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Israel-Palestina: los Acuerdos de Oslo entran en vía muerta

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El pasado 14 de enero se pasó una página importante en la historia del conflicto árabe-israelí, bajo el silencio internacional más sorprendente. En un discurso cargado de ira y de emoción, donde mezcló el árabe literario y el árabe popular, el presidente palestino Mahmud Abás declaró, en la ceremonia de apertura de la 28ª sesión del Consejo Central de la Organización de Liberación de Palestina (OLP), que “es el fin de Oslo”.

En otras palabras, los acuerdos negociados en secreto durante seis meses en Noruega, en 1993, en virtud de los cuales Israel y la OLP se reconocían mutuamente y acordaban la instauración en cinco años de una autonomía palestina, ahora son historia. No había lugar a dudas de que, desde el verano de 2014, el proceso de negociaciones que se abrió a raíz de los Acuerdos de Oslo se encontraba en coma profundo. El hundimiento de la arquitectura diplomático-jurídica en la que se inscribía le ha dado el golpe de gracia.

“El discurso de Abás es un elemento tan importante como la decisión de Trump sobre Jerusalén”, asegura el profesor universitario Menachem Klein, especialista en Jerusalén y antiguo asesor del Ministerio israelí de Asuntos Extranjeros en las negociaciones de paz en el 2000, antes de convertirse en uno de los firmantes del acuerdo árabe-palestino de Ginebra, en diciembre de 2003. “Abás está enfadado, se siente traicionado tanto por Trump y sus emisarios, como por los dirigentes árabes, en particular por el príncipe heredero saudí Mohamed ben Salmán, quien le anunció el abandono del plan de paz árabe de 2002. Punto y final a un proceso de 40 años, iniciado cuando la OLP se dirigió a Estados Unidos a la hora de elegir un mediador en el conflicto”.

El 6 de diciembre de 2017, con el fin de consensuar la respuesta oficial al reconocimiento por parte de Donald Trump de Jerusalén como capital de Israel, el Consejo Central y la OLP fueron convocados a Ramala, domingo y lunes, con la consigna de “Jerusalén, capital eterna del Estado de Palestina”. Pero, en realidad, a este contencioso capital se le unían otras quejas porque en una breve visita a Riad, a principios de noviembre, el presidente palestino había sido informado de las grandes líneas de un “plan de paz” preparado por Washington, pero aprobado por Arabia Saudí e Israel.

¿Qué proponía dicho plan? Un Estado palestino que nada tenía que ver con las fronteras de 1967, que incluiría varios zonas de Cisjordania sin continuidad territorial, y una soberanía limitada de los palestinos dentro de su propio territorio. La mayoría de las colonias actuales de Cisjordania permanecían, bajo control israelí, y Jerusalén pasaría a convertirse en la capital de Israel, pero no en la del Estado palestino disperso que podría ser instalado en Abu Dis, una ciudad de Jerusalén Oriental, aislada de la ciudad por el muro de separación.

Otra disposición del plan: ningún derecho a regresar, ni siquiera simbólico, para los refugiados palestinos y sus descendientes. Nada que ver con “la iniciativa de paz árabe”, presentada por Arabia Saudí en la cumbre de Beirut en marzo de 2002, que ofrecía a Israel una normalización de sus relaciones con sus vecinos árabes a cambio de una retirada total de los territorios ocupados en 1967. Nunca, desde el comienzo de las negociaciones de paz, hace un cuarto de siglo, se había presentado una propuesta tan desventajosa para los palestinos, es decir, inaceptable tanto para los negociadores como para los dirigentes.

Para tratar de convencer a Mahmud Abás de aceptar lo inaceptable, Mohammed ben Salmán había intentado casi todo, alternando el palo con la zanahoria. Primero proponiendo un plan americano-saudí que incluía un importante apoyo financiero a la economía palestina. Después, amenazando con detener la ayuda financiera a la Autoridad Palestina, que desde hace mucho tiempo sobrevivir gracias a la comunidad internacional, sobre todo europea. Por último, haciendo saber que Mohammed Dahlan, el enemigo número 1 de Abás, al que quiere suceder, había dejado su exilio dorado de los Emiratos Árabes Unidos, donde vive desde 2011, para dirigirse a Riad, como si el joven y arriesgado príncipe saudí quisiera hacer comprender al viejo presidente palestino, de 82 años y que tiene una salud precaria, que el relevo estaba listo en caso de que se mostrara muy obstinado.

La lectura del largo comunicado final del Consejo Central de la OLP, aprobado por 74 votos contra dos y dos abstenciones, al igual que el tono excepcionalmente dramático y personal del discurso de Mahmud Abás, que dio a entender que estaba enfermo y que quizás no asistiría al próximo Consejo Central, confirmaba la ruptura con Washington y el enfado de los dirigentes palestinos frente a la pasividad o la duplicidad árabe.

Después de haber escuchado al presidente palestino declarar, con relación al plan de paz de Trump, que su “asunto del siglo se había transformado en bofetada del siglo” y confirmar que, a su parecer, Washington ahora estaba “descalificado” para desempeñar el papel de mediador, los delegados del Consejo Central aprobaron un texto que recuerda a los países árabes y a musulmanes su deber de solidaridad. El documento insta ala puesta en marcha de la resolución de la cumbre árabe de Amán, en 1980, que obliga a los Estados árabes a romper cualquier vínculo con los países que reconozcan a Jerusalén como capital de Israel. Pide también a los Estados árabes confirmar su adhesión a la “iniciativa de paz árabe” de 2002, que proponía crear un Estado palestino en las fronteras de 1967, rechazar “cualquier tentativa de cambiar o alterar su contenido” y “mantener sus prioridades”.

