Todos contra Netanyahu: el primer ministro apura sus últimas horas al frente de Israel

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René Backmann (Mediapart)

¿Está Benjamin Netanyahu a punto de perder el poder del que ha hecho uso y abuso como jefe del gobierno israelí durante 15 años? Es muy probable. Habrá que esperar hasta la medianoche del miércoles, cuando expira el mandato que le dio el jefe del Estado al diputado centrista laico Yair Lapid para formar un gobierno de “cambio”, antes de estar seguros.

Pero todo indica –incluida la desmesura del enfado del primer ministro cuando se dirigió, el domingo, a sus compatriotas– que su salida de escena está cerca. Tras un mes de negociaciones interrumpidas por el estallido de la violencia desde Jerusalén hasta la Franja de Gaza, pasando por las ciudades “mixtas” de Israel y Cisjordania, el líder del partido Yesh Atid (“Hay un futuro”, en hebreo), líder del “bloque” antiNetanyahu en las últimas elecciones legislativas, se espera que presente al presidente Reuven Rivlin en los próximos días u horas un proyecto de gobierno, respaldado por una coalición heterogénea, pero unida por el deseo de acabar con el cada vez más cuestionado reinado de Bibi.

Para conseguir su objetivo, Yair Lapid debía obtener el acuerdo de al menos 61 diputados (de 120). El bloque antiNetanyahu sumaba inicialmente 57 diputados de 7 formaciones diferentes, que van desde la izquierda sionista (Meretz, Partido Laborista) hasta los disidentes del Likud (Nueva Esperanza) y los nacionalistas de la inmigración rusa (Israel Nuestro Hogar), así como los partidarios del general Benny Gantz, actual ministro de Defensa (Azul y Blanco), la Lista Conjunta de las formaciones que representan a los palestinos en Israel y los centristas de Hay un Futuro.

Estas formaciones tienen contornos, ambiciones, intereses y objetivos divergentes, incluso contradictorios. Varios de ellos, por ejemplo, se niegan a aceptar que la mayoría deba su existencia a la presencia de diputados árabes en su seno y consideran inválidos aquellos textos y decisiones que no cuentan con una “mayoría judía”. De hecho, lo único que tienen en común es el deseo de acabar con Netanyahu.

La tarea de Lapid se vio dificultada por el hecho de que, para conseguir una mayoría de 61 diputados, tuvo que obtener el apoyo de los islamistas de la Lista Árabe Unida (cuatro diputados) o de la derecha nacionalista radical, partidaria de la colonización y la anexión.

Esta derecha –representada por el partido Yamina (siete diputados), rechaza cualquier participación en una coalición que incluya a los islamistas y su líder, Naftali Bennett, antiguo aliado de Netanyahu– dudó durante mucho tiempo entre los reproches al primer ministro y el anclaje ideológico de derechas, incluso de extrema derecha, de su electorado. Hasta el punto de anunciar, al principio del conflicto con Hamás, que su participación en un “gobierno del cambio” ya no era actual..., antes de reanudar las negociaciones al día siguiente de la firma del alto el fuego.

A finales de la semana pasada, a pesar de la deserción de uno de sus diputados, Amichai Chikli, que se negaba a que su partido apoyara a un “gobierno de izquierdas”, prefiriendo unirse a Netanyahu, Bennett parecía haber conseguido triunfar sobre su legendaria indecisión y se daba prácticamente por hecho un acuerdo para el “gobierno del cambio”, convertido en un “gobierno de unidad nacional”.

Para obtener el voto de los seis diputados restantes de Yamina, Yair Lapid, es cierto, ha hecho importantes concesiones políticas. Y terminó por aceptar un acuerdo de alternancia, según el cual el líder de Yamina será el primero en ser primer ministro, ejerciendo el cargo hasta septiembre de 2023, cuando Lapid le tomará el relevo. Además, para consolidar la adhesión de las formaciones de derechas –Yamina y Nueva Esperanza– a la coalición y tranquilizar a sus miembros más conservadores, se les concedería el veto a las decisiones relativas a la reforma de la Justicia y a los nombramientos de los seis jueces del Tribunal Supremo, que se renovarán en los próximos cuatro años.

