¡Tierra, trágame!

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Vero Barcina

Si fuese deportista de remo, mi especialidad sería remar a contracorriente. Llevo toda la vida haciéndolo. Esta especialidad, amén de no ser olímpica, es una auténtica paliza para el cuerpo y la mente; de hecho, parece ser ésta la causa de que sea el deporte más minoritario. Pero bueno, las personas son tan dueñas de sus aciertos como de sus errores, excepto la escala de mando de los ejércitos, el clero y los corifeos de la política, seres ungidos por la infalibilidad que su cercanía a dios les otorga o de la que más bien hacen apropiación indebida. A veces, este virus también contagia a la tropa, la feligresía y la militancia, por aquello del roce, el cariño y el mismo colchón.

A golpe de remo, he arribado a todos los puertos del fracaso en mares y océanos electorales. Siempre a contracorriente, he comprendido la profundidad del Viaje a Ítaca de Kavafis: el camino ha sido largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias… aunque pobre, Ítaca no me ha engañado, me ha hecho sabia tanta experiencia y ahora entiendo qué significan las Ítacas. Siempre a contracorriente, he navegado con Machado, al andar he hecho camino, y al volver la vista atrás veo sendas que nunca volveré a pisar… caminante sin camino, he seguido estelas en la mar.

El naufragio ha sido absoluto. Ni la orquesta ni las ratas abandonan el barco. Me he hecho con una balsa y un remo: otra vez a contracorriente, náufraga sin isla, en busca de una nueva Ítaca

La última Ítaca que ha guiado mi rumbo, de nuevo a contracorriente, ha sido la hermosa estela surgida del 15M. Hubo momentos en el viaje que animaron a abandonar los remos y dejarse llevar por los suaves céfiros que empujaban las naves de la ilusión y la esperanza, a la vez que desataban la ira de los cíclopes y los lestrigones del bipartidismo e hicieron temblar al mismísimo Poseidón en su trono. Han sido años de muchas mañanas en los que llegué –¡con qué placer y alegría!– a puertos nunca vistos antes.

Defendí como una loba de mar la armada roja y morada de la fiera amenaza de Moby Dick, de la terrible hidra reaccionaria, de los destructivos cantos de las sirenas mediáticas, del ataque combinado del kraken y el leviatán y del ciego cíclope arrojando rocas desde los acantilados judiciales. Las apacibles aguas marinas se tornaron procelosas, la patera zozobró en un tsunami que agitó las aguas en superficie y en las cloacas del Estado.

La armada rojimorada sufrió un acoso nunca visto en los anales de un país democrático. La marinería defendió sus posiciones ante tantos y tan potentes enemigos, pero el asedio hacía mella y parte de la tripulación empezó a pensar que el desgaste tenía que ver también con la actitud de los almirantes en la nave capitana. Empezaron las deserciones y los gritos de ¡hombre al agua!, ¡mujer al agua!, se hacían más frecuentes por días, pero mis brazos seguían bogando. Otra vez a contracorriente.

Los capitanes, en cubierta o en la bodega, en éstos últimos días, han dinamitado, cegado, el faro de Ítaca, mientras yo seguía en mis trece, defendiendo una luz más lánguida y mortecina a cada hora. Ya no hay luz. Ha vuelto la oscuridad y me temo que al mejor capitán de navío que han visto mis ojos lo ha envuelto la locura, tal vez por no haber quitado la cera que tapaba sus oídos para protegerlo de los cantos de sirena una vez que pasaron las costas de Sorrento. Mandar al grumete Monedero al carajo ha sido la prueba definitiva de su trastorno y de mi error. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar… otra vez a contracorriente.

El naufragio ha sido absoluto. Ni la orquesta ni las ratas abandonan el barco. Me he hecho con una balsa y un remo: otra vez a contracorriente, náufraga sin isla, en busca de una nueva Ítaca.

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Verónica Barcina es socia de infoLibre.

Si fuese deportista de remo, mi especialidad sería remar a contracorriente. Llevo toda la vida haciéndolo. Esta especialidad, amén de no ser olímpica, es una auténtica paliza para el cuerpo y la mente; de hecho, parece ser ésta la causa de que sea el deporte más minoritario. Pero bueno, las personas son tan dueñas de sus aciertos como de sus errores, excepto la escala de mando de los ejércitos, el clero y los corifeos de la política, seres ungidos por la infalibilidad que su cercanía a dios les otorga o de la que más bien hacen apropiación indebida. A veces, este virus también contagia a la tropa, la feligresía y la militancia, por aquello del roce, el cariño y el mismo colchón.

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