Limpiando el ‘Quijote’

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A Emilio Pascual el Quijote le cambió la vida. El niño de nueve años que fue se topó un día con una edición adaptada. El recuerdo es tan fuerte que aún recuerda las ilustraciones del volumen. Ese fue seguramente el germen de su amor por la literatura. Y, de forma más concreta, de su amor por Cervantes.

Su nombre está asociado al del príncipe de los ingenios a través de libros (como La última dedicatoria a Cervantes), conferencias (el centenario le tiene pluriempleado, de una a otra), o incluso la radio, adonde ha llevado la lectura en directo del Quijote (en El ojo crítico de Radio Nacional). Hasta que su amor por el hidalgo y su creador le ha arrastrado, inevitablemente, hasta el final: la edición.

Junto a Pollux Hernúñez, se ha hecho cargo de los dos volúmenes publicados por Reino de Cordelia, con ilustraciones de Miguel Ángel Martín. Ambos tenían un propósito, además de aspectos más académicos, como la división del texto en versículos para facilitar la localización de citas, o recuperar la b con las que Cervantes escribía su apellido: que el lector disfrutara de la novela en sí, sin adulteraciones, pero sin verse sepultados o disuadidos por un millar de notas al pie. Su empeño es un eslabón más en la larga cadena de editores del Quijote que se dan el relevo (y la bronca) desde hace más de 400 años.

Pregunta. ¿Cuáles eran las principales dificultades a la hora de preparar una nueva edición del Quijote?

Respuesta. Las que se han encontrado todos los editores. Cuando se dice que el Quijote es muy difícil, no es porque lo sea en sí, sino porque es un texto del siglo XVII, y no hay más que ver una edición de esa época para ver cómo eran. Sin puntos y aparte más que a final de capítulo, con la tipografía de la época, con una ortografía que no existe, que es potestad de los propios editores… Eso es con lo que se encuentra cualquier editor que parta de una edición prínceps. Todo el mundo que edita hoy el Quijote sabe que eso es el abecé, y que es una tarea que sustancialmente ya está hecha.

Nosotros hemos hecho esta edición consultando las siete primeras ediciones, las cuatro de la primera parte y las tres de la segunda, y otras 15 posteriores, las que han ido poniendo un hito en la edición del Quijote.

P. Mirando estas ediciones, ¿cuáles eran las carencias que detectaban?

R. No son carencias textuales, sino una cuestión de forma. Teniendo en cuenta que, sobre todo la primera parte tiene capítulos larguísimos, es muy difícil encontrar una cita de una línea, y decidimos que había que dar un tratamiento de localización similar al de la Biblia o la Divina comedia. Aunque Eusebio Aranda ya propuso versicular el Quijote, nadie lo había hecho aún. Así podemos encontrar citas que se citan mucho, como aquel: “No es un hombre más que otro si no hace más que otro”.

En cuanto a la parte textual, había que revisar unas cuantas lecturas. Por extraño que parezca, hasta 2005 todavía existía una palabra como lercha: “Oh, malaventurados encantadores, quién os viera a todos ensartados por las agallas como sardinas en lerchas”. Pollux Hernúñez resolvió entonces que eso era un hápax, una palabra que no existe más que una sola vez en toda la historia de la literatura. ¿Qué significa eso? Que hace sospechar que es una errata. Este hápax, lercha, fue resuelto en beneficio de percha. Todavía queda alguna otra, como pantalia, a la que se le había dado la acepción de pantalla, que era difícil de aceptar. Aquí, después de mucha investigación, hemos propuesto fantasía.

P. Es un problema, entonces, común a todas las ediciones.

R. Cualquier editor de la época se daba cuenta de que el Quijote tenía muchas, muchísimas erratas. Los editores posteriores también vieron que había que limpiarlo, había que corregirlo. A finales del siglo XVIII, Pellicer ya descubrió que aquella palabra, lercha, no podía ser. Pero Clemencín, primer comentarista del Quijote, dijo: “¡Eso es imposible!”. Y ahí empezó la idolatría por la primera edición del Quijote. Hasta el punto de que llegó un momento, sobre todo a mediados del siglo XX, se intentó justificar lo injustificable. Hasta los errores más flagrantes se han editado porque estaba en la prínceps. Era idolatría pura. Hasta que llegó la edición de Francisco Rico, que dice: “Vamos a ver, este es un texto cualquiera, como todos los que se editaban en la época”. Y ahí empieza esa labor de intentar subsanar esos errores.

P. Hay autores que critican que el Quijote ha sido raptado por la Academia, que se ha convertido, más que en una novela de la que disfrutar, un objeto literario, de estudio. En su edición han optado por no abundar en las notas explicativas.

