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La resistencia femenina al fascismo: “Los militares hicieron el golpe, nosotras lo transformamos en revolución”

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Joana Rei

Lisboa —

A día de hoy Aurora Rodrigues sigue recordando el sonido del cierre de su celda en la cárcel. “El ruido del hierro contra el hierro, de las puertas abriendo y cerrando, las llaves dando vueltas… es algo que se queda para toda la vida”. Aurora, exmagistrada y vicepresidenta de la Asociación Portuguesa de Mujeres Juristas, tenía 21 años cuando la policía política (PIDE) la detuvo el 3 de mayo de 1973.  “Estaba en una manifestación contra las detenciones de estudiantes que habían ocurrido el 1 de mayo. La policía cargó, nosotros huimos y a mí me cogieron junto a 22 personas más”. 

La llevaron a la cárcel del Fuerte de Caxias, en Lisboa, y allí vivió un infierno de tres meses, que incluyó veinte días de aislamiento, dieciséis de tortura del sueño, humillaciones y palizas. “Resistí como pude. Cantaba, me evadía, pero jamás hablé. Porque hablar era denunciar a mis compañeros”, dice con determinación. “Era una cuestión de dignidad, ¿sabes? No podía hablar porque eso era dejarles ganar, era rebajarme”.

Aurora es una mujer bajita y delgada, pero en la mirada se le adivina la misma fuerza desafiante que emana de su foto de detención. Nacida en un pueblo del Alentejo, en 1952, Aurora ha crecido con una conciencia social agudizada. “Me di cuenta desde muy temprano de que había gente con mucho y gente con muy poco. Mi familia era pobre pero teníamos siempre que comer y mis vecinas, a veces, no. Así que la desigualdad social fue algo que me marcó desde muy temprano”. Su familia, era “opositora al régimen, pese a que no decían ni hacían nada en público”. Pero la educaron en la libertad y contra el colonialismo y la guerra que se libraba entonces en África. 

Estudió hasta los 14 años porque un grupo de opositores a la dictadura en su pueblo creó una cooperativa de enseñanza. Su familia no tenía dinero para más pero, tras hacer el examen nacional, lo aprueba con la mejor nota y es entonces cuando un mecenas se ofrece a pagarle los estudios. “Me dan el premio a la mejor alumna y quien lo organizaba me dijo que, si quería estudiar, me lo financiaba”. Es así como consigue completar los estudios y entrar en la carrera de Derecho en la Universidad de Lisboa. 

Punto de inflexión

Allí encuentra a gente que piensa como ella, “contra el fascismo, la guerra, y a favor de la justicia social” y empieza a integrarse en el movimiento asociativo estudiantil. El 12 de octubre de 1972, el asesinato del estudiante José Ribeiro dos Santos a manos de un agente de la PIDE da el vuelco definitivo a la vida de Aurora. “Había un mitin contra el imperialismo y la guerra. En determinado momento aparecen dos agentes de la PIDE. Los estudiantes intentamos impedir que entraran al anfiteatro, se instaló la confusión y uno de los agentes disparó”.  

No podía seguir estudiando sin más. Era algo imperativo, una indignación que me nacía de dentro, tenía que hacer todo lo que pudiese para poner fin al fascismo, no me iba a callar más

Ribeiro dos Santos entra en el Hospital de Santa María con una herida de bala en la espalda pero no resiste, muere esa misma noche. “Yo lo había visto todo, estaba a su lado cuando ocurrió y ahí todo cambió para mí”. La carrera, a la que tanto le había costado llegar, perdió importancia. “No podía seguir estudiando sin más. Era algo imperativo, una indignación que me nacía de dentro, tenía que hacer todo lo que pudiese para poner fin al fascismo, no me iba a callar más”, dice aún con rabia. Aurora ingresa en la Federación de Estudiantes Marxistas-Leninistas y en el Movimiento Reorganizativo del Partido del Proletariado (MRPP) y pasa a integrarse en la imprenta clandestina del partido. 

Empieza su actividad política, escribe y distribuye comunicados contra el régimen, hace pintadas en las paredes contra la dictadura, participa en manifestaciones. Por sus actividades termina siendo fichada por la policía y recibe un primer aviso. “La Policía de Seguridad Pública (PSP) me detiene durante una tarde y me avisa que, o paraba, o la siguiente ya no me llevarían sólo para charlar”. No paró, “evidentemente”. 