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El mismo documento pide también al Comité Ejecutivo de la OLP (CE), única instancia habilitada para tomar decisiones que comprometan a los palestinos en el marco del proceso de paz, suspender el reconocimiento del Estado de Israel hasta que Israel reconozca el Estado de Palestina con las fronteras de 1967 y anula su decisión de anexionar Jerusalén Este y ampliar la colonización. El comunicado pide al CE y a las instituciones del Estado Palestino –es decir, a la Autoridad Palestina– que pongan fin a la coordinación de seguridad con Israel y acaben con “las relaciones de dependencia económica”, establecidas en los Acuerdos de París.

A esta ruptura declarada con Estados Unidos, Washington ha respondido utilizando el arma con la que Trump ya había amenazado a la dirección palestina: la paralización de la ayuda financiera. El primer objetivo es el Organismo de Obras Públicas y Socorro de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (Unrwa), que tienen a Estados Unidos como primer contribuidor. Odiada por el poder israelí que la acusa de perpetuar el conflicto en lugar de contribuir a integrar a los refugiados palestinos en los países donde se han instalado, la Unrwa se considera indispensable y conveniente por los palestinos.

No sólo porque aporta una ayuda necesaria a los palestinos y a sus descendientes –cerca de cinco millones de personas– que viven aún en los campos de refugiados de Cisjordania, de la Franja de Gaza y de los países vecinos, sino también porque recuerda por su existencia que, 70 años después de la creación del Estado de Israel, el problema nacido del éxodo de 700.000 palestinos expulsados de sus hogares en 1948 sigue sin estar resuelto.

De momento, el Departamento de Estado ha anunciado que retendría “hasta nueva orden” el pago de 65 millones de dólares de los 125 millones previstos en el presupuesto de la agencia para este periodo del año. Pero se ignora si Washington pagará o no su contribución anual, que se había elevado en 2017 a 350 millones de dólares. Ya, afirma el portavoz de la agencia, Chris Gunness, el bloqueo del primer pago sume a la Unrwa en su “mayor crisis financiera” desde su creación en 1949.

Durante su visita a la región, que se prevé dé comienzo este sábado 20 de enero, el vicepresidente americano Mike Pence precisará probablemente las intenciones americanas con respecto a la Unrwa pero también en lo que se refiere a los programas de ayuda al desarrollo de la Usaid que alcanzaron los 5.200 millones de dólares desde 1994. Pero no tendrá ocasión de debatir con Mahmud Abás que ya ha adelantado tu negativa a entrevistarse con él.

Abás, sin legitimidad democrática dentro, criticado por la corrupción y la ineficacia de una parte de su entorno político, dejado por la juventud cansada de esperar un Estado y una vida sin humillaciones diarias de la ocupación militar, hace frente a día de hoy a una situación interior difícil y a una situación diplomática compleja. Sin volver al acuerdo de reconciliación firmado en octubre en El Cairo, los islamistas de Hamás, que todavía controlan ampliamente la Franja de Gaza, declinaron la invitación de compartir los trabajos del CC; porque se llevaban a cabo bajo ocupación israelí y acusan al presidente palestino de “no satisfacer las ambiciones del pueblo”.

Y el presidente de la Autoridad Palestina también va a tener que responder a las llamadas de movilización pacíficas y multitudinarias y a una intensificación del boicot de los productos israelíes, reclamados por una parte de la opinión pública, que pretende hacer pagar cada vez más caro a Israel el precio de la ocupación.

En el plano diplomático, las últimas votaciones de Naciones Unidas sobre el estatus de Jerusalén han mostrado que la causa de los palestinos disponía ahora, en el seno de la comunidad internacional, un apoyo sólido. Pero esta situación favorable no deja entrever perspectivas concretas para imaginar que se puedan retomar las negociaciones con Israel sobre bases nuevas. Conforme a una estrategia diplomática adoptada con un relativo éxito en estos últimos años, la dirección palestina presente recurrirá a Naciones Unidas para alcanzar su objetivo histórico. Primero tratando de lograr que el Estado Palestino consiga un sillón de pleno derecho en la ONU y después recurriendo sistemáticamente a la Justicia internacional para que se condene la colonización, la detención sin juicio de los prisioneros palestinos, o los ataques militares contra la Franja de Gaza.

Una vez descartada la perspectiva de negociaciones directas con Israel, queda encontrar un nuevo mediador, más imparcial que Estados Unidos y al que acepten los dirigentes israelís, que no ocultan su satisfacción por ver oficializada la ruptura con Washington. En opinión de los dirigentes palestinos, Europa, junto con Naciones Unidas, puede desempeñar ese papel. Una iniciativa de Francia en ese sentido manifiestamente esperado en Ramala.

Algunos expertos palestinos quisieran que, en el caso del conflicto árabe-israelí, se repitiera el formato 5+1 (Francia, Reino Unido, China, Estados Unidos, Rusia + Alemania), con participación de la UE, que permitió la negociación y la firma del acuerdo internacional la proliferación nuclear de Irán. Quizás sea una de las propuestas que Mahmud Abás avance cuando se entreviste con los dirigentes europeos, si mantiene su viaje a Bruselas para el lunes 22. ____________

Traducción: Mariola Moreno

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El pasado 14 de enero se pasó una página importante en la historia del conflicto árabe-israelí, bajo el silencio internacional más sorprendente. En un discurso cargado de ira y de emoción, donde mezcló el árabe literario y el árabe popular, el presidente palestino Mahmud Abás declaró, en la ceremonia de apertura de la 28ª sesión del Consejo Central de la Organización de Liberación de Palestina (OLP), que “es el fin de Oslo”.

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