Durmiendo con mi enemiga de clase

No fue el peor crimen que cometió la dictadura de Augusto Pinochet, pero la crueldad con la que se ideó le ha otorgado suficientes méritos para entrar en el podio de los más macabros. Hacia finales de la dictadura, los militares comenzaron a entretenerse con libros de geografía, buscando en el alargado mapa de Chile los lugares más lejanos e inhóspitos para desterrar allí a los revoltosos y agitadores (estudiantes, sindicalistas o militantes de baja intensidad). Aquello se conoció como la relegación. “La dictadura hizo crímenes tan atroces que este era menor”, explica Marcela Serrano, “la condena es muy poco conocida, pero es bien monstruosa: te tiran en un lugar determinado, donde normalmente no hay nada y tú tienes que hacerte cargo de ti mismo, no puedes trabajar legalmente, tienes que buscar de comer y dónde dormir, desenvolverte sin ningún medio. Había chiquillos que no tenían familia con posibilidades para llevarles víveres, ya que podían visitarlos, y lo que sufrieron todos, al final, fue un serio problema económico para mantenerse según pasaba el tiempo”.

Miguel Flores, protagonista de la décima novela de Serrano, La Novena (Alfaguara), es un estudiante universitario de Sociología que es arrestado en una manifestación y condenado a malvivir en una aislada zona agrícola, cercana a la capital, pero prácticamente inaccesible. Los pacos (así se llama coloquialmente a la policía chilena)le sueltan en medio del campo con lo puesto, algo de calderilla y le aconsejan resguardarse en una choza destartalada. La única condición es que vaya a firmar cada día a su garita, situada a varios kilómetros. Entre la angustia y la desconfianza de sus nuevos vecinos, Miguel encuentra a Amelia, una terrateniente viuda y culta que pronto empatiza con la situación del relegado y le invita a acompañarla en La Novena, su hacienda. “El punto de partida de la historia es una experiencia real de mi madre. Ella era una mujer de clase alta y cierta edad, que vivía en un campo muy lindo al que llegó un relegado. Él la miró como diciendo: 'Esta es mi enemiga de clase', pero ella lo acogió”, concede Serrano, una de las autoras de mayor éxito en América Latina, que ha pedido hacer esta entrevista en la terraza de un bar, para aprovechar así el buen clima del largo verano madrileño.

Miguel cede ante el ofrecimiento y ambos pasan las tardes comiendo, hablando de literatura o de la intensa vida de Amelia, aunque sin perder de vista la condición de terrateniente de su anfitriona. “En general, los dueños de fundos en Chile son muy derechistas. Hubo una gran reforma agraria y la derecha chilena no lo perdona”, explica la autora de Antigua vida mía justificando la actitud de su personaje.

Los hombres no saben escribir sobre mujeres

Cuando se planteó La Novena, Serrano (Santiago de Chile, 1951) investigó sobre el tema de relegación y descubrió que a las mujeres nunca les aplicaban esta condena. Así, tuvo que cambiar el punto de vista femenino que siempre había dominado su producción literaria y situar en primer plano, por primera vez, a un personaje masculino. “Me entretuvo mucho hacerlo, ¿sabes? Me parecía muy cercano y no me costó meterme en él”, reconoce satisfecha.

¿Se enfrentan igual las mujeres escritoras a los personajes masculinos que los escritores a los femeninos? “Nosotras lo hacemos mejor, definitivamente”, responde entre risas Serrano, “nacimos respirando el mundo masculino, lo conocemos, lo hemos leído y somos las que criamos a los hombres. Como dice una amiga mía: yo me tomo el antidepresivo, a pesar de que es mi marido el que está deprimido. Estamos buscando el aparato psíquico de los hombres. Además, ¡cómo no vamos a conocer a los hombres si somos víctimas de su poder! Cuando es al revés, cuando ellos escriben sobre personajes femeninos, hay una nota que no pueden dar o la dan mal, incluso los grandes autores como Carlos Fuentes o Javier Marías. Toman la voz de una mujer y uno sabe, siempre, que es un hombre en el que está hablando. Al final, es falta de conocimiento, es tan simple como eso”.

