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España y la geopolítica. África

Enrique Vega Fernández (FMD)

España, como cualquier otro país de la comunidad internacional, se ve abocada a tener que definir su postura, y en consecuencia sus acciones, frente a los retos a la paz y a la seguridad que caracterizan el mundo actual. En primer lugar, en función de sus intereses, pero también en función de sus posibilidades y de su inserción en las relaciones internacionales a través de su pertenencia a las organizaciones internacionales del ámbito de la seguridad en las que está integrada, principalmente la ONU, la Unión Europea y la OTAN. No siempre estos tres parámetros, intereses, posibilidades y compromisos son fácilmente conciliables.

Aunque el abanico de posibles escenarios es lógicamente mucho mayor, me centraré en estas líneas en el que considero el más significativo desde el aspecto de la seguridad nacional.

Probablemente el más antiguo de estos escenarios sea el de nuestras relaciones con nuestro vecino Marruecos y los problemas que ellas conllevan, ya que data como conflicto desde 1975. Fecha en la que, a diferencia de nuestras anteriores fechas de descolonización del territorio marroquí: Protectorado Norte (1956), Protectorado Sur (área de Tarfaya o Cabo Jubi) (1958) e Ifni (1969), el abandono del entonces Sáhara Español (1975), hoy Sáhara Occidental, se le impuso a España, en contra del deseo de la propia población saharaui, por la amenaza combinada de una invasión “pacífica y civil” por parte de Marruecos (Marcha Verde) y de una advertencia “diplomática” estadounidense, a las que el desconcertado y timorato último Gobierno de la dictadura no supo (o no quiso) hacer frente, como tampoco los sucesivos Gobiernos españoles desde entonces mediante la absoluta dejación de sus obligaciones como potencia administradora del territorio, que todavía es según las Naciones Unidas. A pesar de lo cual, hemos, incluso, recientemente, renegado del dictamen de referéndum de autodeterminación de las propias Naciones Unidas y su Comité de Descolonización, para apoyar el referéndum marroquí de simple autonomía como “la solución más sólida, creíble y realista para resolver el contencioso”.

Queda todavía la reivindicación marroquí de su soberanía sobre Ceuta y Melilla, las dos “últimas colonias españolas” según Marruecos, que presiona de modo indirecto, elevando o reduciendo su cooperación en cuestiones como la inmigración o la cooperación antiterrorista según las circunstancias. Reivindicación, a la que más recientemente ha unido la de ciertas aguas atlánticas potencialmente ricas en hidrocarburos y reservas minerales situadas a medio camino entre el propio Sáhara y las islas Canarias. Pero, sobre todo, mirando su reivindicación a largo plazo en función de las siguientes circunstancias.

En Ceuta y Melilla, viejas posesiones españolas (desde 1580 y 1497 respectivamente), hoy día ciudades autónomas españolas plenamente integradas, se dan, en términos generales, importantes diferencias sociales entre la población de origen europeo y la musulmana/originaria de Marruecos (llamémoslas así para entendernos), constituyendo esta última el 43/44% aproximadamente de la población actual de Ceuta y el 52/53% aproximadamente de la población actual de Melilla, con una tasas de natalidad sensiblemente superiores a la de la población de origen europeo.

Si a esta situación demográfica, que nos lleva a intuir que sólo es cuestión de tiempo que las poblaciones de origen musulmán/marroquí superen con creces a las de origen europeo, añadimos que nuestros territorios norteafricanos siguen estando cada vez más a la cola de las ciudades y Comunidades españolas, con rentas/PIB per cápita que son el 78’6% (Ceuta) y el 72’1% (Melilla) de la media española, que alcanzan tasas de paro del 28’5% (Ceuta) y del 21’5% (Melilla) frente a la media nacional del 15’9%, que en el caso del paro juvenil se alcanzan cifras del 72% (Ceuta) y del 67% (Melilla) y así podríamos continuar con muy diferentes índices socioeconómicos, mientras Marruecos ha construido en los aledaños de Ceuta el gran emporio industrial del puerto de Tánger-Med (que acaba de superar al de Algeciras como el de mayor facturación del Mediterráneo occidental) y en el de Melilla está construyendo el de Nador-Med, no es difícil colegir que antes o después Marruecos irá sustituyendo y/o complementando sus argumentos geográfico-históricos de reivindicación con el de “las aspiraciones de la mayoría de la población”, el gran Santo Grial de nuestra época, ya que la mayoría de las propias poblaciones de origen o ascendencia marroquíes ceutíes y melillenses actuales, que ahora prefieren seguir siendo españoles (o viviendo en España) porque el nivel de vida es más alto y porque hay más oportunidades, pueden ir progresivamente considerando más atractivas sus áreas circundantes marroquíes, encabezadas por los partidos y personas gobernantes (democráticamente elegidos) representantes de esas nuevas mayorías musulmanas de origen o ascendencia marroquí. No es un problema de historia o defensa militar, sino de inversiones. Como en el Campo de Gibraltar respecto a Gibraltar. Ni de asociacionismo, porque ni la OTAN ni la Unión Europea nos van a apoyar frente a la “mayoría de la población”

Íntimamente relacionado con el escenario marroquí, por cercano y por ser su vía de paso, encontramos el del Sahel. De esta agitada zona, se suelen destacar dos riesgos para España, la emigración y el terrorismo. Que una de las vías de llegada a España de la zona saheliana sea Marruecos, es una de las ventajas que tiene, y usa cuando le conviene, Marruecos, conteniendo su llegada a la proximidad del Estrecho o suavizando la vigilancia y el control.

