El problema de los tres cuerpos del capitalismo: las sociedades liberales están al borde del colapso

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Romaric Godin (Mediapart)

La crisis política francesa no es un caso aislado. Desde hace varios años, parece que algo no va bien en el marco del capitalismo democrático que, desde la caída del muro de Berlín, se percibe como una forma de culminación natural de la historia de la humanidad.

El Brexit y la elección de Trump en 2016 abrieron esta etapa que desde entonces no ha dejado de desarrollarse con síntomas bastante comunes: auge de las fuerzas nacionalistas y xenófobas, inestabilidad política crónica, brotes de violencia social, atracción creciente por el autoritarismo. Francia, desde los "chalecos amarillos" al actual bloqueo político, pasando por las dos protestas contra la reforma de las pensiones, no es evidentemente ajena a este fenómeno mundial. Incluso está en el centro del mismo.

¿Cómo se puede explicar este fenómeno? A menudo, las explicaciones evitan el marco económico y prefieren ceñirse a consideraciones políticas o electorales. Desde esta perspectiva, las grandes tendencias transnacionales se perciben a menudo como inevitables. Durante la campaña electoral francesa, por ejemplo, oímos desarrollarse la idea de que la irrupción de la extrema derecha era inevitable porque formaba parte de una tendencia internacional. Pero esto no es una explicación, porque entonces hay que explicar por qué existe esa tendencia.

A principios de 2023, el columnista estrella del Financial Times, Martin Wolf, publicó un libro titulado La crisis del capitalismo democrático (edit. Penguin Press) en el que cuestionaba el vínculo cada vez más tenue entre capitalismo y democracia. En su opinión, lo que está conduciendo al "estancamiento secular" y, en consecuencia, a la "ansiedad económica" de la población, es la mala gestión del capitalismo por parte de las élites.

Para Martin Wolf, el capitalismo antidemocrático es insostenible. Su respuesta es, por tanto, un "nuevo New Deal" para devolver a las clases "ansiosas" al juego económico y poner fin al estancamiento secular. Algunas reformas políticas resolverían también el problema democrático, pero esta visión no tiene en cuenta el conjunto del marco económico contemporáneo y sus interacciones políticas. Las dificultades de los demócratas en Estados Unidos, más allá del caso específico de Joe Biden, muestran cómo las esperanzas de Martin Wolf parecen haber sido sobreestimadas.

En realidad, la crisis del capitalismo democrático no puede reducirse a un problema de gobernanza. Bien podría ser más profunda y sistémica. Esa es, al menos, la hipótesis planteada por tres investigadores, Ilias Alami, de la universidad de Cambridge, Jack Copley, de la universidad de Durham, y Alexis Moraitis, de la de Lancaster. En un trabajo de investigación publicado este año y titulado The 'wicked trinity' of late capitalism (La malvada trinidad del capitalismo tardío), analizan una forma de imposibilidad de gobernanza de la gestión liberal del capitalismo en torno a un trilema representado por tres crisis interdependientes.

El trilema del capitalismo contemporáneo

Las tres crisis identificadas por los autores son: el estancamiento económico, el aumento de los excedentes de mano de obra y la destrucción del medio ambiente. Estas tres crisis no sólo están interconectadas, sino que impiden cualquier gestión global de la situación. "Gestionar cualquiera de los polos de este trilema tiene efectos directos e imprevisibles sobre la gestión de los otros polos, lo que hace que la tarea de gobernanza sea arriesgada y contradictoria", resumen los autores.

Esta situación no es casual. La actual crisis económica del capitalismo se caracteriza por una ralentización del crecimiento y de la productividad. Tal situación conduce necesariamente a "una creciente incapacidad para mantener los niveles existentes de demanda de mano de obra" y, por tanto, "genera una tendencia a producir un exceso de población", como señalan los autores.

En realidad, la situación es compleja. La terciarización de la producción conduce también a una necesidad creciente de mano de obra, pero las condiciones de esta necesidad no son contradictorias con este "exceso de mano de obra". Este exceso simplemente no adopta la forma clásica del aumento del desempleo, sino la precariedad, el subempleo, la "uberización" o la pérdida de derechos sociales (seguro de desempleo, pensiones).