R. El texto del Quijote, contra todo lo que se está diciendo por ahí, es un texto sencillo. El propio Cervantes, que sabía ponerse retórico cuando quería, en el Quijote adopta la narración oral. Aquello que decía Juan de Valdés: “Escribo como hablo”. Hasta el punto de que hay construcciones sintácticas que un escritor no habría dejado si se hubiera fijado. Al principio del capítulo VI, dice: “Pidió el cura las llaves a la sobrina del aposento”. Todos lo entendemos, pero si lo analizas, ves que no es correcto. Cervantes hacía una literatura nada alambicada. Nada que ver con Góngora, que sí había que traducirlo.

En este Quijote, lo que hemos hecho es poner a pie de página un sinónimo de diccionario, para entendernos, de algunas palabras que no es que sean difíciles, sino que han caído en desuso por el cambio brutal que ha sufrido la sociedad. Nos hemos distanciado enormemente del paisaje rural de don Quijote y Sancho. Y también con algunas fórmulas, como el puesto que por aunque.

P. Decía que el Quijote es un texto sencillo. Pero hemos visto en estos años diversas ediciones que versionan o adaptan el texto. ¿Qué piensa de esta apuesta?

R. Andrés Trapiello ha elevado al texto las notas que estaban a pie de página. Y con algunas curiosidades. “Salpicón las más noches”, por ejemplo. Traducción: “Ropavieja la mayoría de las veces”. Yo la palabra ropavieja no la conocí hasta que no tenía más de 30 años. Entiendo que ciertas frases de época se cambien. Pero si nos ponemos a traducir el vocabulario, diré que es bastante más difícil Tirano banderas, que lo tenemos a la vuelta de la esquina, que el Quijote.

Es cierto que la argumentación será: “Si fuese tan sencillo no habría que ponerle 4.000 notas”. Yo creo que es un exceso: como todo el mundo lo ha anotado ya, hay que decir lo que es salpicón o lo que es palomino. Porque hay otra traducción, de De Paula, que cambia palomino por pollo de paloma. Si palomino no se entiende, y pollo de paloma es más difícil, ¿para qué? El que quiere leer el Quijote, lo entiende perfectamente. Y el que no quiere leerlo, no lo leerá.

P. Solo 2 de cada 10 españoles han leído el Quijote completo. ¿Por qué parece antipático para la mayoría de los lectores?2 de cada 10 españoles han leído el Quijote completo

R. La dificultad de leer el Quijote no es un motivo, es una excusa. Yo recuerdo haber leído con 9 años un Quijote escolar, reducido. No me pasó nada, y no soy más listo que los demás. Luego está el que te guste o no, el que quieras o no. Pero alguien, siendo incluso licenciado, que diga que no ha leído el Quijote porque le parece difícil, pero que con la versión sí ha podido… Hay un proverbio en Las mil y unas noches que dice: “No eches las culpas a las flores si estás acatarrado”. Aunque no estoy en contra de nada, con tal de que el Quijote se difunda.

P. ¿Cómo se puede recuperar la novela para esos lectores que se han perdido?

R. Hay lecturas que están totalmente institucionalizadas en sus países, como La divina comedia o Fausto, que son infinitamente más difíciles. No se le puede echar la culpa al libro, si el libro se enseña mal. Sé que hay profesorado que echa los libros a los niños como los huesos a los perros. Sé perfectamente que el Quijote no se escribió para niños. Pero sé que hay versiones, y sé que yo lo leí de niño y estoy aquí, y al Quijote le debo la mayor parte de lo que soy. Que alguien me diga “Yo leí el Quijote de niño y lo aborrecí toda la vida” me parece muy bien, pero yo leí el Quijote de niño y lo amé toda la vida. Lo que sí puede ocurrir es que hay que saber qué alumnos tienes entre manos y cómo dárselo a leer.

P. ¿Qué confianza tiene por que la celebración del centenario vaya a renovar el interés de los lectores por Cervantes y su obra?

R. Si he de ser pesimista, poca. Pero está bien que se hable. Hay gente que lo oirá por primera vez, por meras razones cronológicas, de edad. Y otros dirán: “Hombre, ¿qué tendrá esto que todo el mundo habla de ello?”. El clásico no surge porque alguien diga: “Este libro es el mejor del mundo”. Un clásico, ya lo decía Borges, se hace cuando mucha gente en muchos lugares y muchas épocas distintas llegan a una conclusión, y es "este libro es mío". No porque lo diga un académico o un centenario.

A Emilio Pascual el Quijote le cambió la vida. El niño de nueve años que fue se topó un día con una edición adaptada. El recuerdo es tan fuerte que aún recuerda las ilustraciones del volumen. Ese fue seguramente el germen de su amor por la literatura. Y, de forma más concreta, de su amor por Cervantes.

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