La Bündnis Sahra Wagenknecht (Alianza Sahra Wagenknecht, BSW) ha sido la principal novedad de las dobles elecciones regionales alemanas celebradas en Sajonia y Turingia el 1º de septiembre. En su primera participación, esta formación, que lleva el nombre de su fundadora, superó el 10% en ambos Estados federados, obteniendo un 11,8% en Sajonia y un 15,9% en Turingia. Ahora es un actor clave en los debates sobre la formación de coaliciones. El 9 de junio, a nivel federal, obtuvo el 6,2% de los votos y seis escaños, frente al 1,95% y dos escaños del partido de izquierdas Die Linke.
Este nuevo partido es una especie de ovni en el panorama político europeo. La propia Sahra Wagenknecht lo definió como un “conservador de izquierdas”. En una larga entrevista con la revista New Left Review (NLR) la primavera pasada, explicó ese término de la siguiente manera: “Estamos en la izquierda, pero en términos socioculturales, queremos encontrar a la gente donde está”. Muchos resumieron esta posición como “de izquierdas en economía y de derechas en lo social”.
¿Tal posición es coherente y soportable o es sólo el eufemismo de un conservadurismo más amplio? En primer lugar, hay algo que llama la atención. Tanto en la campaña electoral como en el programa del partido, la BSW insiste mucho en su conservadurismo “societal”. El partido incluso se hace eco de todas las obsesiones de los partidos más radicales de la derecha europea.
Es el caso, por ejemplo, de la inmigración. En un folleto distribuido en Dresde antes del 1º de septiembre, la BSW promete “detener la inmigración incontrolada”. Es cierto que el folleto promete actuar “sin discriminación ni racismo”, pero en las líneas siguientes no duda en proponer solucionar “el aumento de la delincuencia extranjera” poniéndoles inmediatamente en la frontera.
Pero el discurso va más allá. Sahra Wagenknecht carga contra las “sociedades paralelas influenciadas por los islamistas”, quiere exámenes obligatorios de alemán para todos los niños a partir de los 3 años, aboga por la vuelta a la disciplina en las escuelas y denuncia la “cultura de la cancelación”, a la que opone la “libertad de opinión”. Viktor Orbán o Elon Musk estarían encantados.
Pero al mismo tiempo, la BSW insiste en sus comunicados en defender la “justicia social”, el poder adquisitivo y la inversión pública necesaria en los servicios públicos, sobre todo en sanidad, educación e infraestructuras. “Es vital un Estado del bienestar fuerte”, subraya Sahra Wagenknecht en la entrevista a la NLR anteriormente citada.
Leyendo el folleto de la BSW, el conservadurismo prevalece sobre la “izquierda”, lo que lleva a preguntarse si se pueden articular ambos conceptos. De hecho, ese deseo no es realmente nuevo; es una obsesión alemana con una larga historia.
Conservadurismo frente a neoliberalismo
Es cierto que en Alemania el “conservadurismo” no es un concepto tan cargado de negatividad como en otros lugares. La Unión Cristianodemócrata Alemana (CDU) y su hermana bávara, la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU), dicen seguir siendo conservadores. Pero desde los años de Merkel (2005-2021), el partido ha sido acusado de abandonar sus raíces conservadoras al acercarse al liberalismo económico y social, es decir, al defender una sociedad “abierta” regida por el mercado y formada por individuos autónomos.
Apoyada durante mucho tiempo por el ala derecha de la CDU y la CSU, esa crítica a la evolución de la CDU encontró finalmente una vía de expresión electoral con la creación de la Alternative für Deutschland (AfD), que pretendía retomar la tradición conservadora del partido de la derecha alemana haciendo hincapié a partir de 2015 en la cuestión de la inmigración.
Sahra Wagenknecht ha recogido esa crítica traduciéndola a términos atractivos para los votantes de izquierdas. En su entrevista con la NLR, elogió a “la vieja CDU”, que “era conservadora en el sentido de que no era neoliberal”. Su punto de vista es que el neoliberalismo es “revolucionario y no conservador” y somete a la sociedad “al servicio del capitalismo”.
