De bestias y aves
Pilar Adón
Galaxia Gutenberg (Barcelona, 2022)
Coro, una miniaturista que dibuja hojas y plantas y protagonista de esta novela, se decide a abandonar su casa de forma repentina, olvidándose el móvil, y a viajar sin rumbo fijo, agotada por su exigente trabajo que le genera un gran cansancio mental, dado que es una mujer perfeccionista. En el camino se queda sin gasolina y se pierde, yendo a parar a una casa aislada, llamada Betania (la verja de la entrada es como el umbral que la lleva —digamos— a otra dimensión), como si de un nolugar se tratara. Allí la reciben unas mujeres que viven en comunidad, con rasgos de secta. Parecen saber quién es Coro y qué es lo que realmente necesita, dado el estado en que se encuentra, obligándola —en cierta forma— a adaptarse a su nueva situación.
Se trata de Tresa y Catina, quienes parecen ostentar un cierto mando en el grupo, de las gemelas Rebeca y Magdalena, a las que les gusta pasear hasta el lago, de Gloria, Missa Tita, la anciana sabia y ciega que va en silla de ruedas, y la niña Adel, que con sus 12 años suele mostrarse curiosa. Todas ellas aparecen singularizadas por sus edades, carácter, inquietudes y maneras de relacionarse con los demás, en especial con Coro. El caso es que llevan una vida libre y forman una comunidad aparte, sencilla y autosuficiente, gozando de la naturaleza, de la laguna cercana, del agua, de los frutos de la tierra, educando a una niña y cuidando a una anciana. En suma, es como si la precipitada salida de Coro la hubiera abocado a un destino imprevisible.
Pero, en un momento dado, un hombre llamado Tobías Mos se presenta en la finca con su perro Bendigo, pues ha regresado al lugar después de una larga ausencia. Se trata del único personaje masculino de esta historia, y desempeña el papel del intruso —quizás una de las bestias del título— que actúa como una amenaza para las mujeres, pues reclama como suya la propiedad y quiere expulsarlas. Quien haya leído la narración anterior de la autora, la novela corta Eterno amor (2021), encontrará semejanzas con la obra que ahora nos ocupa.
La novela se compone de 25 capítulos, el espacio y el tiempo en que transcurre la acción es reducido y el protagonismo, en cierta forma, es colectivo, aunque seguimos sobre todo las cuitas de Coro, que es quien marca el rumbo de la trama. Pero ni sabemos en qué tiempo estamos, ni el espacio responde a ninguna realidad conocida. E incluso los nombres de los personajes (Coro, Tresa, Tobías Mos…) resultan singulares, mientras que el espacio proviene de la Biblia, como veremos. La frase de Tobías en el capítulo 20 (página 181), procede del evangelio de San Mateo (8: 20): son las palabras que Jesús le dice a un maestro religioso: "Los zorros tienen guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza".
Sin ser estrictamente una novela de intriga, la autora se vale de ella, ya sea a raíz del misterio de Betania y sus habitantes, ya de la hermana de Coro que se ahogó en un accidente, y al que ella sobrevivió, arrastrando consigo desde entonces una culpa. El caso es que, a pesar del empeño que Coro pone, no puede abandonar el lugar, proseguir su viaje, como ocurre en El ángel exterminador (1962), de Buñuel, aunque también haya diferencias notables.
Habría que destacar en la narración algunos episodios que resultan especialmente significativos: el viaje en coche, al comienzo de la historia; los distintos y diferentes diálogos con las mujeres de Betania; la singular experiencia que supone la inmersión en la poza; pero también las fuerzas —digamos— en lucha, pues Coro quiere irse, mientras que Tobías desea quedarse en la casa, echando a las mujeres, que lo rechazan, pero tras llegar Tobías, Rebeca desaparece, y que acaban convenciendo a Coro para que se quede con ellas en Betania.
Decía que llaman la atención los diálogos que Coro mantiene con las otras mujeres, pues sus preguntas, sus deseos de abandonar el lugar, nunca obtienen la respuesta esperada y lógica, lo que proporciona al diálogo una cierta sensación de irrealidad, acentuada por lo perturbador y desasosegante del ambiente. Se trata de dos lógicas distintas que chocan entre sí, hasta que finalmente Coro acaba entendiendo la ajena. Nos encontramos, en suma, ante una serie de historias ambiguas, que nos proporcionan escasas certezas.