"Lo esencial es mantener un efecto disciplinario sobre el mundo laboral", resume Ilias Alami, que apunta "estrategias de adaptación de los gobiernos a este nuevo contexto para mantener la tasa de beneficio". En Francia, toda la política económica y social de Emmanuel Macron tenía como objetivo producir este "excedente" humano.

Pero, como contrapartida, esta presión sobre el trabajo está reduciendo el consumo y el bienestar. Los trabajadores tratan pues de protegerse de esos efectos, pero cualquier aumento de los salarios o mejora de su situación ejerce presión sobre la acumulación de capital, que ya está en vías de estancamiento.

Del mismo modo, los trabajadores, sometidos a tal presión, están mucho menos dispuestos a esforzarse por ayudar a combatir la crisis medioambiental. Los autores hacen hincapié en la exigencia de los trabajadores de mantener actividades extractivas capaces de proporcionarles empleo, pero este vínculo podría ampliarse a la negativa a cambiar un modo de vida ya sometido a la presión del capital.

El rechazo de la llamada ecología "punitiva" se arraiga aquí en un rechazo a los impuestos "verdes", a las restricciones al consumo o al uso del automóvil. Y eso ocurre porque la organización espacial del capitalismo obliga a los empleados a trabajar en determinadas zonas que les obliga al uso del automóvil. En esas condiciones, las "necesidades" de los trabajadores definidas por el capitalismo son fundamentalmente contradictorias con cualquier resolución de la crisis ecológica. La crisis de los chalecos amarillos en Francia puso de manifiesto esas dificultades.

Si retomamos el polo de estancamiento económico de la crisis, ésta implica también la búsqueda de nuevos mercados y asegurarse fuentes de energía y materias primas baratas. Intensifica por tanto la explotación de la naturaleza. Por supuesto, esto adopta formas extractivistas clásicas, pero también puede tomar la forma de una pseudo-solución de la crisis ecológica con las nociones de "crecimiento verde" y "desacoplamiento".

El desarrollo de vehículos eléctricos, que supuestamente aliviarán la crisis ecológica, está acelerando la demanda de materias primas y la "defensa" de los ecosistemas mediante la financiarización y mercantilización de la biosfera de la que se ha hablado en las últimas cumbres internacionales. Al final, esto no hace sino agravar la crisis ecológica.

Pero la imposibilidad de gestionar la propia crisis ecológica repercute en los otros dos polos. La degradación del clima dificulta el funcionamiento normal de la economía y repercute directamente en las personas y sus condiciones de vida. "La crisis laboral está inevitablemente unida a la catástrofe medioambiental actual, porque la carrera por el crecimiento de la productividad está creando también una compulsión ciega por dominar la naturaleza", resumen los autores.

Una trampa que se cierra

Como vemos, los tres polos de la crisis se autoperpetúan. Intentar resolver sólo uno de estos polos conduce a un empeoramiento de los otros dos. E incluso gestionar una sola relación, por ejemplo el vínculo entre crecimiento y ecología, también refuerza las crisis de los dos polos, ejerciendo presión sobre el tercer polo. Los autores del estudio toman como ejemplo de estas contradicciones la industria de los paneles solares, una industria con un exceso crónico de capacidad y apoyada en gran medida por el Estado.

Pero también podríamos citar el ejemplo de los vehículos eléctricos. Se supone que la promoción de los coches eléctricos mejorará tanto el crecimiento económico como la crisis ecológica. Para ello se subvenciona fuertemente a la industria. Pero tal política, en el actual entorno competitivo, está creando problemas de exceso de capacidad y de rentabilidad.

Esos problemas se ven agravados por la presión sobre los ingresos de los consumidores y los regímenes de austeridad derivados de la concesión de generosas subvenciones. La industria está encontrando resistencia no sólo en términos de precios, sino también de hábitos e infraestructuras. Y ello en un momento en que la nueva producción está impulsando la demanda extractiva de materias primas. Al mismo tiempo, esta decisión presiona sobre el mundo laboral, tanto por la necesidad de comprar nuevos vehículos como por la destrucción de miles de empleos existentes.

