La falacia fiscal de Ayuso: sólo los países del Golfo y las ciudades estado de Singapur y Hong Kong tienen bajos impuestos y alto nivel de bienestar

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La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, anunció en agosto de 2019 “la mayor bajada de impuestos de la historia”, un estriptis fiscal que primero prometió llevar a cabo en los “próximos meses y años” y después “cuando sea posible”. Finalmente, su medida estrella se ha quedado en el tintero tras la convocatoria adelantada de elecciones y/o moción de censura, que cierran un mandato de sólo dos años sin presupuestos. Ese tiempo, no obstante, le ha servido a la política conservadora para convertirse en abanderada de la baja fiscalidad como incentivo económico, frente a quienes consideran Madrid una suerte de paraíso tributario y ella tacha de “ingenieros de la pobreza”. “Si quieren tener los mismos niveles de prosperidad y de empleo, lo que tienen que hacer es probar ellos mismos a bajar impuestos”, instó a los defensores de la armonización fiscal en una entrevista en Antena 3. “Impuestos, democracia y libertad acaban siendo una misma cosa”, resumió en un artículo publicado en el periódico Abc poco antes de que estallara la pandemia.

Ni la pandemia ni la ola de frío, que han desnudado las consecuencias de los recortes en el gasto público madrileño, han apeado a Díaz Ayuso de su discurso fiscal. En el Spain Investors Day, el pasado enero, atribuyó a su “política de bajos impuestos” el hecho de que Madrid reciba “el 80% de la inversión extranjera”. Ante altos directivos de 46 grandes empresas y 248 grandes inversores, la presidenta madrileña presumió de tener “la fiscalidad más baja de España”. “Aquí tienen el firme compromiso de la Comunidad de Madrid con un modelo de bajos impuestos, dialogo social y estabilidad institucional, con una férrea defensa de la colaboración público-privada. Estos son los ejes de la recuperación”, proclamó.

Naturalmente no es Ayuso la única que defiende con fervor la receta que iguala bajos impuestos y prosperidad. En las antípodas de Madrid, en Australia, llevan gobernando los liberales desde 2013 y sus proclamas fiscales no tienen nada que envidiar a las de la presidenta madrileña. “Una economía fuerte necesita bajos impuestos”, repite el ministro de Hacienda, Josh Frydenberg. Para el primer ministro, Scott Morrison, los impuestos son el “aguafiestas de la economía, retrasan el crecimiento, frenan la economía”.

El Australia Institute, el centro de estudios progresista más importante del país, ha intentado desmontar las tesis de Morrison y Frydenberg en un estudio que compara los niveles de bienestar y presión fiscal en 188 países. Para ello sus investigadores utilizan tres indicadores: la ratio entre la presión fiscal –a su vez, el cociente entre PIB y recaudación tributaria– y el PIB per cápita, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y el Índice de Desarrollo Humano Ajustado a la Desigualdad (IDHD). Estos dos últimos son registros elaborados por Naciones Unidas. El primero relaciona la media de ingresos con la esperanza de vida –que se considera un reflejo del desarrollo de la sanidad– y los años de escolarización –que da idea del nivel educativo–. El segundo ajusta ese resultado con el nivel de desigualdad para conseguir, apuntan los autores del informe, una imagen más precisa de la prosperidad de cada país.

Pues bien, el estudio establece que las únicas naciones del mundo que combinan unos impuestos mínimos y una prosperidad máxima son, por un lado, las petromonarquías del Golfo Pérsico –Omán, Baréin, Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Árabes y Catar– y, por otro, las ciudades estado de Singapur y Hong Kong. En el resto de los países estudiados, la correlación es clara entre alto nivel de bienestar y mayores impuestos. Los autores también dejan claro que existe una correlación, pero no una causalidad. Los países con un PIB per cápita elevado tienden a aplicar impuestos más altos. Por el contrario, los países en desarrollo tienen una fiscalidad muy baja, pero también unas economías más pobres.

Este grupo de naciones pobres aplican una presión fiscal media del 17,9% y un PIB per cápita de 7.974 dólares –6.576 euros–. Los países desarrollados, una presión fiscal media del 34,2%, pero también un PIB per cápita muy superior, 39.248 dólares –32.367 euros–. En los países nórdicos la relación entre PIB e impuestos se eleva hasta el 41,8%, aunque también se multiplican los ingresos per cápita: 60.829 dólares –50.165 euros–. Cuanto más desarrollado es el país, mayor presión fiscal tiene. Y al revés. En la cúspide de la clasificación, los países nórdicos.

Por situar a España en el ránking, la presión fiscal es del 35,4%, por debajo de la media de la UE, que es del 41,1%, y de la zona euro –41,6%–. Es el séptimo país con menor presión fiscal de la eurozona, según las últimas cifras publicadas por Eurostat. La renta per cápita nacional asciende a 25.200 euros, también por debajo de la media comunitaria –27.980 euros– y del euro –31.210 euros–.

Financión pública atípica

Los únicos países que escapan a esa correlación son las monarquías del Golfo Pérsico, con una presión fiscal que es sólo del 1% en Baréin, el 1,4% en Kuwait, el 3,4% en Arabia Saudí y Omán, el 4,9% en Catar y un máximo del 11,9% en los Emiratos Árabes Unidos. La renta per cápita llega a los 64.782 dólares en Catar, 43.103 dólares en los Emiratos Árabes Unidos, 32.032 en Kuwait. En Arabia Saudí y Baréin casi alcanzan a la española – 23.504 y 23.140 dólares, respectivamente–.

