Pablo Andrés Escapa: maestro del cuento de Navidad

Herencias del invierno. Cuentos de Navidad

Pablo Andrés Escapa

Ilustraciones de Lucie Duboeuf

Páginas de Espuma (Madrid, 2022)

Si hay un escritor español que haya cultivado con fortuna, en este nuevo siglo, el cuento de Navidad ha sido Pablo Andrés Escapa (León, 1964). Hablo de calidad literaria, pero también del papel que ha venido desempeñando como renovador de este subgénero narrativo que, en su caso, proviene —lo confiesa el autor— de los cuentos orales que se relataban en familia, más que de una tradición literaria. Por ello, el subgénero y nuestro autor deberían haber merecido una mayor atención por parte de los lectores, la crítica y de los historiadores de la literatura. Habría que añadirle, además, la labor que ha desarrollado Francisco José Gómez, autor de una historia de esta modalidad y de tres antologías de relatos y versos dedicados a dicha temática. Del tercero y último, hasta ahora, de esos libros, Tardes de año nuevo. Cuentos de Navidad III, que acaba de aparecer, con un cuento inédito de Pablo Andrés Escapa, intentaré ocuparme en las fiestas del 2024. 

El caso es que, desde hace más de dos décadas, Pablo Andrés Escapa ha estado publicando cuentos de Navidad en el número que cierra el año de la revista Avisos de la Real Biblioteca, donde trabaja el escritor. El primer cuento que compuso se lo encargó la que por entonces era su directora, María Luisa López Vidriero, a quien este libro va dedicado como "dueña del candor".

Herencias del invierno se compone de diez narraciones, entre las que destacaría, pues son las que me han gustado más: Ceniza, Surcos y Ausencias. Sin que por ello las restantes desmerezcan. En la primera, que abre el libro, se relata el encuentro durante la Nochebuena, denominada aquí la noche santa, de dos "ladrones de ocasión" —Celino, cojo de nacimiento y algo simple, y el narrador, a quien su compañero se dirige como Usebio (sic)—, con un hombre tan misterioso como gentil, de hablar retórico y un punto irónico ("mientras el desconocido hablaba, todo era posible o todo era verdad", página 19), quien aparecía "bajo un sombrero de copa, servido de bastón y envuelto en una capa que le cubría hasta los pies" (página 15). Durante esta noche de milagros ("ya no me extrañaba de las cosas que se me ocurrían estando allí a su lado", comenta el narrador, página 18), los dos pilluelos adquieren el don de la elocuencia, pero, además, presencian el nacimiento de Jesús en el pesebre. En el desenlace del relato, el misterioso individuo no solo les deja un puñado de oro, que es en lo que se ha acabado convirtiendo la ceniza de la pipa que había estado fumando, sino que también Celino empieza a andar con normalidad. Además, en un momento dado, como un relato intercalado, el benefactor toma la voz para contarnos su historia: persiguiendo una estrella, fue a dar con el llanto de un niño custodiado en un pesebre y, desde entonces, confiesa, peregrina todos los años para renovar esa experiencia.

Surcos, en cambio, está contado en tercera persona. Su desenlace transcurre en el portal de Belén, donde un hermoso buey que parecía desahuciado es el primero en percatarse del nacimiento de Jesús. Tras él, llegará al pesebre Samuel, su dueño, quien con gran pena había dado por perdido al animal; su hijo y otros lugareños. Pero lo que quizá singulariza a esta historia es el detalle final, cuando Samuel improvisa entre los cuernos del buey una cuna con un manto, como si de un columpio se tratara, ya milagrosamente curado el animal de aquella pequeña herida que parecía no tener remedio. También en esta ocasión, durante la Nochebuena suceden prodigios, curaciones sorprendentes.

