Rivera se echa al monte

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Amador Ramos Martos

“La capacidad de atención del hombre es limitada y debe ser constantemente espoleada por la provocación” (Albert Camus)

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Ensimismados y pendientes como estamos desde hace tiempo del fuego político del procés catalán, habíamos relajado nuestra atención (¡sin olvidarlo!) del hasta no hace mucho infierno político vasco. Sobre cuyos rescoldos aún humeantes, se abre paso no sin dificultades, el proceso de reconciliación indispensable para la reconstrucción de la maltrecha convivencia social en Euskadi.

Una crisis, la del País Vasco, enraizada en un mítico sentimiento étnico identitario, al que la coartada del franquismo dio alas. Pero mantenida, de forma injustificable y atroz en el tiempo, a pesar de la desaparición del dictador y de la llegada de la democracia.

Un rompecabezas, endemoniado y trágico donde los haya, donde una violencia irracional que se legitimaba a sí misma, y carente de la mínima empatía, deshumanizaba a sus enemigos, que no adversarios, y lo más siniestro, a sus víctimas.

Un conflicto que quebró durante casi 50 años la convivencia social en el País Vasco (aunque no sólo) con sus secuelas, algunas irreversibles, de sufrimiento y espanto. Cegada su salida por los fracasos de cualquier ensayo de diálogo como consecuencia de los delirios de unos y de las tibiezas y desencuentros estratégicos de otros.

Una pesadilla que creímos durante un tiempo irresoluble (pero resuelta al fin) cuando el terrorismo - debilitado por la resistencia de las instituciones democráticas; la eficacia, con sus sombras, de las fuerzas de seguridad del Estado y la presión ciudadana de sectores cada vez más amplios- decidió finalmente (muy tarde en términos históricos) abandonar la lucha armada.

Un éxito de todos, aunque... con perversos matices. Ya que algunos políticos nacionales, estando en la oposición y de forma irresponsable, utilizaron las medidas adoptadas en la lucha antiterrorista por el partido gobernante de turno (y también cínicamente por ellos cuando gobernaron), como argumento sectario contra sus adversarios en el poder, para desgastarlos y obtener a cambio, bastardos rėditos electorales.

Pero no debemos empañar ahora, la visión del horizonte de esperanza que se abrió en el País Vasco con la desaparición del terrorismo. No podemos renunciar (a pesar de algún hecho puntual) al camino hacia la normalización de la convivencia, en el que afortunadamente, seguimos avanzando a duras penas, sin grandes sobresaltos. Aunque algunos, piensen e incluso desearían (me cuesta entenderlo) lo contrario.

Seguir medrando impúdicamente, con el drama (tragedia sería más exacto) vasco, para obtener un puñado de votos más, poniendo en peligro el proceso de reconciliación iniciado por ambas partes en el seno de la sociedad vasca, solo puede ser fruto de la mala fe de algunos oportunistas políticos.

Y todo está parrafada… ¿a cuenta de qué? A lo que voy, ¿qué pretendía Albert Rivera presentándose dos años después del incidente en un bar de Alsasua entre guardias civiles (a los que pretendía homenajear) y abertzales? Transcurridos además seis meses desde la sentencia dictada por la Audiencia Nacional de unos hechos, considerados como atentado a la autoridad pero no como delito de terrorismo, y cuyos responsables, están cumpliendo su condena en la cárcel? ¿Cómo puede venir reivindicando Rivera de forma oportunista y ruin, el protagonismo patriótico, de un homenaje, criticado por: el alcalde de Alsasua, el gobierno, Podemos, partidos nacionalistas, la Asociación de víctimas terrorismo COVITE. Y al que sin embargo no faltó el PP (pillado a contrapié por Rivera) que obligado tácticamente, mandó discretamente a Ignacio Cosidó, pero sin criticar el evento.

Cosa que hizo abiertamente en Radio Euskadi, Borja Semper. Portavoz del PP en el Parlamento vasco y un verso suelto dentro del partido, en desacuerdo con la presencia del PP en Alsasua,  lo que no contribuye a serenar los ánimos, pero si a encenderlos, el presunto objetivo de Ribera.

