Escuchar a alguien afirmar que los africanos son un pueblo maldito o que la homosexualidad es una podredumbre, despierta de inmediato una compleja mezcla de sensaciones: vergüenza, desprecio, bochorno, repulsa. Pero cuando quien realiza esas manifestaciones es un diputado con responsabilidades en el área de derechos humanos, esos sentimientos se transforman en estupefacción. Y así es como se siente buena parte de la sociedad brasileña desde que el pasado 3 de marzo fue nombrado el parlamentario del Partido Social Cristiano (PSC), Marco Feliciano, pastor evangelista conocido por sus planteamientos racistas y homófobos, como presidente de la Comisión Permanente de Derechos Humanos y Minorías. Desde entonces, las protestas exigiendo su renuncia no han cesado.
La polémica se remonta a abril de 2011 cuando Feliciano aseguró a través de twitter que “una maldición que Noé lanzó sobre su nieto Canaa se derrama sobre el continente africano, de ahí las hambrunas, pestes, enfermedades, guerras étnicas”. Ante la inmediata reacción que sus palabras encontraron en las redes sociales, el pastor no dudó en reafirmarse en su postura asegurando que “los africanos descienden de una ancestral maldición de Noe. Eso es un hecho”. Pero la controversia no se quedó ahí el pastor y político también arremetió contra los homosexuales al afirmar que “la podredumbre de los sentimientos llevan al odio, al crimen, al rechazo”. Y apostilló: “amamos a los homosexuales, pero abominamos de sus prácticas promiscuas”.
Lo que nadie podía imaginar entonces era que este representante de un pequeño partido evangelista acabaría presidiendo una comisión como la de Derechos Humanos y Minorías. Un cargo que Feliciano asumió en medio de una tumultuosa sesión, entre manifestaciones cívicas y la protesta de los diputados de izquierda que abandonaron la sala para mostrar su rechazo al nombramiento. Finalmente, el pastor fue elegido presidente con un voto en blanco y 11 a favor, seis de ellos de su propio partido.
El secretario de la Asociación Brasileña de Gays, Lesbianas, Bisexuales, Travestis y Transexuales, Beto Jesus, considera que la situación generada es inadmisible, fruto de “la ofensiva conservadora fundamentalista que está aconteciendo en Brasil en los últimos años”. En su opinión, “es la culminación del absurdo que una persona que se pronuncia contra los negros y contra los homosexuales presida una comisión que debe resguardar los derechos humanos de las personas más vulnerables”.
Exigencias
Por lo pronto, los miembros en la comisión del Partido de los Trabajadores, el Partido Socialista y el Partido Socialismo y Libertad han formado un frente exigiendo la anulación del nombramiento. Los diputados argumentan que la sesión en que se votó fue ilegal al impedirse la presencia del público, cuando la normativa señala que las reuniones son abiertas. Además, los parlamentarios recuerdan que Feliciano tiene abiertas en la actualidad dos procesos abiertos en el Tribunal Supremo: uno por una acusación de homofobia y el otro por un presunto delito de malversación de fondos.
Pero donde el nombramiento está resultando más contestado es en la calle. El pasado 16 de marzo las protestas se extendió por más de 17 ciudades, reuniendo a miles de activistas a favor de los derechos humanos. En la localidad de Riberirão Preto, en el estado de São Paulo, los manifestantes se concentraron a las puertas del templo donde Feliciano preside semanalmente el culto, viviéndose momentos de tensión. Una tensión que ha ido creciendo en las últimas semanas por la presencia de contramanifestantes fundamentalistas que Biblia en mano y cantos religiosos, intentan responder a las movilizaciones de sus detractores. En algunos casos el enfrentamiento verbal ha terminado en agresiones. La última sesión de la Comisión de Derechos Humanos finalizó con dos detenidos, uno de ellos un antropólogo al que el propio Feliciano exigió que fuera retenido por llamarle públicamente racista.
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Incluso desde sectores evangelistas se está cuestionando el nombramiento del diputado del PSC. Es el caso de la Rede Fale, una entidad que reúne a 14 organizaciones religiosas, en su mayoría pentecostales. Para su secretario, Caio Marçal, “el discurso del odio en la boca de quien se dice discípulo de Jesús en anacrónico. La gente entiende que las palabras del pastor Marco Feliciano no colaboran para un debate respetuoso y cualificado en torno a la cuestión de los derechos humanos”. En medio de esta polémica no han faltado gestos públicos como el de la actriz Daniela Mercury que se ha implicado en el debate social haciendo pública su lesbianismo.
Pero en estos días también se han escuchado voces de apoyo. Entre ellas la del diputado Jair Bolsonaro, representante del Partido Progresista y miembro también de la Comisión de Derechos Humanos. De hecho, las polémicas manifestaciones de Feliciano fueron una respuesta a los ataques recibidos por Bolsonaro tras sus comentarios homófobos en un programa de televisión. El diputado del PP, que no ha dudado tampoco en justificar el uso de la tortura durante la dictadura militar brasileña, fue explícito en su satisfacción tras el nombramiento de Feliciano: “Se acabó la fiesta gay”.
Escuchar a alguien afirmar que los africanos son un pueblo maldito o que la homosexualidad es una podredumbre, despierta de inmediato una compleja mezcla de sensaciones: vergüenza, desprecio, bochorno, repulsa. Pero cuando quien realiza esas manifestaciones es un diputado con responsabilidades en el área de derechos humanos, esos sentimientos se transforman en estupefacción. Y así es como se siente buena parte de la sociedad brasileña desde que el pasado 3 de marzo fue nombrado el parlamentario del Partido Social Cristiano (PSC), Marco Feliciano, pastor evangelista conocido por sus planteamientos racistas y homófobos, como presidente de la Comisión Permanente de Derechos Humanos y Minorías. Desde entonces, las protestas exigiendo su renuncia no han cesado.