Aunque no le hayamos visto escoba en mano, cuando caminamos por una acera limpia sabemos que por allí pasó un barrendero antes que nosotros. No solemos fijarnos ni caer en la cuenta de esa labor (rutinaria, imprescindible y a su manera invisible) hasta que nos topamos con algún montón de basura amontonada o con suelos repletos de hojas otoñales especialmente resbaladizos por la lluvia. Dos ejemplos que sirven para establecer la comparación de lo que sentimos cuando nos encontramos con un texto (escrito o leído) por los motivos que sean mal escrito: comas mal puestas, expresiones repetidas, faltas de ortografía, frases inconexas. Cuando algo no se cuida, se deteriora. ¿Y cómo mantenemos nuestros textos impolutos? Con los correctores. Que sí, que existen, y sin su amor por las palabras el deterioro sería total.
"¿Por qué cuando un texto no tiene errores uno no se plantea que está corregido?", se pregunta Fernando Valdés, corrector profesional autónomo y miembro de la junta directiva de la Unión de Correctores (UniCo), poniendo énfasis en que la U de UniCo no lleva tilde, un error que es, según cuenta, demasiado común. "No sé si la no necesidad de un corrector parte de un concepto de vanidad mal entendida de los escritores, de la idea de que los escritores no necesitan ser corregidos porque son como los gatos, que los tiras y siempre caen de pie", destaca a infoLibre.
De la misma opinión es la secretaria de la Junta Directiva de la Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes (ASETRAD), Isabel Hoyos, quien pone un ejemplo flagrante de lo necesaria que es la labor de un corrector: "Hace dos ediciones, en la Feria del Libro de Madrid, el cartel de nuestra caseta tenía un error que había cometido la propia organización. Aquello salió en prensa porque decían que la caseta de los correctores tenía errores. Siempre hace falta alguien que le eche un ojo a algo porque cuando estás con tu propio texto estás muy apegado y no te das cuenta porque el cerebro va complementando cosas. Te puedes leer veinte veces un párrafo y no darte cuenta de que le falta un qué o un la. Y alguien que no eres tú lee ese párrafo y se da cuenta. Por eso es importante que cualquier texto que vaya a salir publicado, en el medio que sea, lleve una corrección posterior tanto si se trata de un texto original como de una traducción".
Y es que la función de un corrector requiere tanta "concentración y atención al detalle", en palabras de Valdés, que no cuesta imaginarles no ya limpiando textos como si fueran nuestras calles, sino podando pequeños y caros bonsáis con mimo, dedicación y el ritmo preciso. Sin embargo, su actividad está "valorada según el caso, reconocida poco y conocida aún menos", resume el miembro de UniCo, quien explica que son muchos los asuntos que complican su situación, y están todos "interconectados".
Una profesión desconocida con muchos obstáculos
El principal handicap es que se trata de una profesión desconocida en nuestra sociedad en general y en el mundo laboral en particular. Esto se debe a que tanto el corrector como su trabajo están invisibilizados, una circunstancia que "provoca diversas complicaciones" como, por ejemplo, la falta de un reconocimiento administrativo al no haber un epígrafe concreto en el Impuesto de Actividades Económicas (IAE), la "infracontratación de correctores asalariados" (que en su mayoría son autónomos), su ausencia en ámbitos en los que son "necesarios y en los que por desconocimiento se le requiere", exceso de intrusismo y unas tarifas que en los últimos veinte años no han subido en consonancia con el coste de la vida. Problemas comunes a otros gremios, pero en su caso agravados por padecerlos "en la sombra y estar todos ellos imbricados", tal y como denuncia UniCo en un documento sobre la Necesidad de un epígrafe para el corrector en el IAE, obra de Elena Ruiz Gutiérrez.