Pero lo más clarificador fue la reacción de la AUGC (Asociación Unificada de la Guardia Civil), que calificó el montaje de Rivera, como inoportuno e innecesario y le insinuó, que la mejor forma de homenajear al cuerpo, sería promocionando en el parlamento la adopción de medidas legales que mejoren las condiciones laborales de los involuntariamente homenajeados.

¿Podemos considerar creíble el discurso de este camaleónico personaje? Un político joven, de ego exultante y ansias desmedidas de poder, alimentadas por las encuestas demoscópicas. Y que en su debut político, hizo exhibicionismo (aparte del anatómico) de un calculado y laxo perfil con trazas socialdemócratas que le permitiera pescar votos en los caladeros templados del centro derecha y del centro izquierda.     

                    

Un resultado (fracaso) que no colmó las infladas expectativas demoscópicas de sus patrocinadores, y le obligó a transmutarse a renglón seguido de forma oportunista, en un progresista liberal. Para acabar finalmente (en un proceso de involución natural ideológica) enrocado en su conservador ¿ultranacionalismo español? Y si no, a  cuento de qué su oferta al PP de adhesión al mismo, algo esperable y a... ¡Vox!  Un hecho este, inesperado y alarmante. Un partido, este último Vox  situado en el espectro ideológico de la ultraderecha ultranacionalista y eurófoba. Cuyo programa electoral, está siendo diseñado por Steve Bannon. Un siniestro personaje, ideólogo del trumpismo, al que gusta de autocalificarse como “leninista de derechas y cuyo objetivo final, es acabar con el modelo europeo de estado regulador y protector de los derechos de todos sus ciudadanos.

Los proyectos ultranacionalistas del signo que sean, y cualquiera que sea el gentilicio que reivindiquen, precisan para consolidarse del fuego político. Por lo que debiera inquietarnos como demócratas, la deriva del proyecto del impaciente Rivera y del delfín de Ánsar (Casado) hacia territorios ideológicos donde VOX con su líder Abascal, berrea un peligroso discurso populista, euroescéptico y excluyente.

Una proyecto, con el riesgo añadido, del asentamiento a nivel nacional,  de una derecha dura, trufada aún por un franquismo que creíamos residual, pero que sociológica y políticamente, sigue sin ser inhumado de forma definitiva. Una aberración histórica y democrática marca de la casa... España.

Albert Rivera se presentó en Alsasua para liberar desde su reprimido subconsciente ultranacionalista un freudiano acto fallido:  reavivar los rescoldos de un fuego que asoló a la sociedad vasca (hoy en vías de extinción), echando gasolina ideológica sobre las ascuas; que humeantes aún, van apagándose en el seno de la reconciliación y reencuentro de la sociedad vasca.

Aunque eso sí... lentamente. Una cadencia del tiempo político, que choca con las prisas y ambiciones políticas a nivel nacional, del frustado y hasta hace poco presidenciable Albert Rivera. Quién a cambio, quizás espera obtener un puñado de votos en el País Vasco y una avalancha de sufragios del españolismo en el resto de territorio patrio, que le permitan coronarse (entre el reconocimiento y el aplauso general)  como el macho alfa de la derecha.

Un presunto y turbador  ménage à trois entre PP, Ciutadans y VOX, que pudiera fraguar ideológicamente como el paradigma del españolismo “pata negra”. ¿El resto de españolitos tibios que no comulgamos con la versión populista, trasnochada y excluyente de su nacionalismo? ¡A la picota pública con el sambenito de “antiespañoles”!

No juguemos (tengan el origen que tengan) con fuegos nacionalistasfuegos nacionalistas. Jugar con, o utilizar los sentimientos exacerbados y a veces irracionales de cualquier forma de nacionalismo, tiene sus riesgos. En el mejor de los casos, si jugamos con fuego (me lo decía de niño mi madre) podemos mearnos en la cama por la noche; en el peor, como en la noche de los tiempos obscuros, podríamos volver a abrasarnos.

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Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

“La capacidad de atención del hombre es limitada y debe ser constantemente espoleada por la provocación” (Albert Camus)

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