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Estados Unidos amenaza a los talibanes con la asfixia financiera

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Martine Orange (Mediapart)

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“Los talibanes han ganado militarmente pero tienen que gobernar, y eso no es tan fácil”. El exresponsable del banco central de Afganistán (Da Afghanistan Bank, DAB), Ajmal Ahmady, que salió el domingo por la noche de Kabul, publicó un largo hilo en Twitter el 18 de agosto en el que mostraba una sensación agridulce frente a la nueva situación: la administración Biden ha decidido congelar todas las divisas del banco central afgano depositadas en cuentas americanas.

Aunque Washington ya tomó decisiones parecidas en el pasado con Venezuela y Libia, la medida sigue siendo excepcional y es una muestra de los últimos vestigios de la diplomacia americana en Kabul. A falta de otros medios, la administración Biden parece decidida a utilizar las últimas armas que le quedan para presionar a los talibanes: las sanciones financieras y el dólar. “Ninguno de los activos del banco central afgano será accesible a los talibanes”, afirmó uno de los responsables de la administración Biden, según publica el The Washington Post.

La decisión fue tomada el pasado domingo por la secretaria del Tesoro americana y los responsables de la Office of Foreign Assets Control (oficina de control de activos financieros, OFAC), que supervisa toda la política de sanciones americanas en el campo financiero relacionadas principalmente con el terrorismo o los narcotraficantes. Los talibanes están considerados como organización terrorista desde los ataques del 11S y el gobierno americano no ha tenido necesidad de adoptar ninguna disposición reglamentaria o parlamentaria adicional. Sólo ha tenido que aplicar la norma en todo su rigor, persuadido como está de que el poder talibán de hoy es idéntico al de ayer, a pesar de las declaraciones de intención tras la caída de Kabul.

Los efectos de esta congelación pueden llegar a sentirse rápidamente en Kabul. Los talibanes acusan al gobierno saliente de haber robado y saqueado las finanzas y las reservas del país pero el ex gobernador del banco central se defiende. Según sus explicaciones, las divisas se elevan a 9.000 millones de dólares, dando un detalle preciso de su utilización: 7.000 millones están en cuentas de la Reserva Federal americana en bonos del Tesoro, títulos del Banco Mundial y oro; 1.300 millones están en cuentas internacionales y 700 millones depositados en el Banco de Pagos Internacionales.

Esos depósitos de divisas en el exterior son parte de la política diplomática y financiera en todos los países donde Estados Unidos ejerce una fuerte influencia. Sea el régimen que sea, Washington siempre se asegura de mantener el control sobre las reservas de los bancos centrales y tomar una parte sustancial (dólares y oro) en depósitos en nombre de la soberanía del dólar y de su papel de garante del sistema monetario internacional. Afganistán, que ha vivido con el respirador financiero americano durante veinte años, no se libra tampoco de esa regla.

Además, todos han querido evitar que se repita el precedente de Mosul: en 2014, el ejército del Daesh se había apropiado de las reservas del banco central de la región kurda de Irak, lo que le permitió contar con un tesoro de guerra (entre 700 y 1.000 millones de dólares) para financiar todas las operaciones durante más de dieciocho meses. “Los fondos accesibles a los talibanes tal vez representen entre el 0,1 y el 0,2% del total. No más”, afirma el ex gobernador del banco central. Es decir, unos 200 millones de dólares, que no es gran cosa.

Una reducción voluntaria de dólares en circulación

Esta ausencia de reservas financieras puede hacerse notar cruel y rápidamente, porque además se han implantado otros medios de racionamiento. Como el afganí, la moneda nacional, que no es convertible y necesita pasar por otros sistemas para su cambio. En un país con el sistema bancario muy poco desarrollado –los bancos sólo están presentes en tres o cuatro capitales regionales– lo esencial se basa en el hawala (sistema de cambio y de negocios instaurado desde hace siglos a lo largo de las grandes rutas comerciales, comparable al instaurado por los bancos florentinos de la Liga Hanseática en la Edad Media). Pero sea cual sea el canal, banco o casa de cambios, todo termina en dólares.

A lo largo de las últimas semanas, cuando se iba perfilando el avance talibán, informa Ajmal Ahmady, los dirigentes de los principales bancos del país comenzaron a reducir la liquidez en circulación, empezando por el dólar. En los últimos quince días, todos los dólares en billetes han sido enviados a Kabul. El 13 de agosto, Estados Unidos suspendió el envío casi semanal de dólares que estaban realizando desde hace años para proveer de liquidez suficiente a las transacciones corrientes del país.

A medida que las capitales regionales iban cayendo en manos de los talibanes durante la última semana, han seguido creciendo las colas en los bancos para retirar cuanto antes el dinero. Antes de la caída de Kabul ya se habían impuesto restricciones de retirada de efectivo. El nivel de liquidez en dólares ya era cercano a cero, según Ajmal Ahmady. Puede que el conjunto del sistema quede completamente seco. “Los talibanes no tendrán otra opción que imponer rápidamente un control de cambios y una restricción al movimiento de capitales”, pronostica el ex gobernador del banco central afgano.

Suspensión de la ayuda del FMI

Aunque su obsesión principal es asentar su poder en el país, los talibanes no ignoran sin duda los peligros que les acechan y que podrían provocar una protesta, incluso una resistencia interna, si el país se hunde financieramente. “Los talibanes, en el poder entre 1996 y 2001, aunque han sido considerados responsables de la catástrofe económica que sufrió el país –ya se sabe que no les interesaba en absoluto–, eso ahora ha cambiado”, explica el politólogo Adam Baczko, investigador en el CNRS, en una entrevista con Mediapart.

