Los aficionados al futbol, como deporte, hace tiempo que estamos curados de espanto, desde que las sociedades anónimas impusieron su ley y el deporte rey se convirtió en un negocio. Pero no un negocio cualquiera. Un negocio donde confluían “otros” negocios, intereses políticos, intereses inmobiliarios, narcotráfico, evasión de impuestos, lavado de dinero… Los grandes equipos convirtieron los palcos VIP en los espacios donde se cerraban los grandes “pelotazos” inmobiliarios y corrupciones políticas.
El paradigma de estas nauseabundas prácticas lo fue Silvio Berlusconi, quien compatibilizaba sus funciones de primer ministro de Italia, con las de presidente del A.C. de Fútbol Milan y magnate del imperio mediático Mediaset y sus Mamma Chicho. Lo hacía con total desparpajo e impunidad porque Italia, otrora cuna del arte, la ópera y el buen gusto, vivía sumergida en la zafiedad y la inmundicia, sin ningún reparo, sin ninguna vergüenza. Berlusconi blasoneaba de ello. Fueron años en los que Italia era la vergüenza de Europa.
Nuestros dirigentes de los clubs de fútbol (empresas creo que es más exacto) han sido siempre más “discretos” en sus tropelías. Sería muy largo relatar aquí todos los escándalos en los que se han visto envueltos los presidentes de los principales equipos españoles (salvo pocas y honestas excepciones) y que los aficionados al futbol mirábamos para otro lado o nos refugiábamos en el siempre recorrido “y tú más”, en referencia al presidente del club de enfrente.
Una vuelta de tuerca más ha sido la protagonizada, en estos días, por el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, quien junto a otros 12 presidentes de clubs ingleses e italianos lanzaron su nueva iniciativa, la “Superliga europea”, en la que sólo tendrían cabida los equipos multimillonarios (de España se contaba con Real Madrid, Barcelona y Atlético de Madrid) bajo el sólido argumento: “hacer partidos más competitivos y atractivos para paliar el dinero que se ha perdido con la pandemia”. A Florentino Pérez, le importa el deporte del fútbol como el bienestar de las personas mayores, por eso se puso al frente del nuevo negocio, la Superliga. No olvidemos que es el dueño de decenas de residencias de personas mayores –a través de Clece–, residencias de Florentino Pérez y de otros multimillonarios donde murieron tantos ancianos desasistidos, en la soledad (porque la rentabilidad del negocio es lo que primaba), durante lo peor de la pandemia, como se ha encargado de denunciar el periodista Manuel Rico en estas páginas de infoLibre y en su demoledor libro, Vergüenza.
Millones de euros de ACS, la constructora que preside el dueño del Real Madrid, han dependido de decisiones gubernamentales en los años de “vino y rosas” de los gobiernos del PP, con Ansar y M. Rajoy. Hoy están en dificultades económicas tanto ACS, como el Real Madrid, por eso aceleraron la puesta en marcha de la nueva liga de los multimillonarios, aprovechando la crisis económica que está dejando la pandemia que a todos nos afecta (a unos más que a otros).
El amigo personal de Ansar es un personaje “sin complejos”, como lo es el PP, de ahí que el cinismo forme parte de su acción y de su palabra. No ha tenido empacho en utilizar la palabra “solidaridad” para justificar el nacimiento del nuevo “depredador” del deporte rey: “Vamos a salvar el fútbol, no vamos a consentir que desaparezca. Esta es la única opción de salvar a los modestos, a los medianos” (subrayado mío). No cabe mayor ejercicio de cinismo. Sólo equiparable al de su amigo cuando justificaba la invasión de Irak: “Mírenme a los ojos, estoy diciendo la verdad, Sadam Husseim tiene armas de destrucción masiva”.
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Una vuelta de tuerca más, “no puede ser que en la liga ganen dinero los clubes modestos y el Barcelona pierda”. Por supuesto que para él no cuenta que los clubes modestos no tienen fichas multimillonarias, como los Messi, Ronaldo, Mbappé, Suárez, Salah…(por cierto, algunos fichajes millonarios han sido ruinosos) que algo tendrán que ver en sus desequilibrios financieros, digo yo. Quizás estamos perdiendo una oportunidad de oro con la pandemia. Se podía aprovechar la crisis económica, la falta de recursos financieros de los clubes para volver a una política del mercado de fichajes menos “insultante”, y con ello devolverle al futbol parte de épica. Se podía aprovechar la crisis para exigir otra UEFA, otra FIFA, más conectada con los valores del fútbol y con más controles externos que eviten las prácticas corruptas y los intereses de unos pocos. Nada de esto se hará… ni se espera que surja porque los aficionados y los gobiernos seguiremos mirando para otro lado.
Finalmente, al parecer, el tinglado se está viniendo abajo, gracias a las manifestaciones masivas de los aficionados ingleses, declaraciones en contra de figuras del mundo del fútbol (jugadores, entrenadores) y, como no, del olfato político con mejor pituitaria del British Empire , Boris Johnson, que se ha puesto al frente de los anti-superliga. ¿Y en España? Todos callados, en el mejor de los casos, dando por inevitable el advenimiento anunciado por Florentino Pérez, porque esto forma parte del capitalismo salvaje. Y, la última pirueta/perla del amigo de Ansar: “Los jóvenes prefieren entretenerse de otra manera, dicen que un partido se les hace muy largo. A lo mejor hay que acortarlo”. ¿Está proponiendo el fútbol-tuit? En la era de lo líquido, de lo instantáneo, de lo efímero, Florentino Pérez está oteando más rentabilidad y tiene en los jóvenes ávidos de “píldoras inmediatas” su nicho de negocio. ¡Todo por la pasta!
Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre
Los aficionados al futbol, como deporte, hace tiempo que estamos curados de espanto, desde que las sociedades anónimas impusieron su ley y el deporte rey se convirtió en un negocio. Pero no un negocio cualquiera. Un negocio donde confluían “otros” negocios, intereses políticos, intereses inmobiliarios, narcotráfico, evasión de impuestos, lavado de dinero… Los grandes equipos convirtieron los palcos VIP en los espacios donde se cerraban los grandes “pelotazos” inmobiliarios y corrupciones políticas.