"Parece que la cosa podría cambiar un poco, pero no podemos pactar unas tarifas mínimas ni podemos aconsejarlas, igual que en el caso de las traducciones", lamenta Hoyos en conversación con infoLibre, admitiendo que la corrección, al ser el "último eslabón y del que muchos creen que pueden prescindir, está muy mal pagada". "Realmente esta es una batalla que tenemos porque parece que es algo accesorio, cuando somos un paso necesario para evitar errores importantes. Porque una cosa es que alguien eche un vistazo para ver si más o menos un texto está bien y otra cosa es alguien que lo corrija en profundidad. Yo trabajo como correctora para alguna editorial que hace las cosas muy bien, pero hay de todo. Queremos poner énfasis en la necesidad de la corrección, en que no es un paso superfluo y debería estar pagada en consecuencia. Muchos te dicen que no pagan un corrector porque se les encarece demasiado el producto, pero es que si quieres dar un producto de calidad tienes que contar con todos los pasos, no puedes saltarte ninguno", destaca.
Se ven así los correctores atrapados en un "círculo vicioso en el que su intrínseca falta de visibilidad les impide tener una posición adecuada desde la que poder negociar tarifas más justas", según denuncia el citado documento, que añade que tampoco se los acredita en los textos en los que interviene, por lo que resulta imposible combatir el mencionado intrusismo y la mala praxis. Así las cosas, si no sale a la luz, "si no se le reconoce públicamente su labor profesional, la capacidad del colectivo para hacer pedagogía acerca de su profesión y defender sus derechos se ve seriamente mermada. Los correctores existen, sí, revisan un texto original para mejorarlo, y se pueden establecer otros muchos paralelismos con otras tantas profesiones: el fontanero que desatasca, el cirujano que opera, el agente inmobiliario que vende una vivienda". Pero lo cierto es que no se los tiene en la misma consideración.
Y eso a pesar de que nos rodean textos que van mucho más allá de los libros de narrativa o los propios medios de comunicación. Son necesarios (y no están en todos los casos que deberían) en páginas webs de todo tipo, folletos de supermercados, audiolibros, los subtítulos de una película, la sinopsis de un contenido audiovisual en una plataforma... "El corrector de Word también necesita detrás alguien que le enseñe a ese programa a corregir", añade Hoyos, quien plantea que hay muchas herramientas así, que forman parte también de la profesión de corrector, igual que los motores de traducción automática: "Todos necesitan alguien detrás que tenga unos profundos conocimientos de lingüística y que corrija esos resultados en las pruebas previas para ir afinando el motor. Todo eso, aunque parezca increíble, lo hacen los correctores".
No cualquiera puede ser corrector. Tienes que tener unos amplios conocimientos lingüísticos, amor por la precisión y haberte especializado
¿Y quiénes son? ¿De dónde salen? "Un corrector necesita tener una formación lingüística, muchos salen de Filología Hispánica", resume Hoyos, al tiempo que Valdés añade Periodismo o Historia como otras carreras universitarias de las que surgen, en mucha menor medida, profesionales de la corrección. "Otra opción es que seas licenciado en Psicología o Medicina, haces cursos de corrección y te especializas en esos ámbitos", añade el miembro de UniCo, quien quiere remarcar, eso sí, que en cualquier caso "el 95% de los correctores son licenciados". Y el 47% de los correctores ha realizado estudios de posgrado o incluso posee un doctorado.
"Otros correctores son traductores que acaban haciendo de correctores también. Y hay gente que a lo mejor no tuvo en su día una formación académica, pero que a fuerza de muchos años de trabajar en una editorial o en el sector acaba teniendo herramientas", apostilla la integrante de ASETRAD quien, en cualquier caso, subraya que "el corrector tiene que formarse". Para ello, cuenta también con postgrados y cursos específicos. "No cualquiera puede ser corrector. Tienes que tener unos amplios conocimientos lingüísticos, amor por la precisión y haberte especializado", apostilla.
"No hay una Facultad que se llame de Corrección, pero tenemos Filología Hispánica y esos estudios especializados y postgrados. El que a estas alturas llega a la profesión, puede formarse, tiene capacidades para ello", remata Hoyos, mientras desde UniCo Valdés apunta que en México sí que hay una Facultad de Edición en la que se estudia la carrera de Corrección, por lo que señala que con el tiempo las cosas pueden ir cambiando: "Actualmente se ofrecen postgrados en corrección editorial en diversas universidades españolas, sobre todo en Barcelona, así que la situación se irá abriendo más".
