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(Inicia Luis García Montero)El periodista Jesús Maraña dejó el coche en el garaje de San Bernardo. El sol había decidido dar una sorpresa a finales de noviembre y caía sobre Madrid con una amabilidad extraña. No está mal, pensó Jesús, una canción de primavera en medio del otoño largo. Se agradecen las ayudas que devuelven una vitalidad íntima cuando el cansancio se empeña en deshojar hasta las últimas ilusiones. Las ventanas, los semáforos, los coches, los escaparates, las cafeterías y los zapatos de los caminantes se atreven a brillar de otra manera.Han sido meses duros en los que el trabajo se apoderó del reloj hasta los últimos rincones. De todos los relojes, es mejor afirmar: el reloj de pulsera, el reloj de la redacción, el reloj de los libros, de la casa, del dormitorio. Del periódico a la televisión, de la llamada de teléfono a la comida con el personaje de turno –a ver si dice algo y es capaz de iluminar las zonas oscuras del vértigo—, la situación política no había dejado un momento de respiro.Las crisis del PSOE, los juicios por corrupción, la investidura de Rajoy, la puesta en marcha del nuevo Gobierno, partidos que se hacen y se deshacen, cada día llegaba el capítulo folletinesco de una realidad que iba con la lengua fuera y a la que resultaba difícil seguir. Opinar con seriedad cuesta demasiado trabajo. Yo no sé si España tiene arreglo, pero a ti te va a costar la vida, le había lanzado en tono de broma su mujer, mientras comentaban un encontronazo televisivo con Eduardo Inda.La verdad es que hay trabajos en los que no se puede utilizar la rutina como estrategia de defensa. Por mucho que uno conozca las reglas del juego, aunque llueva sobre mojado y las cartas estén sobre la mesa, es difícil mantener la serenidad cuando se vive lo que se vive, se sabe lo que se sabe y se oye lo que se oye. Alguna vez el periodista Jesús Maraña ha caído en la tentación de plantearse sus participaciones en el circo semanal de los despropósitos tertulianos. Pero pasado el fuego, después de una butaca, una copa de pacharán y la relectura nocturna de un libro de Albert Camus, comprende que no se puede abandonar ninguna trinchera y que la dignidad de un país depende del estado de su prensa. Ni la renuncia, ni las torres de marfil son una salida.Tampoco el encabronamiento. Por eso conviene descansar, recuperar la serenidad o por lo menos conseguir esa calma agitada del voluntario de la objetividad que permite no entrar en banderías, no buscar el aplauso fácil, no vengarse, no mentir. Aunque la gente busque señores que estén en posesión de la verdad o fieras a las que insultar por sus argumentos disparatados, la ética de este oficio descansa en la modesta pretensión de no mentir. Y para eso hay que parar de vez en cuando. Sí, hacía falta levantar el pie del acelerador. Y ya, sin excusas, sin trampas. Tal vez unas pequeñas vacaciones, la posibilidad de aprovechar el puente, unos días de viaje con la familia y alejado del ordenador. Las niñas lo iban a agradecer.—Y yo el primero, porque si no voy a empezar a creer en fantasmas— pensó Jesús, alterado todavía por la dichosa llamada de teléfono.El sol imprevisto de la mañana pareció darle la razón. Salió del garaje a la vida. Camino del periódico, el breve paseo por la calle Fuencarral se convirtió en un adelanto de la felicidad. El rumor de los coches tenía incluso un aletear de pájaro entre las ruedas y las novelas brillaban en el escaparate de la Casa del Libro con la alegría del aire luminoso. A ver qué novelas me compro para el puente, se preguntó Jesús Maraña. Lo importante, desde luego, es no caer en la tentación de llevarse un título de actualidad, ni escándalos, dioses, jueces, reyes o tribunos. Tal vez Valle-Inclán, Baroja, Trigo… Subió las escaleras y entró en la redacción. También la luz de la calle caía sobre los ordenadores del infoLibre. Los teclados celebraban la alegría igual que los árboles y los cuerpos. Saludó, hola, qué buen día hace, luego resolvemos, ¿qué tal ayer el estreno de la película?, ¿hablaste por fin con Pedro Sánchez?, ¿y con Errejón?, levantó la mano para felicitar a Clara, muy bien Los diablos azules de hoy, y se dirigió al despacho. Vio el sobre mientras se quitaba la chaqueta.Leyó cuatro veces la carta, una, dos, tres, cuatro, pasó de la incredulidad a la inquietud y de la curiosidad a la excitación. Antes de leer la carta por quinta vez, llamó por teléfono a Manolo Rico:—Oye, Manolo, voy a tu despacho. No te lo vas a creer.(Continuará Benjamín Prado)*Luis García Montero es poeta y profesor de Literatura. Su último libro es Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016).#dts iframe {display:none!important;} #dts #txt iframe, #dts .col8-f1 iframe {display:block!important;} Luis García Montero

Jesús Maraña

RajoyEduardo Inda

Albert Camus

Valle-Inclán, Baroja, TrigoPedro Sánchez ErrejónClaraLos diablos azules

Manolo Rico

Manolo

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*Luis García Montero es poeta y profesor de Literatura. Su último libro es Luis García MonteroUn lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016).

