'Economistas. Oficio de profetas'

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Roberto Velasco

infoLibre publica un capítulo de 'Economistas. Oficio de profetas', que sale a la venta este lunes 26 de septiembre.

El libro, editado por Catarata, es obra del

catedrático de Economía Aplicada y ex presidente de la Asociación Española de Ciencia Regional, Roberto Velasco.

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El 'brexit' como oportunidad

Pese a las enormes ventajas obtenidas por Cameron en la negociación/imposición recién descrita, el referéndum convocado por el primer ministro británico David Cameron para conocer si el Reino Unido debía seguir siendo miembro de la Unión Europea, o dejar de serlo y abandonarla, se saldó el 26 de junio de 2016 con un inesperado rechazo de los electores (51,9%) a continuar en las instituciones comunitarias. Los análisis postelectorales han mostrado que Escocia votó a favor de la permanencia (62%), lo mismo que Londres (75,5%) y el Ulster (58%). Así como que los jóvenes votaron mayoritariamente por su futuro en Europa y perdieron por decisión de sus mayores, dando como consecuencia que quienes tienen toda la vida por delante han visto frustrados sus anhelos de futuro por quienes tienen casi toda la vida por detrás, en un proceso decisional que Felipe González calificó como “el triunfo de las emociones negativas”.

En efecto, la mayoría de los analistas señalaron en los días posteriores al 26-J que en la votación había triunfado el sentimiento sobre la razón, el nacionalismo sobre la integración internacional, el egoísmo sobre la solidaridad y el populismo sobre la democracia deliberativa. De ello se culpa principalmente a

Cameron, peligrosamente aficionado a jugar a la ruleta rusa de los referendos con una sociedad dividida casi exactamente en dos mitades (como se comprobó también en la votación sobre la independencia de Escocia), pero no solamente a él. Como ha señalado el escritor Luis Haranburu, “también son culpables los representantes del más rancio nacionalismo inglés, que han alimentado la hoguera de los orgullos patrios y del desprecio xenófobo al diferente”. La emigración es un tema importante que preocupa a los ingleses, pero no es un asunto que se pueda solventar poniendo puertas al campo.

Cuando, como consecuencia de esta decisión, el Reino Unido deje de ser Estado miembro de la UE, habrá indudables consecuencias políticas tanto dentro como fuera de Gran Bretaña: los nacionalistas escoceses intentarán aprovechar probablemente la ocasión para convocar un segundo referéndum de independencia con muchas posibilidades de ganarlo. Y también los efectos del brexit se podrían hacer sentir dentro de la propia Unión Europea, porque el líder populista holandés Geert-Wilders espera una oportunidad de esta naturaleza para declarar la “defunción” de la UE, lo mismo que el primer ministro húngaro Viktor Orban o la ultranacionalista francesa Marine Le Pen.

Las consecuencias económicas de la decisión británica no tendrían que ser importantes, pese a que podemos considerar “lógica” la sobrereacción de los mercados financieros en las horas siguientes a la inesperada noticia. Aparte de que siempre es mejor un divorcio que un mal matrimonio, la separación del Reino Unido no va a desencadenar una crisis sistémica, habida cuenta de su no pertenencia a la eurozona, de no ser parte de la “zona Schengen” y de haber quedado excluido del establecimiento de “una relación cada vez más estrecha entre los estados miembros” que fijó en 1957 el Tratado de Roma.

Las indudables pérdidas iniciales de valor de empresas y patrimonios se irán sin duda compensando cuando la situación

se recomponga con el nuevo esquema comunitario, en el que el PIB futuro habrá disminuido en casi 3 billones de euros, su comercio exterior en torno a un 10% y la población en unos 65 millones. En este sentido, las pérdidas económicas se podrán controlar a través de una adecuada negociación de la salida del Reino Unido, evitando la proliferación de “exits” (denominada brexit plus por algunos asesores de Cameron) que, entonces sí, podría ser el principio de la desintegración paulatina de la Unión.

Para ello, parece indudable que, en la negociación del nuevo marco de relaciones UE-RU que se mantendrá durante un máximo de dos años previstos en el artículo 50 del Tratado de Lisboa, los representantes de los 27 deben mantenerse firmes y parcos en las concesiones al Reino Unido para que los representantes de otros estados perciban que la salida de la Unión no sale precisamente gratis y que fuera de ella hace muchísimo más frío que dentro. Los problemas pueden surgir si el sucesor de Cameron no recurre de inmediato al citado artículo 50, conocedor de la inferioridad de condiciones en la negociación que le confiere (el Reino Unido no estaría sentado en el Consejo de Ministros de la Unión cuando se discutan asuntos relativos a su salida). Entre otras cosas, porque tampoco todos los 27 estados miembros tendrán la misma idea sobre las características de la futura relación económica y comercial con lo que Londres representa.

