Christina Rosenvinge: "Mi carrera ha sido muy inusual y eso ha generado desconfianza en la crítica"

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Parece que Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) está en racha. Su último disco, Un hombre rubio, recibió críticas excelentes y ha sido considerado uno de los mejores de larga carrera. Unos meses después de lanzarlo, el Ministerio de Cultura le concecía el Premio Nacional de Músicas Actuales a toda su labor, por "su talento y la credibilidad de su genuina carrera profesional" y "la calidad tanto de su faceta compositiva como de sus actuaciones en directo". Ahora, cuando presenta su libro Debut (Literatura Random House), un cancionario en el que esboza el proceso creativo del que salieron sus discos, parece hacerlo desde el estatus al fin alcanzado de música reconocida, con su trono particular en el canon. 

No ha sido fácil. Primero, allá por 1988, fue la chica rubia de "¡Chas! Y aparezco a tu lado". Luego, la rockera de voz dulce que algunos tomaban por la intérprete de canciones como "Voy en un coche", cuando era también su autora. Luego se marchó a Estados Unidos y pasó a ser aquella tipa más danesa que española que cantaba en inglés. Sus relaciones —con Ray Loriga, con Nacho Vegas— han sido insistentemente señaladas cuando se trataba de comentar su obra. Pero en la última década, desde su regreso a España y a partir de discos como Tu labio superior (2008), todo empezó a encajar. Ahora, con el favor de crítica e instituciones, resulta casi impensable —casi— que alguien no le ponga los apellidos que le pertenecen: cantante, letrista, compositora, productora

Define el volumen, no como unas memorias —porque tiene truco: aquí solo se narra, y con elegancia, lo que ya se ha contado en canciones— sino como "un manual de pesca". De pesca de "la palabra exacta", el título del ensayo que cierra el volumen y que podría servir como brevísimo tratado para quien quiera meterse a bardo. Lo que empezó siendo un cancionero, encargado por el fallecido editor Claudio López de Lamadrid —a él va dedicado el título— se ha ido vistiendo hasta convertirse en un estudio teórico-práctico sobre "cómo se escribe el verso cantado". Pero que nadie espere un texto sesudo: ya se ha encargado la música de quitarle hierro a su maestría, acompañando las canciones de cada disco con un breve texto que sitúa, en lo personal y lo artístico, las condiciones en las que se escribieron. Y cuidado, porque ya advierte de que esos capítulos introductorios son, como las canciones, un "artefacto literario". 

Pregunta. El proceso de escritura del disco, ¿se le ha parecido más a repasar algo que ya sabía o a redescubrir cosas que había olvidado?

Respuesta. Lo más bonito ha sido descubrir un hilo argumental. No es una carrera con saltos y reinvenciones. Me he dado cuenta de que tras muchas decisiones que en su momento parecían locas, o errores, o tomadas de manera instintiva, había una coherencia. La enseñanza a la que te lleva todo esto, y que tienes que comunicar a los demás [ríe], es que tienes que hacer caso a tus vísceras. Tus vísceras toman decisiones adecuadas, no hay que tomarlas tan racionalmente, porque a veces la razón te lleva a tomar decisiones cobardes.

P. ¿Cree que se ha apreciado lo suficiente su faceta de letrista, que es la que subraya en el disco? Quizás el Premio Nacional responda en parte a la pregunta, pero quizás no.

R. En épocas sí, y en épocas no. En la época de Que me parta un rayo [Christina y Los Subterráneos, 1992], creo que las letras estaban muy bien escritas y sin embargo ninguna crítica mencionaba ese factor. Las críticas eran quizás más condescendientes, porque venía de Álex & Christina y era: “¡Oh! ¡Sabe escribir canciones!”. Pero es verdad que yo en la música entré como letrista, porque a los 15 años, cuando empecé con músicos, el trabajo que nadie quería hacer esa ese. Era lo que los chicos no querían, el marronaco del que nadie se quiere encargar. Cuando llegué a la primera canción de este libro [“Tú por mí”, de Que me parta un rayo], ya tenía como 30 letras publicadas.

P. ¿Tenía que ver esa poca apreciación de sus letras con un factor de género, o es que la crítica musical, el público y la industria aprecian poco la labor del letrista?

R. Sí que puede haber ahí un factor de género: como mujer tienes que estar todo el rato demostrando lo que sabes hacer, porque se pone en duda y las cosas que tú haces tienden a adjudicarse a quien tienes al lado automáticamente. ¿Pero sabes lo que ocurre? Que mi carrera ha sido muy inusual. Empecé por el pop, luego me pasé al rock, empecé en el underground, pero tuve éxito y la gente me conoció por el mainstream, luego me tiré de ese tren en marcha, luego cambié de idioma… He hecho movimientos que no se ajustan al cliché de cómo son las carreas musicales normalmente. Y es verdad que ha habido cierta crítica que ha reaccionado con desconfianza. Con el tiempo, eso ha desaparecido, pero en su momento sí que lo percibía claramente.

