Juan Gabriel Vásquez lee las primeras línas de su obra.
Una vez más el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez nos confirma por qué es considerado uno de los narradores más destacados de la actualidad y uno de los que irrumpe con mayor solidez en el mapa de la literatura que se escribe hoy en español. La forma de las ruinas, su más reciente novela, es una ratificación de una vocación y la consolidación de una voz en el corpus de la narrativa latinoamericana.
Ya en algunas novelas anteriores, Vásquez había mostrado su preocupación por recrear algunos momentos de la violencia y la guerra interna que vive hace más de 150 años Colombia. Los informantes y El ruido de las cosas al caer ya anticipaban algunas inquietudes del autor frente a la historia reciente de su país y muchos episodios indelebles en la retina de varias generaciones de colombianos quedaron allí plasmadas como frescos de un tiempo detenido.
La forma de las ruinas está narrada por un personaje que es un escritor llamado Juan Gabriel Vásquez. El tono autobiográfico permite develar que la sensibilidad del autor está estrechamente ligada a la sensibilidad de toda una generación que se acostumbró a habitar un país contradictorio, conflictivo y en gran medida conformista y amnésico. De igual forma el tema de fondo nos recuerda que han sido los magnicidios los que han determinado el destino de la nación. Para la muestra dos crímenes aún impunes y fundamentales para entender la historia de la Colombia contemporánea: el asesinato de Rafael Uribe Uribe el 15 de octubre de 1914 y el de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948.
Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1974) pertenece a esa generación que creció viendo a su alrededor “paranoia y dolor” parafraseando a Calamaro. Se salvó, siendo adolescente, de morir por la explosión de una bomba en plena zona comercial de Bogotá y fue testigo, como muchos colombianos, del desmoronamiento moral y físico del país. Para quienes crecieron en la Colombia de los años ochenta y noventa la cotidianidad estaba marcada por el miedo y la amenaza constante. Los mejores líderes (de todas las tendencias políticas) cayeron asesinados y surgió el narcoterrorismo como un actor trascendental de la violencia. Las muertes de Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro, Álvaro Gómez, Rodrigo Lara además de los más de 5000 militantes de la Unión Patriótica hacen parte de nuestro imaginario colectivo y son una herida perpetua difícil de cerrar.
Con una narrativa ágil, que mezcla elementos de la crónica y la autobiografía en clave de poesía, Juan Gabriel Vásquez logra conectar una preocupación generacional con estos dos crímenes y logra sumergirse en muchos de los interrogantes que estos dejaron. El relato que hace al autor de los dos magnicidios tiende puentes desde la ficción con momentos exactos de la historia. Él transmite la narración oral que escuchó de sus mayores en entrecasa y nos permite a los lectores identificar el reverso y el anverso de los sucesos para, así, recuperar la memoria y entender los signos que de una cartografía de silencios y olvidos.
Afirmó Vásquez en una reciente entrevista a propósito de la publicación de esta novela: “Es que esta no es una novela histórica. Es una novela sobre algunos episodios históricos, pero a mí no me interesa reproducirlos tal como se pueden encontrar en los libros de historia. Me interesa buscar conexiones inesperadas, especular, reflexionar sobre la presencia de esos pasados en el presente. Como se dice en la novela, me interesa la herencia de esos crímenes”. Y, sin duda, lo logra con precisión. Esas conexiones son verosímiles porque parten de algo muy verdadero y son los matices de una historia pública contada desde la intimidad de la vida familiar y privada.
Otro de los grandes aciertos de esta novela es que el autor, además de recordarnos que el asesinato de un gran hombre trastorna de manera definitiva la vida de un país, su historia, su destino, descifra muy bien los códigos del miedo con los cuales creció junto a sus contemporáneos y que definió la vida de muchos colombianos. Una generación de sueños destruidos, de angustias y permanentes desencantos. Esta es una novela que nace de la curiosidad y de las múltiples preguntas que asaltan al autor y que las resuelve desde sus certezas personales.
Así el autor nos propone a los lectores a sumergirnos en una aventura, en un redescubrimiento o una exploración de la historia de nuestro país. Logra que muchos lectores colombianos nos reconozcamos en los errores y en las ruinas. Por eso la ficción, la novela como recurso es un elemento pertinente para interpretar, contar, juzgar y al final entender el país actual desde la genealogía del dolor y la posibilidad del asombro.
No dudo en decir que esta novela será fundamental para entender algunos de los motivos de la guerra y para reconstruir algo de memoria en pro de soñar una nación más tolerante y menos violenta en el llamado periodo del post-acuerdo o post-conflicto luego de los diálogos de La Habana con la insurgencia de las FARC. Juan Gabriel ha sabido leer el alma nacional y de interpretar su destino para devolvernos, desde la literatura, algo de aquellas ilusiones perdidas y recobradas en esta novela.
*Federico Díaz-Granados es escritor. Su último libro es 'Las prisas del instante' (Visor, 2015). [Lee aquí la reseña publicada en el número 3 de Los diablos azules sobre 'Las prisas del instante'.] Federico Díaz-Granados
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Juan Gabriel Vásquez lee las primeras línas de su obra.