Orient XXI
La catástrofe monetaria de Siria y del Líbano agrava su crisis económica y social
Las causas del doble derrumbe de la libra libanesa (LL) y siria (LS) son múltiples: agotamiento de las fuentes de ingresos, múltiples y colosales déficits públicos, ausencia de gobernanza –incluso de gobierno–, corrupción endémica y políticos nihilistas, en un contexto de inestabilidad y de conflictos regionales. Ambos países tienen sistemas políticos y económicos divergentes. El del Líbano es ultraliberal, está corrompido hasta la médula y desde luego, es prooccidental. El de Siria es más planificado, con un cierto giro liberal –y una dosis de corrupción– durante las últimas décadas, antes que la guerra desatada en 2011 destruyera todo a su paso.
Esa guerra de diez años dejó fracturas profundas, imposibles de llenar sin una gigantesca ayuda internacional, y que escasea debido a las sanciones financieras y económicas de Occidente. Los dirigentes sirios –la misma familia autocrática que ocupa el poder desde hace medio siglo– redujeron a la nada las esperanzas de una vida mejor.
Pero aunque el Líbano y Siria hayan tomado caminos diferentes, comparten numerosos puntos en común. Muchas familias libanesas tienen parientes sirios, y viceversa. Varias familias sirias contribuyeron al desarrollo en el Líbano de un sector bancario que durante mucho tiempo fue próspero, y en el sector industrial se han tejido relaciones dinámicas. Al comienzo de la década de 2000, algunos bancos libaneses tomaron participación o crearon filiales en Siria, donde se gestaba una tímida liberalización del sector financiero.
Ni contigo ni sin ti
También cabe recordar que ambos países compartieron la misma moneda hasta el 24 de enero de 1948, cuando el Líbano creó su propia divisa luego de su independencia y de disolver cualquier relación jurídica con la potencia mandataria francesa y con Siria. En 1950, Siria suprimió a su vez la unión aduanera entre ambos países.
Desde octubre de 2019, la libra libanesa en el mercado oficial, que como garantía de estabilidad está atada al dólar (a una tasa de 1.507 libras por dólar), no deja de hundirse a niveles abismales en los mercados paralelos. Su depreciación alcanza actualmente el 90%, con una tasa de cambio en el mercado informal que roza las 15.000 libras por dólar (contra 9.800 en julio de 2020). Nadie sabe cuándo se detendrá la caída, mientras el país está sin gobierno desde el mes de agosto, cuando una explosión en el puerto de Beirut destruyó un barrio entero de la capital y provocó la renuncia de un gobierno encargado de iniciar reformas.
“Con estos responsables políticos insensibles, tenemos la sensación de estar en contacto con un peñasco inmenso o un muro de acero”, señala con amargura Jad Tabet, figura de la sociedad civil y secretario general del Sindicato de Ingenieros y Arquitectos. Los bancos, que fueron la joya y el motor de la economía antes de 2018, están al borde de la quiebra y prohíben en completa ilegalidad el retiro de dólares de las cuentas bancarias, salvo a cuentagotas y a una tasa desventajosa. En una economía ampliamente “dolarizada” y dependiente de las importaciones, los comerciantes sufren, y las quiebras y el desempleo se multiplican.
En este contexto, el primer ministro saliente, Hasán Diab, advirtió que las reservas del Banco del Líbano (BDL) no permitían financiar todos los subsidios (trigo, combustible, medicamentos, material médico y productos alimenticios) más allá del mes de junio.
“Vivir en una ilusión”
¿Dificultades o quiebra? Lo más sorprendente es que los bancos libaneses nadaban en ingresos gracias a los depósitos de los libaneses mismos, de los expatriados, de las monarquías del Golfo y de Siria. Para ese país, el Líbano era a la vez una válvula de seguridad, un refugio y un lugar desde el cual industriales y comerciantes podían efectuar sus operaciones aprovechando atractivas tasas de interés hasta el año 2019. Todo parecía ir viento en popa antes del naufragio, y las pérdidas de ingresos acumuladas del Estado libanés y la incapacidad de las autoridades monetarias para equilibrar el déficit abismal de la balanza de pagos resultó ser el principal factor de la crisis. Ya no ingresaban más divisas, mientras países como Arabia Saudita se resistían a colocar sus excedentes en el país.
De hecho, el BDL alentaba a los bancos locales a aumentar sus tasas de interés para equilibrar los déficits de los servicios públicos, que acumulaban montañas de deudas (60.000 millones de dólares, o 49.000 millones de euros, solo en el sector de la electricidad). Las alertas de los expertos y de las instituciones internacionales sobre la situación, que pasó a ser insostenible (el porcentaje de deuda sobre PIB rozaba el 180% desde hacía años), no surtieron ningún efecto, ya que a corto plazo nada es más tranquilizador que la ceguera.