 

P. Narra una conversación con Steve Jordan, en Sevilla, donde él decía: “Los dos somos víctimas de estereotipos. Yo por negro y tú por rubia. Yo tampoco quiero hacer el papel que tengo asignado. Se espera de nosotros que sigamos un guion y nos lo estamos saltando”.

R. Los clichés siguen existiendo. Él es un músico negro, que es batería, y aunque ha tocado muchísimo soul y r’n’b, sin embargo le encantaba el pop. Él me decía: “Yo no quiero hacer de negro”. Y yo le decía: “Pues yo no quiero hacer de rubia”. ¿Entonces qué hacemos? Porque todo el mundo espera que hagamos esto”.

P. ¿Ha sentido en algún momento que estaba ya en una posición en la que dejaban de empujarle a ese rincón al que no quería limitarse?R

. Creo que los prejuicios siempre siguen existiendo, y supongo que yo también los tengo, porque los seres humanos somos sobre todos vagos, y los prejuicios son una forma de ahorrarte tener que pensar. Lees tres señales y te haces tu idea, y luego no te preocupas en averiguar que tal vez eso no es así. Siempre se supone que un negro tiene que comportarse como un negro, una mujer de cierta manera, o un gitano de cierta manera. Solo pueden romperse desde la consciencia, porque subconscientemente siempre se pone en marcha ese mecanismo.

P. Pues si usted no se ha librado…

R. Hombre, a estas alturas a lo mejor estoy situada en otro sitio. Pero sí, me sigo encontrando con frases muy pesadas de escuchar, que tienes que desmontar una y otra vez.

P. En el libro aparece una entrevista anotada con sus posibles respuestas reales…R

. [Ríe]

P. En esta entrevista le preguntan por un posible peso de su pasado, y usted contesta: “Joseph Mengele tiene un pasado, yo solo hice ‘¡Chas!”.Ryo solo hice ‘¡Chas!

. Es que eso es real. Durante mucho tiempo la gente me decía eso: “Tú estás intentando hacer rock experimental, pero tú tienes un pasado”. ¡Cómo que tengo un pasado! [Ríe]

P. ¿Y por qué cree que se ha insistido tanto en eso?

R. Primero, por lo que te decía: porque mi carrera ha sido muy inusual, y eso ha generado desconfianza en la crítica. Pero también por prejuicios: la gente se creía que Álex & Christina era un invento musical. Y no era un invento musical: éramos dos chicos en una habitación, con un cuatro pistas grabando canciones durante años hasta que conseguimos un contrato discográfico. No tenía absolutamente nada de invento. Pero al salir en la televisión en programas de prime time haciendo playback, la gente asumía que no había una verdadera banda detrás. De hecho, la gente ni siquiera pensaba que yo había escrito “¡Chas!”. Pero no hace tanto. Hace tres o cuatro años, hubo alguien que quería usar la canción para algo, consiguió el permiso de Álex, consiguió el permiso de la editorial, puso en marcha el proyecto y de repente se encontró con que tenía que tener mi permiso. No se le había ocurrido. Y a mí el proyecto no me gustaba y le dije que no. Yo no quería un proyecto que la ridiculizara o que la tratara de manera irónica, porque para mí esa canción es muy digna y muy bonita.

P. También ocurrió con Verano fatal, el disco junto a Nacho Vegas [2007].ocurrió con Verano fatal

R. Sí, cuando en ese disco hay mucha más autoría mía que suya. Hay cuatro mías [“Ayer te vi”, “Humo”, “No lloro por ti”, “No pierdes lo que das”], dos suyas [“Me he perdido”, “Que nos parta un rayo”] y una a medias [“Verano fatal”]. Al estar al lado de Nacho fue cuando me di de bruces contra la realidad. Que había un trato sexista, que cuando éramos totalmente simétricos, sin embargo mis canciones se le atribuían a él. De hecho, Spotify lo hizo, y les tuve que escribir para decir oye, que “No lloro por ti” es mía, no es suya. [Cuando se publica esta entrevista, Spotify no facilita información, en los créditos, sobre quién ha compuesto cada canción de este disco].

