Que sepamos, Zaratustra no ha dicho nada al respecto, pero lo que pasamos a comentar tiene mucho de eterno retorno. O quizá sea, simplemente, que la historia (de la literatura) es cíclica.
De ahí que cuando oteamos las novedades de 2014, vemos en lontananza (septiembre) una nueva aventura de Hércules Poirot, el peculiar detective belga creado por Agatha Christie allá por 1920, quien se dispone a resucitar por obra y gracia de la británica Sophie Hannah.
Volverá, por si lo dudaban, con la entusiasta aquiescencia de la autora primera, fallecida en 1976. Y aunque Mathew Prichard, nieto de doña Agatha, justificó la decisión con razones sentimentales y literarias ("Su intriga es tan convincente y su pasión por el trabajo de mi abuela tan grande que estimamos que había llegado el momento de que una nueva Christie sea escrita"), tras la operación hay, no lo duden, motivos económicos. Con muchos ceros.
Es tentador imaginar a Hannah faenando en paralelo con otro “resucitador”: David Lagercrantz, hasta ahora conocido como autor de novelas y biografías y desde hace unas semanas pelín más popular porque suyo será el cuarto tomo de la saga Millenium, de Stieg Larsson.
“La maquinaria está en marcha”, dijo la editora Eva Gedin al presentar el proyecto. Nada dijo de la registradora, aunque nadie puede olvidar que los tres libros de Larsson, publicados todos tras su muerte, han reportado a sus herederos (padre y hermano, no su compañera sentimental, a la que la ley dejó a la intemperie) unos siete millones de dólares. ¿Y qué piensa la mujer del escritor, Eva Gabrielsson? “Encuentro de muy mal gusto tratar de hacer más dinero”, ha declarado.
Nada nuevo bajo el sol
Cualquier estudioso de la historia de la literatura nos dirá que lo descrito se inscribe dentro de la más absoluta normalidad. Pregúntenselo a quien se apropió de Don Quijote para hacerle vivir nuevas aventuras…
La diferencia es, si acaso, que por regla general las operaciones que nos ocupan están avaladas, cuando no impulsadas, por los ambiciosos herederos de los escritores primigenios y son más comerciales que literarias o sentimentales, por mucho que Lagercrantz, por citarle a él, se justificara asegurando que Blomqvist y Salander, las criaturas de Larsson, “merecen seguir con vida, igual que Spiderman o Peter Pan”.
Ni que decir tiene que las referencias no son inocentes. En especial la del niño de Nunca Jamás: en 2006 se publicó Peter Pan en rojo escarlata, secuela firmada por Geraldine McCaughrean de la novela de J. M. Barrie. Secuela, cabe añadir, oficial: la escritora fue elegida por el Great Ormond Street Hospital, institución depositaria de los derechos del personaje.
¿Más ejemplos? En 1991 llegó a las librerías Scarlett, de Alexandra Ripley, la continuación de Lo que el viento se llevó (1939), cuya autora, Margaret Mitchell dejó dicho que de secuelas, ni hablar. Pues si no quieres té, toma dos tazas: en 2008 Donald McCaig se atrevió con Rhett Butler. ¿Por qué tantos años entre una y otra? Porque los herederos de Mitchell rechazaron varias propuestas hasta, evidentemente, que les fue presentado el manuscrito de McCaig por el que, sigue la historia, exigieron el pago de 4,5 millones de dólares en concepto de derechos sobre los personajes.
Porque todo depende de los herederos. Los de Mario Puzo autorizaron dos secuelas de El Padrino: El Padrino. El regreso (2004) y El Padrino: La venganza (2006), ambas escritas por Mark Winegardner, antes de dar luz verde a la precuela: La familia Corleone, escrita por Ed Falco a partir de un esbozo que dejó escrito el propio Puzo (cuyo nombre aparecía en la portada).
Completar la tarea
Como leen, en ocasiones, las precuelas y las secuelas no salen íntegras del magín de los continuadores, que a veces se sirven del material que los escritores dejaron o desecharon para lograr su propósito.
Lo hizo Falco. Lo hizo, hace algo más de un lustro, Claude Schopp para escribir El Caballero Hector de Sainte Hermine de Dumas a partir de unos textos publicados por el gran Alexandre entre enero y octubre de 1869 en el diario francés Le Moniteur Universel (por cierto, que la edición española levantó una considerable polémica).
Y lo hicieron Dacre Stoker (cuyo parentesco con Bram Stoker no es precisamente cercano, sobrino bisnieto o así) e Ian Holt para dar a imprenta Drácula. El No-Muerto(Roca Editorial) a partir de unos manuscritos del creador del vampiro eterno (valga la redundancia).
El caso Bond
La protagonizada por el héroe de Ian Fleming es quizá la peripecia más singular, puesto que los herederos del autor tuvieron la habilidad de convertir al agente 007 en una suerte de franquicia comercial de la que se han beneficiado varios continuadores: Kingsley Amis (del que se dice que es quien puso el punto y final a El hombre de la pistola de oro, la entrega que Fleming estaba escribiendo cuando falleció), John Pearson, John Gardner y Raymond Benson.
Por si ese póker fuera poco, Sebastian Faulks recibió en 2006 el encargo de escribir la obra con la que se celebraría el centenario de Flemming, La esencia del mal. Y en 2010 supimos que Jeffery Deaver preparaba una nueva entrega, Carta Blanca,
Pero es que, además, Charlie Higson ha firmado una serie titulada Young Bond, en la que encontramos a un James adolescente; y Samantha Weinberg alias Kate WestbrookKate Westbrook una trilogía llamada The Monepenny Diaries.
La historia interminable
Ver másLa batalla final de Lisbeth Salander
Sí, porque a poco que nos esforcemos, encontraremos otras muchas continuaciones que buscan exprimir un legado aún rentable, incluso si su afán pone en riesgo a la gallina de los huevos de oro.
Al menos, las precuelas y secuelas que hemos traído hasta aquí suelen (suelen, digo) ajustarse a las líneas maestras establecidas por el creador original.
Porque luego están las versiones gore de clásicos universales, tipo Lazarillo Z, de un tal Lázaro González Pérez de Tormes (matar muertos vivientes nunca fue pan comido) u Orgullo y prejuicio y zombiesde Jane Austen y Seth Grahame-Smith. Pero ésa sí que es otra historia.
Que sepamos, Zaratustra no ha dicho nada al respecto, pero lo que pasamos a comentar tiene mucho de eterno retorno. O quizá sea, simplemente, que la historia (de la literatura) es cíclica.