Mientras tanto, esa invisibilidad que asola al sector lleva directamente a un intrusismo que, según Hoyos, se ve en esa frase hecha de "que lo corrija mi primo que escribe muy bien". Un familiar que, para Valdés, es también del mismo parentesco, pero incluso con nombre propio: "Como se paga poco, a fin de cuentas, en vez de contratar a un corrector profesional se tira del primo José Luis, al que le gusta mucho leer para que le eche un vistazo. Y como tampoco vas a poner en el libro el nombre de tu primo como profesional, porque lo hace por amor al arte, no lo vas a acreditar ni se reflejará ese intrusismo tan frecuente en nuestra profesión". Acreditar el trabajo debidamente, como cada vez ocurre más con los traductores, es por tanto una lucha de vital importancia para un gremio integrado principalmente por autónomos.
Entre el 80 y el 85% de los correctores trabajan por cuenta propia. De ese porcentaje, un 85% son mujeres, por lo que los correctores son mujeres, autónomas, que cobran poco, trabajan mucho y no son reconocidas por estar en la sombra
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Porque según relata Valdés, históricamente todas las imprentas, editoriales y medios de comunicación tenían correctores, pero es algo que ha ido desapareciendo con los años hasta llegar a la siguiente situación actual: "Tenemos un estudio con base a una encuesta que realizamos, y entre el 80 y el 85% de los correctoras y correctoras que respondieron trabajan por cuenta propia. De ese porcentaje, un 85% son mujeres, por lo que estamos hablando de que los correctores son mujeres, autónomas, que cobran poco, trabajan mucho y no son reconocidas por estar en la sombra. Estamos así haciendo sangre de un colectivo que de por sí ya sufre en silencio muchísimos males que aquejan a las mujeres trabajadoras autónomas. Si encima lo hacen como correctoras, el fiasco está asegurado".
En cualquier caso, Hoyos afirma que se puede vivir de la corrección "si lo haces bien y te lo tomas en serio, no si te dices 'voy a corregir en mis ratos libres'". "Esto es un trabajo y hay un interés en la nueva hornada de correctores jóvenes, que además entienden de una forma muy amplia la profesión, que son conscientes de que hay que abrirse a otros cometidos. Todas esas nuevas hornadas son muy tecnológicas y yo soy muy optimista de que vamos a asistir a un auge de la corrección como profesión", defiende Hoyos, mientras Valdés destaca, a raíz de casos que él mismo ha visto y que son conocidos en el gremio, la cantidad de dinero que se puede evitar perder si cuentas con un corrector: "Si te compras un libro y está mal escrito puede ser un auténtico desastre para la editorial".
Y termina el miembro de UniCo: "Al corrector yo le considero siempre un pastor de palabras, que es como lo definía la presidenta de la Academia Argentina de las Letras. Un profesional que está haciendo lo que hacen los pastores con su ganado, cuidarlo y protegerlo, llevarlo de un sitio a otro y alimentarlo para que dé el fruto que tiene que dar. Y puede ser considerado también un puente entre el autor y el lector, porque trasladan con sus manitas el mensaje a la otra orilla y le llega al lector de la mejor manera posible tal y como lo quiere el autor y también el lector. Es absurdo que esto se considere superfluo si quieres un buen producto".
Aunque no le hayamos visto escoba en mano, cuando caminamos por una acera limpia sabemos que por allí pasó un barrendero antes que nosotros. No solemos fijarnos ni caer en la cuenta de esa labor (rutinaria, imprescindible y a su manera invisible) hasta que nos topamos con algún montón de basura amontonada o con suelos repletos de hojas otoñales especialmente resbaladizos por la lluvia. Dos ejemplos que sirven para establecer la comparación de lo que sentimos cuando nos encontramos con un texto (escrito o leído) por los motivos que sean mal escrito: comas mal puestas, expresiones repetidas, faltas de ortografía, frases inconexas. Cuando algo no se cuida, se deteriora. ¿Y cómo mantenemos nuestros textos impolutos? Con los correctores. Que sí, que existen, y sin su amor por las palabras el deterioro sería total.