Aquí, como en los debates antes mencionados, encontramos la vieja distinción entre conservadurismo y liberalismo que estructuró la vida política alemana y europea en el siglo XIX. Para la fundadora del partido, el conservadurismo se convierte en un medio de “proteger a la sociedad” del capital y, por tanto, puede ser “de izquierdas”. Además, Sahra Wagenknecht reitera la ambición de la “vieja CDU” de “domesticar al capitalismo”.
Ese es el núcleo de la lógica del “conservadurismo de izquierdas”, bastante cercano a ciertas doctrinas sociales católicas o protestantes. Varios políticos han buscado una posición de este tipo en Alemania en las últimas décadas. A mediados de los años 70, Erhard Eppler, diputado por el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) considerado a la izquierda del partido, acuñó el nuevo concepto de “conservadurismo de valores” (Wertkonservatismus).
Se trata de rechazar tanto el relativismo cultural –y, por tanto, defender la universalidad de la cultura occidental– como lo que Eppler denomina “conservadurismo estructural”. El objetivo de este conservadurismo es preservar valores esenciales para la humanidad: la solidaridad, la protección de la naturaleza y la paz. En este contexto, cambiar las jerarquías sociales es útil para la conservación.
Sahra Wagenknecht está en parte influida por el concepto de Eppler, que también fue recogido por parte de Los Verdes en la década de 2010. Eso se ve claramente en su enfoque de la inmigración. El deseo de control se basa en una defensa de los “valores”, incluido el antirracismo. Dado que la inmigración crea racismo, la posición antirracista sería entonces limitar la inmigración. Pero es en otro punto donde se aprecia la influencia del Wertkonservatismus: la centralidad que la BSW otorga a la “paz” en su programa, en particular apoyando un acercamiento a Moscú. Erhard Eppler fue una de las figuras más destacadas del “movimiento pacifista” de los años ochenta contra las bases de la OTAN en Alemania, se opuso a la guerra de Kosovo y después defendió la posición de Rusia sobre Ucrania a partir de 2014.
Consecuencias económicas del conservadurismo de izquierdas
Este tipo de conservadurismo, capaz de justificar tanto la agresión rusa como los excesos neoliberales de Los Verdes, no está exento de problemas de coherencia. Pero si se examina más de cerca, el conservadurismo de Sahra Wagenknecht es diferente, y está mucho más en consonancia con la tradición del conservadurismo estructural que Eppler denunció en la década de 1970.
En su entrevista con la New Left Review, la nueva estrella de la izquierda alemana defiende otra obsesión de la cultura alemana contemporánea: la estabilidad. Su esquema es que las políticas neoliberales, ecológicas y migratorias están perturbando una armonía social que está provocando el ascenso de la extrema derecha. El objetivo de la BSW es salvaguardar esta estabilidad, formada por hábitos de vida, estructuras económicas fijas y certezas intelectuales.
Esta retórica se encuentra en la denuncia de la “economía punitiva”, que impediría a los más pobres vivir como desean, pero sobre todo en la voluntad de “controlar” la inmigración. Según la fundadora de la BSW, la inmigración no debe “perturbar la vida de los que ya están aquí”. Del mismo modo, su principal crítica a su antiguo partido, Die Linke, es que insistía en la cuestión de la “diversidad”, lo que habría alejado a la “gente corriente”.
Esa defensa de la “gente corriente” está omnipresente en el discurso de Sahra Wagenknecht y es un tropo clásico del conservadurismo. La sociedad busca la estabilidad, y ésta se vería amenazada por élites de derecha e izquierda decididas a cambiar las estructuras sociales.
Este planteamiento tiene importantes consecuencias económicas. La función de la política económica es, pues, servir a este conservadurismo. Una vez más, esto se refleja en el eslogan de la BSW, que pretende ser “razonable” (vernünftig) en este ámbito. Es el vocabulario clásico de la ortodoxia económica, que siempre piensa en términos de un marco inalterado, un orden establecido fijo. La política económica no puede ser sino una gestión destinada a preservar este marco.
Por lo tanto, es importante comprender el significado de la “política social” defendida por Sahra Wagenknecht. Esta política no puede lograrse cambiando las estructuras sociales existentes, sino preservándolas. El reformismo de la BSW no es revolucionario, sino conservador. Por lo tanto, hay que reforzar las estructuras económicas para permitir la redistribución, en lugar de imponer la redistribución mediante un cambio en la lógica económica.