Hasta ese 3 de mayo. De camino al Fuerte de Caxias, en el furgón de la policía, Aurora sabe que esta vez “será diferente”. La primera humillación empieza nada más llegar. “Me desnudaron en la secretaría, delante de todo el mundo”. De allí la conducen a la zona norte de la cárcel hasta el día 16, en el que “me llevan a ver la celda de tortura”. “Se presentó el inspector de mi proceso, Américo da Silva Carvalho, y me dijo: ‘Aquí tienes dos vías, la de la colaboración o la del sacrificio, pero por esa puerta no sales sin hablar. Nos vemos en una semana’”. Y se la llevaron de vuelta, esperando que el miedo hiciese su trabajo .

El día 23, tras 20 días de aislamiento, fueron a buscarla. “La sala tenía una mesa, una silla para que el pide [agente de la policía política] se sentara y una banqueta para mí”. Empezaron una ronda de escupitajos: “Me pusieron contra la pared e iban entrando pides que me hacían preguntas. Como yo no contestaba, me escupían encima”. 

Yo estaba en mitad de la celda con las manos en los bolsillos y él empezó a pegarme. Lo que a día de hoy me causa todavía más horror es que no pronunció una sola palabra. Se limitó a pegarme, y a pegarme, y a pegarme como una máquina, sin decir una sola palabra

Luego vino la tortura del sueño. “Fueron 16 días y 16 noches, 450 horas sin dormir. Gritaban, daban golpes en la mesa, me empujaban, me sacudían y no dejaban que me durmiese”. Para mantener algo de cordura, Aurora cantaba. Con la miga del pan oscuro que le daban para comer “hacía pétalos de flores” y “en las pequeñas cosas iba encontrando algo de evasión y control”. “Pensaba siempre que solo habían prendido mi cuerpo, nada más”, recuerda.

La “brigada de los indios”

Un día le avisaron de que venía “la brigada de los indios”. Al poco aparecieron dos hombres. Uno de ellos traía una declaración que Aurora debía firmar en el plazo de una hora. Se fueron. Cuando volvieron, Aurora no la había firmado así que, sin mediar palabra, empezó la paliza. 

“Yo estaba en mitad de la celda con las manos en los bolsillos y él empezó a pegarme. Lo que a día de hoy me causa todavía más horror es que no pronunció una sola palabra. Se limitó a pegarme, y a pegarme, y a pegarme como una máquina, sin decir una sola palabra. En la celda yo solo escuchaba el sonido de los golpes y sentía como me sacudía de un lado al otro. Me pegó con las manos, con las rodillas, con un nunchaco [un arma marcial formada por dos palos cortos unidos por una cuerda] ... y yo solo pensaba ‘esto se va a acabar, aguanta, que esto se va a acabar’”. 

Se acabó cuando dos hombres entraron y se llevaron al agresor. Aurora se fue al baño, se sentó en el váter y se dio cuenta de que tenía una hemorragia. Ya no se pudo levantar. “Me llevaron en volandas a ver al médico y perdí el conocimiento”. Cuando se recuperó, volvieron a torturarla. Así hasta completar los tres meses máximos de prisión preventiva. 

Salió de la cárcel el 28 de julio. Nunca tuvo derecho a un abogado, no fue a juicio ni siquiera fue acusada de manera formal. “Volví a mi vida normal, como si nada hubiese pasado. Volví a mi militancia, a mis actividades clandestinas”. El fantasma de la tortura esperó 30 años para asombrarla en forma de “estrés postraumático”. “Empecé a tener pesadillas, dejé de dormir”. Pidió ayuda y estuvo en tratamiento hasta superarlo. Escribió un libro (Gente comum, uma historia na PIDE, Parsifal, 2022). Empezó a contar su historia. Por catarsis. Porque se prometió que nadie la silenciaria.

Médica y revolucionaria

Doce años separan a Aurora Rodrigues de Isabel do Carmo, pero un evento las une: el asesinato de Ribeiro dos Santos. Si ese fue el acontecimiento que llevó a Aurora a la acción política, fue también el detonante de la segunda detención de Isabel. En ese momento, Isabel era dirigente del Colegio de Médicos en Portugal. Allí escribe un comunicado sobre el asesinato del joven, que era hijo de un médico. La PIDE se entera y Isabel es detenida. “Era la segunda vez que me detenían. La primera fue en 1970. Pasé entre 8 y 10 días entre rejas. Me pusieron en aislamiento pero enseguida me soltaron”, cuenta. 

