“¿Es que no sabes escribir cómo Dios manda?”, le pregunta un profesor de Ciencias a su alumna de primaria. “¡Vas a escribir bien cueste lo que cueste!”, dice a gritos mientras le da un cuadernillo Rubio donde se muestra la manera adecuada de hacerlo: dócil, suave y armoniosa. A la niña le preocupa que le salgan callos en los dedos por sujetar el bolígrafo como si tuviera un muñón e intenta escribir como Dios (supuestamente) ha dispuesto. Pero es incapaz y se siente culpable. También le revuelve las entrañas cuando suena el teléfono todas las tardes y una extraña voz le suelta: “Tu padre va a morir; lo vamos a matar”; y ella decide no contárselo a nadie. Entonces un compañero del colegio se suicida y los profesores que le intentan enseñar caligrafía son incapaces de explicarles qué ha pasado. No hay argumentos divinos para este asunto. El niño suicida se llamaba Mármol y la historia de la niña culpable es la que da título al último libro de la escritora Sara Mesa, Mala letra (Anagrama), una recopilación de cuentos inéditos por la que deambulan personajes habituales de su literatura: adolescentes atormentados, la ciudad de Cárdenas y las estrictas normas de conducta.
“La noción de culpa no tiene fundamento racional, pero genera un conflicto moral”, resume Mesa, “no tengo ningún tema con voluntad de ser totalizador, son historias de conflictos morales que tienen los personajes en un momento determinado”. Así, en su novela aparece la profesora que cuestiona la asistencia a una charla sobre sexo de un niño con una grave discapacidad motriz. “En general se hablaría de la responsabilidad en las relaciones íntimas, así que me parecería un disparate […] llevar allí a un chico que desgraciadamente jamás podría probar el sexo”, argumenta la maestra a un obcecado director de instituto. Y está también la niña huérfana a la que su tía y tutora –además de ultraconservadora, católica y apostólica- le dice “palabras-piedra”, es decir, palabras hirientes, rencorosas, cargadas de ira. “Acabarás como tu madre”, le espeta al final de cada frase-piedra. “Me interesa [la infancia y la juventud], aunque no lo he planificado. Puede ser un efecto de cumplir años, pero cada vez vuelvo más al mundo de los niños y la adolescencia, un momento en el que se deciden cosas fundamentales sin que nos demos cuenta”, explica la escritora.
Ver más'Un amor', de Sara Mesa
Mesa no quiere reivindicar con Mala letra una manera de enseñar (a escribir, se entiende) ni una forma de educar o prestar atención a los niños; sino que, como ella misma cuenta al otro lado de la línea telefónica, prefiere explicar su particular estética narrativa, no siempre sujeta a las modas literarias, a través de las páginas de esta obra. Una prosa precisa y sencilla, donde el grueso de la acción ocurre en la mente de los personajes –por eso Cárdenas es una gran ciudad cualquiera, que no la obliga a investigar sobre calles o nombres de bares, para poder hurgar en la moral de las personas y cómo quieren expiar sus culpas-. “Muchas veces se malinterpreta lo que significa escribir bien, que no es sólo algo que esté correcto gramaticalmente, sino que cuente lo que toque en un momento determinado”, añade. Sin embargo, la literatura de Mesa es la antítesis de la mala escritura (en su sentido más prosaico), algo que avalan los diferentes reconocimientos que ha conseguido con su breve producción.
Con su primer poemario, Este jilguero agenda (2007), recibió el premio nacional de poesía Miguel Hernández; en 2011, obtuvo el premio Málaga de novela con Un incendio invisible; fue también finalista del premio Herralde de Novela en 2012 con Cuatro por cuatro; y Cicatriz, donde indagaba en las relaciones entre adultos y adolescentes, poderosos y sometidos, tuvo un importante éxito entre los lectores y la crítica. Esta última novela de la escritora nacida en Madrid en 1976, pero que reside desde pequeña en Sevilla, fue escogida como uno de los libros del año por varios medios de comunicación, entre ellos, El País, El Mundo y El Español. Resulta curioso, pues, que tras un par de consagradas novelas se presente ahora con un libro de cuentos, escritos la mayoría después de la aparición de Cicatriz. “La autonomía del género es indiscutible”, zanja, “siempre me ha interesado el cuento y en el momento de escribir no hago diferencias entre cuento y novela”. La escritora compara el relato breve con una mirilla de una puerta desde la que ver “el conflicto desde un ángulo determinado”.
Mesa se licenció en periodismo, también estudió Filología Hispánica, trabajó como profesora en un instituto y como analista en el Consejo Audiovisual de la Junta de Andalucía. Cuenta que puede compaginar su vida laboral con la escritura porque “si tienes la necesidad de escribir lo haces aunque no tengas tiempo”. “Los que viven de escribir normalmente viven de lo que se genera alrededor”, afirma. Mientras tanto, ella seguirá siguiendo su pulsión literaria y lanzándole al lector historias perturbadoras (pero hermosas), como la de su cuento Papá es de goma, donde un niño se hace cargo de sus hermanos pequeños, haciéndoles creer que su padre está enfermo, encerrado en la habitación. Él hace los bocadillos de la merienda, atiende al bebé, hace la compra y sube la bombona de butano. Y cuando llega a casa se siente orgulloso de sí mismo, al igual que el día que cargó por las escaleras el maniquí del contenedor.
“¿Es que no sabes escribir cómo Dios manda?”, le pregunta un profesor de Ciencias a su alumna de primaria. “¡Vas a escribir bien cueste lo que cueste!”, dice a gritos mientras le da un cuadernillo Rubio donde se muestra la manera adecuada de hacerlo: dócil, suave y armoniosa. A la niña le preocupa que le salgan callos en los dedos por sujetar el bolígrafo como si tuviera un muñón e intenta escribir como Dios (supuestamente) ha dispuesto. Pero es incapaz y se siente culpable. También le revuelve las entrañas cuando suena el teléfono todas las tardes y una extraña voz le suelta: “Tu padre va a morir; lo vamos a matar”; y ella decide no contárselo a nadie. Entonces un compañero del colegio se suicida y los profesores que le intentan enseñar caligrafía son incapaces de explicarles qué ha pasado. No hay argumentos divinos para este asunto. El niño suicida se llamaba Mármol y la historia de la niña culpable es la que da título al último libro de la escritora Sara Mesa, Mala letra (Anagrama), una recopilación de cuentos inéditos por la que deambulan personajes habituales de su literatura: adolescentes atormentados, la ciudad de Cárdenas y las estrictas normas de conducta.