A estas alturas, no iba a callarse Paco Ibáñez (Valencia, 1934). Los próximos 6, 7 y 8 de mayo vuelve a alzar la voz en Madrid (en el teatro Nuevo Apolo) tras 14 años de ausencia. ¿Por qué este divorcio de casi tres lustros? Cualquier otro hubiera preferido morderse la lengua, suavizar el tono. No él. Él, que ha rechazado todos los premios —desde las medallas del Estado francés al reconocimiento de una asociación— con tal de mantener su independencia, dice sin empacho: "Porque estaba en manos del PP. A esta gente es que no la soporto, y ya está. Que vivan donde quieran, pero lejos de mí". Claro, ¿no?
El cantautor regresa a la capital. Y lo hace, además, con un proyecto muy poco centralista —quizás porque su Madrid, el que recuerda y ama, es "el que resistió hasta el final contra los fachas"—. Ha dado como título a los recitales Palabras con alas, y en ellos se propone reunir las cuatro lenguas del Estado para demostrar "que viven en armonía". "No sé a quién le conviene que la gente que habla esos idiomas se peleen entre ellos, pero ese es un antagonismo artificial", defiende. Su propia trayectoria lo demuestra. Como valenciano de origen vasco que reside en Barcelona desde hace tres décadas, habla con fluidez tres de las lenguas. Falta una, el gallego, con la que dice tener "facilidad".
Si eso no bastara, se hará acompañar sobre el escenario por cuatro muestras, cuatro botones. Los cuatro escritores que recitarán con él, como hiciera con Alberti y Goytisolo, en la primera parte del espectáculo: Luis García Montero, Joan Margarit, Bernardo Atxaga y Antonio García Teijeiro. Será en forma de diálogo. Cada uno de ellos leerá unos versos en su lengua materna, a los que el músico contestará con una canción en el mismo idioma. Como suele ser habitual, Ibáñez aún no tiene fijado el repertorio. Quizás sí la primera canción que respondería a García Montero: "Un español habla de su tierra", con los versos de Luis Cernuda. Y sabe también cuál cerrará esta primera mitad: cantarán juntos, los cinco, "Andaluces de Jaén", ese cantoescrito por el alicantino Miguel Hernández. ¿Y la segunda parte, en la que estará solo con la guitarra, vestido de su negro invariable? "Dios dirá".
Sí sabe con cuál comenzará el concierto. También lo sabe el público. Volverá a ser —es hombre de costumbres— "En tiempos de ignominia", en la que Goytisolo dice: "En tiempos de ignominia como ahora /a escala planetaria, y cuando la crueldad / se extiende por doquier fría y robotizada, / aún queda buena gente en este mundo / que escucha una canción o lee un poema...". "No es que yo quiera colocar ahí un cartel porque quede bonito", defiende, "Es una advertencia para que sepamos dónde estamos y, a partir de ahí, saber dónde queremos ir".
Porque ahí están los dos vértices que orientan el pensamiento del músico. De un lado, la mirada atenta que sabe identificar la decadencia. Del otro, la esperanza todavía depositada en el poder de la cultura no solo como redención, sino como única vía para vivir realmente. La edad no parece hacer mella en él —por su aspecto, nadie diría que pasa de los 80—, cuando otros, con el tiempo, acaban por entregarse al desánimo. Él alterna uno y otro como siempre. Primero: "No salgo demasiado. Porque ves el mundo de hoy, un mundo cerrado, concreto, de poco sentimentalismo, poca ilusión, y no tienes ganas de encontrarte con tanto pesimismo". Pero inmediatamente: "La esperanza es lo que más te puede alimentar. Si pierdes la ilusión, pierdes tu energía, pierdes todo. Se te apaga la mirada, se te para el corazón y te conviertes en cosa". Que es lo peor, dice, en lo que puede uno convertirse.
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La victoria de Ahora Madrid ha permitido retomar relaciones con la capital, a la que solo se había acercado para tocar en 2014 en Fuenlabrada, un feudo socialista. Aunque se apresta a decir que no ha tenido contacto con el Ayuntamiento, y que tampoco es fan incondicional de Manuela Carmena: "Uno no comulga con ruedas de molino. Cuando ha dicho lo del Valle de los Caídos [por la propuesta informal de cambiarle el nombre], me parece una metedura de pata. ¿Llamarle el Valle de la Paz, de qué, de la paz de los muertos?". No es extraño. No iba a ser Paco Ibáñez el que aplaudiera sin cuestión a un político, fuera cual fuera. No le hizo gracia cuando su compañero Lluís Llach decidió ser candidato por Junts pel Sí en las pasadas elecciones: considera que fue "limpiarle la cara al Mas".
¿Qué piensa, entonces, de que Podemos usara "A galopar" en sus actos de celebración en la noche del 20-D? "Si tú tienes mañana ganas de cantar 'A galopar', ¿voy a venir yo a decirte que no? ¿La cantaron? Muy bien, que la canten. Ahora a ver si están en armonía con la canción", les reta, recordando el puño en alto de los miembros de la formación mientras entonaban los versos de Alberti. No es complaciente tampoco con el partido, que nació, en su opinión, "con un pie atado a la teoría marxista". "Si se quitan eso y se quedan con la ilusión de cambiar el mundo, genial. Si no, nada, será un partido más", opina. No confía mucho en los vientos de cambio —"Se han perdido las ganas de transformar el mundo"—, y aún así les presta el himno, porque "canciones como esta no se hacen todos los días".
Da la impresión de que el mundo exterior le descorazona —"No te dan ganas de salir de casa. En este mundo, poco a poco se va apagando la llama... pero ya vendrán otras"— y lo que le mantiene firme —"con la emoción entera"— es lo que viene de su mundo interior. De la tranquila cotidianidad. De la guitarra, la lectura, el taller de ebanista que tiene en su casa de Barcelona: "Siempre tengo algo que hacer. Eso me mantiene con vida. Te permite disfrutar del sol que va a salir, de la luna. La vida. Que te acompañe la vida en todas partes". La vida que se esconde, explica, en una canción emocionante. Nombra a la cantante rumana Maria Tanase, al fadista Alfredo Marceneiro, a los maestros de la chanson Jean Ferrat y su también amigo Georges Brassens. Tararea unos versos de este último, "Les amoureux des bancs publics". Calla, los repite. "¿Ves? No es que se hayan hundido barcos por esto. Pero es algo. Parece que el ruido se calla un rato".
A estas alturas, no iba a callarse Paco Ibáñez (Valencia, 1934). Los próximos 6, 7 y 8 de mayo vuelve a alzar la voz en Madrid (en el teatro Nuevo Apolo) tras 14 años de ausencia. ¿Por qué este divorcio de casi tres lustros? Cualquier otro hubiera preferido morderse la lengua, suavizar el tono. No él. Él, que ha rechazado todos los premios —desde las medallas del Estado francés al reconocimiento de una asociación— con tal de mantener su independencia, dice sin empacho: "Porque estaba en manos del PP. A esta gente es que no la soporto, y ya está. Que vivan donde quieran, pero lejos de mí". Claro, ¿no?