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Semiosfera digital

Del infoentretenimiento a la posverdad

Recientemente, se publicó en la sección de Ideas de El País un interesante artículo que ponía de manifiesto una de las características más definitorias de la cultura contemporánea: el régimen de confusión discursiva en el que nos encontramos inmersos. Y lo hacía, desde mi punto de vista, de un modo muy acertado y poco común, señalando al infoentretenimiento como una de sus principales causas. 

Marcos Bartolomé, autor del artículo en cuestión, se enfoca en la celebritización de la política, que no deja de ser solo un ejemplo, pero con enormes consecuencias, de cómo hoy se confunden y entremezclan planos discursivos diferentes. Ocurre con el espacio del espectáculo y de la política, pero también con el de la información y la opinión, con el discurso científico y el plano experiencial y subjetivo. Bartolomé y los especialistas a los que entrevista explican esta hibridación de la política y el espectáculo, exponiendo distintos ejemplos de cómo los políticos, con mayor o menor acierto, intentan adoptar los códigos de la cultura digital y el estilo comunicativo de los influencers, con el objetivo de crear una comunidad de fans en torno a ellos.

Si bien no comparto plenamente la idea de que este desembarco de los políticos en las redes sociales, y en las dinámicas propias del ámbito del espectáculo en general, esté motivado por un intento de emulación del fenómeno fan —tener fans implica gozar de una comunidad que te idolatre y te sea fiel, palabras mayores en la política actual—; pienso que es crucial destacar el infoentretenimiento como el ecosistema que ha originado esta mezcla y yuxtaposición de planos discursivos. Y que además ha dado lugar a las realidades mediáticamente construidas (y modificadas) y al cambio en los criterios de verdad. 

En este sentido, creo que las dinámicas y las pasiones que subyacen a ese aparente efecto fan tienen más que ver con el intento de homologación y el criterio de semejanza, por un lado, y con la exaltación de lo subjetivo y de lo emocional por el otro. Aspectos que se gestan justamente en la reina de todos los medios y madre de los formatos de infotainment: la televisión. Pensemos en el fenómeno Trump, definido muy a menudo, por periodistas y académicos, como fruto de la política digital, cuando en realidad Donald Trump es el producto por excelencia de esos programas que empezaron en los años ochenta y que dieron origen a la realidad guionizada. 

Esos híbridos televisivos que aparentaban relanzar la idea de ser una ventana que encuadra el mundo (Lozano, 1998), en realidad estaban construyendo mundos in vitro, y lo hacían escribiendo sus propios acontecimientos, que se insertaban en una aparente y espontánea realidad. Anna Maria Lorusso (2022) encuentra en estos formatos, que llegan hasta nuestros días, cuatro características decisivas para el desarrollo del actual régimen de confusión discursiva:

  1. Una inoxidable obsesión por la realidad: estas emisiones están legitimadas por el hecho de ser reales, hablan de hechos que ocurren verdaderamente, pensemos en programas de sobremesa como Sálvame
  2. Una preferencia por el directo: se transmiten acontecimientos en curso, creando un aparente efecto de presencia y de transparencia
  3. La participación de la gente común: no se trata de interpretaciones por parte de actores, sino de personas comunes y, eventualmente, actores que están involucrados como personas “de verdad”, no para interpretar un personaje, claro ejemplo de ello son Supervivientes o Gran Hermano y sus respectivas versiones VIP
  4. El movimiento radical hacia lo privado: incluso en programas de actualidad política, como El programa de Ana Rosa, vemos un fuerte énfasis en destacar los aspectos privados del caso que se esté tratando. 

Esta privatización de la realidad, desarrollada desde hace ya varias décadas por la estructura modelizante de los medios de comunicación, y en concreto por la que Umberto Eco (1983) denominaba “neotelevisión”, da lugar a un largo proceso que cambia los parámetros y criterios de verdad. Así se desvanece el paradigma dominante del racionalismo occidental, en el que la verdad era entendida como una correspondencia con la realidad y se basaba en un criterio de objetividad, para pasar a la verdad de lo vivido, esto es, a la verdad experiencial y emocional, cuyo criterio máximo es la autenticidad. 

