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De Crimea a Ucrania, así es la estrategia de Putin para edificar la ‘nueva Rusia’

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Amélie Poinssot (Mediapart)

El 28 de febrero de 2014, hace ahora ocho años, Crimea se fue progresivamente recubriendo de banderas rusas y llenando de militares sin distintivo nacional movidos por los hilos del Kremlin tomando así control, uno tras otro, de los puntos clave de la península: el Parlamento regional, el aeropuerto, bases militares, etc. Mediapart se puso entonces en contacto con el historiador Alexandr Farmantchouk.

Ante esos acontecimientos que, por primera vez desde el hundimiento de la Unión Soviética, habían hecho tambalearse el orden mundial, había una salida posible, nos dijo este intelectual local. Una fórmula tripartita que implicase al mismo tiempo a Washington, la Unión Europea y Moscú.

“Se trataría de conservar una Ucrania unida e independiente donde los socios se repartirían zonas de influencia: una zona rusa en Crimea y el Este del país; un centro y capital que los Estados Unidos quieren mantener lejos de cualquier influencia rusa y finalmente un Oeste bajo influencia norteamericana y europea”.

Una especie de nuevo Yalta. “No hay que olvidar que la misma Ucrania es producto de una desintegración histórica tripolar de los imperios austro-húngaro, otomano y ruso”, añadía Farmantchouk. “Ucrania tiene en su haber una historia muy agitada, hecha a base de conflictos, donde la paz nunca ha durado mucho tempo. Hoy se encuentra aún en proceso de estabilización, un proceso que puede durar en mi opinión unos cincuenta años”.

Era difícil entonces imaginarse que esa predicción se pudiera cumplir. ¡Quién iba a decir que el jueves pasado Ucrania se iba a topar con un sacudida cruel de la historia post-soviética! Y fue esa ocupación de Crimea, de notable eficacia militar, la que abrió la secuencia que nos lleva a la actualidad.

Si el jueves 24 de febrero de 2022 ha cambiado el mundo, la geopolítica del continente europeo fue alterada ya el 27 de febrero de 2014 cuando, de madrugada, la población de Crimea se despertó con la bandera rusa ondeando en su Parlamento.

El resto se escribiría unas semanas después: primero el referéndum y luego la anexión por parte de la Federación Rusa. La península, situada estratégicamente entre el sur de Rusia, Turquía y la Unión Europea y de donde nunca ha salido la flota rusa desde la caída de la URSS, pasa a formar parte integral del control de Moscú. Desde ese momento se ha convertido en una pieza clave del escenario ruso, pues es desde ese punto, entre otros, de donde proceden las tropas rusas que han invadido Ucrania, atacando localidades como Berdiansk, Kherson y Mykolaiv.

Unos días después de la toma relámpago del control de Crimea, en 2014, un consultor ucraniano experto en temas militares, Serguei Sgouriets, aseguraba que esa operación había sido seguramente preparada el mismo día de la caída del presidente pro ruso Víktor Yanukóvich, el 22 de febrero de 2014, y que desde ese momento Vladímir Putin iba a utilizar Crimea “como medio de presión para cambiar el gobierno de Kiev e imponer un ejecutivo que le fuera favorable”.

Si era esa la voluntad del presidente ruso, no lo consiguió. La población de Kiev no ha querido nunca volver a la esfera rusa. Pero para continuar con la desestabilización del país, Putin comenzó a mover otras piezas.

Desde 2014 se contabilizan ya 13.000 muertos y 730.000 personas desplazadas

Dos meses después, en la región del Donbás, al Este de Ucrania, hacen una incursión las tropas rusas comenzando un largo y pernicioso conflicto. Las autoproclamadas repúblicas de Lugansk y Donestsk suponen una piedra en el zapato para el gobierno ucraniano surgido de la revolución del Maidán que le impedirá cantar victoria y poner en marcha las reformas que había pensado para el país: la tutela rusa sigue ahí, aunque relegada a esos territorios que están cayendo poco a poco en el olvido pero que son cada vez más hostiles al poder ucraniano que tuvo la osadía de barrer al régimen de Yanukóvich.