Idealización de un “capitalismo nacional” virtuoso
La base de la política propuesta por Sahra Wagenknecht es, pues, la salvaguardia del Mittelstand, el grupo de las grandes PYME, a menudo líderes mundiales, que atraviesa la vida económica alemana. “Lo que cuenta en Alemania es el Mittelstand, un bloque fuerte de pequeñas empresas que pueden posicionarse frente a las grandes corporaciones”, explica en la entrevista a la NLR.
Esta lucha a nivel del capital entre “pequeños” y “grandes” ocupa el lugar de la lucha de clases, y Sahra Wagenknecht lo asume por completo. Por supuesto, afirma que el Mittelstand también es un lugar de explotación. Pero afirma que “esta oposición es tan importante como la de la lucha entre el trabajo y el capital”. Puesto que, según ella, “si llamas a la gente por su clase, no obtendrás respuesta”, es en esta lucha interna dentro del capital en la que debe centrarse el combate. La lucha entre el Mittelstand y las grandes empresas se convierte así en un sustituto de la lucha de clases.
Esta estructuración es profundamente conservadora, pues va de la mano del ideal de la dominación por una forma paternalista y localista del capital y equivale automáticamente a justificar la dominación de este tipo de capital sobre el capital globalizado y financiarizado. Evidentemente, esta justificación se basa en la nostalgia de los Treinta Años Gloriosos o, en Alemania, del “milagro económico” de los años cincuenta y sesenta, que también puede verse en la glorificación de la “vieja CDU”.
Pero este discurso tiene efectos concretos en las políticas económicas propuestas. La historia que cuenta Sahra Wagenknecht en la NLR es que las políticas neoliberales de Schröder debilitaron la tradición del Mittelstand en favor del capital financiarizado. “Esas empresas son incapaces de subir los salarios porque están sometidas a la presión de los precios de los grandes decisores”, resume. Revertir estas políticas reforzaría esa misma Mittelstand.
El callejón sin salida de las políticas económicas
¿Qué se puede hacer? En la NLR, Sahra Wagenknecht resume así esta “política económica de sentido común” partiendo de “tener en cuenta las necesidades del Mittelstand”. Pero todo esto es algo ilusorio. La líder de la BSW está reescribiendo la historia. En realidad, el Mittelstand estuvo en el origen de las reformas de Schröder, consideradas en su momento como la condición sine qua non de mantener su competitividad mediante recortes salariales.
Esas empresas exportan y a menudo son líderes mundiales en sus mercados. Fueron ellas las que iniciaron la moderación salarial a mediados de los años 90 y las que posteriormente defendieron la austeridad presupuestaria para reducir sus impuestos. Sus capitales son familiares, pero están sometidos a la lógica clásica de la acumulación capitalista y es esa misma lógica la que ha conducido a la actual crisis de la industria alemana.
Es el conservadurismo financiero del Mittelstand, junto a su deseo de mantener un nivel de rentabilidad a corto plazo que ha contribuido a reducir el consumo interno y la inversión, lo que ha debilitado la economía alemana. La realidad es que el Mittelstand también favoreció el corto plazo y no supo prever la crisis ecológica, el ascenso de China y la debilidad de la demanda interna.
El error de Sahra Wagenknecht es considerar que sólo el capitalismo financiarizado de las “grandes” empresas está obsesionado con el corto plazo. En realidad, en un mundo en el que la tasa de crecimiento es estructuralmente baja, sólo a corto plazo se puede mantener una elevada tasa de rendimiento del capital. En consecuencia, “partir de las necesidades del Mittelstand” es partir de las necesidades del capital cuando la presión sobre la redistribución entre capital y trabajo es considerable, y es por tanto debilitar el mundo del trabajo.
Lógicamente, las propuestas de la BSW son muy poco progresistas. Aparte de mejorar las relaciones con Rusia para obtener energía barata (en otras palabras, volver a la política de Schröder y Merkel) y mantener buenas relaciones con China para obtener mercados (en otras palabras, volver a Schröder y Merkel), el programa económico es muy limitado.
