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Palabras
Vista desde aquí, la infancia cabe en la palabra chirimoya.
La palabra Arminda también sirve: además de un nombre es el resumen de una celebración.
La palabra juventud es demasiado eufórica,
pero sigue por ahí, arrebatada y pomposa, a salvo de cualquier caducidad.
También mi tío Santiago estaba a salvo de la caducidad: juiciosamente la ignoraba
cuando a sus setenta años hacía proyectos que le
hubieran llevado otros setenta
y agregaba, como quien enseña,
soy eterno, eso es todo.
No se trata entonces de juntar palabras sino significados: la persistencia de alguien que acaso sea yo.
Porque, ¿quién hará el trabajo, sino yo, sabiendo que consiste, hasta el hartazgo,
en buscar otra vez lo ya buscado?
Otra vez
no es repetición: lo que cuenta es el goteo,
el precio del aprendizaje;
entonces aparece la palabra inconclusa: reclama su mitad, se encrespa y no entra sola.
De ahí todo este ruido: este exceso de palabras
para explicar palabras.
*Santiago Sylvester es poeta. Su último libro, la antología Santiago SylvesterLa conversación (Visor, 2017).