El libro digital, fuera de foco

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Este artículo bien podría comenzar con un socorrido "decíamos ayer…", porque el que aquí nos convoca es un asunto recurrente. Pero siempre hay algo o alguien dispuesto a alimentar la controversia.

La coartada en esta ocasión es una cifra: 23.061. Que es el número de títulos correspondientes a ediciones digitales registrados en España en 2016, según datos de la Agencia del ISBN publicados recientemente por la Federación de Gremios de Editores.

Esos más de 23.000 títulos representan "el 28% del total de la producción editorial en España" (81.391 títulos) y suponen "un incremento de dos puntos con respecto a las cifras obtenidas en el año 2015". Lo cual, en opinión de la FGEE, "evidencia la apuesta que están realizando los editores españoles por este formato".

Sin embargo, los resultados contantes y sonantes del empeño no son plenamente satisfactorios: la facturación digital supone el 5% del total de la industria editorial, un porcentaje (es verdad) muy similar al de "países del entorno europeo como Francia, Alemania o Italia".

Hasta aquí, los datos. Oficiales. Pero, y es un "pero" importante, la propia Federación apunta que "no incluyen los títulos registrados por autores-editores". Es decir: su sistema de recogida de información tiene agujeros, no refleja la verdad de la edición en España. Por lo que deducir, y algunos lo hacen, que el papel está ganando la partida es, como poco, arriesgado.

La cara oculta del sector

Antonio de Marco, ex de Amazon, hoy consultor y dueño en Madrid de la librería El Monaguillo, sabe dónde está la grieta: hablar del "sector del libro" como si fuera un espacio compacto es un error, porque hay dos mercados distintos, no incomunicados pero sí bien diferenciados, y uno de ellos no aparece en los documentos oficiales. Por ejemplo, muchos de los autopublicados en Amazon vienen sin ISBN (International Standard Book Number, un identificador único para libros), "y entonces nadie excepto Amazon sabe cuántos se venden".

En su opinión, por lo tanto, el ebook no se ha estancado como algunos proclaman sino que "ha ido a un mercado que no controlan las grandes editoriales". Por decirlo todo, siempre según De Marco, también hay muchos lectores que incluso si hojean los libros en un establecimiento a pie de calle luego compran on line, y "los datos de esas ventas sólo los tiene Amazon, que es la librería número 1 en España".

La FGEE, por su parte, justifica la tibia presencia del libro electrónico en sus balances con otro clásico: el porcentaje de títulos editados en formato digital (recordemos: 28%) "podría ser superior si se desarrollasen políticas de protección de la propiedad intelectual".

Alude a la piratería, claro. "Los editores han invertido mucho dinero en la digitalización de sus obras sin que se haya obtenido retorno para esas inversiones –nos dice Antonio María de Ávila, director ejecutivo de la Federación–. Eso, mientras se observaba como la piratería campaba a sus anchas. Eso ha generado, en ocasiones, que muchos editores, y algunos autores, no hicieran una apuesta aún más decidida por este formato. En cuanto al precio, también está relacionado con esto ya que el precio suele estar definido por las ventas y el retorno de la inversión realizada. Lo lógico es que conforme se vaya incrementando el número de lectores en este formato se vaya reduciendo el precio de las ediciones digitales, y a ello contribuirá la anuncia y tanto tiempo esperada bajada del IVA digital".

La magia del papel

Por lo demás, en Estados Unidos han detectado un fenómeno bautizado como "digital fatigue" que, junto a las limitaciones de la lectura electrónica, estaría entre las razones del declive del formato. Y algunos analistas añaden que a diferencia de lo que ocurre con la música (excepción hecha de los vinilos) y el cine (excepto si vamos a las salas), la lectura no es totalmente dependiente de los artilugios electrónicos, una amplia gama de dispositivos (que incluye los smartphones, las tabletas y, por supuesto, los e-readers), cuyas ventajas no se nos ocultan, pero que no han alcanzado aún la calidad y no ofrecen el nivel de confort que los lectores exigen.

Así que el papel sigue estando en el centro de la experiencia lectora… para satisfacción de personas como Basilio Baltasar, editor y periodista, quien se muestra muy crítico con la acogida que el libro electrónico ha tenido en los medios, con momentos estelares como aquel, allá por 2011, cuando Amazon anunció que ya vendía más e-books que libros en papel.

"La corriente de opinión que celebró la aparición del libro electrónico se limitó a repetir los elogios que cada fabricante dice de sí mismo –asegura–. Los expertos leían el manual de instrucciones y lo recitaban en voz alta como si de una profecía se tratara".

Baltasar conoce bien esa cadena de producción del libro que agrupa a gremios, oficios y profesiones de larga historia y presencia: fabricantes de papel, impresores, encuadernadores, transportistas, libreros… y lamenta que la "innovación" pretendiera "dejarlos fuera de juego, propiciar el consentimiento de autores, ilustradores, editores y correctores. Se esperaba poder eliminar del paisaje urbano los kioskos y que esta devastación alcanzara felizmente a las imprentas y librerías. Como en un relato de Asimov".

De hecho, como los relatos de Asimov, la reflexión de Baltasar va más allá de la industria editorial, cuando denuncia la ingenuidad de una sociedad dispuesta a aplaudir la innovación como si perteneciera a la redención del género humano. "Esta confusión (entre tecnología y cultura, novedad y progreso, invento y curación…) es el síntoma del fetichismo supersticioso de una sociedad falsamente moderna", asegura.

Incluso llega a afirmar que "el ebook es un problema político. Resulta lamentable que no se hayan encendido las luces de alarma ante los peligros de la dependencia entre usuarios y "servidores". Esta perversa designación ya debería habernos alertado".

En ocasiones veo personajes

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En su opinión, resulta absurdo creer que esta "innovación" mejora nuestra cualidad de ciudadanos libres. "Consentir que se hurgue en los hábitos de nuestra privacidad hasta el punto de que "alguien" sepa qué fragmentos estamos subrayando, me parece un gesto ridículo. La clasificación de los hábitos lectores es una intromisión política en el territorio de la intimidad: debemos preservarla con celo".

Afortunadamente, dice, su efecto hipnótico se agota.

¿O no? A la espera de cifras que reflejen lo que ocurre en el mundo editorial en su conjunto,  no sólo en su cara iluminada por los datos oficiales, tendremos que reservarnos la respuesta.

Este artículo bien podría comenzar con un socorrido "decíamos ayer…", porque el que aquí nos convoca es un asunto recurrente. Pero siempre hay algo o alguien dispuesto a alimentar la controversia.

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