En aquel momento la ambición inconfesa del Kremlin, donde triunfan las tesis del ideólogo Alexander Dugin, era crear Novorossia, una “nueva Rusia” que permitiera unir los territorios del Donbáss, el puerto de Mariupol en el mar de Azov -que momentáneamente se puso en 2014 del lado ruso- y toda la costa sur de Ucrania hasta Odesa, desde donde los nuevos territorios podrían confluir con la vecina Transnistria.

Transnistria, conquistada a Moldavia, forma parte desde hace mucho tiempo de esos conflictos enquistados del espacio post-soviético, entidad no reconocida por la comunidad internacional pero apoyada y manejada por Moscú. Odesa, de hecho también se vio presionada en 2014 por los movimientos pro rusos.

La progresión de esos separatistas, orquestada por el Kremlin, había terminado finalmente por limitarse solo a las regiones de Donetsk y Lugansk, pero la presión sobre esos territorios y las consecuencias para el resto del país no se ha relajado nunca. Cada poco vuelven a haber enfrentamientos en la línea de frente y las poblaciones locales tienen que huir en masa.

Ante la ofensiva rusa lanzada sobre el resto del país la semana pasada, el Alto Comisario de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR) contabilizaba más de 730.000 personas desplazadas en el interior de Ucrania y 1,62 millones de personas que siguen viviendo en zonas peligrosas e inestables.

Esta guerra ha causado igualmente en la región del Donbás alrededor de 13.000 muertos y más de 23.000 heridos, según las cifras manejadas por Oleksandra Matviychuck, que dirige la ONG Centro para las Libertades Civiles, con la que hemos contactado por teléfono este lunes.

Este conflicto sin fin, empantanado en una especie de guerra solidificada, había desaparecido del radar de los medios de comunicación y, aunque tanto en la capital ucraniana como en las regiones del Oeste la posición dominante seguía siendo la voluntad de recuperar los territorios, la sociedad misma se había desentendido de esas regiones, prefiriendo elegir, en 2019, al novato político Volodímir Zelenski​ antes que renovar la confianza en el oligarca Petró Poroshenko, bien conocido en la escena internacional.

El país despertado por los carros rusos el pasado jueves es pues un país profundamente trastocado, desestabilizado y magullado por el poder de Putin ya desde 2014. Un país donde también hace estragos desde entonces la guerra de información, como recordaba en Twitter el pasado domingo la ensayista británica Carole Cadwalladr.

Para nosotros, la invasión rusa no es nada nuevo” nos dice por teléfono el filósofo ucraniano Volodímir Yermolenko. “Es la continuación de lo que se está haciendo desde 2014. La nueva dimensión es que la guerra se lleva a cabo ahora en el cielo. Hay bombardeos en todas partes y helicópteros que sobrevuelan Kiev, mientras que en el Donbás lo que había era una guerra de artillería”.

Por parte de la sociedad ucraniana, la situación ha cambiado también desde hace ocho años. “Entonces Ucrania estaba en una posición débil, exhausta por los tres meses de movilización del Maidán”, cuenta Oleksandra Matvychuk. “El presidente Víktor Yakunóvich estaba huido en Rusia, los órganos del Estado no funcionaban correctamente y el poder ruso se aprovechó de ese momento cuando no teníamos suficiente fuerza para reaccionar”.

Esta vez es bastante diferente. “El Ejército ucraniano es ahora mucho más fuerte”, observa esta abogada de formación. “Y la movilización es además inmensa entre la población civil, hasta el punto de que ahora mismo, en Kiev, los comités locales de defensa están tan desbordados por la cantidad de voluntarios que no son capaces de dar puestos a todos”.

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Este dinamismo y esta capacidad de autoorganización han hecho aparecer numerosas iniciativas de solidaridad y, sobre todo, una voluntad feroz y visceral de resistencia frente al ocupante. Frente a esto, Putin y su comprensión del mundo parecen haber quedado estancados en 2014.

Traducción de Miguel López

Texto en francés:

El 28 de febrero de 2014, hace ahora ocho años, Crimea se fue progresivamente recubriendo de banderas rusas y llenando de militares sin distintivo nacional movidos por los hilos del Kremlin tomando así control, uno tras otro, de los puntos clave de la península: el Parlamento regional, el aeropuerto, bases militares, etc. Mediapart se puso entonces en contacto con el historiador Alexandr Farmantchouk.

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