Hay vida al final de la vida

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Hubo un tiempo en que las plazas de los pueblos eran salones de encuentros. Allí se reunían los paisanos para poner en común sus buenas y malas nuevas, sus recuerdos y sus anhelos. Con los años, aquellos habitantes no han sido remplazados: ellos han seguido haciéndose mayores, pero pocos o ningún joven han tomado su lugar. En esa situación se encuentran muchas pequeñas localidades de todo el país. Pongamos por ejemplo la turolense Muniesa. Allí viven Felisa Lou y Antonio Paralluelo, una pareja de octogenarios que han atravesado más de seis décadas de sus vidas de la mano. Achacados de las enfermedades propias de la edad, pasan sus buenos ratos en el hospital, donde muchas veces coinciden con sus quintos. Montados sobre la camilla, en la sala de espera, discuten con esos amigos sobre los temas que, en otra época, el otro mundo que llegaron a habitar y que ya no es el suyo, hubieran tratado en la plaza.

Con una conversación hospitalaria entre los mismos Felisa y Antonio comienza No todo es vigilia, un documental de ficción filmado por su nieto, Hermes Paralluelo, que se estrena este viernes en salas. Ella le habla a él de su desagrado ante la idea de ingresar en una residencia de ancianos. La soledad, la despersonalización, la falta de libertad. No quiere ir, y no lo hace. Por el momento, se queda en casa con Antonio. Lenta y parsimoniosa, a veces repetitiva en sus acciones como ellos mismos lo son, la cámara les sigue a ambos en su día a día, primero en el hospital y luego a su vuelta al pueblo. Se trata, como explica el cineasta, de retratarlos para “llegar a una verdad: la de su momento vital”. “Esta tiene que ver con el contexto social, el de su pueblo, que se está quedando deshabitado”, abunda. “Pero también con el aislamiento que hay implícito en su relación: ellos dos son un universo, entre ellos se comprenden, pero fuera de ellos la comunicación es más difícil”.

Después de casi toda una existencia juntos, para Felisa y Antonio sobran incluso las palabras para expresar lo que sienten: una necesidad vital de saber que cuentan con el apoyo que se ofrecen mutuamente, de no pasar la noche en vela con el otro fuera de la cama, de mantener vivo ese pasado que cada vez le roba más espacio al futuro. “Ellos tienen una manera de hablar muy suya, y en ese algo tan concreto yo quería trascender”, explica Paralluelo. Desde su caso particular, la película evoca como trasfondo una visión general de una España rural, enraizada en el recuerdo de la guerra, de las penurias y del esfuerzo, que se marchará cuando ya no estén los Antonios y Felisas que quedan. “Hay ciertas historias que corren el riesgo de no ser escuchadas”, apunta el director. “Y es por eso por lo que desaparecen”.

Con un guion, la cinta es a la vez documental y no. Como actores, los abuelos han funcionado para su nieto casi mejor que si hubieran sido profesionales, “porque tienen una cosa muy buena, y es que no quieren mostrarse de ninguna manera determinada”. “Ellos se ponen delante de la cámara y dicen el texto, pero no tienen intención de venderse”. Presentes entre el público que acudió al primer pase de la película, en el Festival de San Sebastián, los protagonistas —en cierto modo paradigma de los abuelos españoles— vivieron con “naturalidad” los aplausos que recibieron al final de la proyección. Un recuerdo “cálido” que sumar a todos los que pueblan la película, los componen sus vidas y hacen de ellos las personas que son y que un día fueron, sin saberse muy bien si ambas cosas son iguales o diferentes.

El cineasta Hermes Paralluelo.

Una fotografía en blanco y negro de cuando se casaron es ejemplo de esa evocación de la memoria que apuntala el filme. El pasado, dice Paralluelo, tiene “un papel fundamental” en él, lo mismo que un presente que para unos cada vez más cansados y aislados Felisa y Antonio "se ha vuelto hostil”. También quedan guardados los recuerdos en el recuento que un médico que atiende a Felisa hace de todas las enfermedades que ha sufrido, o en la remembranza de los tiempos de la guerra que realiza Antonio. “Ellos tienen que recurrir al pasado para que no se les escape, también para redimirse”, resume el director, que explica que el título, No todo es vigilia, procede de un poema de Macedonio Fernández, un poeta de Argentina, país donde él vivió y dio forma a su primer largo, Yatasto, en torno a una familia de cartoneros. “Se refiere a los diferentes estados perceptivos más allá de la vigilia, con los que podemos entender el mundo a través de la subjetividad”.

De la inevitable comparación con otras obras que exploran los espacios de la vida al final de la vida, y muy en especial Amor, dice Paralluelo que, en el fondo, son proyectos completamente diferentes. En la película de Michael Haneke, señala el cineasta barcelonés (1981), el foco se pone en retratar "el proceso de deterioro" y el camino para intentar aliviarlo. En esta cinta que es también homenaje a sus abuelos, no hay sin embargo tanto afán por mostrar el desgaste físico y sus estragos, sino por crear una imagen fija y duradera de "dos personas que han pasado tanto tiempo juntos que ya no sabe dónde empieza el uno y acaba el otro". "Se trata de ver hasta dónde llegan los límites personales y el aislamiento. Se trata de descubrir qué somos". 

Hubo un tiempo en que las plazas de los pueblos eran salones de encuentros. Allí se reunían los paisanos para poner en común sus buenas y malas nuevas, sus recuerdos y sus anhelos. Con los años, aquellos habitantes no han sido remplazados: ellos han seguido haciéndose mayores, pero pocos o ningún joven han tomado su lugar. En esa situación se encuentran muchas pequeñas localidades de todo el país. Pongamos por ejemplo la turolense Muniesa. Allí viven Felisa Lou y Antonio Paralluelo, una pareja de octogenarios que han atravesado más de seis décadas de sus vidas de la mano. Achacados de las enfermedades propias de la edad, pasan sus buenos ratos en el hospital, donde muchas veces coinciden con sus quintos. Montados sobre la camilla, en la sala de espera, discuten con esos amigos sobre los temas que, en otra época, el otro mundo que llegaron a habitar y que ya no es el suyo, hubieran tratado en la plaza.

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