Ana Noguera
Nuestra España está viviendo una involución cultural y una contrarreforma política preocupante. Nos censuran y nos autocensuramos, porque es más importante decir lo “oficialmente correcto” aunque, paradójicamente, nuestro comportamiento sea cada vez menos racional y más exaltado.
Se penaliza el sentido del humor (afortunadamente todavía no lo hemos perdido). Es verdad que muchos chistes, tuits o canciones denotan un mal gusto y un humor negro poco recomendable, aunque si volviéramos la vista hacia los 80, todavía recién estrenada la democracia, veríamos humor incisivo en todos los medios de comunicación, incluida la televisión pública; pero estamos cayendo en una paranoia preocupante, sobre todo, si quien marca el decoro lo hace desde posiciones sancionadoras.
Como extremadas y exageradas me parecen las situaciones de cárcel que viven algunos independentistas como Oriol Jonqueras, que está en prisión desde principios de noviembre. No hace falta que reafirme mi rechazo al independentismo, el cual ni entiendo ni comparto, ni tampoco al nacionalismo ni catalán ni español que nos está llevando a dos bloques enfrentados. Pero ¿de verdad que la única forma de mantener a España grande y unida es a base de cárcel?
Se convierte en una ofensa política regalar un libro cuyo título es provocador (así lo es Albert Plá), que habla de la vida de un cantante. Se convierte en una amenaza llevar una prenda amarilla, por si, subliminalmente, se defiende el independentismo. Unos ciudadanos cuelgan lazos y otros lo quitan.
Mientras tanto, la ministra de Defensa realiza convenios entre colegios y el ejército con el fin de enseñar los “valores” de la patria, que son las banderas al vuelo, la legión, el ejército, pero nunca la Memoria Histórica de los olvidados porque fueron asesinados. O, en cuando la banda terrorista ETA se disuelve, en nuestro país existen más de 36.000 sanciones por “exaltación del terrorismo”.
¿Hasta dónde hemos llegado? Cualquier acción se convierte en sospechosa. Nos movemos, como dice Manuel Jabois, entre la ignorancia y el patriotismo desbocado. Malos compañeros para fomentar una convivencia democrática basada en derechos sociales y políticos, y, sobre todo, en el respeto mutuo. Y, para demostrar que uno es “patriota” de verdad, que ama España, hay que emocionarse cuando una cantante, que vive y tributa en Miami, le pone una letra simplista, ñoña y edulcorada al himno. Más que emoción es oportunismo.
Pero la contrarreforma política y cultural la impuso el gobierno de Rajoy aprovechando la crisis económica. Primero, con la excusa de la crisis, hubo que desmontar muchos derechos sociales y laborales; en segundo lugar, debilitar a las organizaciones como los sindicatos o los movimientos cívicos; en tercer lugar, llegaron las leyes represoras, como la “Ley Mordaza”, cuya finalidad es que, “si te portas bien y no te metes en política, nada tienes que temer” (posición franquista que duró 40 años para una gran mayoría). Y luego llegó la involución cultural: la época de crear “la gran mayoría social”, callada, respetuosa, obediente, inmovilista, de buen credo, que no genere problemas.
Afortunadamente, una de las luces más inteligentes e interesantes que se vislumbran es la revitalización del movimiento feminista, universalista, interclasista y batallador. Mujeres al frente del 8 de marzo, de las pensiones, de las protestas, incluso de una sentencia judicial incomprensible contra “La Manada”.
Mientras la ciudadanía comienza a tomar conciencia de su poder cívico y social, el PP sigue con su forma de gobernar de manual, siguiendo las instrucciones más neoconservadoras, y sin salirse un ápice del guión.
El primer paso es acusar siempre de “politizado” aquello que no les gusta, que les genera oposición o que puede provocar crítica y reflexión a la ciudadanía. Resulta sorprendente que un partido político que gobierna advierta a los españoles que la “politización” de la gestión pública es mala.
El segundo paso enlaza con este último, y que también es de manual del PP. Recortar, recortar, recortar. Como saben que no es popular ni aceptado socialmente eliminar la red de protección creada por el Estado de Bienestar, y como el espíritu del PP es ampliamente neoconservador y suspira por las privatizaciones en todos los ámbitos sociales, su acción es no invertir en lo público, dejar que se deteriore y crear de forma alternativa (como si fuera casi milagroso) una opción privada. Lo han hecho con las escuelas allí donde han gobernado, con los hospitales (véase la Comunidad Valenciana como buen ejemplo de todo ello), con las pensiones (ahora nos aconsejan una pensión privada, porque se han gastado el dinero de los españoles que estaba en el fondo de pensiones públicas), con las becas universitarias públicas y las subidas de tasas (mientras la Universidad Católica cada vez está más extendida), o con la dependencia.
El caso de la dependencia es sangrante. Según el Observatorio de la Dependencia, el recorte realizado por el gobierno, desde que está Rajoy, es de 3.734 millones de euros; actualmente solo aporta un 18% del total de gasto, lejos del 50% que prevé la ley. Y esto lo han sufrido los dependientes que, teniendo la dependencia reconocida, no llegaron a cobrarla (la cifra escalofriante es de 90 fallecidos al día). Y doy fe porque mi padre fue uno de ellos.
El tercer paso está en otorgar migajas sobre lo que antes habían recortado. Cuando el sistema público ha sido ya estrangulado presupuestariamente, entonces el PP comienza la recuperación de forma lenta, euro a euro, haciéndolo valer y sobre todo con mucha propaganda. Por ejemplo, los 100 millones prometidos en dependencia (después de haber recortado casi 4.000). Pero, eso sí, los 100 millones es abultado y propagandístico porque la mitad de ese dinero no se ejecuta. ¿Es casual? No, es la forma de actuar del PP.
El cuarto paso es modificar los valores ciudadanos. Así lo hizo desde que estableció, por ejemplo, la Ley Mordaza. O desde que impulsó la religión de nuevo en la educación. O desde que eliminó la asignatura de Educación por la Ciudadanía. O desde que retiró la Filosofía del Bachillerato. O desde que bloqueó la ley de memoria histórica, porque como dice Rajoy, “señores, dejemos a los muertos en paz”.
¿Acaso esto no es hacer política? Sí, lo es. Es la política neoconservadora más descarnada, más hipócrita, más dañina, que, paso a paso, va desmantelando las redes sociales, debilitando lo público, esquilmando recursos presupuestarios, y modificando los valores democráticos a través de la doctrina educativa y de la acción política-legislativa.