Y en Ausencias, el tercero de mis relatos preferidos, la acción transcurre durante la Noche de Reyes, en un barco que navega en alta mar, marco del relato que nos llega a través de un marino, un narrador innominado. Se relatan dos historias de amor: la de don Rinaldo y Armida, doncella genovesa; y la que ese mismo individuo, quien se nos había presentado como un náufrago, hábil contador de historias, relata sobre los amores de Melchor, uno de los Magos, con la sirena Micaela, sobrina de Poseidón, que "estaba encima de una roca mirándose en un espejo" (página 160). Entre ambas historias de amor, podría decirse que se produce una relación especular, pues los sentimientos de Melchor parecen recordarle a don Rinaldo los que le profesa a Armida. Además, el genovés narra la visita de los Reyes al pesebre de Belén, acompañados de dona Micaela. Lo singular de la escena es que aparece representada como en el Tríptico Portinari, de Hugo de Goes, expuesto en los Uffizi, y los regalos que se intercambian, que no son el oro, el incienso y la mirra clásicos, sino que, en esta ocasión, se trata de una caracola que Micaela le regala al niño y de un broche, con un unicornio pintado en su óvalo, con que la Virgen María obsequia, a su vez, a la sirena, mientras que ésta promete enviarle un abanico de escamas para refrescarse en medio de los calores del desierto. Se trata, una vez más, de una historia antigua, pero como nos dice el narrador "llena de novedades" (página 169).

Vayamos al resto de los cuentos. Semillas es un relato en el que una buena acción final, una mentira piadosa, alivia la culpa de la mala acción que un chico comete con una vieja castañera aficionada más de la cuenta a la bebida. En lugar de una moraleja, diría que se trata —sobre todo— de una historia ética sobre la culpa, el perdón y la capacidad de rectificar. Pues tanto en este como en otros cuentos del libro, puede observarse la "transformación de un carácter", son palabras del autor, "la posibilidad de que un gesto pueda redimir una existencia".

Escarcha está narrado por un individuo que recuerda un episodio de su vida, ocurrido cuando solo era un chico y se mostraba desagradecido y despreciativo con sus tías solteras, Corsina y Hermelinda, que lo acogen en su casa una Nochebuena. En sus ensueños, recuerda toda una serie de misteriosas escenas, figuraciones las llama, que observó en el camino que lo conducía al portal: "se iluminó ante mis ojos la figura colosal de un elefante"; "se columpiaba sobre mí una trapecista"; "una gran bola muy blanca (...), guiada por un hombre (...), [quien] me saludaba agitando un sombrero de copa"; "rugidos de leones y ladridos de perros, aullidos de monos y relinchos de caballos se confundieron bajo las estrellas"; y "un grupo de volatineros, pintados con purpurina, formaron una rueda que se alzó en el aire y supo dejar una revolución de centellas por encima de los árboles", páginas 66 y 67). Al final, como ocurre en el cuento anterior, tras percatarse de su mal comportamiento, tiene un detalle con sus tías.

Fuelle, el cuento más extenso del libro, incluye una sencilla poética sobre el arte de contar. En suma: "no hay historia mala si sabe entregarla una voz (...) que todo lo hace verdad"; que "no hay como decirlo todo para aburrir"; y que al cuento, como al acordeón, "hay que dejarlo respirar" (páginas 82, 87, 93 y 102). Al respecto, a Escapa le debemos algunas de las reflexiones más lúcidas sobre las peculiaridades de la narrativa breve. En esta ocasión, quien narra es un estibador (obsérvese el contraste entre el duro trabajo y la fantasía de los relatos orales) que le cede la voz a Paulino para que, en el muelle, les recuerde a los cinco compañeros que lo escuchan expectantes, una noche de su infancia, las ensoñaciones y milagros que vivió vagando sin rumbo cierto por la ciudad. El encuentro posterior con un acordeonista, quien le transmite las habilidades de su oficio, consiguiendo sacarle una música que generaba hermosas imágenes. Y concluye también con un milagro: la curación del hombro dolorido del estibador.

En Estrella errante se nos relata el encuentro, durante una noche de enero, "fecha de milagros", de un niño que le llevaba a su tía una cazuela de peras al vino, con Serafín, el basurero y enterrador del lugar, hombre solitario, "encarnación absoluta del mal", a quien describe el narrador con una cicatriz entre las barbas, un ojo de cristal y un diente de oro. Por miedo, el chico le entrega las peras, y el barrendero, a su vez, le regala una estrella recién caída del campanario de la iglesia. 

La acción de Canción de cuna transcurre durante la mañana de Reyes en la que un viejo marino, ahora ciego, desgrana sus recuerdos ante el narrador, que los recibe extasiado, entre sus propios ensueños. No faltan en estas historias algunos de los componentes primordiales que se encuentran también en otros relatos del libro: la melancolía, los sueños, los milagros, los secretos, antiguas canciones que afloran en los recuerdos y personajes que no son lo que parecen.

