Son más de 3.500 niños asesinados por el ejército de Netanyahu. Y 18.000 toneladas de bombas arrojadas sobre una población de más de dos millones de habitantes, civiles en su inmensa mayoría. Víctimas fáciles ya que los líderes de Hamás viven fuera de Israel. Masacre llamada guerra, en la que siempre pierden los vulnerables mientras quienes la dirigen se sientan en sus palaciegas poltronas. En Tel Aviv, en el Kremlin o en el “exilio”. El fanatismo es el diablo.
Creo que La Biblia es el libro más vendido de todos los tiempos. Lo leen los cristianos en sus diversas “versiones”, lo leen los judíos, al menos en su Antiguo Testamento, lo leen los musulmanes, la parte más histórica. Por esas razones, Palestina es llamada Tierra Santa. Fue ansiada por cristianos, judíos y musulmanes a lo largo de los siglos, ambicionada por sus distintos pueblos. En ella han convivido sin guerra durante siglos las tres creencias. Y todas tienen un mismo origen, un origen común, según el relato bíblico: ser descendientes de Sem, el mayor de los hijos de Noé, quien, cuentan esas mismas fuentes, se libró del Diluvio Universal (una denominación para la cultura de la época, quizá hoy diríamos del Calentamiento o Cambio Climático). Sem parece ser el inicio de los pobladores de Palestina, sus descendientes. Judíos, cristianos, musulmanes, semitas todos.
Una nueva versión de la famosa película de terror El exorcista llega ahora a los cines. Precisamente de terror hablan los escasos palestinos que han tenido ocasión de manifestar lo que ocurre en Gaza. Aunque no hace falta que lo digan de viva voz, las imágenes que diariamente dan las cadenas de televisión, que no son precisamente tomadas por cámaras y fotógrafos gazatíes, atestiguan el dolor: El territorio es un infierno. Según el lenguaje de cristianos y judíos, quien “gobierna” el infierno es el mismo Diablo. Por esa razón decimos que el diablo está en Tierra Santa. La representación viva de ese dolor, del fracaso humano.
Un fracaso que toma dimensiones planetarias cuando el mundo más civilizado —creo que históricamente es Europa— habla de pausa humanitaria, corredores humanitarios. Habla de derechos de respuesta cuando Israel lleva incumpliendo las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas desde la misma fundación del inventado Estado judío, desde 1947, una resolución para crear dos Estados, uno israelí y otro palestino, en la región. Fracaso europeo que ni siquiera llega a un acuerdo con la propuesta formulada por España de alcanzar un alto al fuego o la de una conferencia para buscar la paz en seis meses mientras el Ministerio de ¿Defensa, Ofensa,...de la Guerra? tiene organizada una ofensiva que arrasará los derechos de los civiles, sus penurias, su vida. En los primeros diez días las bombas israelíes han destruido o dejado inhabitables unas treinta mil viviendas de la franja gazatí. Cifra de récord.
Aunque no hace falta que lo digan de viva voz, las imágenes que diariamente dan las cadenas de televisión, que no son precisamente tomadas por cámaras y fotógrafos gazatíes, atestiguan el dolor: El territorio es un infierno
Unas personas, unos civiles, en su inmensa mayoría menores —la mitad de la población de Gaza son niños— que llevan su identificación pintada en sus manos para que, cuando sean víctimas de esos bombardeos indiscriminados, puedan ser reconocidos por sus familiares. Una guerra para cuyo final o increíble pausa humanitaria juega con precisión la semántica de las palabras, el singular o el plural, que tuvieron a los mandatarios de la Unión Europea toda una noche de discusiones, como si sufrieran de “infobesidad”, la salvaje enfermedad de exceso de información, que conforma gran parte de las redes sociales, llenas de mentiras y desinformación intencionada.
La situación no es nueva. Ya entonces, hace casi tres lustros, con motivo de la operación Plomo fundido desencadenada por Israel, señalábamos que “en Gaza no hay de nada. No tienen agua, no tienen luz —o, si la tienen, es una o dos horas al día—, no hay ganadería, la vegetación es escasa, no hay ríos, no hay desaladoras y en sus cuarenta kilómetros de costa apenas les dejan tener barcos de pesca….” y lo comparábamos con un municipio asturiano como el de Llanes “pero sin montañas ni ríos, con 1,5 millones de habitantes (hoy más de dos millones) en vez de los 13.500 llaniscos, sin ganadería, sin vegetación ni barcos, con hambre, muerte, desolación…” y bombardeado por el enorme y sofisticado armamento de uno de los ejércitos mejor dotados del mundo.
Todo esto cuando el Ayuntamiento de Madrid condecora a Israel. La equidistancia no es justa porque los pirómanos disfrutan contemplando su incendio. ¿Disfrutará quien ordena bombardear hospitales al ver por televisión la matanza de Gaza?
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Fernando Granda es periodista jubilado y socio de infoLibre.
Son más de 3.500 niños asesinados por el ejército de Netanyahu. Y 18.000 toneladas de bombas arrojadas sobre una población de más de dos millones de habitantes, civiles en su inmensa mayoría. Víctimas fáciles ya que los líderes de Hamás viven fuera de Israel. Masacre llamada guerra, en la que siempre pierden los vulnerables mientras quienes la dirigen se sientan en sus palaciegas poltronas. En Tel Aviv, en el Kremlin o en el “exilio”. El fanatismo es el diablo.