Esta nueva preocupación por las cuestiones económicas explica en parte la “moderación” que tratan de mostrar los talibanes tras la caída de Kabul. En la búsqueda de respeto y de reconocimiento internacional, multiplican los discursos que garantizan su voluntad de incluir a todo el mundo y admitir de nuevo a los funcionarios que han trabajado para la administración anterior. Sus mensajes son especialmente apremiantes porque hay una urgencia: necesitan cuanto antes liquidez para tratar de evitar la asfixia financiera.

El próximo lunes, el FMI tenía previsto conceder una autorización de derechos de emisión especial de 460 millones de dólares concedida sin condiciones al banco central afgano. Los representantes republicanos han solicitado el 17 de agosto que esa línea sea bloqueada. “Conceder casi 500 millones de dólares de liquidez sin condiciones a un régimen cuya historia es la de apoyar acciones terroristas contra Estados Unidos y sus aliados es muy preocupante”, han comunicado por escrito a Janet Yellen, secretaria del Tesoro americana.

El 18 de agosto, el FMI ha anunciado que suspendía el acceso de Afganistán al derecho de emisión especial debido a la “falta de claridad en la comunidad internacional” sobre el reconocimiento del gobierno afgano. Gran Bretaña ya ha dicho que no reconocería un gobierno dirigido por los talibanes. Los demás países occidentales han fijado una serie de condiciones (derecho al exilio, derechos de las mujeres, compromiso de luchar contra el terrorismo...) antes de pronunciarse sobre un posible reconocimiento.

Rusia ha dicho que se tomaba un tiempo de reflexión y que se atendría a los actos. China, que ha aceptado aparecer con los dirigentes talibanes, no ha reconocido oficialmente al nuevo poder y también queda a la espera de ver los primeros actos del gobierno de transición.

Pero aunque Pekín está dispuesta a desafiar abiertamente a Washington en este punto, la cuestión no estará resuelta antes de varias semanas sobre todo porque el gobierno de transición todavía no se ha formado. Ahora bien, el régimen talibán no puede esperar meses pues para ellos el problema de financiación, de acceso a divisas, se plantea en términos de días, o de semanas en el mejor de los casos.

Un préstamo amigo ¿chino?- podría ayudarles a ganar tiempo. Pero, más allá de la urgencia, el problema de la financiación será cada vez más acuciante en un país donde la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza y cuyo gasto público depende en un 80% de las ayudas internacionales. Es verdad que el país tiene una potente economía paralela: el dinero de la droga constituye, según un informe OTAN, el segundo recurso del país después de las minas, con 416 millones de dólares de ingresos anuales. Pero eso les da para la subsistencia de mafias y de señores de la guerra, no para mantener un país.

“Incluso los talibanes reconocen que necesitan la ayuda internacional”, subrayaba la pasada primavera John Spoko, inspector general especial para la reconstrucción de Afganistán. Desde hace veinte años, Afganistán vive de las subvenciones americanas y de la ayuda internacional. De los 6.700 millones de dólares en 2011, las ayudas han caído a 4.200 millones en 2019. “Si por una razón cualquiera los donantes siguen reduciendo sus ayudas, eso podría conllevar la desaparición repentina del gobierno”, advertía entonces John Spoko. “La historia puede repetirse”, insistía, refiriéndose al caos que siguió al fin de las ayudas rusas tras la retirada del ejército soviético en 1990.

Mucho antes de la caída de Kabul, los países donantes ya manifestaban su impaciencia y su incertidumbre respecto a Afganistán. En la cumbre de Ginebra de noviembre de 2020, como recuerda el Banco Mundial, éstos habían aceptado renovar las ayudas pero disminuyéndolas, y sobre todo comprometiéndose solamente por un año. “Las ayudas deberían disminuir alrededor del 20% en relación con el periodo anterior (15.200 millones de dólares entre 2016 y 2020) y podrían caer a niveles más bajos si no se cumplen las condiciones”, advertía el Banco Mundial. Ahora está todo suspendido y sin duda por mucho tiempo.

¿Es esa de verdad la estrategia americana? Frente a la asfixia financiera que les amenaza, los talibanes puede que no tengan otra opción que caer en los brazos de China, único país que no les ha cerrado la puerta y que tiene medios para anticiparles rápidamente los miles de millones que necesitan. Pero eso será bajo sus condiciones, entre las que está el compromiso de los talibanes de no apoyar a ningún movimiento uigur o, en Xianjiang, la voluntad de integrarse en el sistema pakistaní, cabeza de puente de China en su estrategia de las rutas de la seda y, como de costumbre, serias garantías sobre activos afganos considerados importantes por Pekín.

Global Times, diario chino en inglés, órgano del sector más nacionalista del Partido Comunista chino, ya ha empezado a presentar una primera lista. China está particularmente interesada en las minas de tierras raras –indispensables para la industria digital– de Afganistán, que están valoradas entre uno y tres billones de dólares. “Estados Unidos no debe entrometerse en una posible cooperación entre China y Afganistán, incluidas las tierras raras”, advierte el diario como reacción a una información de la CBC News. Subsidiariamente, el diario precisa que las autoridades chinas también están interesadas en las minas de cobre afganas.

El regreso de los talibanes alimenta el temor a un nuevo santuario terrorista

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Traducción: Miguel López

Texto original en francés:

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