Sin duda tenemos la posibilidad de actuar contra esta nebulosa desinformativa, empezando por renunciar a la privatización de la verdad

Lógicamente, este proceso no sólo se ha visto acelerado drásticamente por las transformaciones de la red, sino que ha adoptado especificidades únicas y propias del fenómeno digital, que elevan al máximo la importancia de la subjetividad y dan lugar a tantas posibles “verdades” como sujetos que las hayan experimentado existen. Es decir, la autenticidad y la certeza de una experiencia personal, antes considerados parámetros de creencia, pasan a serlo ahora de verdad. En un artículo anterior publicado en este blog se explicaron algunos de esos mecanismos de la red que generan realidades a medida de cada usuario, como la falsa desintermediación, las preferencias de búsqueda, la traducción del sesgo de confirmación en un algoritmo que ejerce de dispositivo de gestión de la información, etc. Todo ello da lugar a los filtros burbujas y las cámaras de eco (Pariser, 2011), espacios donde se nos presenta una información que ya está basada en nuestras preferencias y a la que, por tanto, ya estamos propensos a adherirnos y a creer. 

Esto pone de manifiesto los criterios de semejanza y gusto subjetivo a los que aludía más arriba, así como la exaltación del valor de la autenticidad, convertida en certeza de verdad. Ocurre en el ámbito político, pero también con el discurso científico, cuando, por ejemplo, se llevan a un programa en prime time las declaraciones de un virólogo que explica la conveniencia de vacunarse contra el covid-19 y las de una persona a la que dicha vacuna le ha producido algún tipo de efecto secundario y, en consecuencia, alega de modo universal que es dañina. Se está poniendo en el mismo plano y en el mismo espacio el discurso científico, basado en la argumentación racional, y un discurso que, si bien no deja de ser legítimo a nivel individual, se trata de una opinión sustentada en una experiencia subjetiva. Esta confusión y difuminación de las esferas discursivas la podemos ver en prácticamente todos los discursos mediáticamente dominantes. 

Sin duda tenemos la posibilidad de actuar contra esta nebulosa desinformativa, empezando por renunciar a la privatización de la verdad, incluso cuando se trata de “nuestras verdades”; pinchando esas burbujas donde solo vemos lo que sabemos que nos va a gustar; y aceptando que la autenticidad, por seductora que sea, no puede convertirse en el criterio que dirime lo que es verdad y lo que no.

Algunas lecturas sugeridas:

- Lorusso, A. M. (2022): “Una semiosfera confusa. Ideas para una tipología de la cultura contemporánea”, en DeSignis, Vol.: Hors Serie 02. Semiótica de la cultura: de Yuri Lotman al futuro.

- Lorusso, A. M. (2018): Postverità. Fra Reality TV, social media e storytelling. Bari, Laterza.

- Martín, M. y Fior, A. (2022): “Figuras del destinatario en la era de la información: la digitalización de la opinión pública”, DeSignis, Vol.: Hors Serie. Mediatización: Teorías y prácticas.

Recientemente, se publicó en la sección de Ideas de El País un interesante artículo que ponía de manifiesto una de las características más definitorias de la cultura contemporánea: el régimen de confusión discursiva en el que nos encontramos inmersos. Y lo hacía, desde mi punto de vista, de un modo muy acertado y poco común, señalando al infoentretenimiento como una de sus principales causas. 

Marcos Bartolomé, autor del artículo en cuestión, se enfoca en la celebritización de la política, que no deja de ser solo un ejemplo, pero con enormes consecuencias, de cómo hoy se confunden y entremezclan planos discursivos diferentes. Ocurre con el espacio del espectáculo y de la política, pero también con el de la información y la opinión, con el discurso científico y el plano experiencial y subjetivo. Bartolomé y los especialistas a los que entrevista explican esta hibridación de la política y el espectáculo, exponiendo distintos ejemplos de cómo los políticos, con mayor o menor acierto, intentan adoptar los códigos de la cultura digital y el estilo comunicativo de los influencers, con el objetivo de crear una comunidad de fans en torno a ellos.

Publicado el
8 de marzo de 2023 - 21:57 h
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