. Y no se lo puede permitir electoralmente". Arancón da también una clave sociológica: el confinamiento puede ser "muy mal recibido" en un sector significativo de sus bases. "Un urbanita demócrata lo acepta, pero hay republicanos que van a decir: '¿Que a mí me va a mandar a mi casa el Estado?'".

Arancón cree que Trump espera a que sean los gobernadores los que asuman todo el coste político de las medidas más duras. El problema es que hay gobernadores tan trumpistas como Trump. Y al presidente le siguen llegando susurros, tanto de los creadores de opinión conservadores como del big money, con un mensaje claro: cerrar la economía puede matar a más gente que el coronavirus. Está por ver que el líder erigido sobre el lema "Make America Great Again" se atreva a parar máquinas. El mundo contiene la respiración a la espera de sus próximos movimientos. Estados Unidos es importador neto y un bajón en su economía afectaría sobremanera a la economía global. Es decir, un bajón fuerte. Porque la caída ya está en marcha.

Más de 3 millones de trabajadores presentaron solicitudes de ayuda por desempleo la semana pasada, cuatro veces más que el récord histórico de 1982. "La punta del iceberg", calcula el epidemiólogo español Usama Bilal. El secretario del Tesoro, Steven Munchin, ha alertado de que el virus podría llevar al más del 20% de paro. El presidente de la Reserva Federal de St. Louis, James Bullard, ha elevado la previsión al 30%. No obstante, los pronósticos negros aún ocupan menos espacio en los medios que el pimpampum de Trump con los gobernadores demócratas, que lo acusan de favorecer deslealmente a los Estados republicanos.

¿Está preparado el país para un posible parón? Azahara Palomeque cree que no: "En un país donde las prestaciones sociales son escasas, el trabajo constituye el único medio para sobrevivir. Lo que en otros países se consideran derechos, como la sanidad, aquí está a menudo asociado al empleo. Muchas empresas pagan parte del seguro médico a sus empleados. Eso sin olvidar que necesitas el sueldo para afrontar facturas médicas". El trabajo también determina el acceso a otros servicios de pago donde lo público está tan minado: la educación, un plan de pensiones... "Y, por supuesto, casa, comida (que es carísima), gasolina, electricidad", explica la escritora, que ofrece otra clave de orden psicológico: "En Estados Unidos el trabajo tiene un componente identitario muy fuerte, relacionado con la competitividad, pero que va más allá: tu empleo determina quién eres, tu círculo social, cómo te vistes y cómo hablas. ¿Quién soy ahora que me han despedido? Si casi no hay redes comunitarias, si no conoces a tus vecinos... De todas formas, hay excepciones: las clases más bajas y las comunidades inmigrantes no suelen mostrar ese apego al trabajo como religión; para ellos es una forma de subsistir".

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Las elecciones

Hay elecciones el 3 de noviembre. Trump contra Joe Biden u otro candidato demócrata. ¿Marcará el coronavirus el año electoral? Probablemente, pero seamos prudentes, dice Senserrich. "Si me hubieras dicho hace unos meses que el Senado iba a apoyar un paquete multimillonario [2 billones de dólares] con apoyo de los republicanos, te hubiera dicho que estás loco. Las cosas cambian muy rápido", señala. Además, advierte contra la impresión de que el caso vaya a perjudicar a Trump sí o sí por su imprevisión. El presidente, de hecho, ya ha acudido a clásicos de su modus operandi: hablar de fronteras, exacerbar la pasión nacional, polarizar políticamente, cargar contra China... "Puede agravarse ligeramente la polarización política, pero no creo que eso determine el resultado de las elecciones. Si Trump logra satisfacer a sus bases electorales a partir de estímulos económicos –aunque sean cheques puntuales– saldrá reelegido", pronostica Palomeque.

El debate sobre la decadencia de Estados Unidos y el ascenso chino está presente en los medios más serios, pero estos no son los más populares. "En general los medios aquí son muy insulares. Hay mucha distracción en el debate. Apenas se habla del vacío que ha dejado Estados Unidos en el mundo", expone Senserrich. Estados Unidos, a juicio de Palomeque, ya es de facto un país decadente "en muchos aspectos". "Más de 27 millones no tienen seguro médico, no hay derechos laborales regulados a nivel federal, la mitad de la población tiene problemas para llegar a fin de mes o vive directamente en la pobreza, hay cientos de tiroteos masivos al año... Seguirá siendo una potencia en términos macroeconómicos y militares, pero la desigualdad social que ya arrastra se va a exacerbar y probablemente se visibilice más de cara al extranjero a raíz de la pandemia", señala.

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