Así, unos meses después de las protestas del otoño boreal de 2019 y las medidas draconianas de los bancos, que penalizaban a sus depositantes limitando el acceso a sus cuentas, el primer ministro Hasán Diab anunció el 7 de marzo de 2020 que por primera vez en su historia, el país se declaraba insolvente sobre una parte de su deuda pública (eurobonos vencidos por 1.200 millones de dólares o 999 millones de euros). De esa manera, enviaba una señal muy negativa a los mercados financieros. “Los libaneses vivieron en la ilusión de que todo estaba bien, mientras el Líbano se ahogaba en un océano de deudas”, agregó el primer ministro.
El mismo mes, el Estado libanés declaraba su insolvencia sobre el conjunto de su deuda en divisas extranjeras: 35.800 millones de dólares (32.000 millones de euros) sobre una deuda total de 95.500 millones (79.000 millones de euros) para fines de noviembre de 2020.
Quienes aconsejaban más prudencia no fueron escuchados. El barco se estaba inundando y a bordo reinaba el pánico. En julio de 2020, Alain Bifani, ex director general de finanzas, afirmaba que a pesar de las rigurosas restricciones y de la prohibición de transferencias de capitales, desde octubre de 2019 se habían fugado del país cerca de 6.000 millones de dólares (5.000 millones de euros)
Se necesitaban culpables. El gobernador del BDL, Riad Salameh, y los banqueros fueron designados como responsables de un sistema viciado y vicioso que solo podía perdurar con tasas irreales aplicadas a clientes embaucados y en muchos casos sin otra fuente de ingresos en un país casi paralizado.
Adulado, luego despreciado
Hoy la confianza se evaporó. Coronado de gloria hasta ayer mismo por los círculos financieros internacionales, que le atribuían la mejor nota como director del banco central por su gestión, Riad Salameh –acusado de haber implementado un esquema Ponzi, una construcción financiera fraudulenta– ahora es señalado por su desempeño “calamitoso”, aunque sus errores también deben los comparten los políticos y el sistema que él ayudó a construir.
La justicia libanesa acaba de abrir una investigación preliminar con la mira puesta en transferencias de fondos ilegales de parte del gobernador del banco hacia Suiza, a pedido de la justicia helvética. Riad Salameh –que durante mucho tiempo fue el banquero de negocios personal de Rafiq Hariri, ex primer ministro y empresario en la época en que trabajaba en el banco de inversiones norteamericano Merrill Lynch– desmintió cualquier falta profesional.
En paralelo, considerándose perjudicados, numerosos depositantes iniciaron procesos judiciales contra bancos libaneses por su actuación y contra el BDL, considerado durante mucho tiempo como una fortaleza intocable, una especie de Estado dentro del Estado.
¿Existe algún rayo de luz en este cielo oscuro donde las tormentas se suceden día tras día? “El Líbano padece una depresión económica severa y prolongada”, escribe el Banco Mundial en un estudio publicado a comienzos de abril, con un PIB real en retroceso desde hace tres años y una inflación que alcanzó el 84,3%, mientras el 55% de la población vive bajo la línea de pobreza según la Comisión Económica y Social de Naciones Unidas para Asia Occidental. “El Líbano está amenazado por un colapso total y peligroso […], sin equivalente con lo que pasó en Grecia, Venezuela o Argentina”, advirtió por su parte el experto libanés Paul Salem, presidente del Middle East Institute, con sede en Washington, en una entrevista con una radio libanesa el 11 de abril, mientras se realizaban reuniones con el FMI, el Banco Mundial y responsables de la nueva administración estadounidense. El experto agregó que el gobierno de Biden había tomado conciencia de esos peligros y estaría dispuesto a actuar con sus socios. “Se necesita con suma urgencia prevenir una explosión financiera y social, en coordinación con el FMI. La comunidad internacional está preocupada”, señaló Salem.
Siria, en un callejón sin salida monetario
¿Una perspectiva de salida de la crisis en el Líbano tendría efectos positivos, aunque sean limitados, en Siria? También la libra siria cae a sus valores más bajos de la historia. Paradójicamente, el calvario comenzó con el final oficial de los combates, en 2018-2019. Golpeada por la crisis en el Líbano, la libra siria cayó a principios de diciembre de 2019 en el mercado negro a 1.000 libras por dólar, mientras que la tasa oficial publicada en el sitio web del Banco Central de Siria era de 434 libras. Incluso en los años negros de la guerra, la libra nunca había caído a niveles tan bajos en el mercado paralelo.
