Rosa María Artal y el periodismo comprometido

En las redacciones y las escuelas de periodismo se ha predicado en las últimas décadas que la equidistancia, presentada como “objetividad”, es una gran virtud del oficio. Es un sofisma que obedece a los intereses de aquellos que no desean una prensa crítica con los poderosos y sus desafueros.

Para empezar, el periodista no es una máquina, no es una grabadora o una cámara sin cerebro ni corazón, sino un ciudadano con ideas y sentimientos propios. Por supuesto, los hechos que presenta al público deben ser ciertos y deben de haber sido verificados: ésta es la esencia del oficio. Pero esto no es en absoluto incompatible con el derecho, y hasta el deber, del periodista de adoptar un punto de vista y hacerlo explícito.

Y, además, lo mejor de su tradición –desde Joseph Pulitzer al Washington Post de Watergate y el Mediapart del affaire Cahuzac– sitúa al periodismo en el corazón de la democracia, como los ojos, los oídos y la voz de la ciudadanía frente a cualquier atropello a los intereses públicos. Albert Camus, fundador del diario Combat, siempre insistió en que el periodismo no era digno de ese nombre si no sabía distinguir entre víctimas y verdugos, si no tomaba el partido de la verdad y la libertad.

También decía Camus que hay épocas en las que la indiferencia –la del ciudadano y, aún más, la del ciudadano periodista– es criminal. Es este el sentimiento que impulsa la acción de Rosa María Artal en los últimos años. Ya hace un lustro que la periodista zaragozana optó por lo que ha terminado siendo: uno de los profesionales españoles más comprometidos con esos movimientos sociales que, siguiendo a Stephan Hessel, hemos dado en llamar "indignados": los que reclamar una democracia mejor y un más justo reparto de los sacrificios de la crisis.

Editora de los libros colectivos Reacciona y Actúa, muy próxima al José Luis Sampedro de sus últimos años, Artal publica ahora en Temas de Hoy otro libro a insertar en la muy noble tradición del panfleto, el texto de denuncia relampagueante. Le ha puesto un título que lo dice todo: Salmones contra percebes. Salmones contra percebesSalmones son aquellos que nadan a contracorriente, las gentes de espíritu libre y combativo que se niegan a aceptar que no hay nada que hacer frente a aquellos que quieren devolvernos a las condiciones políticas, sociales y económicas de décadas atrás. Percebes son los que se aferran a la roca para verlas pasar. El salmón asume riesgos, el percebe busca la seguridad a ultranza.

El libro de Artal hace un repaso de los últimos años españoles para encontrar las claves de cómo hemos llegado aquí, denuncia los actuales recortes en los terrenos salariales y sociales y propone darles respuestas. "No pensar", escribe la periodista, "no evita sufrir". La ciudadanía española, como sabemos, vive uno de sus momentos históricos de mayor depresión y desasosiego. Incluso quienes huyen de la información y la reflexión están tristes y atemorizados. Pese a su frustración, son más felices quienes mantienen una actitud activa frente a los problemas”.

Es posible que tanto el percebe como el salmón terminen en la cazuela, pero, entretanto, lo seguro es que el primero habrá llevado una vida tediosa y el segundo habrá disfrutado de muchos momentos de gozo al remontar la corriente con esfuerzo y en libertad.

En las redacciones y las escuelas de periodismo se ha predicado en las últimas décadas que la equidistancia, presentada como “objetividad”, es una gran virtud del oficio. Es un sofisma que obedece a los intereses de aquellos que no desean una prensa crítica con los poderosos y sus desafueros.

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