Los cinco posibles escenarios de las relaciones comerciales UE-RU son los siguientes:

  • El modelo de Noruega, Islandia y Liechtestein, que forman parte del Espacio Económico Europeo junto a los estados miembros de la Unión. En este escenario, el Reino Unido tendría acceso total al mercado único, incluyendo las cuatro libertades (mercancías, servicios, capitales y personas) sin necesidad de participar en el resto de las políticas comunitarias. Es un escenario altamente improbable porque el Reino Unido debería permitir la libre circulación de trabajadores, una de las causas principales del brexit. Tampoco los grandes países europeos lo aceptarían, pese a que supone una aportación al presupuesto común. 
  • El modelo de Suiza, que mantiene un centenar de acuerdos bilaterales con la UE en diferentes áreas, lo que incluye total libertad de comercio de mercancías pero no de servicios, incluidos los financieros. Hay también contribución al presupuesto europeo.
  • El modelo de Turquía, que supondría para el Reino Unido renunciar al acceso total al mercado único pero mantenerse dentro de la Unión aduanera europea. Se excluyen los servicios y el movimiento de trabajadores. Un escenario muy duro para el Reino Unido.
  • Un nuevo acuerdo de libre comercio UE-RU que suponga la reducción, sin eliminarlas, de las tarifas externas entre ambas partes en materia de mercancías. Difícilmente ampliable al mercado de servicios sin grandes contrapartidas británicas.
  • Sin acuerdo específico con la UE, el Reino Unido se limitaría a comerciar dentro del marco de las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Las empresas británicas se verían sujetas a la tarifa exterior común europea.

Las negociaciones de la salida y posterior relación Reino Unido-Unión Europea van a ser muy agrias, puesto que la sucesora de Cameron, la señora Theresa May, nombró ministro de Asuntos Exteriores al mentiroso y manipulador exalcalde de Londres Boris Johnson, fervoroso defensor del brexit; y porque el jefe del nuevo ministerio encargado de negociar directamente con Bruselas es David Davis, que en su época de ministro para Asuntos de Europa del entonces primer ministro John Major era conocido como “el señor NO” por los altos funcionarios de la Comisión Europea, dada su actitud negativa ante todas las propuestas de Bruselas. Ambos nombramientos constituyen una impresentable provocación a las instituciones comunitarias. Pese a todo, hay un límite que los negociadores en nombre de los 27 no pueden desbordar: si el Reino Unido no acepta la libre circulación de personas, no puede tener acceso al mercado único.

El brexit puede convertirse de amenaza en oportunidad hacia una Europa más integrada, pero el golpe de mano de los 27 debe ser duro y con consecuencias negativas para Londres con el fin de evitar más fugas. El debate que se desarrollará en los próximos tiempos contendrá aspectos relativos a la necesidad de dar pasos hacia una mayor integración y, probablemente, se abordarán también discusiones sobre las reformas de la arquitectura institucional contemplada en los tratados. Todo ello debería abrir la puerta a debates de fondo sobre el claro déficit democrático que ha ido creciendo con el paso de los años, así como acerca de las consecuencias que arrastra la paralización del proceso integrador registrado en los últimos años.

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Los riesgos que afronta Europa de estancamiento económico y de inestabilidad política y social, así como su creciente irrelevancia geopolítica en el nuevo orden global que se está configurando, se combaten mucho mejor desde una Europa integrada que desde la fragmentación. Y solo a partir de estrategias y programas comunes se pueden afrontar algunos problemas clave, como la culminación de la Unión Bancaria, la Unión Fiscal y los avances hacia la Unión Política, al menos entre los países de la eurozona.

En cuanto al proceso de Unión Bancaria, existe ya un supervisor único y un fondo de resolución, pero quedan aún por cerrar dos piezas básicas: la creación de un mecanismo común de financiación de última instancia para el citado fondo de resolución y la constitución de un esquema común de garantía de depósitos, ya propuesto por la Comisión Europea. La salida del Reino Unido brinda también la oportunidad de establecer una Unión Fiscal, introduciendo los eurobonos emitidos por un Tesoro europeo; la instauración de un seguro de desempleo común, “que serviría para compartir entre todos los europeos el coste de la principal contingencia que suponen las crisis, que es el enorme coste del desempleo” (Garicano y Gutiérrez, 2016); y la lucha contra el fraude y los paraísos fiscales que los gobiernos de Gran Bretaña han impedido reiteradamente para defender la ristra de “islas del tesoro” y demás enclaves propios (como Gibraltar) protegidos en detrimento de las arcas públicas.

Sin el freno británico, una política de seguridad común y los soñados Estados Unidos de Europa por los padres fundadores pueden estar más cerca, siempre que los políticos europeos estén a la altura de las necesidades de los ciudadanos. Si así fuera, si todos o la mayor parte de los objetivos aquí señalados se lograran en los próximos años, habrá merecido la pena sacrificar el medio punto porcentual de menor crecimiento del PIB común que el Banco Central Europeo ha previsto para el trienio posterior a la salida de Gran Bretaña de la UE como consecuencia directa de la misma. Claro que los comportamientos políticos observados en los últimos años, y que se detallan en otros epígrafes de este trabajo, no dejan la puerta muy abierta a la esperanza.

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