Huelga histórica en los McDonald's de EEUU contra las agresiones sexuales

Kimberly Lawson estaba cansada de que el baboso de su compañero de trabajo le hiciese regalos y se le restregara en pleno servicio mientras ella sumergía las patatas en aceite. Un día, puso sobreaviso al gerente del restaurante. No hizo nada. Kimberly Lawson incluso tuvo que ver cómo un gerente le hacía comentarios de carácter sexual.

La mujer de 23 años finalmente terminó por ponerse en contacto con la EEOC (Equal Employment Opportunity Commission), la agencia federal responsable de combatir la discriminación en el trabajo, en mayo. Al igual que ella, diez empleadas del gigante estadounidense de la comida rápida afirman haberse visto “sometidas a un ambiente de trabajo hostil” por razón de su género, sin que su empleador reaccionara. Algunos incluso dicen haber sido objeto de represalias tras alertar a sus superiores.

“McDonald's no trata de proteger a sus empleados”, explica Kimberly Lawson por teléfono tras acabar su turno en un McDonald's en Kansas City, Misuri, en el Medio Oeste de Estados Unidos, donde cobra nueve dólares la hora. “De lo contrario, no habría tantas mujeres con nosotros en esta huelga. Y yo no tendría que trabajar a diario con la gente que me ha acosado”.

El martes 18 de septiembre, Kimberly encabezaba la manifestación convocada en Kansas City. Al igual que ella, cientos de empleados de McDonald's, en su mayoría mujeres, se declararon en huelga en una docena de ciudades estadounidenses en señal de protesta contra la cultura de acoso sexual en McDonald's, uno de los principales empleadores de Estados Unidos, famoso por el payaso que caracteriza a la compañía, pero también por sus trabajos precarios y mal pagados.

En Chicago, Illinois, los empleados se manifestaron con cinta adhesiva en la boca, en la que se leía #MeToo, y huellas de manos masculinas pintadas en los senos. En St. Louis, Misuri, gritaron: “¡Agarra la hamburguesa, agarra las patatas fritas, quita tus manos de mis nalgas!”. En Durham, Carolina del Norte, Milwaukee, Wisconsin, Los Ángeles, California o Miami, Florida, enarbolaron carteles #MeToo con la famosa M amarilla de la marca de comida rápida más famosa del mundo.

Sus reivindicaciones son muy concretas: políticas de empresa que prohíban formalmente el acoso sexual, formación obligatoria para empleados y directivos. “Tenemos políticas, procedimientos y capacitación sólidos”, aseguró la multinacional en respuesta a la huelga. “No tengo ninguna duda de la existencia de estas políticas, pero no son efectivas”, dice irónicamente Mary Joyce Carlson, abogada de los trabajadores de McDonald's.

En una empresa multinacional donde se desalienta cualquier intento de organización por parte de los empleados, los términos de esta huelga se discutieron en “comités de mujeres” locales, a menudo mano a mano con activistas del movimiento Fight for 15, que lleva luchando seis años por la introducción de un salario mínimo federal de 15 dólares la hora en los Estados Unidos (ahora es de la mitad).

En Kansas City, el “comité de mujeres” lleva el nombre de Fannie Lou Hamer, una activista negra de Mississippi que, en 1971, instó al movimiento de mujeres a recordar a las mujeres negras en la lucha por la igualdad de derechos. “Nadie será libre hasta que todos lo sean”, les dijo entonces.

Para Annelise Orleck, especialista en activismo laboral femenino de la Universidad de Dartmouth, esta huelga contra la violencia sexual en el trabajo es una primicia. “Los grupos ya se han movilizado contra la violencia sexual, pero no a nivel nacional o estatal”, dice la investigadora, autora en 2018 de We are all fast-food workers now (ed. Beacon Press), un libro sobre las luchas mundiales contra la precariedad del trabajo infantil en todo el mundo.

Con 14.000 restaurantes en Estados Unidos y 1,7 millones de empleados en todo el mundo, “McDonald's es un símbolo. El símbolo de una industria de la restauración que combina bajos salarios, horarios irregulares, falta de protección sindical y un problema sistemático de acoso sexual”, dijo la abogada Mary Joyce Carlson a Mediapart (socio editorial de infoLibre). En 2016, el 40% de los 1.200 empleados de establecimientos de comida rápida encuestados en línea por el Instituto Heart denunciaron acoso en el lugar de trabajo.

Otras marcas, como Papa John's o Del Taco, también han sufrido quejas. El sector de la restauración, precario en el que los empleados siguen siendo pagados en gran medida con las propinas –un legado lejano de esclavitud– es, de largo, el sector con el mayor número de denuncias de acoso sexual a la EEOC.

A la agencia federal, con capacidad de imponer sanciones, se recurre en una ínfima minoría de los casos, por temor a represalias, pero también porque la agencia no tiene competencia para tratar las discriminaciones en el seno de las empresas con menos de 15 empleados.

“Estas mujeres a menudo necesitan el trabajo para sobrevivir”, dice la abogada Mary Joyce Carlson. “Cuando denuncian los hechos, son ignoradas, ridiculizadas o castigadas”.

