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Kiko Veneno: "Yo no tengo ganas de hacer más que lo que es absolutamente contemporáneo"

La carrera de Kiko Veneno (Figueres, Girona, 1952) ha transcurrido por los senderos que huyen de la ortodoxia. Su mano quedó en La leyenda del tiempo de Camarón, aunque no grabó "Volando voy" hasta los noventa. Había entrado ya en ese tantearle los límites al flamenco y a la música popular española con su trabajo en el grupo Veneno —con Raimundo y Rafael Amador—, y de ahí no saldría nunca. La penúltima osadía había sido Sensación térmica (2013), un disco producido por el muy reclamado Raül Refree en el que el músico se atrevía con arreglos algo más alejados de sus características guitarras. Se podría pensar que Sombrero roto (Elemúsica/Altafonte), su último disco, sería un regreso a los orígenes: al fin y al cabo el título es una referencia a un verso de un tema de Veneno. Nada más lejos: el nuevo trabajo va un paso más allá y se alía inequívocamente con la electrónica, desde los ritmos de "La higuera" y "Títiri" hasta los guiños disco de "Autorretrato" o los toques electropop de "Vidas paralelas". 

Hace tres años decía ya a este periódico que tras Sensación térmica quería "un sonido menos indieindie, vanguardista pero más clásico, comercial y luminoso". Aquí está. Y la idea parece haber resultado: Sombrero roto ha sido mejor recibido que aquel tiento de hace seis años, y hay algo en la unanimidad de la crítica que no convence a Kiko Veneno. "Pero no es que esto sea nuevo", dice a lo largo de la entrevista, que le pilla después de sufrir un atasco en la Gran Vía de Madrid. El músico afincado en Sevilla reivindica su constante búsqueda de un sonido nuevo, pero al mismo tiempo se extraña ante la sorpresa que produce su apuesta. "Si pudiéramos hacer más discos, y no uno cada cinco años, entenderíais mejor qué es lo que pretendo yo con la música", lanza. Es culpa de la industria, dice, la que le aupó en los noventa, le obligó a sacrificar la creatividad en favor de las ventas y le arrojó luego a los márgenes dela autoproducción. Ahora piensa, por ejemplo, en cómo preparar los directos de Sombrero roto, si con una gran banda de nueve integrantes o una tradicional formación de guitarra, bajo, rítmicas y teclado: "Dependerá del caché y la demanda". Por detrás de las disquisiciones productivas está el arte, dice, "lo importante de todo esto".

Pregunta. Parte del público quizás no se esperara que Kiko Veneno fuera a acercarse a la electrónica. ¿Qué pasó para que tuviera ganas de explorar ese campo?

Respuesta. Yo siempre he tenido esas ganas de explorar, desde el principio, desde hace 40 años. Siempre he sentido que el marco español era demasiado estrecho. Yo siempre siento que son muchas más las cosas que no he hecho que las que he hecho. Siento que el campo ha sido pequeño, la industria española da muy pocas oportunidades de compartir, de hacer proyectos. Ayer estuve bicheando en Facebook y vi a Bob Dylan cantando con Paul Simon. Esa es una industria musical que adora a sus mayores, a sus ídolos, y  esa gente se une y están activos, con una creatividad constante. Eso aquí no puede ser, porque hay que buscarse la vida, hay que estar siempre sorteando. En el sector de la cultura, nadamos, pero tenemos una corriente siempre en contra. Yo hubiera hecho al año dos discos o tres, desde que me dedico a la música. Y haría un disco con Niño de Elche ahora, con Albert Pla… Mil cosas que se me ocurren, pero para hacerlo para el mes que viene. Un trabajo cada cinco años… No hay una industria cultural que te respalde y que te defienda, que te valore. No lo digo para quejarme, pero así es como yo me siento.

P. Que un artista reconocido diga que la cultura española no le valora, no es muy esperanzador…

R. Pero reconocido, ¿para quién? Para alguna gente. Realmente nunca me han puesto en las emisoras comerciales. Yo soy muy andaluz y todo lo que tú quieras, pero Canal Sur no me pone nunca. No me ponen ni a mí ni a mucha gente. En España hay dos bandos: el de la música comercial, más o menos hortera, en general con poca calidad pero con algunas cosas dignas, y luego el de los festivales indies, que solo suena en Radio 3, y eso no es hacer radio. Lo que nosotros entendíamos por hacer radio, era lo que empezábamos a escuchar en la peluquería de abajo de mi casa, donde yo escuché a Jimi Hendrix por primera vez, en un programa comercial que después de poner a Nino Bravo se les colaba All along the watchtower

