Ser o no ser he ahí la cuestión
El viernes pasado recibí un mensaje de change.org/suicidios al que presté mucha atención. Lo firmaban Román y Carlos: ambos había perdido a sus respectivas madres en tan trágicas circunstancias. O sea, en esos momentos en los que el alma humana ya no se interroga por el más allá ni por la humillación de confesar que ha sido superada por un sufrimiento insuperable, y acaso sí por la abrigada idea de que el suicidio todo lo arregla.
El mensaje invitaba a difundir en las redes su hashtag YoNoMeCallo de cara a obtener más peso a la hora de que la sanidad pública despliegue más cuidados y medios a la salud mental con el sentido de revertir los suicidios. Para tal fin se reclamaba nuestra movilización para conseguir aumentar y potenciar la atención de psicólogos, capaces de detectar cambios predictivos en la actitud del sujeto cuando se le ve caminando hacia el abismo, y hay que hacerle reflexionar. Es evidente, entonces, y es menester, que el magisterio del tutor/amigo, el especialista, debe consolarle y aliviarle el peso de su trágica soledad. No todo el mundo puede soportar cargas tan pesadas en el silencio del corazón. Ni mucho menos mantenerse en un estado aceptable para razonar cuando precisamente las facultades intelectuales han sido ofuscadas por la tragedia que le oprime.
Yo sé lo que eso significa propiamente. Decía más arriba que el mensaje me concernía. Miembros de una poderosa organización me los han hecho saber. La extorsión que ejercen sobre mí me ha puesto en tratamiento psiquiátrico. Por eso acudiré -y acudí el sábado pasado- a la manifestación convocada por Román y Carlos frente al Ministerio de Sanidad, para ayudar a la sociedad a se sensibilice ante esta realidad que atañe a tos el país en general. Los 3.600 suicidios, más o menos registrados cada año, suponen la segunda tasa de muerte después de la muerte natural. Suponen también que todos debemos sentirnos concernidos en tan trágicas circunstancias.
También nuestros medios, tan tímidos para asuntos tan espinosos como estos, u otros como son la libertad de expresión, comienzan a sensibilizarse con este tema. El pasado 25 de julio, el poeta García Montero denunciaba de manera magistral las anomalías que, también al respecto de las enfermedades sociales, hemos ido normalizando a lo largo de nuestra democracia. Las tales son una retahíla de aberraciones que no pueden metabolizarse en una democracia, que dicen plena, si no es para mancharla o mancharnos nosotros mismos para siempre.
Como tampoco puede metabolizarse, digo yo, el hecho de que se le prive a alguien del sueño con ataques sónicos, para conducirle al psiquiatra o al suicidio. Todo artísticamente ideado en total impunidad.
¿No tratan también éstos de romper con todas las esperanzas?
Aquí lo dejo.
Rafael Muñoa Gibello es socio de infoLibre
Ser o no ser he ahí la cuestión