Este trilema se asemeja, pues, a una trampa cuyo centro es la "dirección" dada por el capital a la organización social. La trampa se cierra precisamente porque los tres polos están sometidos principalmente a las exigencias del capital: las necesidades del trabajo y de la economía se ven desde su perspectiva, y a la naturaleza se le ve siempre como auxiliar del capital.

El Estado liberal caduco

En esta inextricable situación, la crisis afecta, según el análisis de estos tres investigadores, a lo que denominan el "Estado liberal". Ese Estado tiene "dos caras". La primera, económica, que organiza la separación entre política y economía. La segunda, política, que garantiza un cierto número de derechos: representación, participación, libertad formal e igualdad jurídica. Esas dos caras son complementarias: el marco político ofrece garantías para la autonomía de la esfera económica, al tiempo que permite justificar esa misma autonomía. La igualdad jurídica y la libertad formal son condiciones de la competencia capitalista y el individualismo empresarial, pero la participación política permite justificar la no participación de los trabajadores en la esfera económica separada.

Ahora, con el trilema presentado anteriormente, "estos dos aspectos están en crisis", subraya Ilias Alami. Las tres crisis combinadas e interconectadas "obligan al Estado liberal a infringir sus propias reglas", añade. En el plano político, "desde 2008" se ha puesto en entredicho la separación entre economía y política: "Los Estados intervienen ahora de forma visible e intensa, y lo que podía entenderse como una intervención de emergencia se está convirtiendo en un régimen permanente que da un nuevo sabor al capitalismo actual", concluye. El peso de la crisis ecológica desempeña un papel clave en este apoyo al "crecimiento verde", cuyos límites ya hemos visto.

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría durante los Treinta Gloriosos, esta intervención no beneficia al mundo del trabajo, por las razones ya mencionadas. "Para garantizar la disciplina en el mundo laboral, el Estado no duda en suspender cada vez más derechos", explica Ilias Alami. Asistimos a una criminalización creciente de los movimientos sociales y de la oposición, pero también a una militarización cada vez mayor de las relaciones sociales y políticas, con el uso de tecnologías de inteligencia artificial en el control social y la represión constante del trabajo en su práctica concreta.

El orden liberal se está desintegrando gradualmente bajo el impacto de una crisis cada vez mayor. En pocas palabras, el capitalismo tardío, sometido al trilema descrito anteriormente, sólo puede sobrevivir al precio de esta desintegración. Los tres autores observan que "la gobernanza capitalista tiende cada vez más a rebasar los límites de la tradición liberal". "Al tratar de garantizar las condiciones para que continúe la acumulación de capital, los Estados han creado un mundo cada vez más ingobernable por medios liberales", resume el estudio.

"No se trata sólo de si los Estados son o no iliberales, sino de una tendencia estructural que se aplica a un capitalismo tensionado", resume Ilias Alami. Por supuesto, sigue habiendo diferencias cruciales entre los Estados que se han inclinado hacia el autoritarismo y los que siguen siendo formalmente democracias liberales, pero incluso estos últimos se ven afectados por esa tendencia subyacente. Y aquí también, Francia desde 2017 es un modelo.

El inevitable impasse político

¿Cuáles son las consecuencias puramente políticas de esta hipótesis planteada por estos tres investigadores? En primer lugar, muestra la debilidad de la promesa de emancipación liberal, "limitada a un segmento cada vez más pequeño de la humanidad", como dicen los autores. La consecuencia es la atracción que ejercen los modelos autoritarios en el Sur global, lo que explica la popularidad de las alianzas con China o Rusia.

Pero eso también pasa en los países avanzados. En el espectro político, el "bloque burgués", por utilizar el término acuñado por Bruno Amable y Stefano Palombarini, ese que reúne a los que todavía creen en el sistema actual y en sus virtudes, está claramente bajo presión y en proceso de reducción. Es cierto que la gestión "liberal" del capitalismo es cada vez menor.