P. ¿Cree entonces que la industria está muy parcelada?R

. Sí, hay una radio para música juvenil, de moda, música de Instagram la llamo yo, y una sola emisora para todo lo demás. Así pasa que cualquier posibilidad de colaboración es noticia, pero eso denota la poca capacidad que tenemos de hacer cosas arriesgadas o creativas, sin tener que jugarte la vida o sin tener que financiarte tus propios proyectos. Está todo muy encorsetado, se pierde el aroma de frescura que tiene que tener la música, esa conexión permanente que se tiene que tener con el estado cultural, con los receptores. También es que la música ha perdido muchísima capacidad de incidencia en la sociedad actual. Una cosa va con la otra. Esa es la perspectiva que tenemos en España, con una sociedad de autores que en vez de protegernos se dedica a robarnos, con total impunidad por parte de las autoridades.

P. ¿Qué ha ocurrido entonces en este caso para que este proyecto sí haya salido adelante y haya tenido buena recepción?

R. Bueno, es que yo llevo haciendo discos así toda mi vida. Después de Está muy bien eso del cariño [1995] dejé de tener el apoyo de la industria, y todo lo que he hecho desde entonces ha sido a contracorriente. El trabajo siempre es el mismo: hago mis maquetas, donde vacío mi corazón y mi cabeza, y te sitúas en ese sitio que está a medio camino entre tu intimidad personal y una corriente colectiva de la que tú estás chupando, a partir de la que vas a elaborar elementos artísticos y culturales para devolvérselos. Ese es nuestro trabajo, un trabajo de artesanía musical. Eso, con más o menos aciertos, siempre ha sido así.

P. Esa conexión con la “corriente colectiva” tiene mucho que ver con su trabajo sobre la música popular. ¿Qué era lo que le interesaba de unir esto con la electrónica?

R. Lo voy a poner al revés: a mí lo que no me interesa es repetirme, hacer un Rock FM, algo que se hacía hace 30  años. No. Por muy brillante que sea, que lo es. Pero yo no me voy a poner a hacer eso, porque ni tengo capacidad ni tengo ganas. Bueno, capacidad sí, porque yo creo que todo el mundo tiene capacidad de falsificar y de imitar, que es mucho más fácil que crear. Yo no tengo ganas de hacer más que lo que es absolutamente contemporáneo. Yo me despierto por la mañana y digo: coño, un día más de vida. Me siento con la necesidad de buscarme la melodía y la armonía de ese día, y conectar con la gente ese día, y con el mundo tal y como está ahora. Eso te obliga a una puesta a punto permanente: si todo el proceso es tan lento, y hay tan pocas ayudas, y lo que hay no es una industria cultural, sino una industria del entretenimiento que es una tómbola… Y el arte es lo importante de todo esto, y el arte no es un entretenimiento, eso sí lo sé: es una vibración, un estremecimiento emocional y político.

P. Parece muy pendiente de la música que se hace hoy.

R. Tampoco tanto, tampoco tanto. Ya no tengo el conocimiento de la música que tenía cuando era joven, que me enteraba de todo lo que salía, lo analizaba…

P. Pero no es sencillo encontrar a un músico de su generación que reivindique a Kendrick Lamar, por ejemplo.

R. Es que es un artista extraordinario. Sí procuro escuchar cosas nuevas, estar atento a lo que me recomiendan. Por eso cuando te encuentras a un artista de esa categoría, y un disco como Sin titular, sin masterizar [Untitled, unmastered, 2016], ahí te quitas el sombrero, porque es sublime. Pero habrá muchos más, y no es mi papel, a mis 67 años, ocuparme tanto de eso. Pero sí que estoy dispuesto a mirar a todas esas cosas que están ocultas, porque sé que la gente tiene mucha capacidad de hacer cosas muy sorprendentes y muy bonitas, pero quizás el mundo, tal y como está configurado, no está dispuesto a escucharlas.

Luego si me preguntan por los indies españoles… Hidrogenesse. A mí me dicen: “Eso son pamplinas”. No, hombre. Para una gente a la que le gusta el rock sureño, o enamorados del flamenco, lo pueden ver insustancial o blandengue. Pero no. U Ojete calor, con esa canción tan graciosa que ponen en Radio 3, eso de “modelo, cantante y actriz” [Mocatriz, single lanzado este año]. Eso tiene frescura, le veo simpatía, lo conecto yo con la Movida. Si pones un directo, lo mismo piensas: qué saborío, qué poco ritmo tienen. Pero en un disco, bien colocado, puede tener su gracia.