Isabel nació en Barreiro, una ciudad cerca de Lisboa, en 1940. Allí, tierra de clase obrera, “todos estaban en contra de la dictadura”. “Yo no hice nada de excepcional, solo seguí el ambiente del medio de donde venía, una ciudad en la que había represión, las personas eran detenidas y existía una narrativa muy clara en contra del régimen”.

Su primera batalla política ocurrió a los 10 años, cuando se enfrentó al cura de su colegio por no estar bautizada. “Era la única de mi clase que no estaba bautizada y el cura me decía, de muy malas formas, que yo era comunista. Yo no me callaba y las clases empezaron a ser un campo de batalla”.

La primera acción fue la colocación de una bomba en una base militar de la OTAN en Fonte da Telha [cerca de Setúbal]. El objetivo de estas acciones era llamar la atención nacional e internacional para las cuestiones políticas y coloniales portuguesas. Decidimos que no mataríamos nunca a nadie. Es un acto irreversible y no justificable bajo ningún prisma

Con 17 años llega a la facultad e ingresa en la asociación de estudiantes donde empieza a politizarse. En 1958 se hace militante del Partido Comunista (PCP). “Integré una célula, que luego pasé a coordinar, hasta que llegué a la dirección del Partido”. En ese momento, la principal actividad es la difusión de comunicados y boletines contra el régimen y el reclutamiento de más militantes. 

Lucha armada

Isabel permanece en el PCP durante más de 10 años pero en 1970 rompe con la organización. “Desde 1961, con el inicio de la Guerra Colonial, cada vez más gente dentro del partido hablaba de la necesidad de la lucha armada. Esa cuestión se fue agudizando y yo creía en ella. Además, empecé a leer sobre el estalinismo y a no estar a gusto con algunas cosas que defendía el partido”, reconoce.

En octubre de 1969, durante unas prácticas de su especialidad, endocrinología, en Francia, conoce a Carlos Antunes, funcionario del PCP y que luego sería su pareja, en un mitin político al que asiste en nombre del partido. Los dos tienen visiones parecidas de cómo debería ser la lucha contra el régimen y a inicios del año siguiente abandonan el partido para formar las Brigadas Revolucionarias. Y dan inicio a la lucha armada. 

“La primera acción fue la colocación de una bomba en una base militar de la OTAN en Fonte da Telha [cerca de Setúbal]. El objetivo de estas acciones era llamar la atención nacional e internacional para las cuestiones políticas y coloniales portuguesas. Decidimos que no mataríamos nunca a nadie. Es un acto irreversible y no justificable bajo ningún prisma”. Entre 1971 y 1973 hicieron ocho atentados con bomba en instalaciones militares y armamentísticas. 

“Yo transporté explosivos dentro del coche, organicé atentados, elegí lugares, pero nunca me atreví a hacer lo que contaba, que era accionar el detonador”, cuenta. “Me daba miedo. Transportar explosivos te podría llevar a la cárcel, pero accionar el detonador te podría matar. Y yo, lo confieso, tenía miedo”. 

El mismo miedo que sintió durante los dos años en los que vivió en la clandestinidad. “Me informaron de que algunos detenidos habían dado mi nombre y no tuve elección, si quería escapar de la cárcel”. Desapareció. Vivió de casa en casa. Cambió de nombre: fue Elisa, después, Iva. Los primeros meses los pasó con su hija en brazos. “Era muy, muy difícil. Tener a un bebé de pocos meses en esa situación era muy complicado. Tanto, que al fin de unos meses la dejé con mi hermana. Fue muy duro, sufrí mucho con esa separación”, recuerda. 

Llegué al Terreiro do Paço y la multitud era inmensa. Gente que venía de todas partes. No tenía que preguntar nada, solo seguirla. Terminé en el Largo do Carmo, casi justo cuando el Gobierno se estaba rindiendo

Lejos de la heroicidad que muchos quieren dar al periodo de clandestinidad, Isabel lo recuerda como un tiempo aburrido, de parón y miedo. “Siempre estás esperando a que te entre la policía por la puerta y no puedes hacer casi nada”. El suyo, fue también un tiempo de amor. “Me encontraba con Carlos Antunes a escondidas. Con mucho cuidado, para que no nos descubrieran, pero tuvimos nuestros encuentros románticos”, dice con picardía. 