Al mismo tiempo, aumentan los movimientos que propugnan el autoritarismo y la gestión militarizada y etnicista de la economía. Esa es la clave del movimiento a favor de la extrema derecha, que tiene la aparente ventaja de asumir una gestión no liberal del capitalismo, mientras que los liberales sólo intentan mantener las apariencias. Como vemos, este movimiento no es el resultado de un desafortunado destino o de la mera manipulación de la opinión pública, sino de un movimiento de fondo en el corazón del capitalismo contemporáneo.

Queda la opción socialdemócrata, que puede adoptar varias formas, pero que, para simplificarlo, intenta resolver, en el marco liberal, los tres polos del trilema juntos. Pero, como hemos visto, se trata de un trabajo de Sísifo. "En el mejor de los casos, podríamos encontrar compromisos entre dos polos, pero eso ya sería difícil", afirma Ilias Alami, que reconoce, por ejemplo, que establecer un compromiso clásico entre capital y trabajo es "muy complicado en el marco del trilema".

Los autores quieren creer, sin embargo, que esta vía sigue siendo practicable siempre que, explica Ilias Alami, "no ocultemos que toda opción implica dificultades" y que "hagamos que estas opciones sean transparentes y objeto de deliberación pública". Esto contrasta con una situación en la que se hace creer a la gente que las políticas pueden ser "win-win", sin ningún conflicto o compromiso.

Pero hay una conclusión más de la defendida por esos autores. Si su análisis es correcto, y si la centralidad de las necesidades del capital hace que el capitalismo tardío sea ingobernable por medios liberales, y si la única alternativa a este trilema es el abandono de las libertades políticas y sociales, entonces es efectivamente la centralidad del capital la que debe ser cuestionada.

Porque ni siquiera una reanudación del crecimiento de la productividad, por ejemplo mediante la generalización de la inteligencia artificial generativa, permitiría resolver el trilema con una solución socialdemócrata. Al aumentar la productividad, la IA crearía a la vez una importante crisis ecológica por su consumo de energía y una innegable crisis laboral al aumentar aún más el excedente de trabajadores (sin duda en forma de empleos precarios) en la medida en que el resto de la economía está enredada en una baja productividad.

Salir de este problema de los tres cuerpos (ver caja negra) presupone pues, inevitablemente, un proyecto de transformación que permita no sólo cuestionar la necesidad de acumulación, sino también redefinir las necesidades de la población. Esto facilita la gestión de la catástrofe ecológica. Además, esta inversión puede ampliar las libertades individuales al liberarlas de la tutela de las necesidades del capital. Pero esta opción no tiene cabida en un marco que, como Martin Wolf, cree que democracia y capitalismo son inseparables, contra la evidencia misma de la evolución actual.

Como este desafío a la centralidad del capital, base de una transformación de largo alcance, no puede ser contemplado por la gente ni por las élites, el mundo se ve encerrado en una cámara acorazada en la que la gente se golpea constantemente la cabeza contra las paredes, vaya donde vaya.

El actual estancamiento político en Francia es también un reflejo de esta situación, en la que cada cual cree poder gestionar mejor este trilema sin convencer realmente a nadie, y presentando unos precios a pagar que no pueden satisfacer plenamente a nadie.

En este tipo de situaciones, donde las decepciones dan paso a una impotencia que alimenta más decepciones, la salida autoritaria no está desgraciadamente en duda. Por eso, antes de cualquier cuestión organizativa o institucional, es indispensable un análisis preciso de la situación material.

Caja negra

Crisis sociales, crisis democráticas, crisis del neoliberalismo

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El título de este artículo hace referencia a El problema de los tres cuerpos, una novela de ciencia ficción de Liu Cixin de la que también han hecho una serie. El problema de los tres cuerpos es un problema de mecánica celeste que consiste en determinar las trayectorias de un conjunto de tres cuerpos que interactúan gravitatoriamente (ver este breve vídeo explicativo con subtítulos en francés).

 

Traducción de Miguel López

La crisis política francesa no es un caso aislado. Desde hace varios años, parece que algo no va bien en el marco del capitalismo democrático que, desde la caída del muro de Berlín, se percibe como una forma de culminación natural de la historia de la humanidad.

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