P. No es amigo del indie, entonces…indie

R. Sí, si yo escucho siempre que puedo… Pero me faltan verdaderos artistas en el indie, gente con garra que toque retorciendo el compás, gente que se suba en el caballo del ritmo. Son un poco cuadriculados. Hay ideas bonitas, pero falta la incertidumbre emocional que es lo que da pistas de que hay algo interesante. La actitud que todos hemos mamado de la música de los sesenta o setenta. Y luego está el tipo, sobre todo chicas, que cantan con una voz preciosa, finísima, y hacen algo bonito, sensitivo, pero ¿a quién le cantan? Parece que se están cantando a ellas mismas. La música no es tanto contemplarse y escucharse, sino lanzar y ver cómo reacciona la gente. Ese es el concepto que yo tengo de la música, no tan contemplativa, sino para otros.

Y luego están los concursos de televisión, que yo los prohibiría. Eso de presentar la música como una exhibición circense de a ver quién hace más gorgoritos… ¿Y dónde está el arte? La música no puede ser nunca una competición, y al convertirla en una competición, la devalúan y hacen que vaya a donde ellos quieren. Eso nunca nos va a devolver eso de lo que hablaba, eso que nos empuja a ir hacia otros sitios. Esa competición es lo que lleva a que alguien te diga: “Escucha esto, que tiene dos millones de reproducciones”. Me importan un carajo los dos millones de reproducciones. No me recomiendes algo porque lo hayan escuchado dos millones de personas, no me hace falta ese aval, eso me convierte en un estúpido y a ti también por decírmelo, porque estás renunciando a lo que es consustancial a nosotros, que es la emoción artística. Mira, escucha esto, que me ha emocionado. A mí, no a dos millones de personas.

P. En “Ojalá” habla de “las maquinitas”, asociando la tecnología a la soledad y al aislamiento. Pero usted también usa “maquinistas” musicales en este disco.

R. Es una forma de decir que la tecnología puede ser interesante, siempre que la pongas tú a tu servicio. La máquina hay que humanizarla: los sonidos los muestreo y los voy balanceando para que suban y bajen, que les da una apariencia más humana, que el tiempo no sea clac, clac, clac, tan exacto. Lo más importante es que tenga variedad y movimiento. A mí me gusta la música techno, pero cuando escucho cuatro compases y no ha cambiado, pienso que el tío no está en lo que tiene que estar: quillo, céntrate, que estás haciendo música y yo voy a notar que eres un chufla, que no estás haciendo bien tu trabajo. Se presta mucho a la holgazanería… ¡Pero la otra también! Y es verdad que la música techno ha tenido un gran potencial de transformación, principalmente porque convierte a todo el mundo en un músico potencial. Eso tiene una desgracia, que es que haya menos gente que sepa tocar la guitarra o el piano, pero tiene una cosa muy positiva: que cualquier chaval pueda hacer música, manejar el sonido, y eso es muy interesante, te da mucha libertad y mucha riqueza.

P. Ha sido un largo proceso de producción, ¿cómo ha sido el trabajo con Santi Bronquio y Martín Buscaglia?

R. Han sido alrededor de tres años de producción, y yo he estado trabajando en el disco en periodos de tres meses, tres o cuatro periodos. Me meto en el estudio, en mi caso con un técnico, y me dedico a ir investigando cosas. En total, hemos hecho 22 o 23 canciones, y muchas de ellas, como “Chamariz”, han tenido 9 o 10 versiones. Otras, como “Ojalá”, las hice en dos días, como “Obvio”, “La higuera”… “La higuera” estuvo hecha en un día. Fue un fin de semana en el campo, que mi cuñado me informó de toda la historia de la mosca del higo, y en el campo, con los frutales, con los bichos… Que a mí me encanta eso. Entonces apunté las ideas. [Tararea la melodía] Esas son frases de toda la vida, eso no es una invención, la invención es que llegues y lo ensambles. Y la canción empieza con din-dan-din [tararea las tres primeras notas del tema], que es el despertador de mi mujer. Luego, el lunes cogí el tono que daba el despertador, que está en la bemol, que no se usa tanto, y luego añadí el bajo, le saqué la voz del tirón, y la gravé. La rítmica es totalmente irregular, no tiene un compás de cuatro, y de hecho luego he intentado corregirlo, pero quedaba artificial. Y Bronquio lo que hace es que los sonidos que había usado, los hace mejor, más certeros. 

R. ¿Por qué otras se resistían más otros temas?

R. Son los misterios, porque la actitud tuya es la misma: te levantas, te tomas el café y te vas al estudio. Pero estoy contento, porque tengo otras diez canciones esperando, y muy frescas. Porque “Autorretrato” viene del disco anterior, que intenté hacerla, la tengo de hace diez años por lo menos y esta es una versión nueva. Luego “Vidas paralelas” tiene tres versiones, una más brasileña, otra más americana, que es la que se quedó, y una rumbera. Yo lo que quería era sacar las tres y hacer una encuesta para ver cuál llevábamos en el disco, pero bueno.