De hecho, miles de millones de dólares de los depositantes sirios de repente fueron bloqueados por los bancos libaneses, generando una escasez de dólares en el mercado sirio y provocando la caída de la libra siria. Sin olvidar el hecho de que el monto de los depósitos sirios colocados en bancos libaneses se estima en varios miles de millones de dólares. El propio Bashar al-Ásad aventuró la cifra de 40.000 millones de dólares (33.000 millones de euros), aunque probablemente la cifra real es muy inferior.
Sea como sea, a comienzos de abril de este año, la libra se negociaba en el mercado informal a 3.700 LS por dólar, luego de que el 17 de marzo tocara el piso de 4.700 LS, es decir, cuatro veces menos que hace dos años. Los círculos de negocios sirios se acostumbraron a los sobresaltos de su divisa y lo atribuyen a manipulaciones. ¿El presidente Bashar al-Ásad no habrá pedido la renuncia el martes 13 de abril, al comienzo del ramadán, del gobernador del Banco Central, Hazem Karful, para calmar las aguas? “¿Una farsa o una pantalla de humo más?”, se preguntaba un comerciante de Damasco, mientras el desempleo aumenta, la escasez de combustibles se prologa y los precios están por las nubes en todas partes.
¿Era el momento justo?, se preguntan otros observadores. Porque al-Ásad está en plena preparación de su reelección, prevista para el 26 de mayo. Lo cierto es que el despido no tiene mucho sentido en un país devastado, con una oposición aplastada, miles de prisioneros aún encarcelados, una epidemia de covid que sigue causando estragos, y atentados y ataques de islamistas indómitos que volvieron a atacar al ejército. Y una población totalmente desesperada.
“Ayer un amigo me invitó a comer y la cuenta se elevaba al monto equivalente al salario mensual de un profesor”, relató a OrientXXI un residente de Damasco que pidió conservar el anonimato. Por lo menos algunos pueden comer, aunque sea a un precio exorbitante. Porque a algunas centenas de kilómetros de la capital, en un paisaje apocalíptico, unos 2,8 millones de desplazados de la guerra sirios se amontonan en campos improvisados en la provincia de Idlib, en el noroeste del país, una región otrora próspera y agrícola, hoy bajo el control de un grupo yihadista.
“Nuestro aire es distinto al suyo”
El 24 de marzo se generó una polémica luego de una visita sorpresa a Damasco del ministro de salud libanés, Hamad Hasan. Siria dio su visto bueno para entregar 75 toneladas de oxígeno a los hospitales del Líbano, en particular a los enfermos de covid-19, debido a la escasez en las fábricas libanesas.
“A pesar del aumento de las necesidades de oxígeno para tratar a los pacientes sirios, la respuesta fue positiva […]. Contar con el hermano y amigo [Bashar al-Ásad] en tiempos de crisis es una apuesta ganadora”, declaró Hasán, ministro del movimiento chií Hezbolá del gobierno libanés saliente.
La cantidad de oxígeno disponible en el Líbano apenas es suficiente para un solo día, mientras que las unidades de cuidados intensivos están casi saturadas, con un millar de pacientes utilizando respirador artificial, indicó el ministro. En el Líbano hay dos fábricas que producen oxígeno, y el vicepresidente de una de las fábricas más grandes del país, Khaled Hadla, aseguró que la producción local era insuficiente y que su país importaba una parte de sus necesidades de Siria antes de que Damasco limitara sus exportaciones para abastecer a su proprio mercado.
Farès Souhaid, exdiputado libanés del bando antisirio, reaccionó a través de un tuit dirigido al presidente sirio: “No queremos su oxígeno… Nuestro aire es distinto al suyo”. La reacción enardeció las redes sociales, ya que el tema reaviva las profundas divergencias en el Líbano sobre la pertinencia o no de una normalización de las relaciones con Siria, anhelada por una parte de los libaneses y rechazada por la otra.
Desde el comienzo de la pandemia, en el Líbano se han contabilizado oficialmente 455.381 casos de covid-19 y 6.013 fallecimientos. En Siria, las zonas gubernamentales –aproximadamente dos tercios del territorio– registraron 17.743 casos y poco más de mil muertos, pero en realidad el balance sería muy superior a las cifras oficiales.
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Traducido del francés por Ignacio Mackinze.
Ex periodista de la Agencia France Presse (AFP). Trabajó como jefe de puesto en Beirut y Rabat, así como en los departamentos económico y diplomático de la sede de la agencia.
Aquípuedes leer el texto original en francés.