El problema de la inmigración, que compartimos con todo el mundo desarrollado (política y económicamente), es probablemente un problema sin solución como nos muestra la historia (Imperio Romano, sucesivos Imperios chinos, etc.) y, como también nos muestra la historia, de largo plazo.Problema que, en nuestras sociedades actuales, se agrava por los dilemas éticos que crea: “tienen derecho a intentar mejorar sus vidas” versus “aquí no caben todos” y por los dilemas político-económicos que también crea: ayuda al desarrollo versus que sus economías sigan siendo subsidiarias y dependientes de las nuestras. Que mejoren sin alcanzarnos.

Más problemático se presenta el “riesgo” terrorista yihadista, que en el caso del Sahel se suele equiparar a sus congéneres de las nebulosas al-Qaeda y Emirato/Estado Islámico, siendo conceptualmente diferentes, pues mientras éstos últimos son programática y fácticamente globalistas, el yihadismo saheliano es eminentemente localista.

Las agrupaciones yihadistas que hoy día proliferan en el Sahel tienen su origen en la guerra civil argelina de 1992-2002, en la que del inicial Ejército Islámico de Salvación (EIS, islamista, brazo armado del Frente Islámico de Salvación) se van desgajando sucesivamente el Grupo Islámico Armado (GIA), de línea mucho más dura y enfrentado tanto al Gobierno argelino como al EIS y (septiembre de 1998) el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), mucho más radicalizado y de ideología ya claramente yihadista.

En 2001 y como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos hace presencia en el conflicto abasteciendo al Ejército argelino de equipo, material e inteligencia de medios electrónicos. El GSPC se refugia en el Sáhara argelino al sur y Estados Unidos despliega (2002) la Operación PanSahel Initiative, hoy día TransSahara Counterterrorism Initiative. En 2006 el GSPC anuncia su adhesión a la nebulosa al-Qaeda, pasa a llamarse Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) e internacionaliza el conflicto incorporando combatientes extranjeros de la “yihad global”. En ese mismo año 2006, estalla una nueva sublevación separatista azawadí en Malí (Movimiento de Liberación Nacional Azawadí, MNLA) y en Níger (Movimiento Nigerino por la Justicia, MNJ). Francia (2013), arrastrando a la Unión Europea y a la ONU, interviene en nombre de la “guerra al terrorismo” (operaciones Serval, Barkhane, Takuba, EUTM, EUCAP, MINUSMA, MIAM, G5, etc).

Y como no podía ser de otra manera, el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Yihadistas y separatistas se alían y se entremezclan y lo hacen, asimismo, con un tercero en discordia, el contrabando organizado de migrantes, de narcóticos (ruta Sudamérica-costa oeste africana-Sahel-Magreb-Europa), de oro, de productos subvencionados de Argelia, etcétera, y para la explotación y protección de recursos naturales. Los tres grupos armados, yihadistas, secesionistas y traficantes, salen beneficiados de su cooperación. Cada uno busca sus objetivos, pero vive de sus actividades conjuntas, donde cada uno juega su papel, para lo que necesita que los otros dos también jueguen el suyo. Esta particular situación del yihadismo saheliano es la que le induce a ese localismo, a centrarse en sus objetivos locales, que son los que, al mismo tiempo, le permiten subsistir. La exportación de acciones terroristas a otras áreas no parece ser su principal prioridad, a pesar de las insistentes declaraciones oficiales de que son nuestra principal amenaza terrorista que Marruecos nos ayuda a controlar.

El problema del Sahel es otro. Es su desvinculación progresiva de la esfera y dependencia occidental, especialmente francesa y estadounidense, y su derivada de acercamiento y dependencia de China y Rusia, cada una a su manera. Pero nos hemos vuelto a dejar arrastrar por nuestros “compromisos”, por nuestra carencia de criterio propio en las organizaciones internacionales del ámbito de la seguridad en las que estamos integrados y mantenemos allí una presencia militar y de seguridad que sin beneficiarnos gran cosa (la inevitable inmigración va a proseguir), puede ponernos en el punto de mira terrorista.

 

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* Enrique Vega Fernández es Coronel de Infantería (retirado) y miembro del Foro Milicia y Democracia (FMD).

España, como cualquier otro país de la comunidad internacional, se ve abocada a tener que definir su postura, y en consecuencia sus acciones, frente a los retos a la paz y a la seguridad que caracterizan el mundo actual. En primer lugar, en función de sus intereses, pero también en función de sus posibilidades y de su inserción en las relaciones internacionales a través de su pertenencia a las organizaciones internacionales del ámbito de la seguridad en las que está integrada, principalmente la ONU, la Unión Europea y la OTAN. No siempre estos tres parámetros, intereses, posibilidades y compromisos son fácilmente conciliables.

Aunque el abanico de posibles escenarios es lógicamente mucho mayor, me centraré en estas líneas en el que considero el más significativo desde el aspecto de la seguridad nacional.

Publicado el
7 de febrero de 2024 - 21:26 h
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