En el folleto distribuido en Dresde por su partido, se limita a encantamientos sobre los servicios públicos (condicionados al éxito del Mittelstand), a “la protección de nuestra industria” y a “la liberación de nuestro Mittelstand de la burocracia” (en negrita en el texto). Una propuesta que recuerda a las mejores páginas del programa del Partido Liberal Demócrata (FDP), pero que el folleto cree ser la condición para el aumento de los salarios.
En conjunto, la impugnación de la lógica del mercado no se extiende al Mittelstand, cuya obsesión es precisamente la competitividad internacional. En este sentido, y puesto que sitúa las “necesidades del Mittelstand” como su prioridad, la BSW acepta anteponer la lógica del mercado a las necesidades de las personas, exactamente lo que critica en las políticas aplicadas por la CDU y el SPD.
¿Una artimaña del capital?
La conclusión es pues clara: el “conservadurismo de izquierdas” es ante todo conservadurismo, tanto social como societal. Su izquierdismo es anecdótico en la medida en que ignora el conflicto entre capital y trabajo y la evolución del capitalismo. Hablar de “justicia social” es secundario: es la consecuencia del restablecimiento de un capitalismo nacional armonioso que satisfaga las necesidades de una sociedad considerada profundamente estática. Eso resulta bastante punzante para quienes acusan a Die Linke de haber abandonado todo proyecto social.
Al fin y al cabo, lo que busca la BSW es promover una forma “virtuosa” de capitalismo que sea específica del capitalismo alemán y capaz de garantizar la estabilidad de la sociedad. El neoliberalismo y la inmigración están perturbando esa armonía nacional que es necesario restablecer. En otras palabras, se trata de defender una redistribución de arriba abajo (una forma nacional y virtuosa del goteo) que favorezca a los trabajadores nacionales haciendo pagar a las grandes empresas, a los inmigrantes y, de paso, al clima.
Lo que se propone aquí es una forma de “mal menor” en la que aceptamos la dominación de una forma “aceptable” de capital (en la NLR, Sahra Wagenknecht reconoce que el Mittelstand es también una forma de explotación, pero que considera preferible a la de las grandes multinacionales) a cambio de algunas concesiones sociales futuras (basadas en la buena voluntad de este mismo capital).
Si se quiere, se puede llamar “de izquierdas” a este tipo de visión, pero se trata de una izquierda que se niega a abrazar cualquier proyecto transformador justo en el momento en que la crisis ecológica nos obliga a reflexionar sobre lo que producimos, cómo lo producimos y por qué lo producimos. Este “conservadurismo de izquierdas” es el espejo invertido del “progresismo neoliberal” de Emmanuel Macron: la “izquierda” es una pantalla que oculta una política profundamente antisocial.
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Para Sahra Wagenknecht, la clave es la lógica electoral. Al negarse a imponer una lógica de clase, cede a los aires nacionalistas que recorren Alemania y Europa. La única función de la “izquierda” aquí es dotarse de una forma de buena conciencia en línea con la lógica del nuevo conservadurismo, que sostiene que la “verdadera izquierda” no es la que cede a las sirenas del wokismo y la apertura de fronteras.
Pero esa “verdadera izquierda”, que dice elegir lo social por encima de lo societal, en realidad valida la dominación social existente e incluso abandona el proyecto social esencial en favor de la supuesta mayor generosidad del capital nacional. Aunque esta lógica de oportunismo electoral puede llevar al éxito en las urnas, porque valida el espíritu nacionalista, está condenada, dado el estado del capitalismo contemporáneo, a abandonar la esencia de su barniz izquierdista. Así que sería prudente no juzgar demasiado este proyecto por sus éxitos puntuales en las urnas.
Traducción de Miguel López
La Bündnis Sahra Wagenknecht (Alianza Sahra Wagenknecht, BSW) ha sido la principal novedad de las dobles elecciones regionales alemanas celebradas en Sajonia y Turingia el 1º de septiembre. En su primera participación, esta formación, que lleva el nombre de su fundadora, superó el 10% en ambos Estados federados, obteniendo un 11,8% en Sajonia y un 15,9% en Turingia. Ahora es un actor clave en los debates sobre la formación de coaliciones. El 9 de junio, a nivel federal, obtuvo el 6,2% de los votos y seis escaños, frente al 1,95% y dos escaños del partido de izquierdas Die Linke.