El día en que todo cambió

La revolución del 25 de abril la pilló en Oporto. “Mi camarada, que se encargaba de la conexión entre los militantes clandestinos, me avisó. Corrí a la imprenta e hice un comunicado diciendo que la lucha armada había acabado”. Después, cogió el coche y se fue a Lisboa, a recoger a su hija. Con dos años, la niña no la reconoció, hecho que Isabel recuerda con tristeza. “Me pesa hasta día de hoy. Recuerdo su cara, mirándome extrañada, y tuve la certeza de que no sabía quién era. Después de eso no volví a soltarla”. 

Si Isabel do Carmo hizo el recorrido de norte a sur para ser partícipe de la Revolución, Aurora Rodrigues hizo el camino contrario. Esa noche estaba en Seixal, al sur de Lisboa, “encerrada en un sótano, en la imprenta del partido, imprimiendo comunicados”. “Escuché todo por la radio sin saber lo que estaba pasando: Grândola Vila Morena [la canción que sirvió de seña al movimiento] y luego el comunicado de las Fuerzas Armadas”, recuerda. 

En él, los militares pedían que la población se quedara en casa. “Sí, claro, 48 años de dictadura y ahora me iba a quedar en casa”, dice riendo. Cogió el primer autobús que salía a las 6.00 horas de la mañana y luego el barco para cruzar el río hacia Lisboa. “Llegué al Terreiro do Paço y la multitud era inmensa. Gente que venía de todas partes. No tenía que preguntar nada, solo seguirla. Terminé en el Largo do Carmo, casi justo cuando el Gobierno se estaba rindiendo”.

A día de hoy, si miramos las fotos, los militares son los protagonistas, claro, pero ellas están muy presentes. La gente sale a la calle. Y esos cuerpos, que reivindican su espacio son mujeres, en su mayoría

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De esa fiesta las dos recuerdan los rostros de las mujeres con las que se cruzaron. “Ese día tuvieron la oportunidad de salir, de gritar, pero siempre fueron pilares de la resistencia. Más tarde, en el período del PREC [Proceso Revolucionario En Curso] tuvieron un papel fundamental, ocupando casas vacías, fábricas que volvían a poner en marcha, reivindicando su lugar”, recuerda Isabel. 

“A día de hoy, si miramos las fotos, los militares son los protagonistas, claro, pero ellas están muy presentes. La gente sale a la calle. Y esos cuerpos, que reivindican su espacio son mujeres, en su mayoría”, dice Alice Samara, investigadora del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad Nova de Lisboa. “Durante la dictadura ellas estuvieron en todas las barricadas, fueron plurales y heterogéneas. Estuvieron en las cárceles políticas, en la clandestinidad, en los movimientos de estudiantes y en los grupos de liberación de las colonias, en todas partes”, explica. 

Y aunque la historia no siempre les ha dado el lugar que se merecían, y muchos intentaron dejarlas en un segundo plano, lo reivindicaron entonces, lo reivindican ahora. “Lo que estaba previsto que ocurriese ese día era un golpe militar. Se transforma en Revolución porque la gente sale a la calle. Y las mujeres, que tantas veces fuimos silenciadas, pero que resistíamos en la retaguardia, salimos también… y salimos en fiesta, pero también en lucha. Los militares hicieron el golpe, pero nosotras lo transformamos en revolución”, recuerda Aurora Rodrigues: “Ahora que habíamos salido, ya nadie nos volvería a meter en casa”.

A día de hoy Aurora Rodrigues sigue recordando el sonido del cierre de su celda en la cárcel. “El ruido del hierro contra el hierro, de las puertas abriendo y cerrando, las llaves dando vueltas… es algo que se queda para toda la vida”. Aurora, exmagistrada y vicepresidenta de la Asociación Portuguesa de Mujeres Juristas, tenía 21 años cuando la policía política (PIDE) la detuvo el 3 de mayo de 1973.  “Estaba en una manifestación contra las detenciones de estudiantes que habían ocurrido el 1 de mayo. La policía cargó, nosotros huimos y a mí me cogieron junto a 22 personas más”. 

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