Un pasito adelante, un giro y... a dormir. Diez días después de sufrir la cuarta debacle electoral en un año, el Gobierno presentó el pasado miércoles un nuevo paquete de medidas para reactivar el crecimiento en el que se repite una palabra clave, la inversión. Se trata de un plan dirigido especialmente a apaciguar los ánimos de una parte del PS, en vísperas de la celebración del congreso socialista. El presidente de la República, obsesionado por su reelección en 2017, está convencido de la pertinencia de sus políticas de Gobierno.
Según explicó el primer ministro Manuel Valls en rueda de prensa al término del Consejo de Ministros: “Cuando se establece un rumbo, se debe seguir e incluso acelerar”. “Nuestra estrategia económica es la correcta. Hay que seguir sin descanso el camino marcado por el presidente de la República”, justificó, tras congratularse por los primeros primeros signos de recuperación económica en Francia, gracias a la bajada del euro y del precio del petróleo. No obstante, puesto que entre los objetivos fijados también está calmar los ánimos de los descontentos, el ala izquierda del PS y el electorado socialista desencantado, “continuar sin descanso [...] supone también llevar a cabo los ajustes necesarios que nos permitan seguir adelante con nuestra estrategia”. Ahí es nada.
Este plan de estímulo prevé bonificaciones fiscales para las empresas con una amortización adicional para las inversiones (una medida por valor de 2.500 millones de euros, para el bienio 2015-2017), el aumento de los medios de la banca pública de inversión (2.000 millones de euros), la prórroga del crédito fiscal de transición energética para los propietarios que reformen su domicilio, medidas técnicas para las autoridades locales, nuevas obras en autovías por valor de 3.200 millones de euros, sin que conlleve un aumento de los peajes.
En el capítulo social, se prevé “acabar con los frenos a las creación de empleo” en las pequeñas empresas –el Gobierno se metió en un jardín la semana pasada al anunciar un contrato de trabajo específico, que finalmente dejó de lado, pero que remitió a los agentes sociales para su negociación– y la creación, el 1 de enero de 2017, de una cuenta personal de actividad. Según anunció el viernes 3 François Hollande, debe contemplar el derecho a la formación, la peligrosidad laboral y los beneficios derivados del seguro de desempleo de un asalariado a lo largo de su carrera, con independencia de si cambia o no de empresa.
Se trataba de una demanda de los próximos a Martine Aubry, alcaldesa de Lille [norte de Francia], como también la estimulación de la inversión privada y pública –la palabra “inversión” salió 37 veces en el discurso de Manuel Valls–. Y todo porque el plazo de presentación de mociones para el congreso socialista se cerraba el pasado viernes a medianoche y el Ejecutivo de Hollande quería evitar a toda costa que Aubry respalde el texto presentado por los socialistas críticos. Tampoco es casual la puesta en escena de Valls, que compareció rodeado de siete ministros.
Este plan de estímulo resume a la perfección el método que Hollande ha venido utilizando desde que accedió al Palacio del Elíseo: Ha hecho algunas concesiones que permiten la convergencia de las distintas corrientes de su mayoría, pero sin converger mucho él mismo, mientras aguarda la cita electoral de 2017. Con estas medidas dirigidas a estimular la inversión, los partidarios de un cambio en la línea política perjurarán que la reorientación está en marcha. “Son meros acuerdos en vísperas del congreso, no se trata de un acuerdo hecho de prisa y corriendo, pero quizás sea la primera señal” del regreso de la izquierda del Partido Socialista al Ejecutivo, coincidiendo con una crisis de Gobierno “quizás en junio”, apunta un ministro que pide anonimato.
Pero los que quieren sacar tajada imponiendo una dosis más socioliberal se sienten fortalecidos: “No es para tanto, François Hollande ha cosechado una importante victoria política; los críticos no reclaman otras políticas, solo un ajuste. La política de ofertas ya no la cuestiona nadie”, defiende una persona del entorno del jefe del Estado. “Entre François Hollande y Martine Aubry hay una brecha de 25.000 millones de euros. No les separan tantas cosas, ambos son hijos de Delors. La cuestión de las inversiones no forma parte de una política alternativa”, insiste un ministro del Ejecutivo. Ambos, incluso se alegran de las dificultades por las que atraviesa el Gobierno de Syriza en Atenas. “Grecia nos ha ayudado, lo que pone de manifiesto que por más que un pueblo desee algo, al final hay que pasar por el aro”, dice un amigo de François Hollande.
cierre de filas
En lo que concierne a los electores de 2012, los asesores del presidente de la República están convencidos de que no quieren políticas más a la izquierda, sino “más eficaces”. “Sobre todo se reclama eficacia. Los electores no creen en las herramientas”, afirma un asesor del Ejecutivo. De ahí el mensaje de Manuel Valls del miércoles: “Este Gobierno trabaja para todos los franceses y es el Gobierno de una izquierda eficaz”. Tras estas palabras, se sigue esperando lo mismo, una recuperación que aunque lenta –desean en el Elíseo–, sea la buena y que haga retroceder las tasas de desempleo. “El meollo de todo es el paro”, asegura una persona próxima a Hollande.
Mientras, en el Elíseo, el presidente siguen esperando “que se invierta la curva”, requisito indispensable para optar a la reelección. El resto, piensa, solo son habladurías, por lo que no tiene más que seguir manejando como mejor pueda los tiempos que le separan de la convocatoria electoral. “Espera que todo se decante por él, que las cosas vuelvan a ser como antes”, analiza un buen conocedor del método a la Hollande. La virulencia de los debates de los ecologistas, al menor rumor de crisis de Gobierno, y las dificultades estructurales del Frente de Izquierda solo vienen a confirmar, a su juicio, esta estrategia.
Cuando juzgue que ha llegado el momento adecuado, François Hollande podrá dirigirse de nuevo a su electorado de izquierdas. En su entorno, siguen imaginando los posibles escenarios para “unir al partido” e impedir una candidatura alternativa a la izquierda, una cuestión recurrente durante todo el quinquenio. Ya sucedió hace dos años y ya hay quien quiere volver a relanzar en 2016 el debate sobre el derecho de voto de los extranjeros y persiguen un referendo institucional. Y también están aquellos que repiten que las políticas del Gobierno son más de izquierdas de lo que parece y que hay que asumirlas de una vez. De cualquier modo, confían en que con esto baste para volver a unir al PS y a la mayoría frente a la oferta de derecha y de extrema derecha existentes (Nicolas Sarkozy y Marine Le Pen), contrapunto más que suficiente para convencer a los electores ecologistas y del Frente de Izquierdas para que cierren filas frente al peligro fascista.
“A su debido tiempo, François Hollande podrá sacar elementos de izquierdas de su gestión. Esperando y apostando por una recuperación duradera”, resume alguien de su entorno. “Y sí, entonces, podrá ganar en 2017. Le bastará con ser menos rechazado que Nicolás Sarkozy en 2012”, añade un amigo del jefe del Estado.
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Traducción: Mariola Moreno
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Un pasito adelante, un giro y... a dormir. Diez días después de sufrir la cuarta debacle electoral en un año, el Gobierno presentó el pasado miércoles un nuevo paquete de medidas para reactivar el crecimiento en el que se repite una palabra clave, la inversión. Se trata de un plan dirigido especialmente a apaciguar los ánimos de una parte del PS, en vísperas de la celebración del congreso socialista. El presidente de la República, obsesionado por su reelección en 2017, está convencido de la pertinencia de sus políticas de Gobierno.