Respecto a las distintas metáforas y símbolos que aparecen en la obra, la de Betania resulta especialmente sugestiva. Betania puede significar casa de frutos, pero también casa de aflicción. La Betania bíblica era una aldea situada a 3 kilómetros de Jerusalén, en la falda del Monte de los Olivos. En ella vivía Lázaro, a quien Jesús resucitó, con sus hermanas, Marta y María; y Simón, el leproso, en cuya casa María Magdalena ungió a Jesús bañándolo con perfume. Al este de Betania estaba situado el río Jordán donde fueron bautizados San Juan Bautista y Jesucristo, y no lejos se produjo la ascensión a los cielos de éste, según cuenta el evangelio de San Lucas.
En el mismo sentido actúa también la sororidad, aunque esta palabra no se utilice nunca, el papel que desempeña la naturaleza (Coro goza de ella, pero también la padece, pues es otro de los obstáculos que impiden que siga su viaje), lo sensorial, la laguna, el agua (podría decirse que es el umbral que le permite a Coro pasar de un estado a otro), la cueva, la pérdida de la hermana de Coro que murió ahogada, las vestimentas que llevan las mujeres, todas iguales, a quienes acaba imitando la protagonista, tras un baño simbólico (páginas 129—132), despojándose de unas ropas que, aunque sucias, la vinculaban con su pasado, unos pasos más para perder su singularidad e integrarse en la comunidad, las aves rapaces (la autora ha recordado que, en algunas culturas, simbolizan el paso de un estado a otro) que se anuncian en el título y aparecen al final del relato, así como las bestias, que en la narración pueden ser tanto animales (lagartos, sapos…) como algunos seres humanos. Sea como fuere, en última instancia, Coro parece ser otra, pues está en el camino para olvidar la culpa que arrastra, superar la ansiedad y la angustia que sufre.
Para sus lectores, resulta evidente que Pilar Adón es dueña de un mundo cultural propio, por lo que en sus libros no suelen faltar las referencias culturales y literarias, en este caso a Cumbres borrascosas (página 92), a los versos iniciales de un poema de Emily Dickinson ("La esperanza es esa cosa con plumas"; o sea, un pájaro que vuela en libertad, una metáfora construida sobre una metonimia, página 96), a Tolstoi y a Ana Karenina (página 46) y a Jane Austen (página 149); a diversos ahogados, reales y ficticios (página 172); o la alusión a artistas (Durero, Louise Bourgeois…) y personajes que aparecen en cuadros memorables (la Santa Casilda de Zurbarán), con los que amuebla Coro su nuevo refugio mental (página 186), e incluso al vuelo de los vencejos que también hemos visto en narraciones de Álvaro Pombo, Antonio Muñoz Molina y Fernando Aramburu, por no remontarnos a Antonio Machado (página 196).
El caso es que la autora ha construido un mundo literario singular, con una estrategia, unos espacios y personajes, así como con una retórica y unos temas y motivos propios, que la distinguen del resto de los autores actuales. Quienes sean lectores de la autora apreciarán, además, cómo su prosa ha ido haciéndose más precisa, más despojada, diría que más auténtica y verdadera, y ha ido incluyendo ribetes de humor (página 122).
La autora dedica la novela a su padre, fallecido en el 2019 (véanse también los poemas de Las órdenes, 2018, que le dedica a su progenitor), un hombre —ha confesado en una entrevista— vinculado a la naturaleza, tal y como aparece en la narración. En suma, De bestias y aves cuenta la historia de esta curiosa sociedad, no en vano, compleja y ambigua (la lógica del tiempo, del espacio, del diálogo y el trato entre los personajes aparecen subvertidos, más insinuados que explícitos, y no siempre se justifican las acciones de los personajes, que a veces parecen comportarse sin que ellos mismos sepan por qué, o al menos eso parece); una historia, en fin, que tiene algo de cuento de hadas, lo ha sugerido la autora, de una mujer perdida que, tras un extraño viaje, llega a un lugar misterioso donde se encuentra con un grupo de mujeres a las que deberá enfrentarse o, al menos, resistir la presión que genera un grupo cohesionado, hasta que finalmente —aunque le cuesta darse cuenta y aceptarlo— consigue encontrar su lugar, adaptándose a su nueva situación, después de sufrir una transformación, en relación íntima con la naturaleza. En cierta forma, como Pilar Adón ha comentado, se trata de la historia de una resurrección, tras pasar —digamos— por unas pruebas que Coro ha debido superar.
Ver másDe Rafael Chirbes a Pilar Adón: mis favoritos del 2022 (con especial atención a la narrativa)
P.S: Para quienes quieran conocer la visión de la autora sobre su novela, les recomiendo la entrevista de Glòria Aznar en el Diari de Tarragona, el 24 de noviembre del 2022, que pueden leer en la red.
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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.