Astracanada de éxito, desde su estreno en 1.926, a cargo de la pluma de Muñoz Seca y Pedro Pérez, capaz de embaucar a los crédulos, según convenga, para creerse lo que se diga, se confabule a modo y se termine confundiendo a los protagonistas, sobre todo si son propensos a creerse las “iluminaciones” de los iniciados en el bulo y el disparate.
Y así, ahora mismo se observa que, ya no los extremeños sino los “extremos” son los que se tocan, y se retroalimentan, y se necesitan para seguir creciendo, o simplemente sobreviviendo, siquiera sobre sus bravuconadas, empeñados en una pelea a garrotazos, en un callejón estrecho y sin salida, a ver quien la tiene más larga y a ver quién aumenta su parroquia.
Hace poco más que una década el independentismo catalán apenas alcanzaba una implantación de un quince por ciento. Por su parte el nacionalismo español era prácticamente imperceptible, tan nostálgico como nimio.
A partir del enfrentamiento sostenido, interesado y calculado para otras estrategias y otras vergüenzas que había que tapar, corrupción a un lado y otro del río Ebro, ambos nacionalismos exaltados han crecido como una perfomance ininteligible y enfervorizada.
Y así el soberanismo catalán ya ronda el 52% y el español ha dado a una luz una derecha bronca, enfebrecida, que ha puesto en la palestra un ideario que entretiene tanto como que llena de caspa reaccionario el patio patrio.
Y en esas estamos metidos, con sobreactuación de los unos y los otros hasta ¿qué el mono consiga hablar inglés?
Cuando yo era niño, recuerdo que muchos padres, cuando las cosas se ponían tiesas y el adolescente amenazaba con rebelarse destempladamente, el padre o la madre replicaban con aquello de: “Ahí tienes la puerta”. Sabiendo que a la postre no nos atreveríamos a echarnos al monte sin todas las garantías, y regresábamos al cubil a la espera de otra ocasión más favorable.
Se la jugaban nuestros padres, y si alguien tomaba las de Villadiego o regresaba ponto, o realmente es que tenía los redaños para hacer frente a lo desconocido, a lo nuevo, a la intemperie.
Frente a esta “real politik”, estaba el autoritarismo burdo, el de las siete llaves, el enrejado y el encabronamiento empecinado que no llevaba a ningún sitio y que, normalmente, terminaba con la salida extemporánea de quién había mostrado su incomodidad ante los modos autoritarios.
Y así, ¿cuántas mujeres, concretamente, no escaparon malamente de los hogares paternos a echarse en los brazos de quienes, creyeron, les facilitarían la salida de una tiranía para caer en otra?
Y, así, se ha ido comprobando que aquel autoritarismo barato, cruel e irrazonable, negado al diálogo y al respeto, solo condujeron a cierto empacho cuando se abrieron las cancelas, cuando solo se odiaba a los representantes de ese autoritarismo: “porque lo digo yo”.
Hasta llegar a lo irreconciliable a poco que se apretasen las tuercas, la ira y el empecinamiento.
Nadie sabe nadas de qué pasará mañana.
Salvo que solo nos queda la fe en nuestra propia fuerza, como un Estado democrático, fuerte y afianzado, frente al filibusterismo de los unos y los otros que solo sueñan en instalar su virtualidad encendida y devastada de odio y radicalidad.
Mientras la ciudadanía, salvo la que ya ha caído en el caínismo de la pelea a garrotazos hasta que se sea capaz de acabar con el oro, cantando victoria inútil, solo quiere y pretende que se regrese al meollo de sus problemas, cotidianos, plausibles de ser tratados y humanamente reconducidos, desde la política que trate de limar asperezas y ofrecer alternativas y soluciones, y ya no tanto para las grandes cuestiones existenciales, sino para ir mejorando el día a día.
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Porque, al fin, la puerta ha de permanecer siempre abierta y los candados defenestrados.
Porque solo vale la pena vivir en concordia y en sobresfuerzo común, respetable y respetado, fiel cada quien a su singularidad, porque el “Santiago y cierra España” ya es un grito muy rancio, muy inútil, y muy inviable.
Antonio García Gomez es socio de infoLibre
Astracanada de éxito, desde su estreno en 1.926, a cargo de la pluma de Muñoz Seca y Pedro Pérez, capaz de embaucar a los crédulos, según convenga, para creerse lo que se diga, se confabule a modo y se termine confundiendo a los protagonistas, sobre todo si son propensos a creerse las “iluminaciones” de los iniciados en el bulo y el disparate.