¿Cómo pueden permitirse estos países una disparidad semejante? “Sus presupuestos públicos se financian con los beneficios procedentes de las empresas estatales de petróleo y gas”, explica el estudio. Gracias a esos enormes remanentes, los ingresos públicos son equivalentes a los que obtienen los países desarrollados. Por ejemplo, en el caso de Kuwait, aunque los impuestos representan sólo el 1,4% de su PIB, si se suman los recursos que obtiene del petróleo, los ingresos del presupuesto estatal equivalen al 35% de su PIB, un porcentaje similar a la presión fiscal media de los países ricos.

El mismo patrón atípico siguen Hong Kong –48,756 dólares de renta per cápita, 14,1% de presión fiscal– y Singapur –65.233 dólares de renta, una presión fiscal del 13,2%–, dos ciudades estado que disfrutan de condiciones que las asemejan a paraísos fiscales y con una posición geoestratégica y comercial irrepetible. Otro tanto puede decirse de San Marino –con una renta per cápita de 48.481 dólares y una presión fiscal del 18,1%–.

Desarrollo humano y desigualdad

Cuando se relaciona la presión fiscal con el Índice de Desarrollo Humano, el resultado es similar: a mayor índice –es decir, a más renta per cápita, mayor esperanza de vida y más años de escolarización de los ciudadanos–, mayores impuestos. Y al revés. Excepto en los países ya citados: Emiratos Árabes Unidos, Catar, Arabia Saudí, Baréin, Omán y Kuwait. Aunque en este caso también se añade el sultanato de Brunei, que igualmente vive del petróleo. Y de nuevo Singapur y Hong Kong. El primer grupo utiliza los recursos petrolíferos nacionalizados para sufragar sus altos niveles de bienestar. El segundo, sus ventajas comerciales y geoestratégicas.

Noruega es el país con el mayor IDH, 0,953. El de Hong Kong es 0,933, lo que le convierte en el séptimo país de la clasificación mundial de desarrollo humano. Singapur es el noveno. España, el número 26, con un IDH de 0,891. Las monarquías del Golfo se reparten entre los puestos 34 –Emiratos Árabes– y 56 –Kuwait–. Todos estos países tienen esperanzas de vida por debajo de la española –83,3 años–, que es la tercera mayor del mundo tras Japón y Hong Kong. Pero la superan en años de escolarización –9,8– no sólo Singapur y Hong Kong –12 años–, sino también los Emiratos Árabes –10,8–. De hecho, España es el país de la UE con mayor tasa de abandono escolar, un 17,3%.

De nuevo, son los países nórdicos los mejor situados en la clasificación mundial de desarrollo humano, puesto que disfrutan de los más altos niveles de esperanza de vida y de tiempo de escolarización. Dinamarca, la que menos puntúa en este grupo, es la undécima nación con mayor IDH, 15 puestos por delante de España.

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Al ajustar el IDH con la desigualdad, en un intento por evitar las distorsiones producidas por el uso de promedios, la correlación entre presión fiscal y bienestar se repite, con los países nórdicos a la cabeza: Noruega sigue siendo el primer país del mundo, con un IDH ajustado de 0,876. Sin embargo, al introducir la desigualdad en la observación, las petromonarquías del Golfo Pérsico desaparecen. Sólo Singapur y Hong Kong mantienen una baja presión fiscal y un IDH ajustado alto, aunque descienden 10 y 14 puestos, respecto de su IDH sin ajustar. España también baja, 12 puestos, al considerar su nivel de desigualdad. Todos los nórdicos, en cambio, escalan en su índice de desarrollo por sus elevada tasa de igualdad.

¿Y Australia? Es el tercer país en desarrollo humano, sólo superada por Noruega y Suiza. Tiene una de las esperanzas de vida más altas, 83,1 años, y una media de años de escolarización de 12,9, muy por encima de la española –la mayor es la alemana, 14,1 años–. Ajustado el índice con la desigualdad, baja cuatro puestos en la clasificación. Con una presión fiscal del 23,4%, su PIB per cápita alcanza los 54.907 dólares, de acuerdo con los datos del Banco Mundial. “Hay muy pocos países que tengan fiscalidades más bajas [que Australia] y mayores niveles de bienestar”, concluyen los investigadores. Y los países que la superan en prosperidad también aplican mayores impuestos. Una correlación, destacan, que crece cuanto más se amplía la medida del bienestar, desde la renta per cápita hasta los índices de desarrollo humano y de desigualdad.

En resumen, a diferencia de lo que proclama Isabel Díaz Ayuso, bajos impuestos, democracia y libertad están lejos de ser sinónimos en países como las monarquías del Golfo, que poseen sistemas escasamente democráticos, donde las libertades ciudadanas tienen mucho que envidiar de los estándares internacionales y la desigualdad es muy marcada. O en las ciudades estado de Singapur y Hong Kong, que cuentan con sistemas políticos únicos en el mundo y unos grandes niveles de desigualdad.

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