La guerra no tiene rostro de mujerSvetlana AlexiévichEditorial DebateMadrid2015
Es bastante probable que el lector de La guerra no tiene rostro de mujer tenga que parar a coger aire cada cierto número de páginas. Hay cuerpos desmembrados en el campo de batalla, adolescentes que dejan su casa por primera vez para morir en las trincheras y mujeres que ahogan a sus hijos para que no descubran a un destacamento de partisanos. Pero lo que más hay es sangre, sobre todo sangre reseca en los pantalones de las mujeres que integraron el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial: la de sus compañeros y la de su propia menstruación, que se congelaba por las temperaturas bajo cero y les cortaban los muslos como si fueran cuchillas.
Los centenares de historias que ha recogido la periodista bielorrusa, premio Nobel de Literatura en 2015, son de una crudeza demencial, pero según se avanza en la historia es fácil darse cuenta de lo absolutamente necesario que resulta el trabajo de Svetlana Alexiévich. Todas se quejan del olvido y rechazo que sufrieron tras el final de la contienda: pasaron de ser las “hermanas” de sus camaradas a apestadas sociales. “No me reconocía en el espejo, en cuatro años no nos habíamos quitado el pantalón. ¿Me atrevería a confesar que me habían herido, que tenía lesiones? Si lo reconoces, después nadie quiere darte trabajo, nadie quiere casarse contigo. Nos lo teníamos callado. No le confesábamos a nadie que habíamos combatido. […] Transcurrieron por lo menos unos 30 años hasta que empezaron a rendirnos honores… A invitarnos a dar ponencias… Al principio nos escondíamos, ni siquiera enseñábamos nuestras condecoraciones. Los hombres se las ponían, las mujeres no. Los hombres eran los vencedores, los héroes; los novios que habían hecho la guerra, pero a nosotras nos miraban con otros ojos”, recuerda Valentina Pávlovna, sargento y comandante en una unidad de artillería.
Las excombatientes se convirtieron en un rostro incómodo en la memoria de la guerra. Su olvido resulta tan injusto y doloroso como que el corrector automático de Word indique una incoherencia entre las palabras ganadora y premio Nobel.
A pesar de que las mujeres comenzaran a participar en ejércitos profesionales en el siglo IV a.C., durante las guerras griegas, no fue hasta la Segunda Guerra Mundial cuando se produjo una incursión masiva de mujeres a las filas militares. Según un historiador citado por Alexiévich, en el Ejército estadounidense combatieron entre 400.000 y 500.000 féminas; en el inglés, 225.000; en el soviético, casi un millón. Dice la autora de este macrorreportaje que, en muchas ocasiones, ella fue la primera persona (y quizás la única) que escuchó sus historias.
Alexiévich realizó las entrevistas entre 1980 y 1982 y se encontró con una guerra totalmente desconocida para ella. El relato oficial hablaba de mujeres sacrificadas y sumisas en la retaguardia; mientras que las que ella entrevistó fueron zapadoras, pilotos, francotiradoras, guerrilleras, cirujanas y telegrafistas. Mujeres que estaban en primera línea de batalla, pero con un recuerdo plagado de matices e historias de la (poco hagiográfica) vida cotidiana. “En lo que narran las mujeres no hay, o casi no hay, lo que estamos acostumbrados a leer y a escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen”, escribe la periodista, “los relatos de las mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio”.
Es una guerra con la empatía que se puede tener dentro de una guerra. Ellas cuentan cómo les costaba mantener la disciplina militar; lo duro que era moverse con uniformes masculinos (con calzoncillos incluidos) y botas cuatro o cinco números más grandes. Alguna cuenta que nunca más pudo ponerse ninguna prenda de color rojo y que en la propaganda nazi las llamaban hermafroditas.
Alexiévich se encontró también con la censura soviética, donde le recriminaron estar mancillando la Gran Guerra Patriótica. “Después de leer un libro como este, nadie querrá ir a la guerra. Usted con su primitivo naturalismo está humillando a las mujeres. A la hembra heroína. La destrona. Hace de ella una mujer corriente. Una hembra. Y nosotros las tenemos por santas”, le gritó el censor de turno. La futura premio Nobel no había esquivado en su libro temas tabú como la violencia sexual o el amor, ni tampoco la vida de las excombatientes a partir de la Victoria. Ahí encontró el gran drama de estas mujeres. Afortunadamente, con el deshielo de la Unión Soviética, el trabajo de Alexiévich finalmente salió a la luz y se convirtió en un bestseller: vendió dos millones de ejemplares.
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Durante las 365 páginas de La guerra no tiene rostro de mujer, la periodista bielorrusa intenta buscar una explicación a la capacidad de sacrifico de aquel millón de mujeres que se alistó voluntariamente en el Ejército soviético cuando ni siquiera llegaban a la mayoría de edad. Para ellas, hubiese sido más simple quedarse en la retaguardia, como santas y heroínas de la Patria, en lugar de aprender a matar o amputar miembros gangrenados. ¿Por qué negar, entonces, su legado?
El relato coral que compone Alexiévich intenta aliviar el olvido al que fueron condenadas las excombatientes soviéticas durante décadas. Aunque la duda que subyace todo el texto es el significado de la palabra Patria, que ellas pronuncian todavía así, con mayúsculas y el corazón encogido.
La guerra no tiene rostro de mujerSvetlana AlexiévichEditorial DebateMadrid2015