(Inicia Luis García Montero)El periodista Jesús Maraña dejó el coche en el garaje de San Bernardo. El sol había decidido dar una sorpresa a finales de noviembre y caía sobre Madrid con una amabilidad extraña. No está mal, pensó Jesús, una canción de primavera en medio del otoño largo. Se agradecen las ayudas que devuelven una vitalidad íntima cuando el cansancio se empeña en deshojar hasta las últimas ilusiones. Las ventanas, los semáforos, los coches, los escaparates, las cafeterías y los zapatos de los caminantes se atreven a brillar de otra manera.Han sido meses duros en los que el trabajo se apoderó del reloj hasta los últimos rincones. De todos los relojes, es mejor afirmar: el reloj de pulsera, el reloj de la redacción, el reloj de los libros, de la casa, del dormitorio. Del periódico a la televisión, de la llamada de teléfono a la comida con el personaje de turno –a ver si dice algo y es capaz de iluminar las zonas oscuras del vértigo—, la situación política no había dejado un momento de respiro.Las crisis del PSOE, los juicios por corrupción, la investidura de Rajoy, la puesta en marcha del nuevo Gobierno, partidos que se hacen y se deshacen, cada día llegaba el capítulo folletinesco de una realidad que iba con la lengua fuera y a la que resultaba difícil seguir. Opinar con seriedad cuesta demasiado trabajo. Yo no sé si España tiene arreglo, pero a ti te va a costar la vida, le había lanzado en tono de broma su mujer, mientras comentaban un encontronazo televisivo con Eduardo Inda.La verdad es que hay trabajos en los que no se puede utilizar la rutina como estrategia de defensa. Por mucho que uno conozca las reglas del juego, aunque llueva sobre mojado y las cartas estén sobre la mesa, es difícil mantener la serenidad cuando se vive lo que se vive, se sabe lo que se sabe y se oye lo que se oye. Alguna vez el periodista Jesús Maraña ha caído en la tentación de plantearse sus participaciones en el circo semanal de los despropósitos tertulianos. Pero pasado el fuego, después de una butaca, una copa de pacharán y la relectura nocturna de un libro de Albert Camus, comprende que no se puede abandonar ninguna trinchera y que la dignidad de un país depende del estado de su prensa. Ni la renuncia, ni las torres de marfil son una salida.Tampoco el encabronamiento. Por eso conviene descansar, recuperar la serenidad o por lo menos conseguir esa calma agitada del voluntario de la objetividad que permite no entrar en banderías, no buscar el aplauso fácil, no vengarse, no mentir. Aunque la gente busque señores que estén en posesión de la verdad o fieras a las que insultar por sus argumentos disparatados, la ética de este oficio descansa en la modesta pretensión de no mentir. Y para eso hay que parar de vez en cuando. Sí, hacía falta levantar el pie del acelerador. Y ya, sin excusas, sin trampas. Tal vez unas pequeñas vacaciones, la posibilidad de aprovechar el puente, unos días de viaje con la familia y alejado del ordenador. Las niñas lo iban a agradecer.—Y yo el primero, porque si no voy a empezar a creer en fantasmas— pensó Jesús, alterado todavía por la dichosa llamada de teléfono.El sol imprevisto de la mañana pareció darle la razón. Salió del garaje a la vida. Camino del periódico, el breve paseo por la calle Fuencarral se convirtió en un adelanto de la felicidad. El rumor de los coches tenía incluso un aletear de pájaro entre las ruedas y las novelas brillaban en el escaparate de la Casa del Libro con la alegría del aire luminoso. A ver qué novelas me compro para el puente, se preguntó Jesús Maraña. Lo importante, desde luego, es no caer en la tentación de llevarse un título de actualidad, ni escándalos, dioses, jueces, reyes o tribunos. Tal vez Valle-Inclán, Baroja, Trigo… Subió las escaleras y entró en la redacción. También la luz de la calle caía sobre los ordenadores del infoLibre. Los teclados celebraban la alegría igual que los árboles y los cuerpos. Saludó, hola, qué buen día hace, luego resolvemos, ¿qué tal ayer el estreno de la película?, ¿hablaste por fin con Pedro Sánchez?, ¿y con Errejón?, levantó la mano para felicitar a Clara, muy bien Los diablos azules de hoy, y se dirigió al despacho. Vio el sobre mientras se quitaba la chaqueta.Leyó cuatro veces la carta, una, dos, tres, cuatro, pasó de la incredulidad a la inquietud y de la curiosidad a la excitación. Antes de leer la carta por quinta vez, llamó por teléfono a Manolo Rico:—Oye, Manolo, voy a tu despacho. No te lo vas a creer.(Continuará Benjamín Prado)*Luis García Montero es poeta y profesor de Literatura. Su último libro es Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016).#dts iframe {display:none!important;} #dts #txt iframe, #dts .col8-f1 iframe {display:block!important;} Luis García Montero

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