Erdogan quiere convertirse en el nuevo amigo de los talibanes

Zafer Sivrikaya (Mediapart)

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Vista desde el palacio presidencial de Ankara, la caída de Kabul en manos de los talibanes, vivida como una mezcla de consternación y mala conciencia en Europa, no parece tan dramática. En el mes de julio, el presidente turco islamo-nacionalista Recep Tayyip Erdogan provocó una reacción en la oposición laica por sus declaraciones: "Nosotros no tenemos nada en contra de las creencias de los talibanes". En aquel momento se trataba de granjearse el favor del movimiento para evitar que las tropas turcas estuvieran entre sus objetivos, mientras se dedicaban, en el marco de la retirada americana, a ayudar en la seguridad del estratégico aeropuerto de Kabul.

"La voluntad de dar seguridad a la misión era resultado de la intención de acercarse a los americanos, con los que las relaciones se habían claramente deteriorado desde la salida de Donald Trump", explica Ilhan Üzgel, investigador en relaciones internacionales, "pero no ha podido concretarse y de todas formas se trataba de una aventura peligrosa que además no estaba relacionada con ningún interés vital para el país".

Empresas al acecho

Por impopular que sea, el despliegue turco en Afganistán continua y Erdogan ha propuesto incluso a los nuevos amos de Kabul que los soldados turcos se ocupen de la seguridad del aeropuerto, y los talibanes parecen dejarse seducir por el encanto de esta propuesta del Reis. "Mantenemos estrechas relaciones con Turquía y deseamos desarrollar nuestra amistad y cooperación con ella, en especial las relativas a la explotación del subsuelo de Afganistán, rico en recursos de alto valor. Una vez que hayamos encontrado el equilibrio interno esperamos que nuestros hermanos turcos jueguen un papel activo en este campo", declaró el 20 de agosto Suhail Shaheen, portavoz del consejo político talibán en Qatar.

Cobre, tierras raras, litio, bauxita... Afganistán rebosa de yacimientos estratégicos que codician los rusos y los chinos, pero también los turcos. "Erdogan se ha esforzado estos últimos años en ampliar las zonas de presencia militar turca en el mundo: Siria, Irak, Somalia, Libia y Qatar, y en la mayor parte de estos países ha procurado que las empresa turcas se desplieguen lo más ampliamente posible. De todas formas, no parece previsible que haya inversiones importantes en el sector minero afgano mientras no haya garantías de estabilidad", considera Ilhan Üzgel.

Para garantizar buenas relaciones con los nuevos dirigentes, Turquía cuenta con el apoyo de dos aliados: Qatar, que ha sido anfitrión en las negociaciones entre los americanos y el movimiento talibán, y Pakistán, a quien Turquía se ha acercado mucho los últimos años y cuyos servicios secretos, el ISI, proveen de apoyo militar y logístico a algunos talibanes.

"No obstante, hay que atenuar esa esperanza respecto a Qatar", dice Ilhan Üzgel. "En el asunto afgano, Qatar ha cabalgado en solitario hasta ahora, eclipsando incluso a Turquía, que también era candidata a país anfitrión de las negociaciones entre talibanes y americanos. En cuanto a Pakistán, no ha tenido una influencia total y directa sobre el conjunto de los talibanes, que siguen divididos".

Rechazo de migrantes

El presidente turco, aunque espera salir bien librado de la región, encuentra dificultades en el terreno interno por la ola anti inmigrantes que invade la opinión pública. Este rechazo, provocado este verano por imágenes -a veces manipuladas- de refugiados afganos atravesando la frontera iraní para entrar en el país, están siendo explotada por la oposición de derechas y de extrema derecha y pone en dificultades al bloque en el poder (formado por la AKP islamo-conservadora y su aliado de extrema derecha MHP), cuyos electores son aún más hostiles a la presencia de migrantes que los de la oposición.

El pasado 12 de agosto, el barrio popular de Altindag, en Ankara, vivió una noche de revueltas contra domicilios y tiendas que pertenecían a refugiados sirios después de que un joven turco resultara muerto en una reyerta. Algunas semanas antes, el alcalde del CHP (partido laico en la oposición que se inscribe en la herencia de Mustafa Kemal Atatürk) de la localidad de Bolu -una ciudad de 300.000 habitantes en el sur del mar Negro- había creado polémica cuando aseguró que iba a proponer a la corporación municipal multiplicar por diez las tasas locales para los migrantes instalados en la ciudad "para que se vayan".

"Es preocupante ver cómo se utilizan en la oposición palabras racistas y discriminatorias. El bloque en el poder considera a los refugiados como un arma arrojadiza para ejercer el chantaje y hacer valer sus intereses frente a Europa. Al final, en ambos casos, son los refugiados los que pagan la factura", se lamenta Mahmut Kaçan, abogado y miembro de la comisión para los refugiados del colegio de abogados de Van.

En esta región, situada en la frontera con Irán, las autoridades turcas han anunciado la construcción de un muro destinado a impedir la llegada de refugiados afganos (que serían actualmente unos 300.000 en el país, según las autoridades). Está previsto que tenga una longitud total de 295 kilómetros, ya han sido construidos 110 kilómetros de trincheras y de aquí a finales de año deberían estar terminados 63 kilómetros de muro, como el que ya existe a lo largo de la frontera siria, donde los guardias turcos no dudan en disparar sobre los refugiados que intentan atravesarlo. Desde 2011, han muerto 479 personas, de las cuales 87 menores, por las balas de los gendarmes turcos, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos.

Las mismas violaciones de derechos humanos ocurren en la frontera turco-iraní. "Los migrantes son a menudo víctimas de violencias diversas por parte de los traficantes de personas, pero también por parte de las autoridades turcas. Hemos identificado casos de extorsión y de disparos de los aduaneros en la frontera, además de violaciones por los guardias en los centros de detención. Nosotros tratamos de intervenir cuando podemos, pero casi siempre los refugiados tienen demasiado miedo para acudir a nosotros o bien son expulsados o continúan su viaje. La impunidad impera", dice Mahmut Kaçan con tristeza.

Por el momento, los talibanes, que controlan el conjunto de los puestos fronterizos de Afganistán, no parecen estar dispuestos a que sus oponentes dejen el país, como muestra el bloqueo de los accesos al aeropuerto de Kabul, pero no faltan candidatos al exilio y podrían tratar de salir a través de la frontera iraní. "Cuesta imaginar que todos los refugiados se instalen en Irán, cuando el país se enfrenta a una grave crisis económica. Probablemente atravesarán Irán en dirección Turquía esperando llegar a Europa", estima Mahmut Kaçan.

El presidente Erdogán, satisfecho desde hace mucho tiempo por el dinero de Bruselas y por la mansedumbre de los europeos respecto a su deriva autoritaria a cambio de su papel de guardián fronterizo, amenaza ahora con dar un volantazo a su política migratoria con el fin de conservar su popularidad que está en caída libre, incluso entre sus electores tradicionales. "Turquía no tiene la responsabilidad ni la obligación de ser el depósito de refugiados de Europa", declaró el jefe del Estado el pasado 20 de agosto.

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Traducción: Miguel López

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