Para poder encontrar hueco mental y moral, tras sus sonrisas distorsionadas y sus fauces entregadas al desgarro y el desguace sin contemplaciones y el reconvenido intento u obsesión de convertirse en estadistas, a golpe de efecto, a golpe de llamar mucho la atención, con motivo obsesivos para sentirse satisfechos ambos de estar en el centro de toda polémica, siempre en la dirección indigerible de profesar en voz alta, sin complejos, su ideario reducido o resumido a la expresión de posicionarse “contra la justicia social”. Hace falta simpleza y escarnio. Por muchos palmeros/as que jaleen y rubriquen tanta pestífera mala saña, contra la propia naturaleza humana que les debería, como poco, sonrojar, uno no acaba de entender que se puede llegar a ser o tan mezquinos o tan ignaros.
Y me refiero a quienes parecen satisfechos de haberse juntado en público para reafirmarse en la barbarie contra natura de volver a posicionarse “contra la justicia social”. Porque de los líderes se puede esperar el desenfoque y la barbaridad, pero ¿de las buenas gentes, víctimas, en primer lugar y se supone, de ese indigerible ataque a “la justicia social”? Porque podríamos recordar que de la aberración a la degradación solo hay un paso, y viceversa parecido.
Porque hay que carecer de cualquier referente moral y humano, ellos y sus palmeros/as necesarios, para insistir en esa premisa. Es decir plantarse “contra la justicia” y contra la adjetivación de la misma cuando se refiere al apartado de “social”.
Pero de verdad ¿saben lo que dicen?, ¿no será que hayan practicado el cobarde eufemismo de no llamar a las cosas por su nombre, o de distorsionar el ataque a lo de noble y digno pueda haber tenido la evolución humana?
Hay que carecer de cualquier referente moral y humano, ellos y sus palmeros/as necesarios, para insistir en esa premisa. Es decir plantarse “contra la justicia” y contra la adjetivación de la misma cuando se refiere al apartado de 'social'
Porque está claro que estos dos tipos, él y ella, Milei y Ayuso, probablemente hubieran deseado expresarse a favor de “la injusticia palmaria en todo asunto social” que concierna y venga a comprender algo tan evidente como la precariedad sufriente y doliente de millones de conciudadanos/as, que parece ser que solo tendrán derecho a ser condenados a ser pisados, trillados y despreciados, tal vez porque, al cabo, en palabras de Ayuso, “también tendrán que morir”, ¿en pleno abandono a su suerte, es decir a su infortunio, consecuencia de la desigualdad criminal que estos dos tipos preconizan entre gritos, aspavientos y sonrisas que hielan el alma? Porque para ellos solo valdrá la capacidad de hacer dinero, mucho dinero, más dinero. Decía Milei, entre sus perlas ovacionadas, aquello de “una empresa contamina un río, ¿dónde está el problema?”. Hay que ser burro y cómplice burro para jalear tal afirmación.
Y en el siglo XIX “patriotas y patrioteros” fernandinos reclamaban al “rey felón, Fernando VII”, indisimulable cobarde, que vivieran y se ensalzaran las cadenas, con aquel grito infame de “vivan las cadenas”. Pues parece que ese grito iliberal, inhumano, criminal, tan bárbaro como absurdo, puede llegar a tomar cuerpo entre quienes hagan profesión de fe, de gobierno y de gestión, en “la ley de la selva” que estos dos tipos, Milei y Ayuso, coincidieron contra toda esperanza en el género humano, para proclamarlo entre complacencias mutuas, contra todo futuro humano, en el ámbito de la desigualdad, la distorsión malévola de la libertad y en escarnio contra la fraternidad, por lo visto esta última particularidad defenestrada del credo que proclaman a los cuatro vientos ante las turbas que, probablemente, volverían a elegir antes “a Barrabás que a Jesús”, simplemente porque detestan al buen profeta, manso y apaciguador. Porque a ellos, a él y a ella, lo que les va de verdad es que “¡todo se vaya al carajo, antes que tarde!”
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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.
Para poder encontrar hueco mental y moral, tras sus sonrisas distorsionadas y sus fauces entregadas al desgarro y el desguace sin contemplaciones y el reconvenido intento u obsesión de convertirse en estadistas, a golpe de efecto, a golpe de llamar mucho la atención, con motivo obsesivos para sentirse satisfechos ambos de estar en el centro de toda polémica, siempre en la dirección indigerible de profesar en voz alta, sin complejos, su ideario reducido o resumido a la expresión de posicionarse “contra la justicia social”. Hace falta simpleza y escarnio. Por muchos palmeros/as que jaleen y rubriquen tanta pestífera mala saña, contra la propia naturaleza humana que les debería, como poco, sonrojar, uno no acaba de entender que se puede llegar a ser o tan mezquinos o tan ignaros.