"He huido del dolor que da la familia", decía uno de los personajes de Por si se va la luz, la primera novela de Lara Moreno (Sevilla, 1978). En aquel mundo distópico con el que se dio a conocer hace dos años, sus personajes vivían aislados del mundo y de los otros, sin lazos. Y quizás por eso la escritora tuvo la necesidad de estrellarse contra la familia (ay, la familia) en su segunda novela, Piel de lobo, que acaba de publicar, de nuevo con Lumen. Es una historia como tantas de una familia como tantas: una separación, un extraño verano en la casa de la playa, una llamada de auxilio a la hermana, la convivencia áspera, las noches de julio que llenar con largas conversaciones. Sus cuestiones: "¿Qué identidad te otorga la familia, casi como obligación, y que se arrastra toda la vida, y cómo es la identidad que uno se construye fuera, asumiéndolo o negándolo?". Casi nada.
Todavía está allí, en ese mundo en el que viven Sofía y Rita, las protagonistas. Y hace malabares con la vida real: continúa con la promoción de la novela; trabaja en el primer libro que publicará como editora del sello Caballo de Troya, en el que sustituirá a Alberto Olmos durante 2017; trata de encontrar tiempo para escribir relatos y poesía mientras llega la siguiente novela. Y para lo que, a día de hoy, le da de comer, que es todavía la edición y la correción para grandes editoriales. Como a la mayoría, la visibilidad que ganó con su fichaje con una gran editorial y el aplauso de la crítica tampoco le han resuelto la vida. En medio del estrés cotidiano, consigue parar un rato en un café de La Latina, en Madrid, donde reside.
PREGUNTA. En un artículo reciente en el que la escritora Jenn Díaz reflexiona sobre la primera novela, hablaba de la etiqueta de joven promesa o de revelación, una que dura mucho tiempo y que se le aplica tanto a ella misma (1988) como a Sara Mesa (1976). ¿Cómo se ha relacionado usted con ella?un artículo reciente
RESPUESTA. Es una etiqueta que usa la prensa y que no tiene que ver con la carrera de cada uno. Cuando publiqué mi primera novela, yo ya tenía 35 años y era mi quinto libro. Jenn Díaz es que sí es muy joven [ríe], pero con 35 años ya no te puedes considerar una joven promesa, por mucho que socialmente lo estemos atrasando todo. En mí, el salto a una editorial grande, que sí que te da mucha más visibilidad, ha tenido que ver con una maduración en la escritura, el paso de un reto creativo o técnico. El camino me ha parecido natural, no he pasado de la nada a esto, llevo publicando desde que tengo 24 años.
P. Se suele hablar de la “maldición de la segunda novela”. ¿Se ha enfrentado con ese miedo al fracaso que describen otros autores?
R. Sí, con la segunda tienes todo el miedo y la presión de cuando hay ciertas expectativas, sientes más responsabilidad. La primera, al ser como la primera vez que montas en bicicleta, es un “lo he conseguido”. La segunda tiene otra carga, y por ahora, sin fuegos artificiales, estoy tranquila. Sé que es el camino y que estoy trabajando en ello.
P. Algunos escritores sienten un cierto bloqueo creativo ante la segunda novela. ¿Fue su caso?
R. Si me hubiera dejado llevar por lo que la gente esperaba de mí después de Por si se va la luz, seguramente no habría escrito esto. Esto me lo he planteado y he tenido dudas cuando terminé la novela y cuando estaba a punto de publicarse. Cuando estaba escribiendo, no. Intenté partir de una tabla rasa bastante natural conmigo misma y no me planteé la pregunta de adónde voy ahora. Tenía esto en mi cabeza, quería enfrentarme al reto de hablar de la familia y sus agujeros negros. Lo he vivido desde la soledad de la escritura, el dolor y el pasármelo bien, porque el momento mejor de un libro es cuando lo estás escribiendo; uno escribe por escribir. Esto era lo que necesitaba, a pesar de saber que estaba haciendo un giro. Me he escuchado a mí misma y lo volveré a hacer.
P. Ese proceso de diez años escribiendo y publicando lejos de editoriales grandes y de la prensa, ¿le ha hecho conservar una idea de la literatura como un proceso íntimo?
R. La gran mayoría de los escritores, o al menos de los que yo conozco, hacen lo que quieren. Las etiquetas te las ponen a posteriori, desde lo externo, pero uno escribe siempre desde sus obsesiones. Yo he estado años escribiendo relatos porque era donde me sentía cómoda, pero sabía que en algún momento iba a enfrentarme a la novela. Y de pronto me doy cuenta de cómo me satisface estar dos años en el mismo proyecto, ese mundo paralelo. De hecho, seguramente empezaré la siguiente cuando eche de menostener un mundo paralelo, porque ahora todavía me dura este. Mi camino sigue siendo muy íntimo, desde el placer del proceso creativo. Y escribiré siempre, me publiquen o no me publiquen.
P. La familia es un elemento que en la anterior novela, en la que los protagonistas están en cierto modo aislados del mundo, apenas tiene peso. ¿De dónde salió la urgencia de tratar este tema?
R. Es un tema que me ha interesado siempre muchísimo, y siempre lo había evitado, supongo que porque me daba pereza. Lo dije en una presentación: no tiene uno suficiente con tener una familia como para encima ponerte a escribir sobre ella. Pero tiene que ver con la madurez: la manzana se cae del árbol y te sientes preparada para afrontarlo. Igual que en el otro me enfrenté a un reto técnico, aquí el reto era abordar este tema universal.