En los inicios de su carrera, su manifiesta postura feminista le valió el desprecio de cierta crítica de su país natal. “Se ha establecido como sistema que es gratis sacarle la mierda a las escritoras mujeres. Es gratis. Empezaron a hacerlo con Isabel [Allende], después siguieron conmigo”, denunció su hartazgo en una entrevista. Con los años, la visceralidad de las críticas ha amainado, pero la autora de Nosotras que nos queremos tanto tiene claro que su origen fue el arrollador éxito comercial de ambas. “El mundo literario es una mafia, muy misógina, además. El hecho de que aparecieran voces que fueran tan leídas les mató. Decidieron que nosotras éramos light y producto del marketing. Ahora, ya no se atreven porque nuestra carrera ha sido sostenida en el tiempo, aunque hay hombres chilenos que no leen a ninguna mujer y lo confiesan”.

Marcados por Pinochet

Cuando en 1973 Pinochet arrasó con el gobierno de Salvador Allende, Serrano tenía 22 años y estaba en el último año de la universidad. Partió al exilio y permaneció en Roma durante cuatro años, en los que, cuenta, no hizo nada laboralmente de provecho, pues la incertidumbre y el miedo inundaron todas las facetas de su vida. Dice que a su generación el golpe de Estado les ha dejado una huella indeleble, y que por eso, de una manera u otra, la dictadura está presente en toda su obra literaria. “Imagínate que matan a todos tus amigos y empiezan a cambiar todas las leyes que conocías, en todos los sentidos, desde las psicológicas a las materiales. Yo me he preguntado en muchas ocasiones quién habría sido sin el golpe, qué me habría pasado, a qué me habría dedicado… Todo habría sido distinto”.

En el caso de La Novena, la dictadura no sólo es el trasfondo, sino que funciona como detonador y determina la manera de relacionarse de los personajes. “Pinochet es un veneno, le dijo Amelia, y lo peor son sus Chicago Boys, el experimento que hacen con la economía en Chile es el más peligroso, durará más que la dictadura misma, acuérdate de mis palabras”. “Los que entendían de economía sabían lo que estaba pasando”, explica la escritora sobre este fragmento del libro, “yo no alcancé a entender el daño, pero piensa que llegó Milton Friedman con sus Chicago Boys a este experimento maravilloso que no tenían límites. No había Parlamento ni nada que les detuviera, así que hicieron lo que quisieron. Poder practicar en un país el sistema llevado al extremo fue el placer máximo del neoliberalismo. Y ese sistema no se cambió cuando llegó la democracia, se mantuvo contenido un tiempo, pero ya explotó y ha habido gigantescos movimientos que han expresado su malestar por el neoliberalismo, aunque ha sido muy tarde. Jamás pensé que íbamos a convertirnos en un país con un capitalismo tan salvaje”.

No fue el peor crimen que cometió la dictadura de Augusto Pinochet, pero la crueldad con la que se ideó le ha otorgado suficientes méritos para entrar en el podio de los más macabros. Hacia finales de la dictadura, los militares comenzaron a entretenerse con libros de geografía, buscando en el alargado mapa de Chile los lugares más lejanos e inhóspitos para desterrar allí a los revoltosos y agitadores (estudiantes, sindicalistas o militantes de baja intensidad). Aquello se conoció como la relegación. “La dictadura hizo crímenes tan atroces que este era menor”, explica Marcela Serrano, “la condena es muy poco conocida, pero es bien monstruosa: te tiran en un lugar determinado, donde normalmente no hay nada y tú tienes que hacerte cargo de ti mismo, no puedes trabajar legalmente, tienes que buscar de comer y dónde dormir, desenvolverte sin ningún medio. Había chiquillos que no tenían familia con posibilidades para llevarles víveres, ya que podían visitarlos, y lo que sufrieron todos, al final, fue un serio problema económico para mantenerse según pasaba el tiempo”.

Más sobre este tema
>