Uno de los momentos más emocionantes para un editor es leer un manuscrito en el que su autor está en total dominio de su oficio, disfrutando de cada instante de escritura. Esa sensación tuve cuando leí La carne de Rosa Montero. Una novela que, como su protagonista, no da tregua. Estamos ante una escritura muy personal, ácida y conmovedora a la vez, capaz de situarnos ante los grandes temas —el amor, la locura, la vejez— a través de las peripecias y los trances de una mujer tan de carne y hueso que olvidamos que está construida con palabras. Es, sin embargo, un libro atípico en la obra de su autora y quisiera empezar la entrevista por ahí.
Pregunta. ¿Cómo surgió esta novela? ¿Hubo alguna idea matriz, algún acicate o disparador de toda esta historia?
Respuesta. Hubo la conjunción de un deseo y de una anécdota. Yo no soy muy amante de la literatura autobiográfica y por lo general he escrito novelas sobre realidades en principio muy distantes a la mía: mis protagonistas son una cantante de boleros semianalfabeta, un taxista recién viudo, una sierva de la gleba que se traviste de guerrero en el siglo XII, una androide de combate del siglo XXII.... Sin embargo, llevaba siete u ocho años sintiendo crecer en mi interior el deseo de regresar narrativamente a un mundo cercano al mío, de escribir una novela que sucediera ahora, en Madrid, con personajes de mi edad, más o menos intelectuales y relacionados con el mundo artístico, porque tenía y tengo la convicción de que ya soy lo suficientemente madura en mi literatura como para poder hablar de mi mundo sin hablar de mí, es decir, sin que mi vida empequeñeciera la novela. Y en esas estaba, con ese remusguillo, cuando hará unos tres años un amigo, Berrocal, me contó lo que le había sucedido a una conocida suya, que había contratado a un gigolo para que la acompañara a una cena multitudinaria con el fin de darle celos a un examante. Y ahí saltó la chispa.
P. Si algo llama poderosamente la atención es la naturalidad y la valentía con la que tratas dos temas espinosos: el sexo de pago en la variante cliente mujer y la marcada diferencia de edad en una pareja cuando la persona mucho más joven es el hombre. ¿Cómo encaraste este doble desafío?
R. La verdad es que tú no escoges las novelas que haces, sino que ellas te escogen a ti, de alguna manera te las encuentras, y también te encuentras a los personajes. Quiero decir que yo no me propuse intelectualmente hablar del sexo de pago en la variante mujer ni de las mujeres mayores con chicos jóvenes, ambas cosas salieron con toda naturalidad. En cuanto a lo primero, mi personaje, Soledad, contrata al gigolo solo como acompañante, no desea acostarse con él, pero un suceso violento e inesperado lo desbarata todo y entonces empiezan una relación quizá peligrosa que desde luego ella en principio no quería. O sea, que digamos que lo del sexo nos lo trajeron las casualidades de la vida [ríe]. En cuanto a la diferencia de edad entre ellos, también es algo muy natural. Siempre ha habido mujeres mayores con amantes jóvenes, recordemos a George Sand, o a la mismísima reina Victoria de Inglaterra, pese a su puritanismo; es algo muy habitual, repito, sólo que el sexismo dominante ha hecho que se tratara de una realidad clandestina, oculta. Hoy esa realidad empieza a emerger, pero aún sigue siendo objeto del machismo y la mayoría continúan ocultándolo, porque los amantes jóvenes temen que los tachen de oportunistas o de anormales, cosa que desde luego no sucede cuando el mayor es el hombre (salvo en casos de decrepitud evidente, y ni aun así). Pero bueno, lo que quiero decir es que para mí es algo muy normal que salió naturalmente dentro de la novela.
P. ¿Por qué crees que estos dos temas espinosos han sido tan poco tratados en la narrativa española?
R. Primero porque ha habido muchas menos mujeres escritoras que hombres hasta recientemente, y después porque las mismas mujeres también tenemos prejuicios. Recordemos que se nos educa en el machismo a todos, a hombres y a mujeres. O sea, respondiendo a tu pregunta: por una cuestión de sexismo. Aunque por fortuna la realidad se va normalizando.
P. El amor es uno de tus temas recurrentes o uno de tus motivos narrativos de cabecera, pero aquí le das una nueva vuelta de tuerca. Te atreves a ir mucho más allá y a plantear cuestiones incómodas o difíciles para cualquier lector. ¿Cómo consideras a esta novela en el conjunto de tu obra? ¿Qué lugar dirías que ocupa?
R. Tengo la sensación de que desde hace un par de libros estoy en mi plenitud literaria. No tengo ni idea de adónde he llegado, tal vez no muy lejos, pero es un lugar fértil para mí. La ridícula idea de no volver a verte, El peso del corazón y La carne los he escrito bailando con las palabras, con una fluidez y una libertad antes no alcanzadas. Y, en concreto, La carne ha estallado en mis dedos, mi corazón y mi cabeza como una supernova. Más que haber escrito la novela, tengo la sensación de haber sido escrita por ella (de hecho aparezco como personaje). Es un libro más grande que yo.