P. Luego está “Sombrero roto”, que no es una imagen nueva: “Me quiero asegurar / que mi sombrero está bien roto y así los rayos / pueden entrar en mi cabeza”, cantaba en “Los delincuentes”.

R. Pues esa sí la canté en estudio, pero la creación fueron dos días. Le cogí el soniquete rápidamente, y en una mañana saqué ese rocanrol, que para mí es un rocanrol. A “Miss you” le di bastantes vueltas…

P. Pero tenía claro que tenía que ser en inglés.

R. Sí, tenía que ser una letra sencilla, porque yo no tengo tanta soltura con el inglés. Luego hay una versión que hizo Guille Milkiway, estilo reguetón, pero esta es la única que hicimos en directo, todos los músicos a la vez tocando.

P. ¿Y “Yo quería ser español”?

R. Luego “Yo quería ser español” se me ocurrió en un día, pero yo hice la letra sobre la policía municipal: “los chulitos del alcalde/ ponen multas y después/ se van a fumar al parque”. Luego el técnico me dijo que su cuñado era policía municipal, que se iban a cagar en mis muelas. Bueno, que no digo yo que no haya gente buena, pero es que en general los policías municipales son gente muy corrupta, van a limpiarse las botas y a poner multas para llevarse comisiones. Están locos por perseguir a los delincuentes, cuando no están para eso, son una policía auxiliar de ayuda y no deberían llevar ni arma, pero quieren ser como de videojuego, también quieren disparar.

P. ¿Y por qué derivó?

R. Me acordé de esta frase, “yo quería ser español”, que es una frase que decía de chico mi hijo Adán. Empecé a escribir sobre eso y sobre Securitas Direct…

P. “Y Securitas Direct / qué bonito / va haciendo la propaganda”… ¿Usted también escucha sus anuncios en la radio por la mañana?

R. Sí, y el otro día me quedé espantado: veníamos de madrugada de una actuación en Morón, y a las tres de la mañana también te ponen a Securitas Direct. La canción es una denuncia del miedo, del poder del dinero. Estamos todo el día con las banderas, metiéndonos en unos terrenos muy pantanosos e inciertos que sacan lo peor de nosotros mismos. Estamos buscando nuestra identidad y la estamos encontrando: la identidad de que somos unos gilipollas. Sí que es verdad que tenemos un problema de identidad, una necesidad de saber quiénes somos, pero lo estamos tomando de manera muy poco adecuada.

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P. ¿Por el miedo del que habla?

R. El miedo es que es el motor del mundo, el motor económico. No siempre fue así, porque hubo un momento en el que el capitalismo competía, y —a base de mucho sufrimiento de los trabajadores también, todo hay que decirlo— mejoraba las cosas y procuraba nuevos espacios de libertad para la gente, de consumo, que los empleados ganaran más y trabajaran menos horas… Pero desde que el capitalismo se transforma en capitalismo financiero y es monopolista, eso se acaba. La gente que critica Amancio Ortega —y yo lo critico— no ve que... ¿hay un empresario que pueda competir sin hacer lo que hace Amancio Ortega? No, el capitalismo no te deja ninguna otra opción. ¿Hay alguna compañía telefónica que pueda competir sin tener deslocalizados y explotados a los trabajadores? No, no pueden. Si una empresa tuviera a sus trabajadores en España y les pagara bien, se la comerían los otros. Por eso hace falta una acción política para proteger a los trabajadores. Ahora mismo el mercado no está resolviendo los problemas de la gente, los está acentuando.

 

La carrera de Kiko Veneno (Figueres, Girona, 1952) ha transcurrido por los senderos que huyen de la ortodoxia. Su mano quedó en La leyenda del tiempo de Camarón, aunque no grabó "Volando voy" hasta los noventa. Había entrado ya en ese tantearle los límites al flamenco y a la música popular española con su trabajo en el grupo Veneno —con Raimundo y Rafael Amador—, y de ahí no saldría nunca. La penúltima osadía había sido Sensación térmica (2013), un disco producido por el muy reclamado Raül Refree en el que el músico se atrevía con arreglos algo más alejados de sus características guitarras. Se podría pensar que Sombrero roto (Elemúsica/Altafonte), su último disco, sería un regreso a los orígenes: al fin y al cabo el título es una referencia a un verso de un tema de Veneno. Nada más lejos: el nuevo trabajo va un paso más allá y se alía inequívocamente con la electrónica, desde los ritmos de "La higuera" y "Títiri" hasta los guiños disco de "Autorretrato" o los toques electropop de "Vidas paralelas". 

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