Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
Conversaciones
Recordamos viajes, historias de amor, un primer beso, días de celebración, acontecimientos políticos, la tarde de una mala noticia, entierros… Recordamos también conversaciones, porque una conversación puede ser un acontecimiento. Recibo por wasap una foto de 1937 en la que aparece mi padre con su madre y sus hermanos. Lo veo al principio de su adolescencia, y recuerdo la mía, y recuerdo dos conversaciones que tuvo conmigo en los veranos de 1968 y 1974.
En un claro del bosque, en Burgos, mi abuela Irene posa delante de la cámara con sus 6 hijos. Está vestida de negro, quizá porque ya se ha quedado viuda o quizás porque era costumbre que las mujeres en aquella época vistieran así. ¿En qué año nació? No sé, sobre 1875. Como sólo vi a mi abuela siendo muy niño, me sorprende reconocer en su rostro muchas de las facciones de mi padre. Tengo pocos recuerdos de ella. Ahora me viene a la memoria una anécdota que repetía mi madre para recordar lo desconsiderada que había sido en una de las visitas que hicimos a Burgos. Tenía yo dos años, se quedó a mi cuidado mientras mis padres salían a pasear, y al volver me encontraron chupando la llave grande y oxidada de la casa en la calle Hospital de los Ciegos. Te pudiste intoxicar, repetía mi madre al contar esa anécdota.
Mi posible intoxicación y la tarde en la que recibimos la noticia de que se estaba muriendo son mis recuerdos más claros de ella. Al volver de Burgos, mi padre justificó 2 multas por las prisas de llegar al entierro. Se ponía sentimental al contarnos que le hubiese gustado ver a su madre antes de morir.
Mi padre era autoritario y sentimental. Ahora me conmueve ver el parecido de su rostro con el de su madre. Las conversaciones paternas que recuerdo tienen que ver con un deseo extraño de explicarme por qué no era partidario de que yo hiciese algo que no me quería prohibir. Tu decidirás, me dijo después de darme su opinión. La conversación de 1968 se dio cuando conté en casa que me iba a apuntar a la OJE, la organización juvenil que en 1960 había fundado la Secretaría General del Movimiento. Mis amigos del barrio salían de excursión, subían a la montaña, dormían en tiendas de campaña, vestían de uniforme. A mi padre, militar, todo aquello le sonaba a manipulación falangista, y me explicó por qué no quería que a su hijo le comieran la cabeza con ideas falangistas mientras lo sacaban de paseo.
Mi padre era muy conservador, militar franquista, pero siempre mantuvo una relación estrecha con un hijo mayor que se le fue haciendo a lo largo de los años estudiante antifranquista, militante comunista y finalmente intelectual socialdemócrata
La conversación de 1974 tuvo lugar después de unos ejercicios espirituales en los que un sacerdote me convenció de que los ricos no iban a entrar en el reino de los cielos. Quise irme a terminar el bachillerato a Sevilla, a un piso de curas obreros. Entonces mi padre me invitó a un largo paseo en coche por la carretera de Málaga y me convenció de que esperase a acabar mis estudios para tomar las decisiones que iban a marcar mi vida.
Cuando murió mi abuelo Manolo, mi abuela llevó a mi padre a un internado para huérfanos de militares. Allí acabó el bachillerato, después estudió en las Academias de Toledo y Zaragoza. Tuvo su primer destino como teniente en Jaca, donde se especializó en alta montaña. A mitad de los años 50 fue destinado a Granada. Su uniforme de entonces era blanco y llevaba los esquís cruzados en la espalda. Es verdad lo que contaba mi madre, me lo confirman las fotos: se parecía mucho a Gregory Peck. Sé que tienes un novio, le dijo a mi madre, pero te conviene dejarlo pronto, porque no sé si sabes que te vas a casar conmigo. Y así fue. Tuvieron 6 hijos, se quisieron mucho, aunque no siempre se llevaron bien.
Mi padre era muy conservador, militar franquista, pero siempre mantuvo una relación estrecha con un hijo mayor que se le fue haciendo a lo largo de los años estudiante antifranquista, militante comunista y finalmente intelectual socialdemócrata. Después de enfadarse conmigo, me defendía delante de cualquiera. Mi madre mantenía que sus excesos autoritarios y sentimentales tenían que ver con su adolescencia huérfana. Es que se lo quitaron de encima, afirmaba, y lo metieron en un colegio de huérfanos. Eso fue para que no chupara las llaves oxidadas, respondía yo.
Ahora me emociona ver el rostro de mi padre y de mi abuela juntos. Tienen el mismo gesto de soledad y de necesidad de amor. Por eso las conversaciones son a veces un acontecimiento. Y la tranquilidad veraniega ayuda a conversar. Los hijos, esos parientes lejanos.
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