P. La pasión carnal es el núcleo central de la trama. Pero la mirada del narrador en tercera persona no es nada inocente. Repasa las dos caras de la tiranía del deseo, la tiranía del sexo: tanto lo que tiene de gozo y libertad, como lo que tiene de peligro. ¿Coincides en esto con el narrador de tu novela?
R. Totalmente. Dentro de la enorme libertad con la que he redactado La carne se inscribe ese narrador cínico, burlón, que increpa alguna vez al lector y aparece y desaparece rompiendo normas. Yo soy menos cínica que él y creo que el amor no desemboca siempre en el daño, pero no cabe duda de que el peligro existe, porque el amor-pasión es un invento y el deseo carnal es un abismo que nos puede conducir a la parte más oscura y más herida de nosotros.
P. Leo un pasaje: “A cierta edad, plantearse hacer el amor con alguien exigía una planificación y una intendencia tan rigurosas como la campaña de África del general Montgomery”. ¿Qué función cumplen el humor y la ironía en esta novela? Porque son dos ingredientes deliciosos que abundan en todo el libro y eso no es casual. ¿Por qué?
R. Me encanta el humor, creo que es una vía de conocimiento y de expresión de la realidad maravillosa porque nos libra de la estupidez de la propia importancia. Uso mucho el humor tanto en mi vida real como en mi narrativa, y en concreto en esta novela es esencial, porque La carne habla de cosas tremendas, de cosas duras y hasta trágicas, pero lo hace con el correctivo, con el consuelo del humor. En cuanto a la ironía, es que la vida es irónica, es decir, contradictorias y paradójica. La vida es un gran chiste, aunque sea a menudo un chiste negro.
P. ¿Qué hay de Rosa Montero en esta voz narrativa tan irónica como aguda?
R. Está mi visión del mundo, claro, solo que llevada hasta el extremo. Solemos usar las novelas para explorar nuestros extremos del ser.
P. Pero además de humor en esta historia también hay mucha rabia y miedo a envejecer. Rabia y miedo de la protagonista Soledad Alegre. ¿Narrar este miedo y esta impotencia también es fue una forma exorcizarlos? ¿Aquí hubo alguna forma de catarsis?
R. Todos mis libros hablan del miedo a la muerte y al paso del tiempo. Mi narrativa es especialmente existencial. El horror a la vejez (como antesala de la muerte) está desde mi primera novela, La crónica del desamor, que publiqué con 28 años. Así que si escribir de estos temas es una catarsis, se ve que me ha servido de muy poco [ríe]. No creo en el efecto catártico de las novelas. Creo, eso sí, en el efecto estructurante. Sin novelas no podría vivir, son como un esqueleto exógeno que me permite sostenerme en pie. Si no hubiera estado echando palabras en el pozo del miedo a la muerte desde hace años, no sé cómo me las habría arreglado para soportar la existencia. Pero hay que estar alimentando constantemente esa hoguera. Es la guerra, más madera.
P. Sin revelar demasiado, el final de la novela es abierto, pero en cualquier caso está muy lejos de cualquier happy end al uso. Es más, se diría que deja un sabor agridulce. ¿Esto fue buscado adrede? ¿Por qué?happy end
R. Yo creo que Soledad, mi protagonista, termina la novela en bastante mejor situación de la que estaba al comienzo. Hay un instante de redención y de liberación, y su futuro tiene bastante más luz que su pasado. Pero por supuesto que no es un final feliz de cuento de hadas, porque sería irreal. En la vida siempre hay incertidumbre, siempre hay inquietud. No obstante, me parece que es un final consolador y esperanzador.
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P. La última es una pregunta obligada. ¿En qué estás trabajando ahora? ¿Qué será lo próximo de Rosa Montero?
R. Pues estoy desarrollando ya mi tercera novela de Bruna Husky, la detective androide de Madrid en el año 2109. Y hablando de finales, se me ha ocurrido uno para esta nueva novela de Bruna que me tiene entusiasmada. Estoy deseando escribir el libro para poder llegar a ese final.
Uno de los momentos más emocionantes para un editor es leer un manuscrito en el que su autor está en total dominio de su oficio, disfrutando de cada instante de escritura. Esa sensación tuve cuando leí La carne de Rosa Montero. Una novela que, como su protagonista, no da tregua. Estamos ante una escritura muy personal, ácida y conmovedora a la vez, capaz de situarnos ante los grandes temas —el amor, la locura, la vejez— a través de las peripecias y los trances de una mujer tan de carne y hueso que olvidamos que está construida con palabras. Es, sin embargo, un libro atípico en la obra de su autora y quisiera empezar la entrevista por ahí.