P. En el capítulo dedicado a La Joven Dolores [2011] aparecen de manera más explícita sus mitos fundacionales: la Biblia, los mitos grecorromanos… ¿Ha sido consciente desde el principio de su carrera de la influencia de toda la cultura de la que se reapropia en ese disco?La Joven Doloresmitos grecorromanos

R. He hablado con muchas mujeres que me han contado esto de que vivían en una ilusión de igualdad y en un momento dado se dieron cuenta de que esto no era así. Yo nunca he vivido en esa ilusión. En la adolescencia, porque fui muy precoz sexualmente, me di cuenta de que mi, digamos, reputación quedaba por los suelos por ser activa sexualmente, mientras que la de los hombres todo lo contrario. Ese fue el momento en el que me rebelé: “¿Por qué esto va a ser así?”. Desde entonces he sido muy consciente. Pero cómo lo he ido sorteando, o cómo he ido cambiando mi forma de pensar con respecto al feminismo, sí ha ido evolucionando. Con respecto a los mitos, era muy crítica ya. Cuando veía la típica película que comenzaba con un asesinato, un secuestro, un asesino en serie, una violación, y cómo todo eso se transformaba en una película negra [en el libro cita a Hitchcock y a Lynch], recuerdo siempre poner en entredicho esa utilización del cuerpo de la mujer. Nunca he dejado de pensarlo, otra cosa es que haya tenido la capacidad para hablar de ello de una manera articulada.

P. ¿Cómo ha afectado eso a su creación? La manera en que se escribe, a partir de la herencia literaria que todo el mundo tiene, es diferente si una se siente parte de ella o ajena.

R. Mis héroes masculinos siguen ahí. A mí, de hecho, la novela épica, los superhéroes, la herencia cultural netamente masculina me pirra. Aunque sea crítica con la posición que ocupan las mujeres dentro de ella, no le quito ningún valor. Creo que la ventaja maravillosa de ser mujer en este momento es que como ha habido tan poco discurso femenino, tenemos tema para cinco siglos. Solo respondiendo a lo que ya hay, tenemos para cinco siglos de escritura; mientras que a ellos se les ha agotado el tema, nosotras tenemos por delante todo el mar para pescar.

P. Parte de su mirar atrás se dedica a las condiciones materiales de la creación, y dentro de ella, los movimientos de la industria. ¿Cómo ha sido para usted esa relación con discográficas y demás agentes?

R. Hay que tener en cuenta que, mientras que la poesía, la música clásica o el teatro están considerados alta cultura y tienen ayudas estatales y ciertos privilegios, porque se consideran, con justicia, parte de la riqueza cultural de un país, sin embargo la música pop es un arte joven y siempre se ha considerado parte del entretenimiento, así que depende única y exclusivamente de una industria que se ha movido solo por intereses comerciales, sin ninguna protección. Entonces, los que hacemos música pop con una pretensión más profunda, no como entretenimiento de usar y tirar, dependemos de las leyes del mercado. La gente no habla de ello. Cuando los artistas promocionamos nuestros discos, siempre damos una imagen muy lavada, decimos que todo va maravillosamente bien, y nunca hablamos de dinero, de cómo el sello discográfico, tus derechos laborales, las posibilidades de creación están absolutamente limitadas por la industria. En realidad, lo que hay detrás del libro es esto: la reivindicación de las canciones como género literario y de la música pop como una forma de cultura que trasciende, que tiene mucha potencia y que debería valorarse y tener su protección estatal como todas las demás.

P. Cuando habla del regreso de Estados Unidos a España habla de cómo afecta ese fin de ciclo a nivel personal. ¿Pero cómo afecta a su espacio en esa industria?

R. La gente nunca ha sabido dónde colocarme, pero me pasa incluso ahora. Cuando no formas parte de un movimiento o una generación, siempre pasa que la gente no sabe qué pensar con respecto a ti o en qué casilla ponerte. No soy una cantautora al uso tampoco, porque hago demasiado ruido para ser una cantautora, voy con una banda de rock muy potente… Supongo que estoy un poco en el cruce de caminos. Yo me defino como bastarda.

P. ¿Esa sensación no es propia de ese momento, entonces, sino que se ha mantenido?

R. Sí, y me sigue pasando ahora.

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P. Cuando termina de hacer este repaso, además de encontrar ese hilo conductor, ¿qué cree que ha conseguido, qué medalla se pone?

R. Yo, solo con pensar que he roto un montón de prejuicios y que los sigo rompiendo, me parece ya en sí mismo una buena misión. Sobre todo a la hora de darle esperanza a la gente. A pesar de toda la presión que vas a recibir en tu vida para que te comportes con respecto a unos ciertos esquemas, hay que tener la valentía de romper los esquemas porque funciona. Tienes que ser leal a tus creencias y a tu forma de entender el mundo. Y funciona. En un momento o en otro, el tiempo te da la razón.

 

Parece que Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) está en racha. Su último disco, Un hombre rubio, recibió críticas excelentes y ha sido considerado uno de los mejores de larga carrera. Unos meses después de lanzarlo, el Ministerio de Cultura le concecía el Premio Nacional de Músicas Actuales a toda su labor, por "su talento y la credibilidad de su genuina carrera profesional" y "la calidad tanto de su faceta compositiva como de sus actuaciones en directo". Ahora, cuando presenta su libro Debut (Literatura Random House), un cancionario en el que esboza el proceso creativo del que salieron sus discos, parece hacerlo desde el estatus al fin alcanzado de música reconocida, con su trono particular en el canon. 

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