Los seis diputados de la Lista Conjunta que representan a los palestinos en Israel, hostiles a Netanyahu, pero más que reservados con el fundador de Yamina, indicaron que no tienen intención de votar a un gobierno presidido por Bennett, que fue líder del Consejo de Yesha, la organización de colonos, y defiende la anexión a Israel de los territorios palestinos. Pero están dispuestos, si es necesario, a abstenerse para permitir que la nueva coalición sustituya a la de Netanyahu.

Por lo tanto, nada debería impedir que Lapid presente de aquí al miércoles al jefe del Estado una coalición y un gobierno capaz de gobernar. Se abriría con ello el periodo de siete días que lleva a la aprobación del nuevo ejecutivo por parte de la Knesset.

Dada la disposición belicosa en la que la perspectiva de perder el poder ha sumido a Netanyahu y sus aliados, hay razones para temer múltiples tácticas dilatorias. Indignado ante la idea de abandonar su residencia oficial en la calle Balfour, pero sobre todo ante la idea de tener que comparecer pronto ante un tribunal como ciudadano vulgar y corriente por los casos de corrupción que le persiguen, el primer ministro saliente dio algunas pistas el domingo, en su respuesta hosca al discurso de Bennett anunciando su acuerdo con Lapid.

Al fundador de Yamina se le podría pedir que explique la traición a los compromisos adquiridos con sus electores de derechas que supone, según el Likud, la participación en un gobierno que incluya a los ministros del Meretz y que cuente con el apoyo de los diputados árabes, lo que retrasaría la votación de la Knesset. También podría plantearse una cuestión de procedimiento por el hecho de que el diputado que llegará al poder –Bennett– no será el que –Lapid– había recibido el mandato del presidente para formar gobierno.

Los implicados ya tienen previsto señalar que existe un precedente histórico para esta sustitución: en 1961, David Ben Gurion encabezó el gobierno que Levi Eshkol formó para él. Pero el debate podría llevarse al Tribunal Supremo y retrasar el proceso de aprobación del nuevo ejecutivo. Y Netanyahu podría utilizar este retraso para intentar obtener la deserción de otros diputados de la derecha, molestos por la participación de sus formaciones en un gobierno “de izquierdas” que “gustará mucho a Irán y a Siria”. Frente a los 61 parlamentarios de la coalición Lapid-Bennett, en el momento de escribir estas líneas él solo dispone de 53 diputados, lo que limita seriamente sus medios.

“En otras palabras”, señala un exdiputado, “Netanyahu sólo tiene una oportunidad de paralizar el relevo; dramatizar la situación de seguridad hasta la caricatura, proclamar que la existencia del Estado de Israel está en peligro y esperar a que una metedura de pata o la movilización de sus partidarios en la calle provoque la congelación del proceso político y parlamentario en curso. Pero no puede ignorar que las multitudes que se manifiestan contra él cada semana desde hace meses son mucho más numerosas que las que reúnen sus partidarios”.

Sin embargo, esta estrategia de la tensión, en versión local, patética y de una decencia discutible, es la que trató de poner en práctica el viernes pasado, justo antes del comienzo del Shabat, haciéndose grabar, durante tres minutos y siete segundos, de espaldas al Mediterráneo, cerca de su casa de Cesarea, como si la amenaza de ser arrojado al mar pendiera hoy sobre los israelíes. “Un gobierno de izquierdas no podrá proteger al pueblo, al país, a los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel, a la ética sionista”, profetizaba.

“Netanyahu está dispuesto a quemar el país para permanecer en el poder”, afirma Ayman Odeh, abogado y líder de la Lista de Unión, que representa a los palestinos de Israel en la Knesset. “Durante el último estallido de violencia, gestionó la situación de forma que provocó una escalada de la que podría beneficiarse”.

“El Estado de Israel no está en peligro, esos días son historia”, escribe el cronista político de Haaretz, claramente indignado por el irresponsable e interesado alarmismo del primer ministro saliente. “Netanyahu es quien está en peligro. Un hombre capaz de descender a tal nivel de distorsión de los hechos, de convertir las verdades en mentiras y las mentiras en verdades es un peligro para este país”.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

¿Está Benjamin Netanyahu a punto de perder el poder del que ha hecho uso y abuso como jefe del gobierno israelí durante 15 años? Es muy probable. Habrá que esperar hasta la medianoche del miércoles, cuando expira el mandato que le dio el jefe del Estado al diputado centrista laico Yair Lapid para formar un gobierno de “cambio”, antes de estar seguros.

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