Movimiento creciente

Las quejas de las empleadas, a las que Mediapart ha tenido acceso, apuntan a la inacción de sus superiores:

En Saint-Louis, Misuri, una empleada con 15 años de antigüedad, que cobra 8 euros/hora asegura haber sufrido “acoso de forma reiterada” por parte de otro empleado, que repitió los comentarios de índole sexual. “Nunca ganarás esta batalla”, le contestó un gerente al que acudió a quejarse. Una cajera y responsable de equipo de Chicago, Illinois, afirma haber sido “humillada” por un colega y acosada por el guardia de seguridad.

“Me quejé de estos comportamientos a mis gerentes, pero no se tomó ninguna medida. Dicen que es inofensivo y que se comporta de esta manera con otras empleadas”. Como medida de represalia, se le reducen las horas. En la misma ciudad, una estudiante de 21 años, que trabaja para pagarse los estudios, es víctima de acoso; su compañero le hace numerosos comentarios sexuales y le insinúa la posibilidad de enseñarle el pene. Le cuenta lo ocurrido a una superior: ésta le cambió los horarios sin previo aviso antes de despedirla.

En Detroit, Michigan, una empleada es acosada por el gerente del restaurante, que la castiga cuando ella le rechaza. En Durham, Carolina del Norte, una empleada que gana 7,5 dólares por hora describe un “ambiente de trabajo impregnado de lenguaje sexual explícito, acoso sexual y racismo”. Uno de sus jefes sugirió un juego a tres bandas. Otro le pone apodos salaces. Un tercero la persigue, a pesar de sus negativas explícitas. Después de denunciar a uno de sus acosadores, sus colegas se burlan de ella. Su hermano de 17 años, también empleado en el mismo restaurante, es objeto de comentarios homófobos.

En Luisiana, una mujer de 22 años es víctima de agresiones sexuales. “Me quejé, pero los gerentes no hicieron nada, uno de ellos sugirió que lo nuestro era una relación romántica y que me había tocado con mi consentimiento”. Otro colega la agredió en el baño, donde la arrastró por la fuerza.

Para los empleados de McDonald's, #MeToo fue una inspiración. El fondo Time's Up, creado por celebridades tras la detención de mujeres empleadas en la industria agrícola, acompaña a algunas de las demandantes de McDonald's; surgió coincidiendo con el movimiento planetario para proporcionar ayuda legal a las mujeres víctimas de acoso en todos los sectores, también los más precarios.

Pero según la historiadora Annelise Orleck, esta movilización también se basa en movilizaciones más antiguas contra el acoso sexual. “Estos empleadas forman parte de un movimiento nacional, pero también global que comenzó mucho antes que las famosas actrices de #MeToo”, explica Orleck.

Ya en 1912, recuerda, las trabajadoras de una fábrica de corsés en Kalamazoo, Michigan, iniciaron una huelga contra “capataces que atacaban a empleadas y pedían favores sexuales a cambio de su trabajo”.

Mucho más cerca de casa, en 2011, la Coalition of Immokalee Workers, un movimiento de trabajadores agrícolas de la industria del tomate de Florida, lanzaba una campaña llamada Fair Food (Comida Justa), exigiendo salarios más altos y acciones contra el acoso sexual por parte de los principales minoristas y establecimientos de comida rápida.

“Su lucha continúa”, explica Annelise Orleck. “A principios de este año, la coalición ha llevado a cabo una huelga de hambre contra los restaurantes de comida rápida de Wendy que se negaron a unirse a la campaña”, y una llamada al boicot.

La historiadora también señala que el caso de Dominique Strauss-Kahn, acusado en 2011 de agresión por una empleada de hotel en Nueva York, “fue en gran medida responsable de movilizar a las empleadas de la industria hotelera, una industria en la que el índice de acoso es demencial”. Estos empleados exigieron sistemas de alerta de agresión, que han obtenido en las principales cadenas. Y ciudades como Chicago, Miami o Seattle han aprobado leyes para protegerlos”.

La movilización de las empleadas de McDonald's también se apoya en el movimiento Fight for 15, una movilización iniciada en 2012 por los trabajadores de la comida rápida, cuyo objetivo final es aumentar el salario mínimo federal, congelado en 7,25 dólares por hora los últimos nueve años, aunque la mayoría de los estados han aprobado leyes que establecen un umbral mínimo superior.

“En seis años, este movimiento ha logrado victorias sustanciales”, dice Annelise Orleck: decenas de miles de millones de dólares en aumentos salariales y leyes que establecen un salario mínimo de 15 dólares para 2022 en el estado de Nueva York y California, “los dos mercados laborales más grandes de Estados Unidos”, dice la historiadora.

En un país marcado por la desigualdad, donde los salarios se estancan, “este movimiento sólo puede crecer”, dice. Como las líderes de esta lucha son a menudo mujeres jóvenes, precarias y de color, la lucha contra el acoso sexual está destinada a convertirse en una exigencia cada vez más central.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Kimberly Lawson estaba cansada de que el baboso de su compañero de trabajo le hiciese regalos y se le restregara en pleno servicio mientras ella sumergía las patatas en aceite. Un día, puso sobreaviso al gerente del restaurante. No hizo nada. Kimberly Lawson incluso tuvo que ver cómo un gerente le hacía comentarios de carácter sexual.

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