En Nudos, una víspera de Reyes, un chico descubre quiénes son realmente los Magos, un rito de paso o uno de esos "nudos de la vida" que lo convierten en adulto, pero también desea que su hermana siga manteniendo la ilusión. Por último, Noche del cometa, cuento con el que se cierra el libro, está narrado desde la vejez: en él, Martina recuerda su infancia, la incertidumbre que le produce la idea de que si no nieva, no llegarán los Reyes. El relato tiene un final feliz.

La acción de estos cuentos transcurre entre el presente narrativo y las dos noches más significativas de la Navidad: la del 24 al 25 de diciembre, la Nochebuena, y la del 5 al 6 de enero, la de Reyes, días propicios para que lo maravilloso forme parte de la vida cotidiana. A veces el narrador se vale de una historia intercalada, contada por otro personaje que la ha vivido o imaginado. Estas intervenciones, podría definirlas con un concepto que utilizó Javier Marías (lo que dijo…) que encontramos en cuentos como Ceniza, Ausencias, Fuelle o Canción de cuna, en los que los relatos orales no solo adquieren especial relevancia sino que también se pondera la habilidad mostrada al contar. El caso es que los interlocutores escuchan con tanto interés como respeto, y en el caso de Ausencias se vale de la écfrasis para representar el portal de Belén (páginas 166 y 167).

Ni falta el humor en estos cuentos, ni tampoco frases sentenciosas o refranes ("pobre bien hablado parece más honrado", página 20), pues lo popular y los culto conviven en armonía, como tampoco escasean los retratos de algunos personajes, como el de Serafín el Basurero en Estrella errante (páginas 112 y 114), tan bien trazados que nos permite imaginarlos, más que verlos. De varios de estos relatos podría entresacarse una poética, como ocurre en Fuelle. Además, el concepto de figuraciones, tan apreciado por los llamados narradores del Noroeste, se utiliza aquí en momentos distintos (páginas 61, 64, 66, 127 y 154).

La mayor virtud de estos cuentos es que renuevan el género, por su esmerado lenguaje (la reconocida voluntad del autor de "fascinar con el lenguaje"), con un estilo que diría que se acerca al de Luis Mateo Díez, y por la perspectiva novedosa desde la que concibe las historias, sin que falten los componentes y motivos habituales del género: la llamada de la estrella que guía a los Reyes Magos en su peregrinación hasta el portal de Belén, el encuentro en el pesebre con la Virgen, San José y el niño recién nacido, los regalos que le traen, la mula y el buey que lo escoltan y protegen, los pastores que acuden a adorarlo, y —como ha recordado el autor en la entrevista que acompaña al libro— el silencio, la nieve que cae, los cielos estrellados y "un hombre que atiende a una lejanía". No sé si es necesario decir, quizá sí porque como —acudo de nuevo a Javier Marías— todo es necesario repetirlo una y otra vez, que no tiene que ser uno creyente, católico, para disfrutar de estos cuentos, pues por encima de la temática y los motivos, sobresale la excelente literatura, la idea del cuento como un género cercano al poema, la cuidada prosa, el peculiar fraseo de Escapa, característica principal de su estilo. Sin obviar ningún componente importante de la tradición, Escapa se vale del misterio, de lo maravilloso, de los milagros, invitándonos a suspender la incredulidad para disfrutar de sus historias, contadas mediante una extraordinaria prosa.

Quiero destacar también la cuidada edición, en tapa dura y con ilustraciones, que se convierten también en cuatro postales. Es necesario detenerse, asimismo, en el singular colofón, habitual en los libros de Escapa, compuesto como un poema visual, desempeñando además la función propia de las poéticas, donde describe la esencia del libro ("estas ilusiones de reyes y pastores, de naves y de estrellas, de noches y de nieve, de pasos y de humo"), apela a un "lector crédulo", llama a estas narraciones fábulas, y como nos confiesa que "no hay tiempo cabal" para ellas, ni tampoco "hay alba fija ni ocaso prescrito para soñar".

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El gran escritor de cuentos que es Pablo Andrés Escapa, en mi opinión uno de los mejores entre los aparecidos en el siglo XXI, suma este otro libro excelente que hubiera hecho las delicias de Álvaro Cunqueiro y Juan Perucho (recuérdese, además, la fascinación de ambos por las sirenas), Antonio Pereira, José Jiménez Lozano y otros grandes narradores de su estirpe; podría decirse que se trata de cuentos laicos, sin perder por ello ninguno de sus componentes religiosos, ni la fascinación ante una rica y compleja tradición cultural que recordamos hasta el presente.

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* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario. 

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