P. ¿Por qué tomar el punto de vista de las hermanas?
R. Me centro en las hermanas porque, de todo el entramado y las complejidades de la familia –llegará el día en que me enfrente con el padre o con la madre— quería abordar la huella que deja, y cómo te construye y te destruye de forma inevitable a pesar de toda la protección, y el amor, y de todo el empeño en hacerlo bien. Así que, en realidad, me sitúo en el hijo. Y, si miro hacia los lados, encuentro una figura siamesa. El juego de espejos con el hermano es muy interesante, uno es testigo de su propia infancia, pero si tienes hermanos –yo tengo una hermana— eres también testigo de la infancia de otros. Si el individuo se extiende, lo que hay es un hermano.
P. En el libro se menciona varias veces a la poetas rusa Marina Tsvietáieva y sus Confesiones, diarios en los que cuenta cómo decide abandonar a sus dos hijas en un orfanato, donde poco después muere una de ellas y del que al tiempo rescata a la otra. ¿Qué otros referentes ha manejado?Confesiones
R. Claus y Lucas [de Agota Kristof] sale de forma instintiva: son gemelos, son lo mismo, pero hay una dualidad… o no. Me interesa esa identidad compartida que se lleva con cadenas. O Melancolía [de Lars von Trier], con esa familia tratada desde los hermanos, con todo lo demás ausente, precisamente porque sigue estando presente: los hermanos no pueden quitarse de encima al padre o a la madre.
P. Lo que el personaje de Sofía no entiende es la diferencia con su hermana.
R. Claro, la ve desde el estupor de hermana mayor, ve cómo su hermana sabe moverse en ciertos ambientes mucho mejor que ella o cómo rompe el rol de hermana menor. Me interesaban también esos roles que se asignan y no se cuestionan: ella es la que hace las cosas bien, la hermana es la que se mueve más como un pájaro y que tiene crisis periódicas a lo largo de su vida que no se cuestionan tampoco. Se toma con un “Es que eres así, y ya está”. Detrás del “y ya está” siempre hay otra cosa. Eso es en lo que Sofía está buceando todo el libro, también desde los recuerdos de infancia. Es el yo luchando entre lo que le es propio y lo que le han impuesto y es ajeno.
P. Quería abordar los agujeros negros de la familia, las zonas de sombra, pero en Piel de lobo vemos a una familia que podemos considerar normal. ¿Qué hay detrás de la normalidad?Piel de lobo
R. Si yo hubiera querido hablar sobre la violencia explícitamente, habría construido otra historia. Esto es una familia normal, y en las familias normales también pasan cosas, aunque no se ve porque el hecho de seguir defendiendo que es una familia normal pesa más que enfrentarse a ciertas historias. La mayor parte de las familias normales lo son porque se empeñan muchísimo en serlo. La normalidad también aloja monstruos. Ningún individuo mirado de cerca está exento de grietas.
P. Dedica gran parte de la novela a tareas cotidianas que no suelen entrar dentro de lo que se considera literario…
R. Mira, me preguntaron en un club de lectura que por qué Leo [el niño de Sofía, la protagonista] era un personaje plano. Es verdad que cuando ponemos a un niño en literatura le otorgamos muchas veces un comportamiento de mini adulto. Pero es que Leo es un niño de cinco año, y los niños de cinco años son así: lo que quieren es jugar, que le hagan caso, comer chucherías, ver la tele, ir a la playa. Quería que fuera hiperrealista, y fue una decisión que tomé incluso cuando me decía a mí misma: "Vamos a darle un poco de candela". Pero no, no quería ningún elemento de extrañeza, porque la vida es cotidianidad, y aun así contiene misterios.
P. ¿Hay una denuncia detrás de esa narración de la maternidad de Sofía, ansiosa pero distante?
R. Claro, Leo no es un personaje plano, sino rotundo en su pequeñez, porque todo gira en torno a él. La vida de Sofía gira en torno a él, que es lo que pasa cuando tienes un niño. No te puedes saltar la logística del niño, pase lo que pase; puedes romperla, pero el niño sigue ahí. Todos los momentos de crisis de Sofía son a pesar de Leo. De alguna forma, denuncio —porque es algo que me preocupa— el caso que le hacemos a los niños, el caso que nos han hecho. Porque es un caso un poco falso. Leo está bien cuidado, su madre está obsesionada con que el niño coma todo ecológico, con que todo esté limpio, pero está descuidando lo que el niño necesita, que es que se siente con él y jueguen durante cuatro horas. Ese es el grito de Leo, que es el grito más grande que te puede dar un niño. Nos pasamos la vida cuidándoles, pero podríamos ahorrarnos la mitad de lo que hacemos y preocuparnos de los cuidados realmente importantes.
Ver más"Escribir", las vacaciones "más puras" de Lara Moreno
*Clara Morales es periodista deClara Morales infoLibre.
[Lee aquí la crítica de Piel de lobo de Fernando Valls.]aquí
"He huido del dolor que da la familia", decía uno de los personajes de Por si se va la luz, la primera novela de Lara Moreno (Sevilla, 1978). En aquel mundo distópico con el que se dio a conocer hace dos años, sus personajes vivían aislados del mundo y de los otros, sin lazos. Y quizás por eso la escritora tuvo la necesidad de estrellarse contra la familia (ay, la familia) en su segunda novela, Piel de lobo, que acaba de publicar, de nuevo con Lumen. Es una historia como tantas de una familia como tantas: una separación, un extraño verano en la casa de la playa, una llamada de auxilio a la hermana, la convivencia áspera, las noches de julio que llenar con largas conversaciones. Sus cuestiones: "¿Qué identidad te otorga la familia, casi como obligación, y que se arrastra toda la vida, y cómo es la identidad que uno se construye fuera, asumiéndolo o negándolo?". Casi nada.